La casa desocupada y el regreso de los “dioses”

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

adolfo@vidahumana.org

www.vidahumana.org

 

Jonathan Cahn, judío convertido al cristianismo, ha escrito varios libros de gran importancia. En ellos, este gran conocedor de la Biblia, ha alertado a EEUU y al resto del mundo occidental de su peligroso estado de alejamiento de Dios y Sus Mandamientos. No tenemos que estar de acuerdo con todo lo que dice Cahn. Pero opino humildemente que la tesis fundamental de su libro “El retorno de los dioses” es cierta.

 

Sin embargo, antes de abordar ese tema, creo conveniente citar primero la siguiente parábola de Nuestro Señor Jesucristo en Mateo 12:43-45

 

Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la encuentra desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación.

 

Observemos la última oración que hemos resaltado en negrilla. Jesús se está refiriendo no solo a una persona en particular, sino también a toda una generación. Partiendo de este pasaje, Jonathan Cahn argumenta que así como Israel y Judá se apartaron de Dios y sufrieron la destrucción a manos de sus enemigos, así también EEUU y el resto del mundo occidental, que era cristiano, corre un riesgo similar.

 

Seamos más concretos. El Antiguo Testamento nos narra que después de la muerte del Rey Salomón, hijo del santo rey David, Israel se dividió en dos reinos. El del Norte se llamó Israel y el del sur se llamó Judá. Esto ocurrió hacia el año 930 AC. La dramática historia de ambos reinos y sus respectivas destrucciones son narradas en los sagrados libros de 2 Reyes capítulos 14-25 y paralelamente en 2 Crónicas capítulos 10-36.

 

La nación original de Israel antes de la división fue fundada como el Pueblo escogido por Dios. Una nación de Dios y para Dios (ver Deuteronomio 7:6-11). Un pueblo consagrado a Dios y que había recibido la Ley de Dios por medio de Moisés (ver Éxodo 20:1-20) e incluso una tierra donde habitar (ver Deuteronomio 6:10). Un pueblo, propiedad de Dios, que debía caminar por Sus sendas y apartarse de los dioses y del paganismo de las naciones circundantes (ver ibid., 6:14).

 

Dios había advertido severamente a Su Pueblo, so pena de ser destruido, de que, una vez establecido en la Tierra Prometida y habiendo prosperado gracias a Él, no cayera en la complacencia de lo material y se apartara de Él, cayendo incluso en la idolatría y otros pecados (ver ibid., 6:10-15).

 

Lamentablemente, durante la última etapa de la vida y del reinado de Salomón, éste se apartó de Dios. Por culpa de sus múltiples esposas paganas, Salomón cayó en la idolatría (ver 1 Reyes 11:1-13). Dios castigó a Israel con la división del reino después de la muerte de Salomón, como ya hemos señalado.

 

Sin embargo, debido a Su gran amor por Su pueblo, Dios no los destruyó inmediatamente, sino que a ambos reinos les dio la oportunidad de arrepentirse y volverse a Él. Dios envió a los profetas para advertirles de Su castigo, si obstinadamente persistían en la idolatría y la opresión de los débiles.

 

Lamentablemente, ninguna de las dos naciones hizo caso y persistieron en sus pecados. Israel fuel la primera en ser destruida. En el año 721 AC, el Imperio Asirio invadió Israel y destruyó ese reino completamente. Debido a que la maldad de Judá no fue tan rampante como la de Israel, siguió existiendo durante poco más de 130 años. Pero en el año 587 AC, los babilonios, que habían derrotado a los asirios, tomaron Jerusalén. Destruyeron la ciudad y el Templo, incluso, se llevaron los objetos sagrados. Se llevaron cautivos a Babilonia a la crema y nata de Jerusalén, dejando el resto de la tierra desolada y habitada por los más pobres de sus habitantes.

 

Debido a que los judíos cautivos aprendieron la lección, se arrepintieron de sus pecados y se mantuvieron fieles a Dios durante el exilio babilónico, en el año 537 AC, Dios permitió su regreso a Jerusalén y la reconstrucción del Templo. El Dios soberano que actúa en la historia, ablandó el corazón de los persas, quienes a su vez habían conquistado a los babilonios. El emperador Ciro permitió el regreso de los judíos e incluso les devolvió los objetos sagrados y hasta les dio dinero para la reconstrucción del Templo y de Jerusalén. Claro, Judá permaneció siendo su vasallo, aunque con cierto grado de libertad. (Ver el Libro de Esdras capítulo 1.)

 

El resto de la historia ya la sabemos. Eventualmente, hacia el año 168 AC, los romanos invadieron Judea y toda Palestina. Aunque respetaron el Templo, los sacrificios y el monoteísmo de los judíos, los sometieron al vasallaje. Lamentablemente, la mayoría, no todos, de los líderes religiosos judíos no aceptaron a Jesús, como el Hijo de Dios y el Mesías. En vez de ello lo entregaron a los crueles romanos quienes lo mataron colgándolo de una cruz. Debido a este rechazo de Dios. Cristo predijo la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo (ver Marcos 13). Esta profecía se cumplió 40 años más tarde, en el año 70 DC, cuando, ante una insensata rebelión judía, el general romano Tito sitió y tomó la Ciudad Santa, destruyendo el Templo, el cual nunca más se ha vuelto a reconstruir.

 

Volviendo a la historia de Israel y Judá, Jonathan Cahn observa que durante esa época se destacaron, entre muchos, tres “dioses” que precipitaron su caída. Se podría considerar que los israelitas cayeron en la complacencia debido a sus riquezas y se apartaron del Dios verdadero, Yahveh, y al quedar vacíos de Dios (la casa desocupada) se fueron tras Baal creyendo falsamente que esta “deidad” les iba a bendecir con la fertilidad de sus campos.

 

También cayeron en el culto idolátrico de Astarté, diosa de la fertilidad y de la inmoralidad sexual. Según las investigaciones realizadas por Cahn en base a estudios arqueológicos sobre la antigua Mesopotamia, los devotos de Astarté iban a sus templos donde ocurrían cosas horribles, como la prostitución “sagrada”, sacerdotes que se vestían de mujer y algunos de ellos hasta se castraban, y sacerdotisas que vestían ropas masculinas en la mitad de sus cuerpos. También en esos templos y en sus ritos se practicaba la homosexualidad. Es decir, estamos hablando de inmoralidad sexual y de transgenerismo.

 

Pero el más horrible de todos fue el “dios” Moloc. Los israelitas corruptos les inmolaban a sus hijos recién nacidos pasándolos por el fuego, para presuntamente conseguir buenas y abundantes cosechas. Yahveh severamente advirtió al Pueblo de Israel, aún antes de entrar en la Tierra prometida, que bajo ningún concepto le sacrificaran sus hijos a Moloc so pena de muerte (ver Levítico 20:1-5).

 

Cuando Cristo vino al mundo, Él y luego, en Su Nombre, los primeros cristianos, muchos de los cuales fueron santos y mártires, poco a poco limpiaron el Imperio Romano de estos ídolos. Fue el exorcismo más grande de la historia. Detrás de estos “dioses” actuaban los demonios de la soberbia (que podemos asociar con Baal), de la inmoralidad sexual (que podemos asociar con Astarté) y del infanticidio y el aborto (que podemos asociar con Moloc). Estos “dioses” (demonios) se retiraron a las sombras, esperando el momento apropiado para regresar.

 

Occidente se hizo cristiano y durante dos mil años permaneció siéndolo, aunque de modo imperfecto. Sin embargo, hacia la década de 1960 comenzó la “revolución sexual”. Esta maléfica revolución trajo la anticoncepción, la cual aumentó la inmoralidad sexual, que a su vez trajo el aborto (1973 en EEUU), el mal llamado “matrimonio” homosexual (2015 en EEUU) y la ideología de género y del transgenerismo, la cual, como una explosión viral, ha infectado a la sociedad occidental en décadas recientes. Occidente se apegó a sus riquezas y avances tecnológicos, y se volvió perezoso para las cosas espirituales y se volvió arrogante, desplazando a Dios y Sus Mandamientos, quedándose vacío, como una casa bonita y arreglada, pero deshabitada por Dios. Por fuera sigue luciendo más o menos bien, pero por dentro se ha corrompido.

 

Occidente está perdiendo la fe y, al perderla, está perdiendo también la razón. Nos referimos a la razón práctica, aquella que está dirigida a la acción moral. EEUU y occidente están perdiendo la sensatez moral y cayendo en la decadencia y la barbarie.

 

La mentalidad colectiva y la de sus líderes políticos, incluyendo la de no pocos de los “conservadores”, ha cambiado radicalmente hacia el mal. Ahora la mayoría acepta o no le importa la inmoralidad sexual, el aborto y la ideología de género. Hemos echado a Dios de las escuelas, las universidades, la política, la cultura y, en no pocos casos, de la familia y de las iglesias. A estas últimas les da miedo predicar y enseñar sobre estos temas o, incluso, algunas de ellas los han aceptado.

 

¿Les pasará a EEUU y al resto del mundo occidental lo que les pasó a Israel y a Judá? Nuestra casa desocupada ha estado siendo invadida por los demonios y sus ideologías desde hace décadas. No caigamos ni en el fundamentalismo ni en el simplismo. No estamos diciendo que todo el mundo está endemoniado. La situación es más sutil y complicada que eso. Pero hablando en términos generales, sabemos que el diablo y sus demonios tratan de influir en las mentes y los corazones de todos por medio de causas segundas, como las ideologías de la “cultura” de la muerte y de la inmoralidad. (Ver Catecismo, no. 395.)

 

¿Cuál debe ser nuestra respuesta como católicos y cristianos ante el derrumbe del mundo occidental judeocristiano? Primero que todo debemos tener, o volver a tener, una profunda vida espiritual: oración diaria, Misa frecuente, confesión frecuente, el rezo del Santo Rosario – preferiblemente en familia o en grupos – el estudio de la Biblia y de la enseñanza de la Iglesia. Luego, vivir según los Mandamientos de Dios y no según la mentalidad mundana (ver Romanos 12:1-2) y enseñar esos mandamientos a nuestros hijos, familiares y amigos.

 

Luego, debemos buscar refugio en nuestras propias familias y grupos parroquiales, movimientos apostólicos, grupos de oración, comunidades de alianza, etc. Debemos apartarnos del mundo de los contravalores lo más posible, evitar su mentalidad y las amistades y personas que se empecinan en no seguir a Cristo a pesar de nuestra humilde y respetuosa invitación a la conversión. Debemos refugiarnos en la Iglesia, para recibir apoyo, formación madura y proteger a nuestros hijos y demás seres queridos, y servir a los más necesitados. Las parroquias deben convertirse en la gran familia de muchas familias, donde todos encontremos vida espiritual, conversión, sanación, servicio y apoyo mutuos, y formación sólida.

 

Algunos dirán que no podemos vivir en “burbujas”. No estoy de acuerdo. Estas “burbujas” son buenas. No se trata de apartarnos física y totalmente del mundo que nos rodea. Eso es imposible. Pero no podemos ser ingenuos y arrogantes y pensar que sin el apoyo de nuestros hermanos en la fe y de nuestros pastores podremos enfrentar solos este mundo corrompido, como ya nos advirtió Jesús mismo al final de la parábola que citamos al principio de este artículo. El propio San Pedro, al final de su primer discurso inmediatamente después de Pentecostés, se hizo eco de esa advertencia de Cristo y aconsejó a los primeros conversos: “Póngase a salvo de esta generación perversa” (Hechos 2:40). Inmediatamente después, esos primeros cristianos formaron una comunidad bajo la autoridad de los Apóstoles, en la cual se refugiaron para recibir apoyo, enseñanza, celebrar la Misa y para la ayuda mutua (ver Hechos 2:42-47).

 

Una vez bien fortalecidos espiritualmente, recibiendo protección y enseñanza, asociados con otros cristianos o personas que comparten nuestros valores, podremos enfrentar con eficacia esta cultura decadente y tratar de evangelizarla y convertirla, participando acertadamente en la vida política de nuestro país, intentando cambiar las malas enseñanzas de las escuelas, y si podemos, retirando a nuestros hijos de ellas, para formarlos en el hogar o integrarlos en escuelas católicas fieles. Debemos crear nuestras propias estructuras educativas, de entretenimiento sano y de difusión de información correcta, para contrarrestar la inmoralidad y las mentiras de este mundo corrompido.

 

Ya no estamos viviendo en la cultura de hace unos 60 años, cuando todavía la sociedad y sus instituciones al menos respetaban los Mandamientos de Dios. Ahora vivimos en una vorágine de inmoralidad, insensatez, ignorancia y desprecio de nuestra propia historia y cultura, falta de buen juicio, narcisismo, falta de modestia, decencia y buenas costumbres, mentiras, confusión, relativismo, individualismo, egoísmo, materialismo, frivolidad, banalidad, superficialidad, crudeza, inclinación hacia lo grotesco, fealdad, bajeza y muerte. Es como un peligroso virus que se difunde infectándolo todo, incluso a los mismos cristianos, no pocos de ellos ya se han contaminado. Estamos volviendo a un paganismo peor que el primero.

 

La única manera de restaurar para Cristo nuestra cultura, sea que veamos en nuestra vida el resultado de nuestros esfuerzos o que sembremos la semilla para futuras generaciones, consiste en obedecer la enseñanza de la Palabra de Dios que sigue siendo actual: “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación [la caridad cristiana] y conservarse incontaminado del mundo” (Santiago 1:27).

 

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