Cómo hacer feliz y santa tu familia con los valores del Evangelio (I)

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

www.vidahumana.org

 

Publicado el 21 de octubre de 2023 en el boletín electrónico “Espíritu y Vida” de Vida Humana Internacional, el

21 de octubre de 2023.

Vol. 07.

No. 40

 

Y también en vidahumana.org en Temas/Matrimonio y familia.

 

En artículos anteriores hemos compartido una serie sobre el matrimonio. Estos artículos han tratado el tema de cómo hacer feliz y santo tu matrimonio con los valores del Evangelio.

 

Ahora queremos abordar el tema de cómo hacer feliz y santa tu familia. Pero queremos comenzar este tema con el esposo como cabeza del hogar. Y queremos presentar como ejemplo a San José, cabeza de la Sagrada Familia. Estamos convencidos de que hasta que no se restaure este orden de la familia que Dios ha instituido no podremos establecer una cultura de vida y una civilización del amor.

 

Hoy en día hay una crisis de la auténtica masculinidad. Entre las causas de esta crisis está la ideología de género, que incluye el transgenerismo y la ideología LGBT. Como ya sabemos, la ideología de género niega que los sexos masculino y femenino se fundan en la naturaleza humana. En su lugar, esta ideología postula que los roles del hombre y la mujer son una “construcción social o cultural”. De ahí pasa a negar que la diferencia entre los dos sexos se funda en la naturaleza humana. Luego afirma que la persona puede decidir interiormente qué “género” adoptar o con cuál identidad sexual identificarse independientemente de su sexo biológico real.

 

 

El daño que la ideología de género le hace a la verdadera masculinidad

 

Está claro que la ideología de género es dualista y biologista. Es dualista porque no toma en serio para nada el hecho de que la persona es una unidad sustancial no accidental de alma y cuerpo. Para esta ideología el cuerpo no es parte intrínseca de la persona y por tanto queda reducido a solamente un conjunto de huesos, tejidos y órganos que pueden ser manipulados a voluntad o que pueden ser descartados a la hora de decidir internamente qué género adoptar.

 

De lo apenas afirmado se sigue que esta ideología también es biologista, es decir, reduce el cuerpo a una realidad independiente de la persona que puede ser utilizado, manipulado y aún descartado a voluntad. La mal llamada “transición” de género, el aborto y la experimentación con embriones humanos son ejemplos de este dualismo que degenera en un reduccionismo biologista.

 

De hecho, y como ya hemos explicado en otros artículos, el término “género” ha sido vaciado de su significado original. Hasta la década de los 50 del siglo pasado, este término se usaba gramaticalmente para referirse solamente a las cosas, no a las personas, por ejemplo, la silla, el escritorio, etc. Pero a partir de esa década, ciertos mal llamados “expertos” en sexología que estaban a favor del transexualismo decidieron infundirle al término “género” un nuevo significado: el de una identidad sexual interna que no necesariamente coincide con el sexo real biológico de la persona. Incluso, andando el tiempo, este nuevo significado ideológico fue expandido para incluir “identidades” sexuales de todo tipo: lesbiana, gay, bisexual, transgénero, etc., LGBT+.

 

Por lo tanto, el término “género”, tal y como es usado por los ideólogos de esta disparatada manera de pensar, no es un término científico ni antropológico verdadero, sino una construcción ideológica para manipular la mentalidad de la gente y, especialmente, la de los menores de edad y los jóvenes. La motivación de estos ideólogos es doble: tener control sobre la cultura y ganar mucho dinero con sus mal llamadas “clínicas” de género, donde practican los horribles, dañinos y mal llamados “cambios de sexo” o, como les llaman ellos, “transiciones de género”.

 

Evidentemente, esta ideología niega la verdadera masculinidad y ataca ferozmente el concepto del hombre como esposo, padre y cabeza del hogar. No tolera para nada la doctrina bíblica y también de la ley natural de que el hombre es guía, proveedor y protector de su esposa y de su familia.

 

 

La ideología de la “masculinidad tóxica”

 

Opino que esta otra ideología de la “masculinidad tóxica” se deriva de cierto modo de la ideología de “género”. Ciertas personas prominentes del mundo mediático, político, médico, académico y cultural alegan que uno de los problemas más graves de la actualidad es la “masculinidad tóxica”. Para estos ideólogos, los hombres, sobre todo los hombres blancos, son racistas y opresores de sus esposas, de sus familias y del mundo laboral y político.

 

No se puede negar que en el mundo existen ciertos casos del abominable machismo. Pero tildar de “masculinidad tóxica” a hombres buenos que simplemente quieren ser hombres, así como guiar y cuidar con amor a sus esposas e hijos, no es otra cosa que un peligroso disparate que puede socavar la importancia de la familia tradicional como fundamento de la sociedad y de un orden moral sano.

 

El feminismo proaborto y de corte extremista – que no tiene nada que ver con la verdadera femineidad – también contribuye con esta ideología de la “masculinidad tóxica”. Las feministas radicales odian a los hombres y no pocas de ellas han caído en el lesbianismo. No han contribuido para nada con la erradicación del machismo y le han causado mucho daño a la verdadera femineidad, a la maternidad y a la familia.

 

 

La burla constante en los medios del “padre de familia tonto”

 

La mayoría de los programas de televisión de corte humorístico presentan a los hombres en general y a los papás en particular como si fueran unos “tontos”, “incapaces” o “despistados”, que no son respetados ni por sus esposas ni por sus hijos. Esta ridiculización o denigración de los hombres y de su masculinidad también tiene lugar en otros programas de televisión y radio, como los “talk shows” o programas de comentarios donde el público también participa.

 

Por supuesto, este ataque sin cuartel contra lo que significa ser un hombre auténtico también tiene lugar en otros ámbitos mediáticos e incluso políticos, como las redes sociales y la Internet. En la actualidad, en el mismo ejército de EEUU, se está obligando a los hombres a participar en sesiones de “sensibilidad” para que acepten la ideología LGBT y descarten la “masculinidad tóxica”.

 

 

Pero Dios quiere que recuperemos la auténtica masculinidad

 

En su teología del cuerpo, San Juan Pablo II abordó el tema de la verdadera masculinidad y femineidad remontándose al principio, es decir, a la época de la inocencia original, antes del pecado original – cuando el hombre y la mujer, al no estar afectados por ese pecado, tenían una visión correcta del plan de Dios para nosotros, especialmente para el matrimonio y la familia.

El Santo Padre trató este tema en su reflexión sobre el debate que Cristo tuvo con los fariseos sobre el divorcio y el matrimonio en Mateo 19:3-9:

 

Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que El que los hizo al principio, hombre y mujer los hizo [ver Génesis 1:27], y dijo: Por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne? [ver Génesis 2:24]Así que ya no son dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? [ver Deuteronomio 24:1-4] Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras esposas; pero al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su esposa, no por fornicación [es decir, una unión ilícita que no es un matrimonio], y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.

 

Como podemos darnos cuenta, en ese debate Cristo cita dos veces el Génesis (1:27 y 2:24). Estos pasajes pertenecen al principio, antes del pecado original – cuando el hombre y la mujer tenían una visión clara del plan de Dios para el matrimonio y la familia. En estos textos vemos cómo Dios instituye el matrimonio, fuente de la familia. En su debate con los fariseos Cristo nos enseñó que tenemos que regresar a esa visión original de Dios, que consiste en que el matrimonio debe ser uno e indisoluble. En un matrimonio válidamente celebrado y consumado entre un hombre y una mujer no debe haber divorcio, sino fidelidad para toda la vida y apertura a la transmisión de la vida.

 

Luego San Juan Pablo II pasa a reflexionar sobre la soledad original del hombre en Génesis 2:20-24, cuya soledad preparó al hombre al encuentro con la mujer:

 

20 El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, pero para el hombre no encontró una ayuda adecuada [es decir, otra persona que lo complementara]. 21 Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. 22 De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. 23 Entonces éste exclamó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada”. 24 Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su esposa, y se hacen una sola carne.

 

Este pasaje nos enseña en el versículo 23, que hemos resaltado, que Dios le confió la mujer al hombre como un don Suyo. Dios hizo al hombre el responsable de la relación hombre-mujer y cabeza del hogar. Esto no significa para nada que la mujer sea inferior. Eso contradiría la Palabra de Dios en Génesis 1:27, texto que nos enseña que el hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, son iguales en dignidad, aunque distintos y complementarios. Además el versículo 23 del pasaje apenas citado arriba nos enseña que la mujer es de la misma naturaleza humana y personal que el hombre cuando éste, al verla por primera vez exclama que ella es “hueso de mis huesos y carne de mi carne”.

 

 

El matrimonio cristiano en Efesios 5:21-33

 

La enseñanza del Antiguo Testamento sobre el plan de Dios para el matrimonio y la familia, y el hombre como cabeza del hogar, Dios la continuó revelando poco a poco hasta culminar en Efesios 5:21-33. Nos interesan sobre todo los versículos 21-27:

 

21 Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo. 22 Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor. 23 Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y Salvador de la Iglesia, la cual es su cuerpo. 24 Así como la Iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo. 25 Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella 26 para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua en virtud de la palabra, 27 para presentársela a sí mismo como una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable.

 

En este pasaje, San Pablo nos enseña que en el matrimonio cristiano el hombre y la mujer deben someterse el uno al otro “en el temor de Cristo” (v. 21). Esto significa que ambos deben respetarse y reverenciarse el uno al otro. Es un respeto análogo al don del Espíritu Santo del santo temor de Dios, que encontramos en Isaías 11:2.

 

El versículo 23 nos enseña que el hombre es cabeza de la esposa como Cristo es cabeza de la Iglesia, su Esposa. Esto no tiene nada que ver con la abominación que es el machismo. Al contrario, es totalmente contrario a él y su solución de raíz. El versículo 25 dice: “Esposos amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. El matrimonio cristiano es y debe ser imagen y reflejo del matrimonio entre Cristo y su Iglesia. Por lo tanto, es totalmente imposible ser un machista abusador y al mismo tiempo amar a la esposa como Cristo amó a la Iglesia y dio su vida por ella. Es como pretender dibujar un círculo cuadrado.

 

Este pasaje también nos enseña que Cristo se casa espiritualmente con su Iglesia en el Bautismo. El versículo 26 nos dice: “Para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra”. Como sabemos, el signo del Bautismo está compuesto por el derramamiento de agua sobre la persona que está siendo bautizada al mismo tiempo que el sacerdote o el ministro del Bautismo pronuncia las palabras: “Yo te bautizo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

La Iglesia nos enseña que el Bautismo perdona el pecado original y nos da la gracia santificante o habitual. En el caso de los adultos, el Bautismo perdona también todos los pecados personales y sus penas temporales. Nos deja completamente puros y vírgenes espiritualmente. El versículo 27 dice respecto de la Iglesia, es decir, la comunidad de los bautizados: “Y presentársela a sí mismo, sin mancha ni arruga… sino santa e inmaculada”. (Ver también el Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1279.)

 

La Iglesia también nos enseña que de esa unión esponsal de Cristo con su Iglesia a través del Bautismo, Dios engendra espiritualmente nuevos hijos e hijas de Dios. Por tanto, la unión de Cristo con su Esposa la Iglesia es una unión fecunda, una unión siempre abierta a la vida. El matrimonio cristiano también siempre debe estar abierto a la vida. Porque el matrimonio cristiano es signo eficaz (sacramento) e imagen de la unión esponsal entre Cristo y su Iglesia. (Ver ibid.)

 

En el próximo artículo vamos a aplicar esta enseñanza de San Pablo al Sagrado Matrimonio entre San José y la Virgen María. Y también la vamos a aplicar a la Sagrada Familia que surgió de ellos por medio de la concepción virginal, por obra y gracia del Espíritu Santo, en el seno de María, del cuerpo de Jesús. Ese cuerpo humano de Jesús recibió en ese mismo momento su alma, también humana, la cual fue creada e infundida directamente por Dios en ese cuerpo humano en ese mismo instante de su concepción. En ese mismo momento también, la humanidad de Jesús (su cuerpo y su alma) fueron asumidos por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo Eterno del Padre. De esa manera, Jesucristo es Dios y hombre al mismo tiempo. Jesucristo es una Persona Divina que ha asumido una naturaleza humana – una sola persona con dos naturalezas: una divina y la otra humana.

 

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