El aborto está más allá de la política

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Vida Humana Internacional

 

Publicado originalmente en inglés el 1 de mayo de 2023 en: https://www.hli.org/2023/05/abortion-is-beyond-politics/?L=&utm_source_platform=&utm_creative_format=&utm_marketing_tactic=.

 

Publicado en español en el Boletín Electrónico “Espíritu y Vida” de Vida Humana Internacional el

5 de mayo de 2023.

Vol. 07.

No. 22.

 

Y también em vidahumana.org en Temas/Cultura de la vida/Principios fundamentales de la cultura de la vida

 

 

¿Son los políticos inherentemente poco fiables? Ciertamente mucha gente piensa así, y no sin razón. Después de todo, al menos en una democracia, todo lo que un político dice o hace tiene que medirse frente a la pregunta de si hacer o decir lo que lo ayudará en sus posibilidades de elección o reelección. Una consecuencia desafortunada de esto es que puede ser extremadamente difícil averiguar si un político realmente cree lo que dice que cree, o si simplemente está elaborando sus palabras para atraer a la mayor cantidad de personas, con la esperanza de que eso le ayude a ganar la elección o a mantenerse en el poder.

 

A veces, uno se pregunta si el político mismo sabe lo que cree. No es raro que ciertos políticos de carrera se acostumbren tanto a elegir sus palabras o políticas en función de si ayudarán o dificultarán sus posibilidades de elección o reelección, que pierden por completo de vista sus propias convicciones sobre asuntos importantes, si es que alguna vez las tenían. Estos son los políticos que declaran apasionadamente tener cierta convicción durante un año porque las encuestas muestran que esa convicción es aceptada por la mayoría. Pero, luego, al siguiente año, declaran, con la misma pasión, tener la convicción opuesta porque las encuestas de opinión han cambiado.

 

Pocos ejemplifican mejor la escurridiza falta de sinceridad del político de carrera que nuestro presidente “católico” Joe Biden. Los puntos de vista del presidente Biden sobre el aborto, por ejemplo, han “evolucionado” tanto a lo largo de los años que ahora son casi el polo opuesto de sus puntos de vista anteriores. A fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, Biden se opuso a Roe v Wade, afirmó estar “personalmente en contra” del aborto e incluso votó en contra de incluir excepciones en los casos de violación e incesto a la prohibición del aborto en las leyes de financiación de Medicaid, el programa del gobierno para ayudar a los pobres en cuestiones de salud. Al estar en contra de esas excepciones a la prohibición del aborto Biden actuó bien.

 

Pero a medida que el Partido Demócrata se volvió cada vez más extremista, también lo hizo Biden. Ahora, él apoya totalmente el aborto en todos los casos. Y en la campaña por las elecciones presidenciales de 2020 anunció que se oponía a la Enmienda Hyde: la enmienda bipartidista, que apoyó con entusiasmo durante décadas, que prohíbe la financiación gubernamental de los abortos.

 

Biden ha “evolucionado” de manera similar en cuestiones de sexualidad. Hasta 2012, Biden se opuso al “matrimonio” entre personas del mismo sexo, se opuso a la financiación gubernamental de las escuelas que apoyaban la homosexualidad y votó a favor de la Ley de Defensa del Matrimonio. Ahora, es un partidario entusiasta incluso de las innovaciones más extremas del movimiento LGBT, incluidas las hormonas artificiales y la cirugía de mutilación corporal para niños y adolescentes que sufren confusión respecto de su identidad sexual.

 

Estas chanclas son tan extremas que uno está tentado de pensar que no es tanto que Biden haya “evolucionado”, sino que, para empezar, nunca tuvo convicciones. Es simplemente que su ansia de poder lo mantuvo adoptando puntos de vista que eran aceptables para los ricos y poderosos partidarios demócratas cuyo apoyo necesitaba. Para Biden, y tantos otros políticos, no es que haya ganado las elecciones porque crea ciertas cosas que son populares entre los votantes, sino que cree (o dice creer) ciertas cosas que son populares entre los votantes para que pudiera ganar las elecciones.

 

 

Mantenerse firme contra los caprichos de la mayoría

 

Para aquellos políticos que realmente creen ciertas cosas debido a una convicción honesta de que esas cosas son realmente mejores que la alternativa, y que están dispuestos a sufrir por sus convicciones, este enfoque de la política es asombrosamente cínico y, en última instancia, sin sentido.

 

Después de todo, ¿el objetivo de ser político no es simplemente obtener poder, sino obtener poder con miras a hacer del mundo un lugar mejor mediante la promoción del bien común? Pero si ni siquiera sabes lo que crees qué hará del mundo un lugar mejor, y vas detrás de la opinión popular como un galgo que corre por una pista persiguiendo al conejo mecánico, entonces, ¿no eres en última instancia poco más que un esclavo de lo que dicta la mayoría, sin importar cuánto poder creas que tienes?

 

De vez en cuando, afortunadamente, uno escucha a un político reconocer precisamente esto, es decir, que el objetivo de la política no es la victoria o el poder, sino la verdad y el bien común. Tomemos, por ejemplo, algunos comentarios recientes del exvicepresidente Mike Pence sobre el aborto:

 

“Creo que defender a los niños por nacer ante todo es más importante que la política. Realmente creo que es el llamado de nuestro tiempo”, dijo Mike Pence al periódico digital The Hill recientemente. Pence continuó: “Como dije inmediatamente después de la decisión de Dobbs, restaurar la santidad de la vida en el centro de la ley estadounidense en todos los estados de este país puede demorar tanto como lo que nos llevó anular Roe vs. Wade, pero creo que restaurar el derecho inalienable a la vida en la ley estadounidense es así de importante”.

 

En otra entrevista reciente, Pence elogió al gobernador Ron DeSantis por firmar una ley de “latidos del corazón”, que prohíbe el aborto después de las 6 semanas. “Quiero felicitar a Florida y a su gobernador por impulsar el proyecto de ley del latido del corazón”, dijo a Fox and Friends. “Soy provida; no me disculpo por eso”.

 

Desafortunadamente, estos comentarios contrastan marcadamente con las opiniones del exjefe de Pence, el presidente Trump, quien se ha distanciado cada vez más del enfoque del movimiento provida sobre el aborto como un tema fundamental de derechos humanos, un tema que precede y va mucho más allá de la política.

 

En cambio, Trump ha estado criticando el enfoque del movimiento provida de proteger cada vida humana antes de nacer, argumentando que corre el riesgo de conducir a pérdidas políticas en las urnas.

 

La campaña de Trump para 2024 también anunció recientemente que se opone a cualquier papel federal en la regulación del aborto, algo por lo que los grupos provida lo han criticado rotundamente. Si el aborto realmente mata a un ser humano (como Trump ha dicho en el pasado),  entonces claramente el gobierno federal tiene un papel clave que desempeñar en la protección del derecho a la vida de los niños por nacer. Pero, en cambio, la campaña de Trump está tratando el aborto como cualquier otro tema político, importante siempre que conduzca a la victoria en las urnas, pero que se abandonará en el momento en que tenga costos políticos.

 

 

La enseñanza de la Iglesia sobre la política y la moralidad

 

Esta visión de la política es profundamente contraria a la visión adoptada por la Iglesia Católica. Mientras que los políticos modernos tienen la costumbre de pretender que la moralidad y la política son dos cosas completamente separadas, la Iglesia siempre ha dejado claro que la política es simplemente el ámbito en el que la verdad moral se convierte en ley práctica. Por supuesto, esto no significa que la ley pueda o deba reflejar la totalidad de la ley moral en todos los aspectos. Hay cuestiones importantes de prudencia, sobre cómo y cuándo los gobiernos y la ley deben legislar activamente y vigilar las verdades morales de manera que promuevan el bien común. Sin embargo, es cierto que los políticos no pueden abogar por ciertas leyes que contravienen flagrantemente la ley moral, particularmente en asuntos graves que afectan la dignidad humana y los derechos fundamentales, porque mantienen sus “puntos de vista personales” fuera de la política.

 

“Así como toda decisión económica tiene una consecuencia moral”, escribió el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in Veritate, “así también en el campo político, la dimensión ética de la política tiene consecuencias de largo alcance que ningún gobierno puede permitirse ignorar” (Viaje Apostólico al Reino Unido, 2010).

 

El Papa Benedicto XVI amplió extensamente esta idea en el párrafo siete de Caritas in Veritate, en el que explicó cómo la política debe usarse necesariamente para promover el “bien común”. Este bien común, explicó, “es el bien de ‘todos nosotros’, formados por individuos, familias y grupos intermedios que juntos constituyen la sociedad. Es un bien que se busca no por sí mismo, sino por las personas que pertenecen a la comunidad social y que sólo pueden buscar real y efectivamente su bien dentro de ella”.

 

Querer y trabajar para lograr el bien común, dijo, “es una exigencia de justicia y caridad”. Todo cristiano, dijo, está llamado a promover el bien común, en la medida en que tenga influencia en el Estado. “Este es el camino institucional que podríamos llamarlo también camino político de la caridad, no menos excelente y eficaz que la caridad que se encuentra directamente con el prójimo, fuera de la mediación institucional de la polis (ciudad, ciudad-estado, o puede referirse al cuerpo de ciudadanos)”, añadió.

 

Como señala la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) del Vaticano en su “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas a la participación de los católicos en la vida política”, mientras que el pluralismo político puede ser un gran beneficio para el bien común, en última instancia la democracia “tiene éxito sólo en la medida en que se base en una correcta comprensión de la persona humana”.

 

La CDF agrega: “La participación católica en la vida política no puede comprometer este principio, porque de lo contrario el testimonio de la fe cristiana en el mundo, así como la unidad y la coherencia interior de los fieles, serían inexistentes. Las estructuras democráticas sobre las que se asienta el Estado moderno serían bastante frágiles si su fundamento no fuera la centralidad de la persona humana”.

 

En una reprimenda a los políticos que apelan a la opinión pública para justificar la adopción de posiciones inmorales, la CDF señala que “ningún católico puede apelar al principio del pluralismo o a la autonomía de la participación laica en la vida política para apoyar políticas que afectan el bien común y que comprometan o socaven los requisitos éticos fundamentales”.

 

En otras palabras, no hay ni puede haber una división tajante entre política y ética. No es posible ser cristiano, por un lado, y político, por el otro, y actuar como si estas dos cosas pudieran mantenerse separadas. La identidad y las convicciones cristianas deben necesariamente informar y guiar las acciones políticas.

 

 

La vida humana: el centro del bien común

 

En última instancia, como señaló muy acertadamente el vicepresidente Pence, hay pocas cuestiones “políticas” más importantes que la forma en que una sociedad trata la vida humana. De hecho, estas preguntas son tan críticas que en última instancia no son realmente “políticas” en absoluto.

 

Una cultura que valora la vida humana desde la fecundación hasta la muerte natural es una cultura que ha reconocido la dignidad innata y el valor inestimable de toda vida humana. Para nosotros en los Estados Unidos (de hecho, para todos los países), esta cultura es el tipo de cultura que puede sustentar los compromisos democráticos con el respeto, la virtud, la decencia y la verdadera tolerancia, incluso cuando proporciona protección legal para el derecho inalienable a la vida. Por otro lado, una cultura que devalúa la vida humana es una cultura que no puede sostenerse a largo plazo.

 

Matar a un niño antes de nacer por medio del aborto siempre es intrínseca y gravemente malo y nunca puede justificarse, sin importar cuán “popular” pueda ser el aborto entre los ciudadanos de un estado en particular. El aborto también daña profundamente a la mujer que aborta, sobre todo psicológica y espiritualmente. También daña al padre del niño abortado y a otras personas que de una forma u otra se han involucrado en un aborto. A todas ellas les ofrecemos el infinito y misericordioso amor de Dios y las urgimos a que tengan un sincero arrepentimiento y cambio de vida, y que acudan a la Confesión y los ministerios de sanación post aborto que ofrece la Iglesia. Esta es la razón por la que la cuestión del aborto en la ley nunca puede reducirse a una cuestión de opinión o encuesta popular, y por la que cualquier político verdaderamente ético nunca abandonaría la defensa de los niños por nacer y a sus mamás simplemente porque hacerlo podría amenazar sus posibilidades de elección o reelección.

 

Esto no significa, por supuesto, que los políticos no puedan ser prudentes en cómo y cuándo abordar el problema, para maximizar sus posibilidades de marcar una diferencia positiva. Sin embargo, un político tampoco puede simplemente ignorar el tema, debido a las posibles repercusiones políticas negativas. ¿Son culpables de pecado grave los que practican un aborto y los que cooperan voluntariamente en esta acción? Sí. Además, también son culpables de una grave injusticia que hiere a todo el cuerpo político. Como tal, cualquier sistema legal que no proteja la vida de los niños por nacer coopera en tal maldad.

 

En su Encíclica Evangelium Vitae, el Papa San Juan Pablo II reconoce que hay casos en los que un político, un funcionario electo, se enfrenta a votar a favor de una ley de aborto más restrictiva, “en lugar de una ley más permisiva ya aprobada o lista para ser votada” (n. 73). El Papa afirma que, aunque esa ley todavía permite el aborto en algunos casos, sin proteger a algunos seres humanos, “un funcionario electo podría apoyar lícitamente” tal ley, siempre que el funcionario electo deje en claro que se opone a todos los abortos y siempre y cuando no hay otra alternativa o la que existe es peor.

 

Sin embargo, lo que no es lícito (no permisible), es simplemente tratar el aborto como si fuera cualquier otra cuestión política. “El aborto y la eutanasia son, pues, crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar”, escribió el santo Papa. “No hay obligación en conciencia de obedecer tales leyes; en cambio, existe una obligación grave y clara de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia”. El Papa San Juan Pablo II agregó: “En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como una ley que permite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito obedecerla o participar en una campaña de propaganda a favor de tal ley o votar por ella” (Nro. 73).

 

La razón de esto debería ser obvia. Como señaló el vicepresidente Pence, el aborto es “más importante” que la política. Es literalmente una cuestión de vida o muerte. Se trata de un imperativo moral que ningún político puede eludir apelando a la opinión pública.

 

Aquí podemos recordar las palabras del vicepresidente en junio del año pasado (2022), en respuesta a la anulación de Roe vs. Wade:

 

Ahora que Roe vs. Wade ha sido enviado al basurero de la historia, ha surgido una nueva arena en la causa de la vida, y corresponde a todos los que aprecian la santidad de la vida decidir resueltamente que tomaremos la defensa de los niños por nacer y el apoyo a los centros provida de embarazo para mujeres en crisis en todos los estados de Estados Unidos. Habiéndonos dado esta segunda oportunidad para la Vida, no debemos descansar y no debemos ceder hasta que la santidad de la vida sea restaurada y colocada en el centro de la ley estadounidense en todos los estados del país.

 

¡Amén!

 

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