El aniversario número 56 de la publicación de una encíclica profética

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

adolfo@vidahumana.org

www.vidahumana.org

 

26 de julio de 2024

 

¿Cuáles fueron las cuatro predicciones de la Encíclica Humanae vitae?

 

La semana pasada celebramos 56 años de la publicación de la encíclica profética Humanae vitae del Papa San Pablo VI (25 de julio de 1968). En ese documento este santo Papa reiteró la enseñanza de dos mil años de la Iglesia Católica en contra de la anticoncepción y a favor del amor conyugal y de la trasmisión de la vida humana.

 

La llamamos “profética” porque una de las cosas por las que se destaca esta maravillosa encíclica son sus cuatro predicciones de lo que sucedería si su enseñanza no fuese aceptada. Lo cual lamentablemente ha ocurrido. A continuación exponemos brevemente sus cuatro predicciones que se encuentran en el no. 17 del documento:

 

  • Degradación general de la moralidad sexual, divorcio e infidelidad conyugal. Todo el mundo es testigo de cómo la fornicación, el adulterio, el divorcio express y la actividad homosexual han aumentado. También han aumentado las nefastas consecuencias de este desorden sexual: las enfermedades de transmisión sexual, el SIDA, la pornografía (incluyendo la infantil) y el aborto, entre otros.

 

  • El hombre perderá el respeto a la mujer. Las palabras exactas de San Pablo VI fueron las siguientes: “Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada”. La práctica anticonceptiva produce una mentalidad egoísta, por medio de la cual los hombres pueden llegar a considerar a sus propias esposas como objetos de placer sexual, en vez de personas que deben ser amadas por sí mismas. Además, los anticonceptivos más usados, como las píldoras, tienen efectos nocivos para la salud femenina, además de efectos abortivos. Pero a los machistas no les importa nada de eso, con tal de disfrutar del placer sexual a toda costa.

 

  • El control demográfico impuesto por el Estado. El caso más horrible del imperialismo anticonceptivo ha sido el de la China. A partir de la década de los 80 y con el apoyo de la ONU, el gobierno chino le impuso a su propio pueblo la infame política de un solo hijo y luego solo dos y luego solo tres por familia, la cual ha llevado a la práctica de esterilizaciones y abortos forzosos y, a veces, al infanticidio, sobre todo de niñas. El gobierno comunista y tiránico de ese país ha dado marcha atrás a esa descabellada política. Pero el daño ya está hecho. China sufre hoy en día una peligrosa implosión demográfica y un imparable envejecimiento. También adolece de un desequilibrio entre los sexos debido a la masacre causada por el aborto selectivo de niñas. Todo lo cual amenaza su economía y estabilidad social. América Latina también ha sufrido de ese infame e insolente control por parte del Estado. Recordemos las esterilizaciones casi forzosas realizadas a gran escala contra las mujeres peruanas durante la presidencia de Fujimori.

 

  • El ser humano creerá falsamente que tiene derecho a un dominio ilimitado sobre su cuerpo, especialmente sus funciones generadoras. Los peores ejemplos de esta voluntad de dominio absoluto sobre el propio cuerpo o el de los demás son el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido por médicos, la fecundación in vitro, la experimentación con embriones humanos, y la ideología de género, especialmente con sus mal llamados “cambios de sexo”. En todos estos casos se utiliza el falso argumento de “tengo derecho a hacer lo que quiera con mi cuerpo [o el de los demás]”.

 

 

¿Por qué muchos católicos, incluyendo sacerdotes, rechazan la enseñanza de la Humanae vitae?

 

Porque en muchos seminarios y universidades “católicas” se ha estado enseñando el disenso contra la Humanae vitae. Este disenso ha influido en muchos nuevos sacerdotes y, a consecuencia de ello, en muchos fieles. Casi nunca se predica sobre el tema y en los confesionarios se les dice erróneamente a los matrimonios católicos que “sigan su conciencia”. Pero la verdad es que no se puede seguir una conciencia que no está bien formada.

 

Las diócesis que no están siguiendo la enseñanza de la Humanae vitae están viviendo en desobediencia a Dios, porque el Santo Padre San Pablo VI dijo claramente a los obispos hacia el final de su encíclica: Considerad esta misión como una de vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual (no. 30).

 

 

¿Cuál es el verdadero sentido del matrimonio?

 

Ver también Humanae vitae, nos. 8 y 9.

 

Dios mismo instituyó el matrimonio en la naturaleza humana del hombre y la mujer (ver Génesis 1:26-28 y 2:24). Dios dotó al matrimonio de unos valores y bienes que no pueden ser redefinidos ni por el Estado ni por la sociedad ni por los esposos mismos. Génesis 1:26-28 nos enseña que el hombre y la mujer tienen la misma naturaleza y dignidad y que su unión matrimonial debe estar siempre abierta a la vida. Génesis 2:24 nos enseña que la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio es una e indisoluble. Cristo reafirmó esta enseñanza y declaró que la misma es la norma a seguir en su debate contra los fariseos sobre el matrimonio y el divorcio en Mateo 19:3-9.

 

Cristo también elevó el matrimonio entre un hombre y una mujer cristianos a la dignidad de sacramento, es decir, de signo visible y eficaz de su unión con su Esposa la Iglesia (ver Efesios 5:21-33). La gracia específica que este signo sacramental eficazmente comunica es ser imagen viviente de la unión Cristo-Iglesia. Cristo dio su vida por la Iglesia y la Iglesia debe corresponderle con su amor a Él. Por ello, los esposos deben amarse con el mismo amor de Cristo durante toda su vida.

 

Ahora bien, Cristo, al unirse con su Iglesia a través del Bautismo, engendra espiritualmente nuevos hijos e hijas de Dios. Su unión con su Iglesia es siempre fecunda. Por lo tanto, el matrimonio cristiano, reflejo del matrimonio Cristo-Iglesia, también está llamado a ser fecundo. Los matrimonios católicos que sin culpa de ellos no pueden tener hijos siguen siendo matrimonios sacramentales con toda su validez y dignidad en virtud de su ser imagen del amor Cristo-Iglesia.

 

 

¿Qué enseña la Humanae vitae acerca de la anticoncepción?

 

Ver también Humanae vitae, nos. 11-16.

 

En el plan sabio y amoroso de Dios, el acto conyugal ha sido diseñado por Él para unir a los esposos en el amor haciéndolos capaces de engendrar nuevas vidas a imagen del amor creador de Dios. El amor verdadero siempre es transmisor de vida: física y espiritual. Por lo tanto, Dios ha establecido una inseparable conexión entre el significado y propósito unitivo y el significado y propósito procreador del acto conyugal. Estos significados y propósitos han sido inscritos por Dios en la naturaleza misma del hombre y de la mujer.

 

El rechazo de estos significados y propósitos causa un gran daño espiritual y moral a los esposos mismos y, en consecuencia a la familia y a la misma sociedad, ya que la familia es su célula fundamental. Ahora bien, el acto anticonceptivo es un acto que deliberadamente pretende negarle al acto sexual de los esposos su natural ordenamiento a la transmisión de la vida. Es por todo ello que las relaciones sexuales anticonceptivas son actos intrínseca y gravemente malos y, por ende, no tienen justificación en ningún caso.

 

Se trata de actos intrínsecamente malos porque atentan contra valores (amor conyugal, transmisión de la vida) que son intrínsecos a la naturaleza del hombre y la mujer. Se trata de actos intrínsecamente graves porque estos valores son muy elevados. Por consiguiente, si los esposos cometen estos actos con plena libertad y conocimiento de su maldad cometen pecado mortal. Pero no hay que desanimarse, sino arrepentirse sinceramente y recurrir enseguida al Sacramento de la Confesión para obtener la infinita misericordia de Dios.

 

 

¿Cuáles son los problemas de la anticoncepción?

 

En primer lugar, la anticoncepción es antivida. La mentalidad anticonceptiva ve al bebé no nacido como “una falla anticonceptiva” y como “un intruso” en la relación sexual de la pareja. En vez de verlo como el don más preciado de Dios al matrimonio.

 

Esta mentalidad puede llevar a los esposos a recurrir al aborto cuando el anticonceptivo les falla. No todos los matrimonios o parejas que fornican o viven en concubinato van a recurrir al aborto cuando el anticonceptivo les falle. Pero sí es cierto que los estudios arrojan un patrón general de que esto es así. Más matrimonios y otras parejas que usan anticonceptivos recurren al aborto que los que no los usan. En nuestro curso de capacitación provida abordamos esta cuestión con más detalles y fuentes. También invitamos a los lectores a consultar “El Evangelio de la Vida” de San Juan Pablo II en el número 13, el cual trata la conexión entre la mentalidad anticonceptiva y la del aborto.

 

En segundo lugar, la anticoncepción es anti-amor conyugal. El verdadero amor conyugal está intrínsecamente orientado hacia la procreación como su culmen. La anticoncepción le priva deliberadamente al acto conyugal su natural ordenamiento a la transmisión de la vida. Es decir, la anticoncepción le trunca al acto conyugal alcanzar su fin último, para el cual Dios lo ha creado. Por lo tanto, la anticoncepción tiende a disminuir e, incluso destruir, el amor conyugal.

 

En tercer lugar, la anticoncepción es anti-sacramento. El signo del sacramento del matrimonio es doble. Consiste en las promesas que los novios se expresan mutuamente durante su boda y el acto conyugal que realizan después. Ahora bien, las promesas incluyen el compromiso de amarse fielmente y durante toda su vida, y el estar abiertos a la procreación. El acto conyugal que consume el matrimonio debe expresar físicamente este compromiso de amarse mutuamente y procrear. Pero ya hemos visto que la anticoncepción va en contra de la procreación y del amor conyugal. Por consiguiente, la anticoncepción niega el signo sacramental del matrimonio. Es por tanto un anti-signo, un anti-sacramento.

 

En conclusión, la anticoncepción es anti-vida, anti-amor conyugal y anti-sacramento.

 

 

Pero entonces, ¿debemos reproducirnos como conejos? No existe acaso la paternidad y maternidad responsables?

 

Ver Humanae vitae, no. 10.

 

En primer lugar, eso de compararnos con los conejos es una falsa analogía y un insulto a nuestra dignidad de personas humanas. Nosotros los seremos humanos somos personas, no animales. La sexualidad humana es muy distinta a la sexualidad animal. La primera está dentro del ámbito de la libertad y, por tanto, de la responsabilidad moral y del amor conyugal; la segunda está determinada por el instinto.

 

En segundo lugar, el concepto que la Iglesia tiene de la procreación humana incluye no solo la transmisión física de la vida, sino también la educación de los hijos. Los padres cooperan con Dios en la procreación física de sus hijos. Pero en el caso del alma, ésta es creada unilateralmente por Dios sin cooperación humana alguna e infundida por Él en el nuevo ser humano en el momento mismo de su concepción.

 

De esta concepción físico-espiritual de la persona humana se deriva la responsabilidad de los padres en cuanto a la procreación de sus hijos. Los padres, al cooperar con el amor creador de Dios, no solo le dan vida física a sus hijos, sino que también deben amarlos y educarlos en la fe de la Iglesia y en las virtudes morales y cívicas. Existe, pues, una verdadera paternidad responsable.

 

Podemos resumir la paternidad responsable que enseña la Iglesia de la siguiente manera. Primero, los esposos deben tener una generosa actitud ante la transmisión de la vida. Deben desear el tener una familia numerosa. Ahora bien, cuando hay motivos graves, no egoístas, para espaciar los embarazos, entonces los esposos pueden recurrir a los métodos naturales de reconocimiento de la fertilidad y a solamente esos métodos. Entre los motivos graves se encuentran los de orden económico, físico, psicológico y social. En nuestro curso explicamos con más detalles en qué consisten cada uno de ellos.

 

Entre estos métodos naturales se encuentran los siguientes:

 

  • El Método de la Ovulación Billings.
  • El Método Sinto-Térmico.
  • El Modelo Creighton.
  • La Lactancia Ecológica.

 

La Iglesia no se compromete con ningún método natural en particular. Deja a cada matrimonio la elección del método de su preferencia, según sus circunstancias. La Iglesia sí insiste en lo que ya hemos señalado: que el uso de estos métodos debe tener lugar solamente cuanto los matrimonios tienen motivos graves, no egoístas, para espaciar los nacimientos de los hijos. La Iglesia también insiste en que el empleo de estos métodos no debe reducirse al mero uso de una técnica, sino que debe estar enmarcado por la vivencia de una verdadera espiritualidad conyugal, siempre abierta a la vida, como el don más excelente de Dios al amor conyugal y al matrimonio. La mentalidad subyacente al uso de los métodos naturales no deber ser la del control o la planificación egoísta, sino de la administración respetuosa y responsable del don de Dios de la procreación. Somos administradores, no árbitros, de los dones de Dios.

 

En nuestro curso damos una visión general de los métodos naturales. Pero éstos, aunque no son difíciles de aprender, requieren que los esposos adquieran una capacitación adecuada por parte de personas competentes y un seguimiento por parte de esas mismas personas.

 

 

¿En qué se diferencian esencialmente los métodos naturales de reconocimiento de la fertilidad de la anticoncepción?

 

Las personas que creen que ambas cosas carecen de una esencial diferencia moral porque su fin es el mismo, espaciar los nacimientos, caen en un grave error. Piensan que la moralidad del acto humano deliberado es solamente la intención buena o el fin bueno que se busca. Pero la Iglesia enseña que la esencial moralidad de un acto humano libre es la elección con buena intención de un acto cuyo objeto también es bueno. El objeto del acto es aquello hacia lo cual el acto tiende, ya sea el orden moral de los valores (objeto bueno) o el desorden inmoral de los contra valores (objeto malo). En resumen, para que un acto humano deliberado sea bueno, la intención y el objeto deben ser buenos y las circunstancias deben ser las adecuadas. Las circunstancias no cambian la moralidad de un acto, pero sí aumentan o disminuyen su bondad o maldad. No es lo mismo pasar tiempo de calidad con un enfermo que visitarlo por rutina, ambos actos son buenos, pero el primero es mucho mejor. No es lo mismo matar a alguien de un tiro que torturarlo hasta la muerte. Ambos actos son gravemente malos, pero el segundo es aún peor que el primero.

 

En este sentido, la anticoncepción siempre tiene un objeto malo porque tiende hacia los contra valores de la anti-procreación, el anti-amor conyugal y el anti-sacramento. Ninguna intención por buena que sea ni ninguna circunstancia por conveniente que sea puede convertir un objeto malo en bueno. Mientras que los métodos naturales, si se usan por motivos graves, son acordes con la procreación, con el amor conyugal y con el signo sacramental del matrimonio. Sin embargo, si se usan los métodos naturales por motivos egoístas, entonces esa mala intención hace que el acto conyugal sea malo, aunque el medio empleado (el objeto, el método natural) siga siendo bueno.

 

Los métodos naturales no colocan deliberadamente un obstáculo a la posibilidad de la procreación, ya sea este químico (métodos hormonales, pastillas, etc.), mecánico (dispositivos intrauterinos) o de barrera (condones); mientras que la anticoncepción sí. Los métodos naturales respetan la estructura natural y original del acto conyugal, ya sea que éste se realice durante la fase fértil o la infértil de la esposa. En este sentido le dejan a Dios la última palabra sobre si la vida se va a transmitir o no en cada unión conyugal; mientras que la anticoncepción deliberadamente intenta truncar esa posibilidad. No respeta el orden natural y moral diseñado por Dios por medio de Su acto creador.

 

Además, los métodos naturales son acordes con la naturaleza humana. La naturaleza humana se distingue de la animal en que posee intelecto, voluntad y un cuerpo singularmente humano, unido sustancialmente, y no accidentalmente, al alma y sus potencias espirituales (el intelecto y la voluntad). Por medio del intelecto los esposos aprenden los métodos naturales. Por medio de su voluntad se esfuerzan por practicar la castidad conyugal. Y por medio de su cuerpo practican una disciplina adecuada para poder lograr ambas cosas. De manera que los métodos naturales están en armonía con la naturaleza humana y son, por lo tanto, parte de la ley natural moral y universal que obliga en conciencia a todo ser humano, sea creyente o no.

 

La anticoncepción, por el contrario, no exige ningún esfuerzo del intelecto, la voluntad o el cuerpo. Les deja a las sustancias químicas, a los dispositivos mecánicos o a las barreras dictar la última palabra sobre la procreación. Es significativo saber, por ejemplo, que una vez que una mujer ingiere una píldora anticonceptiva, ella no tiene ningún control sobre los numerosos cambios químicos que este fármaco causa en su organismo. Se puede afirmar, entonces, que la anticoncepción se caracteriza por el biologismo, le deja a la biología humana la última palabra y no toma en cuenta para nada el intelecto, la voluntad y el cuerpo humano en su originalidad natural – lo que hace que las personas actúen de manera verdaderamente humana y no determinadas por una biología a merced de sustancias u objetos extraños (dispositivos o barreras).

 

La enseñanza de la Iglesia en contra de la anticoncepción y a favor del amor conyugal y de la procreación pertenece, por lo tanto, a la ley natural, no es una enseñanza exclusiva de la Iglesia. Por consiguiente, es obligatoria para todos, creyentes o no. La Iglesia posee la plenitud de la verdad que es Jesucristo, o más bien es poseída por Él. Pero la Iglesia no tiene el monopolio de la verdad, porque Dios ha inscrito su ley natural en todo ser humano, de la cual es testigo, no árbitro, la conciencia (ver Romanos 2:14-16).

 

 

¿Hay otras diferencias prácticas entre los métodos naturales y la anticoncepción?

 

Hay muchas. Para empezar, los métodos naturales protegen a la esposa de todos los daños que las píldoras y otros anticonceptivos hormonales le pueden causar a corto o a largo plazo: cáncer de mama, infartos, ataques cardiacos, coágulos sanguíneos, trombosis, daños en el cerebro, etc. De ese modo, el esposo demuestra su amor genuino por su esposa, no exigiéndole egoístamente, como hacen los machistas, que ingiera un peligroso fármaco o se coloque un peligroso dispositivo intrauterino con tal de estar disponible sexualmente para él. La anticoncepción es intrínsecamente machista y anti-mujer.

 

En segundo lugar, los métodos naturales pueden servir también para adelantar el diagnóstico de anomalías en el aparato reproductor femenino, como los quistes. En este sentido, los métodos naturales contribuyen a una verdadera salud reproductiva; mientras que la anticoncepción daña la salud reproductiva. El que diga que la anticoncepción y el aborto son parte de la salud reproductiva es un ignorante o un mentiroso – no hay una tercera alternativa.

 

En tercer lugar, los métodos naturales al ser practicados por los dos cónyuges, favorecen el dominio propio y el diálogo, y abren la relación conyugal a otras formas no sexuales de expresar el amor mutuo. De esta manera el amor conyugal y el mismo acto conyugal se enriquecen de valores espirituales y afectivos.

 

No debe sorprender entonces que la tasa de divorcio en los matrimonios que practican la anticoncepción sea de casi el 50%; mientras que en los que no la practican no pasa del 6%. El divorcio tiene muchas causas y no podemos reducirlas a la anticoncepción. El abstenerse de practicarla no es suficiente para tener un matrimonio santo y feliz, pero sí es un muy buen primer paso, de hecho, es imprescindible.

 

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