El Corazón del Padre puede sanar las heridas de una generación sin padre
Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Human Life International.
La versión original en inglés fue actualizada el 16 de junio de 2025 y se encuentra en: https://www.hli.org/2025/06/the-fathers-heart-healing-the-wounds-of-a-fatherless-generation/
Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.
“Como enseña la experiencia, la ausencia de un padre provoca desequilibrios psicológicos y morales y notables dificultades en las relaciones familiares, como lo hace, en circunstancias contrarias, la presencia opresiva de un padre, especialmente donde todavía prevalece el fenómeno del “machismo”, o una incorrecta superioridad de las prerrogativas masculinas que humilla a las mujeres e inhibe el desarrollo de relaciones familiares sanas”.
Hace unos días, el Papa León XIV se dirigió a un grupo de expertos reunidos para dialogar sobre el tema de la evangelización en el contexto de la familia. En su discurso, el Santo Padre señaló que “el nuestro es un tiempo marcado por una creciente búsqueda de espiritualidad, particularmente evidente en los jóvenes, que anhelan relaciones auténticas y guías en la vida”.
Y añadió:
La profunda sed de una presencia infinita en el corazón de cada ser humano significa que los padres tienen el deber de concientizar a sus hijos de la paternidad de Dios. En palabras de san Agustín: “Tenemos en ti, Señor, la fuente de la vida que está en ti, y en tu luz veremos la luz” (Confesiones, XIII, 16).
Uno bien podría preguntarse: ¿Por qué la paternidad de Dios, en particular, es un atributo que los padres necesitan enseñar a sus hijos acerca de Dios?
Hay muchas maneras de responder a esta pregunta. Pero tal vez la forma más fácil es simplemente mirar las formas en que la ausencia de padres terrenales afecta tan profundamente a los huérfanos, y darse cuenta de que las mismas importantes contribuciones que los padres terrenales hacen a la salud física, mental y espiritual de sus hijos son las mismas que Dios Padre proporciona a Sus amados hijos, pero en un grado superabundante.
Si la ausencia de un padre terrenal puede afectar tan profundamente la vida de los hijos, ¿cuánto más el no conocer y permanecer en la paternidad de Dios Padre les afectará negativamente?
La tragedia de la falta de padre
Como señaló nuestro Santo Padre, los jóvenes de hoy buscan “relaciones auténticas y guías en la vida”. Trágicamente, las estadísticas muestran que los jóvenes se sienten cada vez más aislados, solos y confundidos, sin la seguridad de relaciones profundas y de mentores, comenzando en el hogar.
Como destaca la Asociación Psicología de EEUU en un informe reciente, “en los 10 años previos a la pandemia, los sentimientos de tristeza y desesperanza persistentes, así como los pensamientos y comportamientos suicidas, aumentaron en aproximadamente un 40% entre los jóvenes”. Por desgracia, los datos son claros en cuanto a que las cosas no han hecho más que empeorar desde la pandemia.
Sin duda, hay muchas razones para este deterioro de la salud mental: el auge de las redes sociales, el miedo y la incertidumbre vividos durante la pandemia, el aumento de la polarización política, etc. Sin embargo, recién celebrado el Día del Padre, vale la pena recordar uno de los hallazgos más firmes y consolidados de las ciencias sociales, y es que la ausencia de la paternidad es un predictor consistente y contundente de malos resultados en cuanto a la salud mental de los niños.
Como dijo un estudio de 2022, la ausencia de un padre “está muy vinculada a mayores probabilidades de depresión en los niños y mayores síntomas depresivos a los 24 años”. Como señala el estudio, esto es especialmente cierto en el caso de las niñas, que parecen ser aún más propensas a sufrir depresión y ansiedad en los casos en que su padre ha estado ausente, que en el caso de los niños.
La correlación entre la mala salud mental de las niñas y la ausencia de sus padres parece especialmente pertinente a la luz del hecho de que, durante la última década y media, la salud mental de las niñas ha disminuido a un ritmo mucho más rápido que la de los niños. Como resume un informe de PBS (la televisión pública de EEUU): “En 2021, el 57% de las niñas de secundaria informaron haber experimentado ‘sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza en el último año’, frente al 36% en 2011. Eso es casi el doble que el 29% de los hombres que informaron tener esos sentimientos en 2021”.
Los padres son pilares de fuerza y estabilidad
Aunque se habla muy poco de ello, uno de los hallazgos más consolidados de las ciencias sociales en las últimas décadas es lo perjudicial que es el divorcio para los niños, en casi todos los ámbitos.
La fuerza de los hallazgos es tal que uno pensaría que nuestra sociedad estaría invirtiendo recursos en encontrar soluciones a la ruptura familiar, incluyendo incentivar la fidelidad matrimonial y desincentivar el divorcio. Desafortunadamente, sin embargo, vivimos en un mundo que valora la llamada “libertad de elegir”, no solo en el caso del aborto, sino en todas las opciones de estilo de vida.
Y que se sepa que no estamos condenando a nadie que haya caído en el grave pecado del aborto, sino invitándolos a la conversión, al perdón y a la sanación que Dios, nuestro amoroso Padre quiere derramar sobre toda persona verdaderamente arrepentida en el siempre necesario Sacramento de la Confesión. La Iglesia cuenta con ministerios de reconciliación y sanación postaborto. No pierda la esperanza, llámenos al 305 260 0525.
El problema con esta elevación del “derecho a elegir” a un valor supremo, sin embargo, es que ignora el hecho de que, como criaturas sociales, estamos profundamente interrelacionados. Lo que elegimos hacer puede tener un impacto mucho más allá de nuestro entorno. Esto es especialmente cierto para los padres, cuyo amor en la intimidad de la familia puede tener efectos de gran alcance en sus hijos.
El alto costo de tal pérdida
No es difícil imaginar por qué los niños pueden ser tan propensos a tener malos resultados de salud mental cuando sus padres están ausentes. Como sabe cualquier niño que ha crecido con un padre bueno, amoroso y sólido, un padre puede proporcionar una sensación de seguridad y protección de una manera que nadie más puede.
Sí, las madres y los maestros buenos, u otros modelos a seguir, pueden ser inmensamente valiosos para los niños, e incluso pueden compensar algunas de las pérdidas experimentadas cuando un padre no está presente. Sin embargo, hay una profunda seguridad que proviene de saber que papá está allí, protegiendo el hogar, manteniendo a la familia y alentando a un niño cuando las cosas se ponen difíciles.
En el mejor de los casos, la paternidad combina fuerza, valor, dedicación y humildad al servicio de la familia y la sociedad. Los padres están llamados a ser centinelas, humildes trabajadores, enamorados de sus esposas y protectores de sus hijos. Con sus esposas e hijos, son peregrinos en el arduo camino de la santidad, avanzando con la firme determinación de amar y ayudar a quienes están a su cargo a florecer en un verdadero desarrollo humano. Al hacerlo, ayudan en la transformación del mundo.
La ausencia de un padre en la vida de un niño a menudo conduce a una falta de puntos de referencia sólidos y concretos, una falta de confianza en sí mismo, trastornos de la identidad sexual y de la filiación, etc. También ha provocado un aumento en las conductas adictivas y compulsivas, la pérdida del sentido de los límites, un aumento del comportamiento violento, unos resultados educativos significativamente peores y mucho más.
La guerra contra la paternidad
En un mundo en el que los niños están expuestos a tantas influencias que compiten entre sí, particularmente en la cultura del Internet, que de manera especial ataca la dignidad y el valor de las mujeres, existe una mayor necesidad que nunca de padres sólidos.
Lamentablemente, los ataques a la paternidad auténtica en nuestra sociedad son profundos, perniciosos y de gran alcance. En muchos casos, comienzan mucho antes de que un niño esté pensando en cuestiones profundas sobre el matrimonio, la paternidad o la identidad. Comienza con los mensajes que ve en la televisión o en las películas, sugiriendo que los padres son principalmente piedras de tropiezo para sus hijos, representantes del poder arbitrario y la represión, cuya autoridad uno debe desechar si quiere convertirse en su “auténtico” yo.
Comienza con los mensajes que ve en las vallas publicitarias, o en sus redes sociales, sugiriendo que la relación que los hombres tienen con las mujeres, y deberían tener con las mujeres, es la de un consumidor, que busca obtener el mayor grado de placer y satisfacción personal del mayor número de mujeres. Comienza con los comentarios denigrantes de los activistas, sugiriendo que los hombres tienen el deber de cultivar una personalidad débil, para que su “masculinidad tóxica” no cause daño a los demás.
Comienza cuando los niños se encuentran con las voces deformadas de las redes sociales y de los podcasts que le susurran al oído el siniestro mensaje de que debido a que los hombres están siendo menospreciados y disminuidos en nuestra cultura actual, deben levantarse y ejercer su poder al máximo, demostrando su masculinidad tomando todo lo que puedan, en forma de sexo, dinero y poder. Inevitablemente, para la abrumadora mayoría de los niños, continúa con los mensajes que reciben de la avalancha de pornografía a través de la cual eventualmente vadearán con el tiempo, lo que les enseña que el sexo tiene que ver con la dominación, en muchos casos con una dominación violenta y degradante.
Y así es, que, con tantos mensajes contradictorios, y sin modelos sólidos a seguir en los que modelar sus vidas, nuestros niños se debaten entre extremos: desde las feministas acérrimas que les advierten estridentemente que repriman cualquier cosa singularmente masculina en sus personalidades, hasta los influenciadores de los podcasts, que les instan a abrazar su “masculinidad tóxica” sin pedir disculpas.
Y perdida en todo este ruido está la verdadera comprensión de la paternidad.
Un llamado a todos los padres a vivir la grandeza
Uno de los textos clásicos sobre el amor conyugal se encuentra en la carta de San Pablo a los Efesios. En esa carta, San Pablo llama a los hombres al más alto nivel de grandeza modelando su comportamiento en el amor de Cristo mismo.
“Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, purificándola con el baño de agua con la palabra, para presentársela a sí mismo en todo su esplendor, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, para que fuera santa e inmaculada» (Efesios 5, 25-29).
Trágicamente, demasiados lectores modernos se fijan sólo en la parte inmediatamente anterior del texto, en la que San Pablo insta a las esposas a estar “sumisas” a sus maridos. Sin embargo, no podría ser más claro que esta sumisión, sino que debe ser entendida contexto de la lógica del amor de Cristo. Dentro de la lógica de ese amor, el esposo sea el cabeza del hogar se expresa en el servicio a su esposa e hijos.
El modelo de esta manera de ser cabeza del hogar es Cristo mismo, que se inclinó para lavar los pies de sus discípulos en la Última Cena, a pesar de que su dignidad y poder superaban con creces la de ellos y que finalmente dio su vida misma por amor a sus discípulos y al mundo entero. Este es la manera en que un padre debe ejercer su misión de ser cabeza de su hogar: no por medio del dominio despótico, sino del servicio, incluso hasta el extremo de dar la vida por su esposa e hijos.
Para lograr esto, sin embargo, al hombre se le debe enseñar y capacitar desde la más temprana edad a canalizar sus fuerzas masculinas hacia el servicio abnegado. En cambio, como se señaló anteriormente, deformamos a nuestros jóvenes para que teman el poder del padre sobre ellos, o para que le den a ese poder un alcance ilimitado, sin prestar atención a las consecuencias.
Como escribió el Papa San Juan Pablo II en Familiaris consortio:
Al revelar y revivir en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a asegurar el desarrollo armonioso y solidario de todos los miembros de la familia: cumplirá esta tarea ejerciendo una generosa responsabilidad por la vida concebida bajo el corazón de la madre, mediante un compromiso más solícito en la educación, tarea que comparte con su esposa, con un empleo que nunca es motivo de división en la familia, sino que favorece su unidad y estabilidad, y con el testimonio que da de una vida cristiana adulta que introduce eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia (n. 25).
Formemos padres para el futuro
Como indicó el Papa León XIV en sus palabras citadas al principio de este artículo, nuestra cultura es una cultura sedienta de relaciones profundas y significativas; nuestros jóvenes están hambrientos de apoyo y orientación.
Con demasiada frecuencia, el apoyo, la guía y el amor que nuestros jóvenes merecen y necesitan, no lo reciben de sus padres terrenales. Como consecuencia, a menudo les resulta difícil incluso concebir un amoroso Padre Celestial. ¡Tal es el poder de los padres terrenales, que sus éxitos y fracasos como padres pueden afectar la forma en que sus hijos conciben a Dios Padre!
Dicho esto, debemos reconocer que en muchos casos estos padres también han sido víctimas, ya sea por los mensajes tóxicos de nuestra cultura sobre la masculinidad y la paternidad, o por la ausencia o los fracasos de sus propios padres. Sin modelos sólidos en sus propias vidas, y sin haber experimentado nunca personalmente el amor incondicional y alentador de un padre terrenal, se encuentran perdidos cuando se enfrentan a las profundas responsabilidades de la paternidad.
En tales casos, la curación siempre es posible. Para muchos hombres, la sanación se ha encontrado al forjar una relación con su Padre Celestial. Orando con la Sagrada Escritura, o elevando su corazón y su mente en oración, rogando a Dios Padre que les dé la fuerza que a ellos mismos les falta, se encuentran infundidos con las gracias necesarias para afrontar con valentía los desafíos de la paternidad.
San José el sanador
Otro camino de sanación, para muchos hombres, ha sido recurrir a San José como su modelo y guía. A veces, Dios Padre, eterno e inmutable en el cielo, puede sentirse alejado de los desafíos y sufrimientos de esta vida. Sin embargo, San José conocía todas las dificultades del trabajo duro, la pobreza y la incertidumbre. Conocía la ansiedad de tener que proteger a una madre y a un hijo en las peores circunstancias, es decir, cuando hombres poderosos y malvados buscaban destruir a ambos.
Y, sin embargo, San José siempre cumplió con su deber, respondiendo inmediatamente a los impulsos de la gracia. Y como tantos padres heroicos, San José siempre lo hizo sin llamar la atención sobre sí mismo. San José no pronuncia ninguna palabra en los Evangelios y, sin embargo, ha sido elevado a la posición más elevada entre los santos, sólo después de la Santísima Virgen María misma. El no necesitó decir muchas palabras para enseñarnos las grandes profundidades de la santidad; más bien, nos enseñó a través de las acciones de su vida.
Tal es la naturaleza de la verdadera paternidad: una misión de servicio, en el que el hombre se entrega por el bien de aquellos que le han sido confiados. Esta paternidad combina en perfecta armonía la fuerza con la misericordia, el amor con la justicia, el valor con la compasión y la acción con la contemplación. Esta es la paternidad de la que tantos en nuestra cultura están sedientos.
Recemos por todos los padres, incluidos nuestros padres espirituales, los sacerdotes, los obispos y el Papa; oremos también por todos aquellos a los que se les ha robado la experiencia de la verdadera paternidad, para que sus corazones sean sanados. Que encuentren en el abrazo amoroso de Dios Padre la experiencia de la paternidad que necesitan para afrontar los desafíos de esta vida, con la certeza de que son amados por un Padre que los ama incondicionalmente y que, como el padre del hijo pródigo, estará siempre allí para inclinarse y levantarlos de su vergüenza o de sus fracasos, y así devolverles el sentido de su gran dignidad.
___________________________________________