El descarte de los ancianos y sus horribles consecuencias

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente de Vida Humana Internacional

 

Publicado originalmente en inglés el 29 de Julio del 2024 en: https://www.hli.org/2024/07/the-erasure-of-the-elderly-its-consequences/

 

Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

 

Donde no se honra a los mayores, no hay futuro para los jóvenes. Una sociedad donde se descarta a los ancianos lleva dentro el virus de la muerte.

 

Papa Francisco, Plaza de San Pedro, 4 de marzo de 2015

 

Hace cuatro años, el Papa Francisco anunció el primer “Día Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores”.

 

La decisión de celebrar este día anualmente se produce cuando muchas partes del mundo enfrentan un rápido envejecimiento de la población. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se espera que en 2030 una de cada seis personas tenga más de 60 años. Sin embargo, se espera que para 2050 esa cifra se duplique, con aproximadamente 2,100 millones de personas mayores de 60 años. Numerosos economistas, sociólogos y líderes religiosos han advertido que este cambio masivo en las tendencias demográficas probablemente traerá todo tipo de consecuencias significativas.

 

Estamos viendo un número cada vez mayor de naciones que legalizan la eutanasia y el suicidio asistido por médicos. En algunos casos, la eutanasia y el suicidio asistido por médicos se presentan abiertamente como “soluciones” al envejecimiento de la población.

 

En medio de este cambio sísmico en la demografía, es fundamental que la Iglesia desempeñe un papel a la hora de guiar la mejor manera de responder de una manera que defienda y proteja la dignidad y la vida de las personas mayores. La decisión del Santo Padre de iniciar una “Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores” es, por lo tanto, una decisión profética, y probablemente será cada vez más importante con cada año que pasa.

 

 

“No me desechen en mi vejez”

 

Este año de 2024 el domingo 28 de julio se celebró el “Día Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores”. El tema de la celebración de este año proviene del Salmo 71, versículo 9: “No me deseches en mi vejez, no me abandones cuando se acaben mis fuerzas”.

 

Amanda Achtman, afiliada de Vida Humana Internacional, organizó la “Misa de su vida” para un hogar de ancianos con hermosa música y una recepción posterior. Trajo tanta esperanza y alegría a estos residentes, muchos de los cuales sólo podían asistir a Misa una vez al mes en casa, que el director decidió hacer de este evento algo habitual.

 

Como explica el Vaticano en un comunicado de prensa anunciando el evento, el tema de este año pretendía “llamar la atención sobre el hecho de que, lamentablemente, la soledad es la amarga suerte en la vida de muchas personas mayores, a menudo víctimas de una cultura del descarte”.

 

Con motivo del cuarto “Día Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores”, el Papa Francisco publicó una carta meditando sobre el valor de las personas mayores. “Dios nunca abandona a sus hijos, nunca”, escribe en la introducción de esa carta:

 

Incluso cuando nuestra edad avanza y nuestras fuerzas disminuyen, cuando nuestro cabello se vuelve blanco y nuestro papel en la sociedad disminuye, cuando nuestras vidas se vuelven menos productivas y corren el riesgo de parecer inútiles, Dios no se fija en las apariencias (cf. 1 Sam 16:7); no desdeña elegir a aquellos que, a muchos, pueden parecer irrelevantes. Dios no descarta ninguna piedra; de hecho, las “más antiguas” son el fundamento firme sobre el que pueden descansar las piedras “nuevas”, para contribuir a la edificación de un edificio espiritual (cf. 1 Pedro 2:5).

 

Desafortunadamente, los seres humanos no siempre actúan de conformidad con la mente Divina. Dios valora a los ancianos por su dignidad intrínseca. A pesar de esto, y sin mencionar su sabiduría ganada con tanto esfuerzo, con demasiada frecuencia la sociedad moderna los deja de lado una vez que han dejado de ser “útiles”. El resultado es una epidemia de soledad entre las personas mayores. “A menudo, cuando era obispo de Buenos Aires, visitaba casas de reposo y me daba cuenta de lo poco que esas personas recibían visitas”, lamenta el Santo Padre en su carta. “Algunos no habían visto a sus familiares durante muchos meses”.

 

 

Una conspiración contra los ancianos

 

A veces, señala el Santo Padre, el abandono de los ancianos es consecuencia de factores que no necesariamente están bajo el control de las personas.

 

En las zonas de conflicto, por ejemplo, a menudo son sólo las personas mayores las que se quedan atrás, ya que carecen de la fuerza o los recursos para reubicarse. De manera similar, en sociedades muy empobrecidas, a menudo es necesario que los jóvenes emigren para encontrar trabajo, lo que da como resultado que los ancianos se queden atrás sin familia que los cuide. Se trata de situaciones trágicas para las que las iglesias, los dirigentes políticos y la sociedad civil deben buscar soluciones.

 

Sin embargo, con demasiada frecuencia el abandono de los ancianos es consecuencia de lo que el Santo Padre llama una “conspiración”, alimentada por la idea perversa de que de alguna manera los ancianos “roban a los jóvenes su futuro”. Por ejemplo, señala, “hoy existe una convicción generalizada de que las personas mayores cargan a los jóvenes con el alto costo de los servicios sociales que necesitan y, de esta manera, desvían recursos del desarrollo de la comunidad y, por tanto, de los jóvenes.”

Si bien la idea de que existe una “conspiración” contra los ancianos puede parecer una “exageración”, escribe el Santo Padre, podemos ver que no es así si reconocemos “que la soledad y el abandono de los ancianos no se debe al azar o a lo inevitable, sino que es fruto de decisiones políticas, económicas, sociales y personales que no reconocen la infinita dignidad de cada persona”. “Esto sucede”, añade, “una vez que perdemos de vista el valor de cada individuo y las personas son juzgadas en términos de su costo, que en algunos casos se considera demasiado alto para pagarlo. Peor aún, a menudo los propios ancianos son víctimas de esta mentalidad; se les hace considerarse una carga y sentir que deben ser los primeros en hacerse a un lado”.

 

 

Nosotros también nos enfrentaremos a la vejez

 

El Santo Padre señala un punto importante cuando observa que, detrás de gran parte de la soledad de las personas mayores, está el movimiento de nuestra sociedad hacia una comprensión hiperindividualista de uno mismo. Esto, a su vez, ha tenido el desafortunado efecto de socavar a la familia, que con frecuencia sirve como la mayor protección para los vulnerables.

 

A menudo, los propios ancianos aceptan esta idea. Cuando eran jóvenes, señala el Santo Padre, es posible que se consideraran más en términos de “yo” que de “nosotros”, como individuos aislados, más que como parte de una rica red de relaciones sociales. Como consecuencia, tal vez, invirtieron poco en su familia, o ni siquiera se molestaron en formar una familia, centrándose en cambio en actividades individuales.

 

Un duro despertar llega cuando se encuentran envejeciendo y, con demasiada frecuencia, solos. “Una vez que envejecemos y nuestras facultades comienzan a declinar, la ilusión del individualismo, de que no necesitamos a nadie y podemos vivir sin obligaciones sociales, se revela tal como es”, escribe el Papa Francisco en un pasaje desgarrador.

 

“De hecho, nos encontramos necesitando de todo, pero en un momento de la vida en el que estamos solos, ya no contamos con otros que nos ayuden, nos encontramos sin nadie con quien podamos contar. Es un descubrimiento desalentador que mucha gente sólo hace cuando ya es demasiado tarde”.

 

 

La historia de Rut nos muestra el camino

 

El Papa Francisco señala que uno de los resultados más trágicos de una cultura que devalúa a los ancianos es que incluso los propios ancianos llegan a considerarse una carga y hasta llegan a sugerir que sus seres queridos los abandonen. Es precisamente este drama el que vemos desarrollarse en la historia de Rut, del libro del mismo nombre en la Biblia. Noemí es suegra de dos mujeres jóvenes, Rut y Orfá. Ella también es viuda. Como explica el Papa Francisco en una hermosa meditación sobre este pasaje: “Como viuda, sabe que vale poco a los ojos de la sociedad; se ve a sí misma como una carga para esas dos jóvenes que, a diferencia de ella, tienen toda su vida por delante”.

 

Y así, Noemí anima a sus nueras a que la dejen, aunque tiene mucho miedo de quedarse sola. Si bien Orfá deja a Noemí, Rut se niega y, en cambio, insiste en que Noemí permanezca con ella.

 

“La libertad y la valentía de Rut nos invitan a emprender un nuevo camino”, escribe el Santo Padre:

 

Sigamos sus pasos. Partamos con esta joven extranjera y con la anciana Noemí, y no tengamos miedo de cambiar nuestros hábitos e imaginar un futuro diferente para nuestros mayores. Expresemos nuestro agradecimiento a todas aquellas personas que, a menudo con grandes sacrificios, siguen en la práctica el ejemplo de Rut, cuidando a una persona mayor o simplemente demostrando su cercanía diaria a familiares o conocidos que ya no tienen a nadie más.

 

Como saben quiénes están familiarizados con la historia de Rut, la decisión de Rut de apoyar a su anciana suegra resulta no sólo ser lo correcto, sino que también enriquece su vida de maneras que ella no prevé. Cuando Booz, un joven rico terrateniente, se entera de la virtuosa decisión de Rut, la favorece y la toma como esposa.

 

“Esto es siempre así”, reflexiona el Papa Francisco, “al permanecer cerca de los ancianos y reconocer su papel único en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, nosotros mismos recibiremos muchos dones, muchas gracias, muchas bendiciones”.

 

 

Seamos como Rut en nuestras comunidades

 

En un mundo dominado por lo que el Papa Francisco ha llamado una “cultura del descarte”, en la que las personas son descartadas en el momento en que se las considera “inútiles”, la historia de Rut nos muestra el camino a seguir.

 

Frente a problemas sociales de gran escala, como el rápido envejecimiento de la población mundial, resulta tentador comenzar inmediatamente a buscar soluciones sociales a gran escala. Si bien hay espacio para que los legisladores creativos y los reformadores sociales diseñen soluciones nuevas y sistémicas a los problemas que enfrentamos, no debemos permitir que esto nos distraiga del impacto que cada uno de nosotros puede tener hoy en día para aliviar la soledad y el sufrimiento de aquellos durante el último capítulo de su vida.

 

Con demasiada frecuencia, permitimos que el ajetreo de nuestra vida diaria retire nuestros corazones y mentes de aquellos familiares, amigos u otras personas a quienes les encantaría saber de nosotros o experimentar el placer de nuestra presencia. El “Día Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores” es un recordatorio oportuno para hacer algo tan simple como levantar el teléfono y hablar con nuestros familiares o amigos mayores.

 

Además, la mayoría de nosotros vivimos cerca de residencias de ancianos. Muchos de ellos funcionan como organizaciones benéficas para personas que carecen de familiares u otras personas que los cuiden. Muchos de ellos necesitan que vengan voluntarios y les ayuden, a veces simplemente sentándose con aquellos que necesitan compañía.

En última instancia, una sociedad es tan fuerte como los lazos que unen a las personas entre sí. Antiguamente era habitual que los mayores pasaran los últimos años de sus vidas en casa de alguno de sus hijos, donde estarían rodeados de la vivacidad y alegría de sus nietos. A medida que la familia se ha desintegrado y nuestras vidas se han vuelto cada vez más ocupadas, esta situación se ha vuelto cada vez más infrecuente.

 

Depende de nosotros reconstruir esas obligaciones sociales, tomando decisiones concretas que prioricen la dignidad de las personas por encima de cualquier otra consideración.

 

Como exhorta el Santo Padre en la conclusión de su carta sobre esta cuarta “Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores” que se celebra anualmente:

 

Mostremos nuestro tierno amor por los abuelos y los ancianos de nuestras familias. Dediquemos tiempo a aquellos que están desanimados y ya no tienen esperanzas en la posibilidad de un futuro diferente. En lugar de la actitud egocéntrica que conduce a la soledad y al abandono, mostremos el corazón abierto y el rostro alegre de hombres y mujeres que tienen el coraje de decir: “No te abandonaré para emprender un camino diferente”.

 

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