El Evangelio de la Vida ante la crisis demográfica mundial
Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Vida Humana Internacional
Este artículo fue publicado originalmente en inglés por Human Life International el 6 de febrero de 2023 en: A Demographic Crisis | Human Life International (hli.org).
Fue publicado en español en el Boletín Electrónico “Espíritu y Vida” de Vida Humana Internacional, el
9 de febrero de 2023.
Vol. 07.
No. 07.
En la página web de Vida Humana Internacional en la sección “Boletín Electrónico” y también en Temas\Cultura de la muerte\Control demográfico\19.
Hace algunas semanas, el primer ministro de Japón dio un sorprendente mensaje a sus ciudadanos. “El país”, dijo Fumio Kishida durante un discurso a los legisladores, “se encuentra al borde de no ser capaz de mantener sus funciones sociales”. ¿Cuál fue la razón de este aviso tan alarmante? La tasa de nacimientos de Japón ha tocado fondo.
Japón es uno de los países que más rápidamente está envejeciendo en todo el mundo. La edad promedio de los japoneses es de 49 años – la segunda más alta del mundo, superada solamente por el principado de Mónaco. La población de Japón alcanzó su cifra máxima hace 14 años: 128 millones de habitantes. Desde entonces, ha estado cayendo de forma constante debido a su pobre tasa de natalidad de solo 1.3 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reposición demográfica de 2.1 hijos por mujer.
La combinación de una de las tasas más bajas de natalidad del mundo con la visión tan negativa que tiene Japón de la inmigración ha dado como resultado una situación en la cual la población de ese país está por experimentar una caída en picada de solamente 87 millones de habitantes para 2060, sin ningún signo a la vista de recuperación.
Un súbito despertar
Las observaciones del primer ministro Kishida pueden ser una de las alertas de más alto perfil en cuanto a la inminente crisis demográfica que enfrentan muchas de las naciones desarrolladas. Sin embargo, estos avisos del gobernante japonés forman parte de un creciente coro de alarmas.
Elon Musk, por ejemplo, en repetidas ocasiones ha alertado a todo el mundo acerca de la inminencia de la actual crisis demográfica. El magnate de Tesla ha insistido en que, si la presente tendencia no es invertida, la civilización “va a sufrir un colapso” y que “un colapso demográfico a causa de bajas tasas de natalidad es un riesgo mucho más grande para la civilización que el calentamiento global”.
Pero no son solo los pensadores conservadores o libertarios los que se han dado cuenta del problema. Muchos economistas, políticos y medios de difusión han observado con preocupación el hecho de que la tiranía comunista china anunció el año pasado (2022) que su población ha disminuido por primera vez en décadas. Un titular de Reuters en la parte inferior de las pantallas de muchos televisores dio el silbatazo: “La primera caída demográfica en China en seis décadas suena la alarma acerca de la crisis demográfica”. La publicación Business Insider (“Dentro del Mundo de los Negocios”, traducción libre) informó sombríamente que “la reducción demográfica es un desolador presagio para el resto del mundo”.
Aun el propio New York Times, uno de los diarios más liberales del mundo, está abiertamente reconociendo el problema. Un economista de punta y columnista del Times Paul Krugman recientemente enfatizó los desafíos significativos que presenta la reducción demográfica en China. De hecho, durante las pasadas semanas, el Times ha publicado una serie de reportajes que examinan el impacto real que están causando en el mundo las poblaciones que están envejeciendo rápidamente en países como Japón y China. Las informaciones han sido igualmente fascinantes y perturbadoras, al mismo tiempo que lamentablemente tardías.
Uno de los titulares del Times declara: “A medida que las sociedades asiáticas envejecen, la ‘jubilación’ simplemente significa trabajar más”. El artículo examina a un número de japoneses que están exhaustos luego de décadas de estar trabajando y que, sin embargo, han descubierto que no pueden darse el lujo de retirarse. La combinación de bajas pensiones y la falta de hijos que podrían sostenerlos en su vejez significa que deben continuar trabajando hasta que ya no puedan más simplemente para poder sobrevivir.
Otro artículo investigó el creciente problema del envejecimiento de dueños de negocios que no pueden encontrar japoneses más jóvenes que estén interesados en tomar las riendas de sus empresas una vez que se retiren. La edad promedio de los dueños de negocios en Japón es de 62 años. Sin embargo, a falta de una generación que tome su lugar, el gobierno japonés proyecta que hasta 630,000 negocios rentables pudieran cerrar para el 2025. La economía japonesa ha estado estancada durante varios años, una realidad que está por golpear a muchos otros países cuya tasa de natalidad está por debajo del nivel de reposición demográfica.
La lucha por establecer políticas en favor de la natalidad
Es fácil sentir una especie de latigazo ante el cambio tan súbito que ha experimentado el discurso público en torno a la natalidad. Durante décadas, la mayoría de los medios, y ciertamente la inmensa mayoría de la élite globalista, le han vendido al público la falsa idea de un inminente colapso social, económico y ambiental de carácter apocalíptico y maltusiano debido a una presunta “explosión” demográfica.
Muchos de los temas de conversación de esa agorera idea fueron establecidos por Paul Ehrlich. C cuyo libro alarmista, “La bomba de la población” (1968), vendió millones de ejemplares. Hasta el día de hoy, Ehrlich continúa siendo aplaudido y festejado en círculos liberales (y hasta en el mismo Vaticano), a pesar de que ninguna de sus predicciones de hambrunas a gran escala y colapso social a causa de un exceso de población mundial se han cumplido.
Ahora, sin embargo, muchos de los países del primer mundo están abiertamente luchando por implantar políticas respecto de las cuales tienen la esperanza de invertir sus bajas tasas de natalidad antes de que sea demasiado tarde. Según un reciente informe de la propia ONU, organización antivida, más de la cuarta parte de los países alrededor del mundo tienen ahora políticas en favor de la natalidad, como, por ejemplo, “bonos por bebés”, pagos al contado y financiamiento de mal llamados “tratamientos” de fertilidad, que incluyen, lamentablemente, técnicas destructoras de embriones humanos como la fecundación in vitro (FIV).
La necesidad de dichas políticas fue el énfasis del discurso del primer ministro japonés Kishida. “Es ahora o nunca cuando se trata de políticas en relación con los nacimientos y la crianza de los hijos – es un asunto que simplemente no puede ser postergado ni un día más”, dijo. Y añadió: “Cuando dirigimos nuestro pensamiento hacia la sostenibilidad y el carácter incluyente de la economía de nuestra nación y de nuestra sociedad, damos la prioridad a una política en favor del apoyo a la crianza de los hijos”.
A través de Asia y del mundo occidental, los países han estado implantando ese tipo de políticas. En Rusia, las mujeres que tienen diez hijos son premiadas por el gobierno con el pago de un millón de rublos (aproximadamente 14 mil dólares estadounidenses). Por otro lado, el gobierno tiránico de China, después de implantar durante décadas una brutal política de un solo hijo por familia, ahora está comenzando a cerrar sus mal llamadas “clínicas” para el control de la natalidad y, en vez de ello, está ofreciendo licencias de maternidad de mayor duración para animar a los matrimonios a tener más hijos. En Canadá, el gobierno les ofrece a las familias abundantes pagos mensuales al contado basados en sus ingresos.
El espiral de muerte demográfico
Sin embargo, como informa el Times, “Esas medidas han logrado muy poco en cuanto a cambiar la tendencia a envejecer [de esos países], a medida que las tasas de natalidad caen en picada y muchos países se niegan a implantar planes de inmigración a gran escala”.
El mundo está entre la espada y la pared. Al volverse más lento el crecimiento económico y al aumentar la carga sobre las generaciones más jóvenes de trabajar más duro y durante más tiempo para sostener a una población envejeciente, aumenta la probabilidad de que estas nuevas generaciones no prioricen el darles la bienvenida a los hijos.
Sin embargo, hay también un problema más profundo y de difícil solución. Desde hace unos 50 años, cada generación ha optado por tener menos y menos hijos, debido a la mentalidad anticoncepcionista, lo cual a su vez ha normalizado una cultura sin hijos.
En el pasado, para la mayoría de los jóvenes adultos su prioridad era casarse, establecer una familia estable y traer hijos al mundo. Ya no es así. En China, por ejemplo, durante la política de un solo hijo por familia, las expectativas culturales cambiaron radicalmente. Ahora, para muchos chinos, el dar la bienvenida a más de un hijo se ha convertido en algo impensable. La gente “normal” tiene solo un hijo y luego vuelcan toda la atención y recursos en ese hijo único. Esa es la actitud que la población china ha adquirido luego de décadas de brutales políticas antinatalistas.
Como consecuencia de ello, ha habido una catastrófica pérdida de la sabiduría tradicional. El criar familias numerosas implica el tener ciertas habilidades que antes se transmitían de generación a generación. Sin embargo, bajo la política de un solo hijo en China y el cambio hacia un secularismo antinatalista en el resto del mundo, mucha gente joven simplemente no sabe cómo comenzar. La simple idea de dar la bienvenida a más de uno o dos hijos se ha convertido en algo aterrador. La gente, en general, simplemente le tiene miedo a tener hijos o a tener más hijos.
Ahora que el gobierno chino está animando a los matrimonios a dar la bienvenida a dos o incluso tres hijos, muchos esposos simplemente se encogen de hombros. Ello es lo que se llama la “espiral de la muerte”. Queda por ver si las políticas en favor de la natalidad logran invertir esta tendencia.
La necesidad de una cultura de vida
Las políticas en favor de la natalidad son sin duda una parte importante de animar a los matrimonios a dar la bienvenida a los hijos en un mundo asediado por la incertidumbre. Sin embargo, nunca será suficiente.
Muchos demógrafos y economistas tienen que darse cuenta de que la crisis demográfica que estamos enfrentando no es simplemente un problema económico o social. Es más bien un problema espiritual.
Debido a que nuestra cultura hasta ahora ha enfatizado los aspectos falsamente “dañinos” de la crianza de los hijos, nuestros ciudadanos se han enfocado en preocupaciones puramente temporales, como el obtener un buen empleo, comprar una buena casa y buena ropa e ir de vacaciones. Para mucha gente, lo único que importa es la satisfacción individual.
Casarse y comenzar una familia, más que cualquier otra cosa, exige tener mucho valor y esperanza. Dar la bienvenida a una nueva vida al mundo significa que uno cree con todo su corazón que la vida es buena y que el futuro puede ser brillante.
Aunque dar la bienvenida a los hijos comporta una inmensa felicidad y satisfacción, también exige tener un corazón generoso y lleno de esperanza. Requiere que los esposos estén dispuestos a comprometerse mutuamente para el resto de sus vidas, sentir los sufrimientos y alegrías de sus hijos como propios; ser responsables del bienestar de los demás. Exige que los esposos reconozcan que toda esta responsabilidad no es una carga, sino que es de hecho el único camino hacia la verdadera libertad. Requiere creer y vivir la verdad de que la verdadera libertad se encuentra en la aceptación de la responsabilidad y que la responsabilidad y el amor van de la mano.
En su Carta a las familias, el Papa San Juan Pablo II reconoció que para muchos matrimonios hoy en día, el dar la bienvenida a un hijo les parece que es una tarea desalentadora: “Es verdad que para los padres el nacimiento de un hijo significa más trabajo, nuevas cargas financieras y más inconveniencias, todo lo cual puede llevar a la tentación de no querer tener otro hijo”.
Y luego el Santo Padre se pregunta: “¿Quiere esto decir que el hijo no es un don de Dios? ¡Al contrario!”.
El hijo se convierte en don para sus hermanos, para sus hermanas, para sus padres y para toda la familia. Su vida se convierte en don para las mismas personas que le dieron la vida y que no pueden echar a un lado el sentir su presencia, su compartir en sus vidas y su contribución al bien común y a la comunidad familiar. Esta verdad es evidente por sí misma en su simplicidad y profundidad, cualquiera que sea la complejidad y aun la posible patología psicológica de ciertas personas.
“La familia”, escribió el santo pontífice, “tiene su origen en el mismo amor con el que el Creador abraza al mundo que Él mismo ha creado, como ya ha sido expresado ‘en el principio’, en el Libro del Génesis (1:1)”. Y añadió:
“Así como la Resurrección de Cristo es la manifestación de la Vida más allá del umbral de la muerte, así también el nacimiento de un niño es una manifestación de vida, la cual ya está destinada, gracias a Cristo, a esa ‘plenitud de vida’ que es Dios mismo: ‘He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’ (Juan 10:10)”.
¡Cuán noble es esta visión de la familia y de la procreación! Cuando una pareja de novios se casa y comienzan una familia, ese matrimonio no está contribuyendo simplemente al bienestar social y económico del mundo. No están simplemente asegurando que el plan de pensiones pueda funcionar o que el crecimiento económico pueda continuar de forma ascendente. No, ese matrimonio se convierte en partícipe del Amor Divino. ¡Abraza la vida en toda su plenitud! ¡Se convierten en seres “plenamente vivientes”!
Este mensaje podría inspirar a más matrimonios a dar la bienvenida al don de la vida. Ninguna cantidad de pagos al contado o exención de impuestos o exhortaciones a pensar en el bienestar o estabilidad de su nación, puede inspirar y motivar tanto como esta visión cristiana tan hermosa acerca de la paternidad, de la maternidad y de la crianza de los hijos. Ser padre o madre no es una seca “responsabilidad social”. Es el camino hacia la apertura del propio corazón hacia lo trascendente. Es lanzarse a una vida de aventuras. Traer al mundo, por la acción directa y unilateral de Dios, a un alma humana, espiritual y eterna, creada a “imagen y semejanza de Dios”, la cual un día adorará a su Creador por toda la eternidad, es el don más excelente que Dios le ha dado al matrimonio.
Como nunca antes, el mundo necesita la sabiduría y la esperanza que forman parte constitutiva de la doctrina de la Iglesia Católica acerca de la vida y la familia. Oremos para que cada persona, cristiana o no, se abra a este mensaje y al Evangelio de la Vida. Y oremos por nuestros obispos, sacerdotes y laicos para que sean inspirados y motivados a encontrar nuevas maneras de predicar este Evangelio de la Vida a un mundo sediento de esta agua dadora de vida.