El globalismo ataca la vida, la familia y la soberanía nacional (II)

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

www.vidahumana.org

 

Aviso: Para este artículo nos hemos basado en gran parte en el libro del pensador argentino Agustín Laje, GLOBALISMO. Recomendamos mucho su adquisición y lectura.

 

 

El globalismo y el progresismo cultural

 

Desde el punto de vista ideológico, el globalismo se basa principalmente en otras dos ideologías que le sirven de aliadas: el progresismo, que es un falso progreso y el wokismo, que es una falsa justicia social.

 

Comencemos con el progresismo en su dimensión cultural, es decir, según la mentalidad y costumbres colectivas de una sociedad. Esta ideología postula que para que haya un verdadero progreso es necesario rechazar todo lo que nos precede. Se basa en la falsa presunción de que todo lo nuevo es superior a lo antiguo, a lo anterior.

 

El progresismo afirma que la historia progresa hacia la autonomía individual y, por ende, hacia el bienestar de la humanidad. Lo que nos precede es retroceso, prejuicio y opresión. Este rechazo lo incluye todo: normas, valores, instituciones, religión, familia, el propio sexo, etc. Lo anterior no es riqueza acumulada, sino limitaciones a la libertad absoluta del individuo autónomo. Cada persona se construye a sí misma con independencia de todo lo que le antecede.

 

 

El progresismo jurídico

 

Hablemos ahora del progresismo en su dimensión jurídica. Los progresistas alegan que la naturaleza humana objetiva no existe. Ahora bien, la naturaleza humana es el fundamento de la ley moral natural, que es objetiva y universal. Esta ley natural es el fundamento de la ley civil. Por lo tanto, el progresismo, al rechazar la existencia de dicha ley y sus normas absolutas, cae en el más burdo relativismo.

 

La ideología del transgenerismo, que rechaza incluso el propio sexo, parte constitutiva de la persona, es prueba, al menos en parte, de este rechazo de una naturaleza humana ya dada. No tenemos el espacio aquí para abordar en detalle esta otra ideología. Basta con decir que es evidente que la misma forma parte del conglomerado de ideas que configuran al progresismo.

 

Continuando con las implicaciones jurídicas del rechazo del progresismo de la ley natural, se sigue que, para esta perniciosa ideología, las leyes civiles no se basan en principios morales de la ley natural inmutable, sino en el consenso político de las élites dominantes. El derecho y la jurisprudencia avanzan sin estas “limitaciones” hasta la “liberación” plena del individuo. Los deseos de la voluntad del yo individual se convierten en “derechos”. Y cuentan con el apoyo e incluso de la coerción, por ahora, del Estado nacional.

 

Está claro que a la base de esta postura está un concepto erróneo de la libertad. La libertad es concebida como un desarraigo total de todo lo que se percibe como limitación. El yo interno individual decide aquí y ahora, sin otro fundamento que los propios deseos, qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Se trata de una argumento circular y por tanto inválido: “Lo que está bien para mí está bien porque yo lo deseo”. El deseo libre individual se convierte en el fundamento de la determinación completamente autónoma de cuáles leyes son buenas y cuáles son malas. La expansión, siempre creciente, de una libertad individual que existe en un vacío moral, es el fundamento y meta de lo que es bueno y de lo que es malo.

 

 

El progresismo y los nuevos “derechos” siempre en aumento

 

Continuemos con el progresismo en su dimensión jurídica. Pero ahora resaltemos sus implicaciones para el concepto de los derechos humanos. Para el progresismo, las leyes civiles siempre deben ampliar los nuevos y siempre crecientes “derechos” humanos. Ello está en perfecta lógica con la idea inicial y torcida del progresismo, la cual, reiteramos, consiste en afirmar que todo progreso debe estar encaminado a asegurar y aumentar la libertad individual.

 

Dentro de esta órbita, se sigue que los nuevos “derechos” expanden más aún la “libertad” individual. Ello hace que el Estado se recargue de más y más responsabilidades, para garantizar el ejercicio real de esos “derechos”. Por ejemplo: Los “derechos sexuales y reproductivos” exigen la expansión siempre creciente de las leyes que permiten el aborto.

 

Pero hay todavía más. No solo las leyes deben permitir todo lo que los deseos individuales pretenden, sino que también todos están obligados a respetar estos “derechos” e incluso a actuar en favor de ellos. Por ejemplo, para los progresistas no debe haber leyes que respeten el derecho a la objeción de conciencia de los médicos provida que no quieren colaborar de ninguna manera con la comisión de abortos. Las leyes deben obligarlos a cometerlos o a remitir a otros que los cometan, so pena de perder el empleo e incluso ser castigados con multas, la pérdida de la profesión o incluso de la libertad.

 

Se da entonces una paradójica contradicción: la tan cacareada libertad individual no es para todos, sino solo para los que aceptan el “bendito” progresismo.

 

 

Cómo el globalismo se sirve del progresismo

 

El aumento de nuevos “derechos” exige un poder total al Estado nacional. Pero el Estado se ve impotente de cumplir con tantos “derechos”. Entonces empieza a perder legitimidad ante los que exigen más “derechos”.

 

De esa situación se aprovechan los organismos internacionales globalistas. Como ya hemos señalado, estos organismos utilizan a los Estados nacionales como Estados proxis o representantes suyos, para imponer sus agendas a los países. Estas agendas antivida y antifamilia se encuentran en documentos internacionales de la ONU que los gobiernos nacionales han firmado. Y aunque no tienen poder legal vinculante, los globalistas acuden a la presión política y económica para implantarlos.

 

Pero entonces, en ese contexto, surge otra artimaña de la ONU y sus aliados globalistas. Ya no se trata solamente de aumentar “derechos”, sino también de aumentar el contenido mismo de los documentos que quieren implantar esos nuevos “derechos”. Es decir, los comités de la ONU encargados de la interpretación e implantación de estos documentos les hacen decir cosas a los mismos que no están en los textos. Por ejemplo, el texto de la Convención para la Eliminación de todo tipo de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) de 1979, no tiene ninguna referencia a la promoción de la legalización del aborto en todos los países. Sin embargo, su comité, cuyos miembros son casi todas feministas proaborto, así lo interpreta y presiona a los países pobres provida para que retiren sus leyes que defienden la vida y las reemplacen por otras que permitan el aborto a petición.

 

El CEDAW no es el único ejemplo de esta grotesca malinterpretación e intento de imposición de una agenda antivida de la ONU y sus compinches globalistas. Tenemos el otro caso de la Conferencia de El Cairo, en la cual, como ya señalamos, la ONU y sus acólitos intentaron sin lograrlo imponer en todo el mundo un falso “derecho” internacional al aborto. La definición del concepto de “salud reproductiva” del documento final no incluye el aborto quirúrgico ni el químico (nos referimos a la combinación Mifepristona-Misoprostol), aunque sí incluye los anticonceptivos abortivos bajo el eufemismo de “planificación familiar”. Sin embargo, en los foros de la ONU, sus dirigentes y aliados repiten una y otra vez la falsedad de que la “salud reproductiva” sí incluye los abortos quirúrgicos y químicos.

 

Incluso, los globalistas tienen el descaro de decir que hubo un “consenso” en esa conferencia respecto de esta interpretación del término “salud reproductiva”, el cual, con el correr del tiemplo, han ampliado a otros eufemismos similares como “derechos sexuales y reproductivos”. Pero una ojeada al Apéndice del Plan de Acción (el documento final), que forma parte intrínseca de dicho documento, demuestra fehacientemente que hubo muchos países que explícitamente objetaron a una posible inclusión del aborto en el concepto de “salud reproductiva”. Y claramente añadieron que tenían el derecho soberano de interpretar ese término según sus leyes y costumbres provida. De manera que el “bendito” consenso nunca existió ni ha existido hasta el día de hoy.

 

Pero ahora la ONU y sus amigotes globalistas están intentando callarles la boca a los que defienden la vida y la familia en sus foros internacionales. Tienen la inaudita insolencia de acusarlos de ser “anti derechos” o de expresar “informaciones falsas”, ¡cuando son ellos, los globalistas, los que niegan el derecho a la vida a los bebés no nacidos por medio de ridículos y falsos slogans!

 

 

La ideología “woke” o el “wokismo”

 

La palabra “wokismo” es un anglicismo que viene de la palabra “woke”, la cual a su vez viene de la palabra “awake”, que significa estar despierto. Por lo tanto, ser “woke” en este contexto significa estar despierto o ser consciente de una presunta “injusticia social” sistémica en la cultura. El wokismo es una tergiversación del verdadero concepto de justicia social.

 

El wokismo promueve la perniciosa idea de que la persona “oprimida” debe sentirse sistemática e irremediablemente marginada por pertenecer a un grupo oprimido, ya sea por pertenecer a una raza que no es blanca o a una “minoría sexual”, como el ser transgénero. Los wokistas también hablan de la discriminación u opresión transversal. Con este término se refieren a los que pertenecen al mismo tiempo a más de un grupo “oprimido”, por ejemplo, ser “transgénero” y no ser blanco.

 

La persona marginada u oprimida siempre será una víctima y una persona buena. No importa si se ha superado económicamente o pertenece ahora a un grupo social o político de alto nivel. Siempre debe sentirse oprimida y resentida. Por ejemplo, la dirigente del ya desacreditado grupo “Black Lives Matter” vive en una mansión de 4 millones de dólares y goza de la adulación de otros wokistas en las redes sociales, pero sigue teniendo un status de víctima.

 

La única alternativa de los “oprimidos” es juntarse con otras “víctimas”, no para eliminar las pocas y aisladas discriminaciones o injusticias que todavía quedan, sino para derrocar por completo el sistema de “opresión” existente. No está claro con qué sistema lo quieren reemplazar, pero muchos factores indican que los wokistas parecen inclinarse por el también desacreditado socialismo.

 

Por otro lado, los blancos mayoritarios siempre serán los opresores y los malos. No importa si simpatizan con las personas de otras razas o “géneros”. Su única alternativa es acusarse y humillarse públicamente. Deben abandonar todo lo relacionado con la cultura occidental, la cual, dicho sea de paso, los wokistas rechazan tajantemente y acusan de ser una cultura “opresora” y causante de la “injusticia social” actual.

 

 

El wokismo y el marxismo

 

La ideología del wokismo es parte del marxismo cultural. Promueve la lucha entre opresores y oprimidos, una de las columnas ideológicas del marxismo.  El marxismo original promovía la idea de la lucha de clases entre burgueses opresores y proletarios oprimidos. Pero con el tiempo se fue imponiendo el marxismo cultural. Este marxismo se caracteriza por presuntamente “no emplear” la violencia sino la penetración sigilosa de sus ideas en todos los estamentos de la cultura por medio de la propaganda mediática disfrazada de intelectualidad, así como de la educación formal a todo nivel, desde la educación elemental hasta la superior.

 

El marxismo cultural ha ido transmutándose y reinventándose. En vez de la lucha de clases, ahora es la lucha entre oprimidos y opresores. Los “oprimidos” son las minorías raciales y sexuales, y los “opresores” son los blancos supremacistas heterosexuales que padecen, según los wokistas, de una masculinidad “tóxica”.

 

Parte de esta ideología es la teoría racial crítica, que enfatiza la opresión por razón de la raza. Esta teoría todavía se enseña en escuelas y universidades públicas de EEUU. Los “intelectuales” de corte marxista todavía acaparan los puestos de docencia en esas universidades. Ellos y los rectores de esos centros de estudio reciben salarios elevados que son pagados, en gran parte, por los contribuyentes.

 

Mientras tanto, esos profesores envenenan la mente de incautos jóvenes que se tragan todas sus peligrosas sandeces. Incluso, algunos de esos estudiantes llegan a fanatizarse al punto de recurrir a la violencia o al alboroto, para imponer sus ideas a base de gritos y slogans falsos y ridículos contra otros estudiantes, maestros y administradores que no están de acuerdo con ellos. Han logrado impedir que conferenciantes invitados que respetan la vida, la familia y la democracia americana acudan a sus universidades para dictar pláticas y compartir sus ideas.

 

En resumen, el wokismo crea envidia, resentimiento, división y conflicto. No resuelve nada, al contrario, empeora las cosas. Son los mismos resultados nefastos que han producido el socialismo, el marxismo y el comunismo. Todas estas ideologías han sido condenadas rotundamente por la Iglesia Católica (ver Catecismo, no. 2425) y por otras personas de buena voluntad y pensamiento claro. (La Iglesia también ha condenado cierto tipo de capitalismo que no respeta la verdadera justicia social, pero acepta el sistema de libre mercado que respeta dicha justicia y contribuye al bien común y que, junto con la solidaridad cristiana, ayuda a eliminar la miseria. Ver ibid.)

 

Continuará.

 

___________________________________