El Misterio de la Sagrada Familia y la causa provida
Adolfo J. Castañeda, MA, STL
Director de Educación
Vida Humana Internacional
31 de diciembre de 2025
María, modelo de vida cristiana y prototipo de la Iglesia
Sólo la Virgen María fue santa e inmaculada desde el momento de su concepción. “Inmaculada” significa libre de toda mancha de pecado original. Y de hecho, la Virgen también vivió santamente y sin pecado durante toda su vida. Por ello es ejemplo para todos los cristianos y, en particular para todas las esposas y madres de familia.
Cuando la Virgen dio su respuesta afirmativa al Arcángel San Gabriel aceptando el plan de Dios para ella de ser la Madre de Dios, dijo: “He aquí la esclava (sierva) del Señor, hágase (fiat) en mí según tu palabra” (Lucas 1:38). María se estaba identificando con Jesús, el Siervo humilde y sufriente de Yahveh que predijo Isaías en cuatro cánticos: 42:1-9; 49:1-7; 50:4-11 y 52:13-53:12. María imitó más perfectamente que nadie este modelo de siervo de Dios, resumido por el propio Jesús, modelo supremo, en estas hermosas palabras suyas a sus discípulos en Marcos 10:45: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. El “muchos” no quiere decir que Jesús no vino por todos, sino que se refiere a toda la humanidad menos él, que no necesita salvación por ser Dios y el Salvador de todos. Ver Catecismo, no. 605.
María no sufrió un martirio físico, como Jesús. Pero sí sufrió un martirio espiritual, sobre todo al contemplar a su hijo sufriente y moribundo en la cruz. María valientemente acompañó a Jesús durante su pasión y muerte en la cruz y unió sus sufrimientos espirituales a los de su hijo por la redención del mundo, dándonos ejemplo para que nosotros también lo siguiéramos. Este dolor de María fue predicho por el anciano Simeón, cuando María y San José llevaron al Niño Dios al Templo por vez primera para presentárselo y ofrecérselo a Dios, según la ley de Moisés. Simeón dijo a María: “Este [Jesús] está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción – ¡y a ti misma, una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lucas 2:34-35).
Por todo ello, María es también el modelo perfecto y prototipo de la Iglesia. Su alma está unida a Cristo más que nadie por su unión tan insuperablemente profunda con su hijo. Nuestras almas también deben estar unidas a la de Cristo en una especie de matrimonio espiritual. El amor de Dios hacia nosotros no solo es paternal, sino también esponsal. En el pasaje de Efesios 5:21-33, San Pablo nos enseña que Cristo es el Esposo de su Esposa la Iglesia. Pero también quiere serlo de cada una de nuestras almas por medio de una profunda unión espiritual con cada uno de nosotros. San Pablo habla de esto, por ejemplo, en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él”. Por todo ello, María representa a la Iglesia más que ninguna otra persona.
La fecundidad del matrimonio virginal de San José y María
San José también tuvo una profunda unión espiritual con su hijo adoptivo Jesús. Ambos esposos estaban muy unidos espiritualmente entre sí y con Cristo. Su matrimonio fue virgen y, sin embargo, fue muy fecundo, física y espiritualmente. Ello se debe a que María concibió la humanidad física de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo. San José, junto con María, cuidó de Jesús hasta la edad adulta de éste. El matrimonio virginal de San José y María y el sí que ambos dieron a Dios hizo posible que se cumpliera el plan de salvación de Dios: el ministerio, la pasión, la muerte y la Resurrección de Cristo.
Luego, durante su ministerio público, Jesús fundó la Iglesia (ver Mateo 16:13-19). Y ya sabemos que Cristo hizo de su Iglesia su Esposa espiritual. Y al unirse con ella en el Bautismo ha engendrado muchos hijos e hijas de Dios a través de la historia.
El estado definitivo del Hombre será virginal
El Papa San Juan Pablo II enseñó en sus catequesis sobre la teología del cuerpo que en la resurrección final, el estado definitivo del hombre y la mujer será virginal. Por eso ya no habrá más matrimonios en el Cielo. Ver Lucas 20:34-36. Esto no significa una visión negativa de la sexualidad, sino que en el Cielo Dios llenará tan profundamente el alma y el cuerpo de Sus hijos e hijas que éstos ya no necesitarán nada más para ser plenos y felices. El Sacramento del Matrimonio habrá ya cumplido su misión terrenal de ser imagen y mediación de la unión de Cristo con su Iglesia y de la unión de Cristo con cada alma humana que se haya entregado a él.
Los que hayan renunciado al gran bien del matrimonio para responder a un llamado de Dios aún mejor (ver 1 Corintios 7:38) y entregarse a tiempo completo a Cristo y a su Iglesia constituyen un signo viviente y directo, y no mediático como el matrimonio, de la unión entre Cristo y su Iglesia, de la unión entre Jesús y el alma humana y del estado futuro virginal de todos los salvados.
El matrimonio virginal de San José y María, modelo de ambas vocaciones
El llamado de Dios a un estado definitivo virginal en el Cielo y su llamado a una entrega total en alma y cuerpo que hacen a algunos aquí en la tierra, explica el por qué María fue siempre Virgen. Su virginidad perpetua fue y siempre será el modelo físico y espiritual de entrega total e indivisa a Dios y signo viviente y directo de esa entrega y del estado virginal definitivo en el Cielo.
El matrimonio virginal de San José y María también fue y sigue siendo modelo supremo de ambas vocaciones: el matrimonio, y la virginidad y el celibato por el Reino de Dios.
Esta última afirmación nos lleva a considerar la posibilidad de que San José también fue virgen durante toda su vida. Esa consideración merece una reflexión un poco más profunda.
La importancia de la virginidad de San José
Primero que todo debemos reafirmar que San José fue cabeza de la Sagrada Familia. Esto está demostrado en varios pasajes del Evangelio según San Mateo.
Cuando San José se enteró de que María estaba embarazada pensó en separarse de ella en secreto, porque él era un hombre “justo”, que prácticamente quiere decir que era santo. Ver Mateo 1:19. San José nunca dudó de la integridad moral y espiritual de María. No entendía cómo María estaba embarazada, pero intuía que de alguna manera Dios tenía que ver con aquel misterioso embarazo.
Hasta que “el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo’” (Mateo 1:20). Podemos imaginar la gran alegría y la humildad que sintió San José al saber que la mujer que tanto amaba iba a ser su esposa, pero más aún al saber que Dios, a pesar de la indignidad que él sentía, lo había escogido para tan grande vocación.
Podemos también especular que San José tuvo que ser virgen. De otra manera no se puede explicar a plenitud la virginidad del Sagrado Matrimonio, fuente de la Sagrada Familia. Si la virginidad perpetua de María fue y sigue siendo el gran signo de Dios que ya hemos explicado. La virginidad de San José viene a completar y a hacer más perfecto aún ese signo de Dios de una entrega total e indivisa a Él y del estado virginal definitivo del Hombre resucitado en el Cielo.
Pero la virginidad de San José tiene otra importancia práctica para la vida presente. En efecto, la virginidad de San José echa por tierra la abominación que es el machismo. Nada ha hecho tanto daño a lo que de verdad significa ser varón y cabeza de la familia que la anticultura del machismo. Esta anticultura del machismo promueve la estupidez – y peor aún, el pecado – de que los hombres antes de casarse pueden tener todas las aventuras sexuales que quieran, pero la mujer no. Ambos tienen que ser vírgenes antes de casarse. Basta ya de promover el pecado y de insultar a Dios al insultar el matrimonio como Él lo ha creado. ¡Hasta cuándo vamos a tolerar esa actitud tan dañina! ¡Hasta cuándo vamos a dejar de enseñar, con la palabra y el ejemplo, que esa no es la voluntad de Cristo, quien nos dio tan grande ejemplo de castidad y virginidad!
Si no enseñamos y exigimos esto como Iglesia, después no nos quejemos de que los matrimonios católicos tengan tantos problemas y de que no sean capaces de edificar, en lo humano, ¡la Iglesia y la sociedad que desesperadamente necesitamos!
Nada de lo apenas dicho niega la misericordia de Dios para los hombres y mujeres que hayan caído en las relaciones sexuales prematrimoniales. Nuestro Dios es un Dios Amor, que siempre está dispuesto a perdonar y restaurar a los que se arrepienten sinceramente y recurren al siempre imprescindible Sacramento de la Confesión.
San José, ejemplo de cabeza de familia
San José fue cabeza de la Sagrada Familia, no María. Él fue el guía, el protector y el sostén de la Sagrada Familia. La Biblia es muy clara en esto. En primer lugar, y como ya hemos visto, un ángel le reveló a San José que la maternidad de María era obra del Espíritu Santo (Mt 1:18-20). No fue María quien informó a San José de este milagroso acontecimiento. No porque ella no tuviera la autoridad moral para decírselo. Ni tampoco porque San José no tuviera la fe suficiente para creerle. Sino porque María dejó en manos de Dios la revelación a San José de este misterio. Así María, en su humildad, se echaba a un lado, y dejaba actuar a Dios, Quien obviamente tiene más autoridad que nadie. Además, así María dejaba que Dios interviniera directamente en la vida de su prometido, quien se convertiría precisamente en cabeza de ella y de la Sagrada Familia.
Luego, cuando Herodes mandó matar a todos los niños de dos años para abajo de la comarca de Belén con el objetivo de quitarse de en medio a Jesús, futuro Rey de los judíos (ver Mateo 2:16-18), fue a San José, no a María, a quien el ángel del Señor le dijo en sueños que tomara al Niño y a María y huyera a Egipto y se refugiara allí por un tiempo. Ver Mt 2:13-15.
Una vez muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a San José, no a María, y le dijo que regresara con el Niño y María a la tierra de Israel (Mt 2:19-21). Pero San José se dio cuenta de que en Judea reinaba el malvado Arquelao hijo del pérfido Herodes. Entonces él tomó la decisión (avisado de nuevo en sueños por el ángel) de llevar consigo al Niño y a María a vivir en Nazaret de Galilea, que está al norte de Judea (Mt 2:22-23).
Estos últimos hechos demuestran que San José era en esos tiempos un hombre joven y fuerte y no un anciano, como equivocadamente lo muestran muchas de las pinturas o estampitas acostumbradas. Por ejemplo, la distancia entre Judea y Egipto, a donde fue a refugiarse la Sagrada Familia cuando Herodes buscaba al Niño para matarlo, es de por lo menos unos 100 kilómetros. Y lo más probable es que a San José le tocó hacer el viaje a pie, mientras que María, recién parida, y el Niño Dios iban lógicamente montados en un burro o en un caballo. ¿Cómo iba a poder un anciano hacer ese viaje tan peligroso en esas condiciones? Pero hay más todavía. ¿Qué clase de ejemplo de castidad y virginidad iba a darnos San José si hubiera sido en esos tiempos un hombre ya entrado en años?
Hoy más que nunca necesitamos el ejemplo varonil de un San José joven, fuerte y dedicado a dirigir, proteger y proveer para María y el Niño. Necesitamos su ejemplo de hombre y cabeza de familia. La cultura de la vida necesita que la familia cristiana regrese al orden original en el cual Dios la ha constituido. El hombre como cabeza de familia, un esposo y un padre amoroso y fuerte, sobre todo espiritualmente eso es más importante y decisivo que la fortaleza física. Es maravilloso y necesario que todos tengamos una profunda devoción a María. Pero también necesitamos una sólida devoción a San José, sobre todo los hombres cristianos. De otra manera sinceramente no veo cómo vamos a poder restaurar el matrimonio, la familia y la cultura de la vida. El ejemplo de San José es también parte intrínseca del mensaje de la Navidad. ¡Y del Nuevo Año 2025! ¡Felicidades en el Señor para todos!
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