El relativismo vs. la búsqueda de la Verdad
Adolfo J. Castañeda, MA, STL
Director de Educación
Vida Humana Internacional
¿Qué es el relativismo?
Nuestra cultura actual está infectada por el “virus” del relativismo moral y religioso. Es necesario, por tanto, saber con precisión en qué consiste este mal y cuál es la respuesta cristiana y de sentido común al mismo. Ello es también importante para la causa de la vida y la familia.
El relativismo consiste en negar que el Hombre pueda conocer la verdad objetiva. Incluso, también niega que exista la verdad objetiva o las verdades objetivas. Afirma que lo que para una persona es verdad para otra no lo es. Afirma también que lo que hoy es verdad, mañana no necesariamente lo será. En resumen, el relativismo postula que “toda verdad es relativa”.
El relativismo es falso y muy dañino. Impide el respeto debido a toda persona humana, especialmente a los más vulnerables e indefensos, como los bebés por nacer o los ancianos y enfermos. También impide una verdadera convivencia social, porque “cada uno tiene su propia verdad”, la cual no necesariamente coincide con la de los demás.
El relativismo es una falsedad, una insensatez, un impedimento para la convivencia social y las relaciones interpersonales saludables y honestas, un medio para ejercer el abuso de los más débiles y vulnerables, y una ideología imposible de poner en práctica.
¿Por qué el relativismo es falso y dañino?
El relativismo es una falsedad, porque la verdad objetiva existe. Si yo sostengo un lápiz en mi mano y lo muestro a otras personas en un ambiente de claridad lumínica, nadie en su sano juicio podrá decir que es un pedazo de papel o un borrador.
El relativismo es una insensatez porque la afirmación “toda verdad es relativa” no es relativa, sino absoluta. Es una contradicción en términos. Es verdad que existen muchas cosas relativas. Por ejemplo, los gustos de las personas en cuanto a los alimentos, el color de sus zapatos, el tipo de automóvil que desean adquirir, etc. Pero hay realidades cuya verdad es absoluta. Por ejemplo, la ley de la gravedad en la superficie de la tierra, los teoremas de la geometría, las leyes de la aritmética, etc. Y más todavía, el valor intrínseco y absoluto de toda persona humana por el mero hecho de ser persona, valor que se funda en Dios Creador, Amor y Verdad eternos y absolutos. Esta verdad es el fundamento del amor debido a toda persona humana, por pequeña, enferma, pobre o débil que sea.
Además, cuando una persona dice que “yo tengo mi verdad y tú la tuya”, sin darse plena cuenta de ello está implícitamente reconociendo que existe una referencia a la verdad objetiva a partir de la cual le es posible emitir un juicio de valor que determina que lo cree es verdad y no mentira.
El relativismo es un impedimento para la convivencia social y las relaciones interpersonales de compromiso permanente, como el matrimonio. Si cada uno tiene “su propia verdad”, entonces cada uno queda encerrado en sí mismo sin una verdad común, como el amor y el respeto, que pueda unir a las personas en una sana convivencia o en compromisos permanentes en el matrimonio y la familia.
El relativismo también se presta para el abuso de los débiles e indefensos. De nuevo, si cada uno “tiene su verdad”, entonces los poderosos les impondrán “su verdad y sus valores” a los que no tienen voz ni posibilidad de defenderse. Los crímenes del aborto y la eutanasia son ejemplos muy claros de esta dictadura del relativismo. En este contexto, los relativistas que ostentan el poder manifiestan un egoísmo e hipocresía sin límites. Profesan el relativismo para su propia conveniencia. Practican la “ley del embudo: ancho para mí pero estrecho para ti” o “yo sí pero tú no”.
El relativismo es impracticable, incluso para los incautos que lo profesan. Desde el momento en que me levanto por la mañana y voy a desayunar tengo la presunción de que los alimentos que consumo y que fueron adquiridos en el mercado no fueron envenenados. Cuando me siento en mi automóvil presumo que mi mecánico no me engañó en cuanto al mantenimiento o arreglo de mi vehículo. Presumo que el conductor en la calle que cruza por la cual yo transito no se va a llevar el semáforo en rojo, etc.
Claro que cualquiera de estas cosas malas pudiera ocurrir. Pero el punto es que mi mente presume que estas personas actuarán correctamente y no según “su propia verdad”. En otras palabras, presumo que estas personas son honestas o, aun en el caso en que actúen para evitarse problemas, al menos sí reconocen que hay cosas que son correctas y otras que no lo son. Es decir, presumo que no son relativistas.
Resumiendo, desde que me levanto y salgo a la calle para ir al trabajo, a la universidad (donde puede que tenga un profesor despistado, que vive en su propio mundo inventado y que enseñe el relativismo), o a cualquier otro lugar, no actúo como un relativista. Actúo como alguien que presume que hay cosas que son verdaderas y buenas, y otras que son falsas y dañinas. El relativismo es impracticable, incluso para los insensatos que lo profesan.
La respuesta de Dios al relativismo
Dios no ha creado el intelecto humano para el relativismo, ni para la falsedad, ni para la falta de certeza o duda permanente, sino para la verdad, incluyendo la Verdad Absoluta, que es Él mismo. Dios es la Verdad y la fuente de toda verdad, porque Él es el Creador de todo, incluyendo el intelecto humano. El relativismo, el subjetivismo y el escepticismo son indignos del ser humano, no se corresponden con su dignidad de persona humana.
El Hombre ha sido creado por Dios para buscar la Verdad y, una vez encontrada, abrazarla y vivir conforme a Ella. Vivir conforme a la Verdad que es Dios y todo lo que Él nos ha revelado no es otra cosa que vivir en el amor. El amor y la verdad se implican mutuamente. No puede haber amor sin verdad ni verdad sin amor. El amor consiste en reconocer, respetar y fomentar el bien de los demás. Pero el bien de todos y cada uno presupone la verdad acerca de qué es lo bueno para el ser humano y qué no lo es. El amor presupone el bien humano y el bien humano presupone la verdad sobre el Hombre y la Verdad que es Dios Quien lo ha creado.
Dios no ha creado el corazón humano para el odio, el desprecio la arrogancia, el desdén, el rechazo, la indiferencia o la insensibilidad, sino para el amor, la compasión, la misericordia, la fidelidad, la lealtad, la humildad, la amistad y la solidaridad. Todas estas cosas buenas, al igual que la dignidad humana, son verdades absolutas, y provienen de Dios que es Amor y la Verdad Absoluta con mayúsculas. Estas verdades hacen posible que los esposos se amen de verdad y durante toda su vida, que los padres amen sin condiciones a sus hijos, que los ciudadanos, incluso los de a pie, sientan compasión y ayuden a sus conciudadanos cuando estos tienen problemas o sufren catástrofes naturales. Los ejemplos se pueden multiplicar, pero el punto queda claro: el relativismo y el verdadero amor, incluyendo la solidaridad social, son incompatibles.
San Juan Pablo II dijo una vez que si el Hombre no se encuentra con el Amor no puede saber quién es él, pierde el sentido de su propia identidad, se convierte en un enigma para sí mismo, en un misterio sin respuesta. Incluso no puede llegar a saber cuál es el sentido de su propia existencia.
Pero Dios ha venido a nuestro rescate y nos ha revelado que somos imagen de Él (Génesis 1:27), redimidos por Cristo (Juan 3:16) y santificados por el Espíritu Santo (Romanos 5:5). Ser imagen de Dios significa, primero que todo, que somos Sus hijos. Lucas 3:38 nos enseña que Adán “fue hijo de Dios”. Esa es nuestra identidad más profunda. Esta verdad es la verdad acerca de Dios y, al mismo tiempo, acerca de nosotros mismos. Dios es Nuestro Padre y cada uno de nosotros es su hijo. Gracias sean dadas a Cristo, quien además de venir a salvarnos, vino a revelarnos a Nuestro Padre Celestial y, al hacerlo, nos reveló quiénes somos nosotros mismos. Dios es el Único que posee la clave acerca de la verdad amorosa de quiénes somos: sus hijos e hijas.
Y esta verdad tiene la posibilidad de establecer una relación íntima del Padre con cada uno de sus hijos e hijas y de cada uno de sus hijos e hijas con su Padre. Pero además establece la posibilidad de vivir en comunidad de amor a imagen de la Comunidad de Amor de las tres Personas Divinas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La comunidad humana comienza con el matrimonio, que se extiende a la familia, a la Iglesia y a la sociedad. Si tenemos un Padre común, entonces somos hermanos, y si somos hermanos debemos amarnos y ayudarnos unos a otros, y no encerrarnos en nuestros propios mundos ficticios o digitales.
Esa es la verdad acerca del Hombre, inseparable de la Verdad que es Dios. Y lo significativo de todo esto es que Dios tiene más confianza en la capacidad del Hombre de conocer a Dios con su razón, incluso sin la fe y la revelación, que el Hombre mismo. La Palabra de Dios nos dice: “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad” (Romanos 1:20).
¿Por qué existe el relativismo?
¿Por qué entonces existe esta duda en el corazón del Hombre que lo conduce a dudar de su propia capacidad de conocer la Verdad y lo conduce también a caer en el relativismo y el escepticismo? San Juan Pablo II nos explica que cuando Adán y Eva pecaron sintieron vergüenza y se escondieron de Dios (Génesis 3:8-10). El hombre y la mujer originales comenzaron a tenerle miedo a Dios y a dudar de Su Amor. Pero entonces esa desconfianza hacia Dios se convirtió en falta de confianza en sí mismos. Comenzaron a dudar de sí mismos, de su capacidad, dada por Dios, de conocer y amar la verdad. Comenzaron a tenerle miedo a la verdad. He ahí el origen del relativismo.
El Hombre moderno, aunque lo niegue mil veces, en el fondo de su corazón le tiene miedo a la verdad, a la verdad acerca de Dios, acerca de sí mismo y de su propia responsabilidad moral, que no es otra cosa que amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a sí mismo. Le tiene miedo a la responsabilidad que conlleva el vivir para amar hasta el sacrificio. Prefiere permanecer en sus zonas de confort y construirse un mundo cómodo de relativismo, individualismo y egoísmo.
Entonces el Hombre moderno se dedica a inventar excusas para encubrir el mal que desea hacer pensando que ese mal no es tal y que lo va a conducir a la “felicidad”: el placer, el poseer y el poder. Incluso llega a la insolencia de acusar y etiquetar a los que buscan y viven según las verdades de Dios de “fanáticos”, “fundamentalistas”, “arrogantes que quieren imponer su religión a los demás” y otras sandeces por el estilo. No se da cuenta de que es por la gracia de Dios que las personas religiosas y otras personas de buena voluntad han logrado conocer a Dios y Sus caminos, y no porque se crean mejores que los demás.
El Hombre relativista no se da cuenta de que las personas religiosas no lo están condenando. Al contrario, están rezando y trabajando para que él y los demás relativistas de hoy se conviertan y conozcan el Amor que Dios les tiene y que vivir para amar a Dios y a los demás es el sentido de la existencia presente y el camino hacia la felicidad eterna con Dios y los hermanos.
La Iglesia es poseída por la Verdad, pero no tiene el monopolio de Ella
Algunos relativistas de hoy, sobre todo los que son parte de las elites dominantes – ya sea en la política, los medios, el mundo académico o la farándula – acusan a la Iglesia Católica de creer que tiene un monopolio de la verdad. Y es verdad que Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). Pero eso significa que nosotros los cristianos estamos convencidos de que somos poseídos por la Verdad, que es Cristo y no que poseemos la verdad como si la verdad fuera una cosa sobre la cual tengamos un control absoluto.
En otras palabras, la Iglesia está convencida de que Dios le ha dado gratuitamente la plenitud de la verdad, pero no el monopolio de ella. Esto último sería contradecir la misma Biblia, la cual nos dice: “La luz verdadera (Cristo) que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo” (Juan 1:9). Nosotros los cristianos estamos convencidos de que la Verdad que es Cristo se encuentra difundida por todo el mundo por medio de la ley natural universal. Esta ley no es otra cosa que la ley de Dios en cuanto conocida por la recta razón, inscrita por Dios en la naturaleza humana y de la cual es testigo la conciencia. San Pablo lo enseña muy claro cuando se refiere a los gentiles, los cuales no habían recibido los Diez Mandamientos de Dios por medio de Moisés como fue el caso de los judíos, cuando dijo en Romanos 2:14-16:
14 Porque cuando los gentiles que no tienen ley hacen por naturaleza lo que es de la ley, estos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, 15 mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, 16 en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.
La ley natural universal coincide con la ley de Dios que Cristo vino a dar verdadero cumplimiento (Mateo 5:17) en los Diez Mandamientos y, por tanto, obliga en conciencia a todos los hombres, sean cristianos, judíos, de otras religiones o no creyentes.
Por lo tanto, nadie, sea religioso o no, tiene derecho a ser relativista. La ley de Dios que es inmutable, perfecta, verdadera y objetiva le prohíbe serlo. A propósito de ello reproduzco una cita del Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1956, que va a sorprender a mis lectores cuando se den cuenta de quién es el autor:
Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón, conforme a la naturaleza, extendida a todos, inmutable, eterna, que llama a cumplir con la propia obligación y aparta del mal que prohíbe. […] Esta ley no puede ser contradicha, ni derogada en parte, ni del todo.
El autor fue Cicerón, un pensador pagano del siglo I antes de Cristo, no un cristiano ni un judío. Ello demuestra que la ley natural e incluso las virtudes ya eran conocidas por los filósofos antiguos sin ningún contacto con el cristianismo o el judaísmo que la historia pueda demostrar.
Unos 350 años antes de Cristo, ya el filósofo pagano Aristóteles había escrito su obra sobre la ética, titulada “La ética a Nicómaco” (su hijo), un tratado sobre las virtudes. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el filósofo y teólogo más grande del cristianismo, no tuvo ningún complejo, al igual que el Catecismo respecto de Cicerón, en beneficiarse del pensamiento de Aristóteles, a quien incluso llamó “El Filósofo” repetidas veces en su Suma Teológica.
De nuevo, nadie tiene derecho a ser relativista. Al contrario, todos tenemos el deber de buscar la verdad y vivirla. Y la verdad fundamental no es otra cosa que Dios Mismo y Sus Mandamientos, los cuales se resumen en la moral básica o ley del amor verdadero: Amor a Dios por encima de todo y al prójimo como a uno mismo. Tan sencillo como eso.
El deber de los católicos de evangelizar
Ahora bien, si es cierto que la Verdad que es Cristo está difundida por todo el mundo, ello no nos exime a nosotros los católicos del deber de llevar el Evangelio a todas las personas que podamos. Porque el mismo Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14:6) y nos mandó también en Mateo 28:19-20:
19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
De manera que aunque es verdad que Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Juan 1:9), también es verdad que Dios ha decidido revelar Su Santa Ley, cuyo cumplimiento pleno y definitivo es Cristo. Y Dios lo ha decidido porque, aunque hay verdades que el Hombre tiene la posibilidad de descubrir por sí mismo, como Su existencia y Sus Mandamientos, también es verdad que, debido al pecado, no todos las pueden descubrir con cierta facilidad, certeza y sin mezcla de error (Catecismo, no. 38).
Por lo tanto, aunque hay elementos de la Verdad que se encuentran presentes en las religiones y otros sistemas del pensamiento humano, esas religiones y sistemas de pensamiento no pueden, por sí mismas, conducir al Hombre a la salvación. Solo Cristo a través de su Iglesia Católica lo puede lograr. Estas otras religiones y sistemas de pensamiento pueden predisponer o abrir el corazón de sus adeptos para que acepten el Evangelio. Son como una especie de pre-evangelización. Pero no constituyen el Evangelio en sí mismo ni mucho menos en su totalidad. De ahí el deber de evangelizar, aunque siempre con humildad y respeto, como dice 1 Pedro 3:15-16.
También es verdad, como enseña la Iglesia, que las personas que sin culpa de ellas no han podido conocer a Cristo se pueden salvar si siguen fielmente su conciencia, siempre con la gracia que Cristo nos ganó y que actúa misteriosamente en ellas. Pero no hay garantía de que ese seguimiento fiel ocurra. Por ello, una vez más hay que afirmar la necesidad y deber graves de la evangelización, sobre todo hoy en día que, gracias a Dios y al ingenio humano, los medios de comunicación tienen un alcance prácticamente universal.
Lamentablemente, muchos de nosotros los cristianos no estamos dando buen ejemplo de lo que somos ni tampoco nos esforzamos de verdad por conocer bien nuestra fe. Por ello no debe sorprendernos que haya tantos relativistas (incluso entre los mismos católicos) y que el mundo esté tan patas arriba. De manera que no vayamos por ahí echándoles la culpa a los demás ni mucho menos creyéndonos “mejores” que ellos. Miremos más bien en nuestro interior y corrijamos nuestra conducta y mejoremos nuestro conocimiento de nuestra propia fe que por gracia de Dios, sin mérito nuestro, hemos recibido.
En conclusión y reiteramos, nadie tiene el derecho a ser relativista o escéptico durante toda su vida. Todos tenemos el deber de buscar la verdad y el amor con sinceridad y de abrazarlos y vivir conforme a ellos, y también de profundizar en nuestro conocimiento y práctica de los mismos.
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