La Ciudad de Dios y la ciudad del hombre
Padre Shenan J. Boquet
Presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado originalmente en inglés el 1 de septiembre del 2025 en: https://www.hli.org/2025/09/the-city-of-god-and-the-city-of-man/.
“Dos ciudades, pues, han sido creadas por dos amores: es decir, la terrenal por un amor que se extiende hasta el desprecio de Dios, y la celestial por el amor de Dios que se extiende hasta el desprecio de sí mismo.” San Agustín, La ciudad de Dios.
¿Qué papel debería desempeñar la fe de los católicos en sus vidas, incluyendo (o quizás especialmente) el tiempo que pasan en la Iglesia?
En cierto modo, la respuesta a esta pregunta es obvia. Es evidente que, si los católicos creen lo que dicen creer, su fe debe ser fundamental y afectar todo lo que hacen. Como escribió San Pablo a los Tesalonicenses: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16-18).
Oren siempre. Este mandato del gran apóstol establece el ideal para los cristianos de cada generación. Todo lo que hacemos debe ser santificado. No se trata tanto de que un cristiano deba estar siempre en oración vocal o incluso mental explícita, sino de que cada aspecto de su vida cristiana esté inmerso en su fe y orientado hacia Dios.
Fe en cada acción
Como enseñó con tanta elocuencia Santa Teresita de Lisieux en El Caminito, incluso los aspectos más mundanos de la vida pueden adquirir un valor sobrenatural si se realizan con un amor cristiano. Así, incluso cocinar, sacar la basura o bañar a un niño pueden convertirse en un acto de fe, en la medida en que lo santificamos al hacerlo con un amor extraordinario.
También están los famosos escritos del hermano Lorenzo, fraile carmelita del siglo XVII, quien exhortó a sus lectores a realizar lo que él llamó la “práctica de la presencia de Dios”. El objetivo de esta práctica es cultivar una conciencia permanente de que Dios está presente en el alma. De esta manera, incluso absorto en el trabajo u otras actividades, hay una parte de la persona, en lo más profundo de su ser, que reside con el Creador.
Y, sin embargo, en el caos de la vida, los cristianos a menudo se enfrentan a circunstancias complejas en las que no está del todo claro cómo, precisamente, deben actuar. Y, de hecho, a medida que la cultura en general se vuelve cada vez más secular y anticristiana, el número de estas situaciones se multiplica.
Fe indivisa en la vida diaria
¿Cómo debería, por ejemplo, comportarse un empleado de nivel medio de una gran corporación cuando la empresa impone las celebraciones del Orgullo durante junio? ¿Debería alzar la voz y arriesgarse a perder su trabajo, o debería callar y mantener un perfil bajo, con la esperanza de conservar su empleo y mantener a su familia?
Las respuestas a estas preguntas no siempre son claras. Si bien una persona nunca puede hacer algo intrínsecamente inmoral, incluso si al hacerlo se pudiera lograr un bien mayor (Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 1756, 1761 y 1789), puede existir un delicado equilibrio entre vivir abiertamente la propia fe y tomar decisiones prudentes sobre qué batallas vale la pena librar.
Sin embargo, lo que la Iglesia ha dejado muy claro es que los católicos no pueden trazar una línea divisoria entre su fe y el resto de su vida. Creer que Cristo es el Señor, que resucitó de entre los muertos y que el Papa y los obispos son los sucesores de los apóstoles, es algo que, por su propia naturaleza, debe transformar la vida de arriba a abajo.
La cuestión de cómo integrar la fe con la totalidad de la vida se enfrenta a innumerables personas de todas las clases sociales y estilos de vida, desde ejecutivos católicos preocupados por la promoción de políticas progresistas en sus departamentos de recursos humanos, hasta el guardia de seguridad que debe ingeniárselas para asistir a la misa dominical mientras trabaja turnos nocturnos consecutivos los fines de semana.
Es un tema especialmente relevante para los legisladores católicos en las democracias contemporáneas, quienes a veces pueden sentir una inevitable división entre sus convicciones religiosas y su papel como representantes de la voluntad de sus electores. Independientemente de sus creencias individuales, parecería que su labor es más matizada que simplemente aprobar leyes a favor de cualquier cosa que promulguen el Papa o el Vaticano.
Ciudad de Dios vs. Ciudad del Hombre
En un discurso reciente, el Papa León XIV ofreció un marco para abordar cuestiones como esta. Refiriéndose directamente a la vocación única de los legisladores católicos, reflexionó sobre la famosa distinción de San Agustín entre la “Ciudad de Dios” y la “Ciudad del Hombre”.
Estas dos ciudades, explicó el Santo Padre, representan “dos orientaciones del corazón humano y, por lo tanto, de la civilización humana”. La Ciudad del Hombre “se construye sobre el orgullo y el amor a sí mismo, se caracteriza por la búsqueda del poder, el prestigio y el placer”, mientras que la Ciudad de Dios “se construye sobre el amor a Dios hasta el altruismo, se caracteriza por la justicia, la caridad y la humildad”.
El papel de los legisladores católicos resumió el Papa León, es “construir puentes entre la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre”. Para lograr esto, sugirió, los legisladores deben resistir la tentación de separar estas dos ciudades: ejercer su papel como políticos como si perteneciera únicamente a la Ciudad del Hombre y entrar en la Ciudad de Dios como si fuera un templo apartado de la realidad vivida de la vida cotidiana.
El Papa León animó a los peregrinos de habla inglesa en la audiencia diciendo que “el amor de Dios está siempre presente como fuente de fecundidad espiritual y promesa de vida eterna”.
El propio San Agustín enseñó que la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre están entrelazadas, señaló el Santo Padre. Y animó a los cristianos a infundir en la sociedad terrenal los valores del Reino de Dios, orientando así la historia hacia su plenitud en Dios, permitiendo al mismo tiempo el auténtico florecimiento humano en esta vida.
El Papa León sugiere a los legisladores y a quienes ocupan cargos gubernamentales que la visión de humildad y amor propuesta por San Agustín es una brújula espiritual en una era de alianzas cambiantes, poder corporativo y dominio tecnológico. En lugar de simplemente aceptar o promover las visiones dominantes de la época, dijo el Papa León, los legisladores católicos deben primero preguntarse cómo es el auténtico florecimiento humano y luego legislar desde esa perspectiva.
“Hoy en día”, señaló, “una vida próspera a menudo se confunde con una vida de riqueza material o una vida de autonomía individual y placer sin restricciones. El supuesto futuro ideal que se nos presenta suele ser de conveniencia tecnológica y satisfacción del consumidor. Sin embargo, sabemos que esto no es suficiente. Lo vemos en las sociedades opulentas, donde muchas personas luchan contra la soledad, la desesperación y una sensación de falta de sentido”.
Auténtico florecimiento humano más allá del materialismo
El auténtico florecimiento humano, continúa explicando el Papa, debe considerar todos los aspectos del ser humano: físico, social, cultural, moral y espiritual. La visión católica del florecimiento humano “tiene sus raíces en la ley natural, el orden moral que Dios ha escrito en el corazón humano, cuyas verdades más profundas son iluminadas por el Evangelio de Cristo”, continúa el Papa León. “En este sentido, el auténtico florecimiento humano se observa cuando las personas viven virtuosamente, cuando viven en comunidades saludables, disfrutando no solo de lo que tienen, de lo que poseen, sino también de quienes son como hijos de Dios”.
Visto así, es imposible para un legislador católico separar su fe de su trabajo. Es cierto que su labor no consiste necesariamente en traducir el Catecismo o el Código de Derecho Canónico al derecho cívico mediante la legislación. Sin embargo, no puede, en conciencia, apoyar una legislación que viole radicalmente esta visión holística del desarrollo humano.
Por esta razón, cuando se trata de graves males morales intrínsecos que atentan directamente contra la vida o la dignidad humana, el legislador católico no puede, en conciencia, votar a favor de una legislación que permita estas prácticas, independientemente de la opinión de sus electores al respecto.
Y, de forma más proactiva, el legislador católico debe, en mayor o menor medida, impulsar activamente un programa para traducir la rica antropología universal plasmada en la doctrina social católica en leyes que promuevan el desarrollo de comunidades, familias e individuos.
Gaudium et Spes y el error de una vida dividida
Nota del Editor: Gaudium et Spes (“Gozo y esperanza”) es el título en latín de uno de los documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965), cuyo título en español es “Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia ante el mundo contemporáneo”.
En última instancia, concluyó el Santo Padre en su discurso, el futuro de nuestra civilización “depende del ‘amor’ en torno al cual elijamos organizar nuestra sociedad: un amor egoísta, el amor a uno mismo o el amor a Dios y al prójimo”.
Dirigiéndose directamente a los legisladores católicos, el Santo Padre dijo: “Esta mañana, quisiera instarlos a seguir trabajando por un mundo donde el poder esté controlado por la conciencia y la ley esté al servicio de la dignidad humana. También los animo a rechazar la mentalidad peligrosa y contraproducente que afirma que nada cambiará jamás”.
Los papas anteriores y el Vaticano han abordado con frecuencia este tema de cómo el católico en el mundo debe integrar su fe y sus deberes seculares. Otro documento útil, del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, se dirige más específicamente a los empresarios católicos que enfrentan muchos obstáculos para ejercer su vocación de forma moral.
Estos obstáculos pueden adoptar muchas formas, como la corrupción, la manipulación contable, el soborno, la violación de los derechos civiles, el fraude, el robo, el uso de información privilegiada y la mala administración de los recursos, entre otros.
Pero, continúa el documento, el mayor obstáculo para un líder empresarial a nivel personal es llevar una vida dividida. Esta vida dividida es la ruptura entre la fe y la práctica empresarial diaria, lo que puede conducir a desequilibrios y a una devoción injustificada al éxito mundano. En este sentido, el documento se hace eco de Gaudium et Spes, Nro. 43, que habla de la ruptura entre la fe que muchos profesan y su vida cotidiana. Esto, escribieron los Padres Conciliares, es uno de los errores más graves de nuestra época.
Los cristianos nacieron para la lucha
Como cristianos, debemos recordar constantemente que la vocación de la justicia no es algo que pueda reducirse a las categorías de este mundo. Esta es la belleza del documento Gaudium et Spes), evidente en la propia estructura del texto de esta constitución.
Solo cuando los cristianos comprendemos nuestra vocación, como seres creados a imagen de Dios y creemos que “la forma de este mundo pasa y que Dios está preparando una nueva morada y una nueva tierra, en la que habita la justicia” (Gaudium et Spes, Nro. 39), podemos abordar los urgentes problemas sociales de nuestro tiempo desde una perspectiva verdaderamente cristiana.
“No siempre es fácil conciliar las exigencias del Evangelio con las de los negocios y el comercio”, afirmó el Papa Francisco durante un encuentro con jóvenes emprendedores y empresarios católicos en 2019. Sin embargo, los “valores evangélicos” que los empresarios y directivos aspiran a implementar en sus negocios enfatizó el difunto Santo Padre ofrecen una oportunidad para un “testimonio cristiano genuino e irremplazable”.
En otras palabras, el empresario tiene un papel fundamental en la transformación de la sociedad, que comienza por el respeto a la dignidad del trabajo humano y a su dimensión subjetiva, considerando que “el trabajo es trabajo con otros y trabajo para otros” (San Juan Pablo II, Centesimus Annus, Nro. 31).
Alinear los valores fundamentales y la misión de un legislador o empresario católico no es algo que ocurre por sí solo; debe ser intencional y atendido con esmero. Trágicamente, a veces no apreciamos la vida que Dios nos ofrece tan generosamente. Nos agotamos con las actividades naturales, mientras que lo sobrenatural, lo espiritual, permanece ignorado.
Como dice el Papa León XIII: “Los cristianos nacieron para el combate” (Sobre los cristianos como ciudadanos). Así, cada momento cotidiano se convierte en una oportunidad extraordinaria para magnificar la grandeza de Dios, dando testimonio constante del poder transformador de su amor eterno.
La sociedad moderna pretende que los cristianos guarden silencio, especialmente sobre los valores fundamentales del Evangelio, como la dignidad humana, el respeto a toda vida, nacida y no nacida, el matrimonio entre un hombre y una mujer, la lucha contra el crimen de la eutanasia, etc. Sin embargo, ante la tentación de no decir nada, de transigir con principios cristianos esenciales o de ceder ante la presión y la conveniencia, los legisladores católicos y quienes ocupan cargos gubernamentales deberían recordar que “en el amor no hay temor, sino que el amor perfecto expulsa el temor” (1 Juan 4,18).
__________________________________________