La pornografía no es un asunto “privado” sino destructivo para la sociedad (II)
Padre Shenan J. Boquet
Presidente de Vida Humana Internacional
Publicado originalmente en inglés el 15 de Julio del 2024 en: https://www.hli.org/2024/07/pornography-is-not-a-private-matter/
Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.
Anteriormente escribí sobre cómo la disponibilidad y el uso generalizados de la pornografía están provocando impactos enormemente destructivos no sólo en las personas adictas a la pornografía, sino en toda la sociedad. Resulta que este comportamiento sexual, el más “privado”, no lo es en lo más mínimo. Esto no debería sorprender a nadie. Si de repente miles de millones de seres humanos comenzaran a participar de forma privada en una determinada actividad, esperaríamos que esto condujera a ciertos cambios en la sociedad en general. Esto sería cierto, incluso si la actividad no fuera en absoluto controvertida.
Si, por ejemplo, miles de millones de seres humanos decidieran de repente pasar horas cada semana leyendo en privado a Shakespeare, esperaríamos que hubiera todo tipo de repercusiones públicas, incluso si la lectura real sólo tuviera lugar en la privacidad de sus hogares. El mero acto de pensar en un tema determinado (por ejemplo, Shakespeare) inevitablemente provoca que los intereses de las personas cambien. Esto, a su vez, hace que sus comportamientos cambien, lo que los lleva a comenzar a emplear su tiempo y su dinero de diferentes maneras.
En un caso tan improbable, los teatros que presentan obras de Shakespeare probablemente comenzarían a agotarse inmediatamente y habría que construir más teatros. Más personas necesitarían formarse para convertirse en actores de Shakespeare, y los mejores de esos actores de repente se volverían tremendamente famosos. Más personas podrían decidir especializarse en literatura inglesa, con el resultado de que las universidades tendrían que ampliar sus departamentos de inglés. La vida social también sería diferente. Las conversaciones sobre las obras de Shakespeare se volverían habituales en el trabajo y en las fiestas. El vocabulario de las personas se alteraría y ampliaría, y a menudo ilustrarían los puntos que plantean con referencia a algún personaje o argumento de una obra de Shakespeare. La gente empezaría a buscar parejas románticas que compartieran su pasión por Shakespeare, etc., etc.
Es fácil imaginar consecuencias mucho más divertidas, pero también muy reales, de una sociedad “privada” enganchada a Shakespeare.
“El pecado nos vuelve insensatos”
La obviedad de esto es lo que hace aún más irritante que tanta gente trate algo tan potente como el consumo de pornografía como algo esencialmente libre de consecuencias, como un asunto privado. Para cualquiera que tenga un ápice de sentido común, está claro que la pornografía aprovecha y altera una de las fuerzas más poderosas del planeta, es decir, la sexualidad humana.
Por un lado, es extraño, más allá de las palabras, que tanta gente parezca haber aceptado la idea de que una persona puede pasar horas “en privado” fantaseando con imágenes y videos que invocan sentimientos increíblemente poderosos y pensar que esta fantasía “privada” no causará al menos algún impacto en sus vidas y en las vidas de los demás. Por otro lado, no sorprende en lo más mínimo. Hay un viejo dicho que dice: “El pecado te vuelve insensato”. Otra forma de decir lo mismo es que “el pecado oscurece el intelecto”.
Ésta es la frase preferida por filósofos y teólogos como Santo Tomás de Aquino. San Pablo advierte de lo mismo en la Segunda Carta a Timoteo, cuando escribe: “Porque llegará el tiempo en que los hombres no tolerarán la sana doctrina, sino que, siguiendo sus propios deseos y su insaciable curiosidad, acumularán maestros y dejarán de escuchar la verdad y se desviarán hacia los mitos” (2 Timoteo 4:3).
Como se mencionó la semana pasada, las estadísticas son tales que, en cierto modo, es exacto decir que somos una sociedad de adictos a la pornografía. Como tal, un porcentaje significativo de personas tiene una razón muy personal para argumentar que la pornografía es inofensiva. En su desesperación por proteger su placer preferido, discutirán, e incluso llegarán a creer, cosas que nuestros antepasados casi universalmente entendían como ridículas. Esas cosas son, de hecho, ridículas.
La pérdida de la sabiduría colectiva
Este es el punto señalado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, anteriormente Pontificio Consejo para la Familia (y Pontificio Consejo para los Laicos), en los primeros párrafos de su documento sobre la educación para la castidad con la cual los padres deben formar a sus hijos, titulado “Sexualidad humana: Verdad y significado”, se afirma lo siguiente: “En el pasado, incluso cuando la familia no proporcionaba una educación sexual específica, la cultura general estaba impregnada de respeto hacia los valores fundamentales y, por tanto, servía para protegerlos y mantenerlos” (Nro. 1).
En otras palabras, incluso si una familia en particular o un grupo de padres no educaran explícitamente a sus hijos en principios morales en relación con la sexualidad, esto no era necesariamente el fin del mundo. Si bien podría haber sido mejor que los padres asumieran un papel más activo, casi todas las instituciones sociales educaban a sus hijos en esos principios morales. Uno de estos principios era, ciertamente, que cualquier tipo de interés obsesivo por la sexualidad, hasta el punto de pasar horas viendo imágenes de otras personas ejerciendo un comportamiento sexual, no sólo era evidencia de una mente y un carácter muy deformados, sino también extremadamente peligroso para el individuo y para la sociedad. En particular, se reconocía universalmente que incluso el riesgo de poner pornografía en manos de niños era un acto de indescriptible vileza.
Como tal, la sociedad tenía un gran interés en limitar la disponibilidad de materiales pornográficos, hasta el punto de criminalizar a quienes los producían y distribuían. Después de todo, la necesidad de proteger la inocencia de los niños, la santidad del matrimonio y el carácter moral de los ciudadanos de una sociedad era algo que interesaba a todos y era en gran medida una cuestión de interés público.
Ahora, sin embargo, nos encontramos con que incluso un número significativo de personas que se autodenominan “conservadoras” han sido tan engañadas por el consenso general de nuestra decadente sociedad, que defenderán el acceso fácil y sin barreras a tipos de prácticas despiadadas, violentas y de pornografía degradante que habrían horrorizado incluso a muchos pornógrafos hace una o dos generaciones. Y lo hacen en nombre de cosas como la “libertad de expresión” o la “Primera Enmienda”.
La responsabilidad de los padres
En las dos últimas columnas, he utilizado el tema de la pornografía como ilustración de un punto más amplio: en el tema de la sexualidad, nuestra sociedad está loca. Ciertas afirmaciones que ahora se dan por sentadas son, en realidad, mentiras grotescas: mentiras que nuestros antepasados habrían detectado inmediatamente como tales. Sin embargo, debido a que vivimos en una sociedad impregnada de una comprensión falsa de la sexualidad y de la persona humana, muchas personas ni siquiera piensan en cuestionar las falsas presuposiciones. El resultado es que, de innumerables maneras que son invisibles para nosotros, nuestra sociedad refuerza principios que no sólo son completamente ajenos a la cosmovisión cristiana, sino que continuamente nos alejan a nosotros y a nuestros hijos de la verdad y los acercan al pecado grave.
Como se explicó en el boletín pasado, la adicción a la pornografía ha arruinado por completo más vidas de las que cualquiera de nosotros imagina. Sin embargo, también es cierto que esta visión distorsionada de la sexualidad y de la persona humana hace mucho más difícil, de diversas formas invisibles pero siniestras, incluso para los cristianos comprometidos vivir matrimonios felices y santos, y para que sus hijos disfruten de una infancia normal e inocente que los prepara para vivir vidas felices y significativas y, en última instancia, para la vida eterna con Dios.
Como lo expresa el entonces llamado Consejo Pontificio para la Familia:
En la mayor parte de la sociedad, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, el declive de los modelos tradicionales ha dejado a los niños privados de una orientación coherente y positiva, mientras que los padres no están preparados para dar respuestas adecuadas. Este nuevo contexto se ve agravado por lo que observamos: un eclipse de la verdad sobre el hombre que, entre otras cosas, ejerce presión para reducir la sexualidad a algo banal. En este ámbito, la sociedad y los medios de comunicación proporcionan la mayor parte del tiempo información despersonalizada, lúdica y muchas veces pesimista. Además, esta información no tiene en cuenta las diferentes etapas de formación y desarrollo de niños y jóvenes, y está influenciada por un concepto individualista distorsionado de la libertad, en un ambiente carente de los valores básicos de la vida, el amor humano y la familia… En tal situación, muchos padres católicos recurren a la Iglesia para que asuma la tarea de ofrecer orientaciones y sugerencias para la educación de sus hijos, especialmente en la fase de la infancia y de la adolescencia” (Sexualidad humana: Verdad y significado, Nro. 1).
Para ayudar en esto, el Consejo produjo el documento Sexualidad humana: Verdad y significado. En un próximo artículo profundizaré en este documento y brindaré algunos de los aspectos más destacados que espero puedan ayudar a los padres a enfrentar los desafíos de este tiempo. (Por supuesto, no es necesario que espere a que resuma el documento. ¿Por qué no lo imprime usted mismo y lee un poco cada día durante los próximos días?)
Desafortunadamente, demasiados padres, incluidos padres que por lo demás son fieles, consideran que la tarea de la educación sexual y la formación para la castidad de sus hijos es demasiado difícil o complicada. A menudo, dejan la educación de sus hijos en esta materia a sus escuelas o a la cultura en general. Esto no siempre es intencional, sin embargo, a menudo simplemente es el fruto de la negligencia.
Estoy aquí para decirles a los padres que renunciar a sus obligaciones respecto de la educación de sus hijos no es una opción. Las fuerzas desplegadas contra los hogares cristianos son demasiado omnipresentes y poderosas para ignorarlas. La única opción para los padres fieles en una época tan enferma es educarse profundamente e involucrarse decididamente con sus hijos brindándoles un programa significativo de educación en la castidad que sea saludable y apropiada para su edad. Ésta es una tarea difícil. Pero es algo que los padres cristianos no pueden eludir.
Como deja claro el documento antes mencionado: “Al dar la vida, los padres cooperan con el poder creativo de Dios y reciben el don de una nueva responsabilidad: no sólo alimentar a sus hijos y satisfacer sus necesidades materiales y culturales, sino sobre todo transmitir a sus hijos la verdad vivida de la fe y educarlos en el amor a Dios y al prójimo. Éste es el primer deber de los padres en el corazón de la ‘iglesia doméstica’ [que es la familia]” (Nro. 5).
Esto incluye el campo de la sexualidad humana.
En un próximo artículo, veremos más de cerca cómo los padres pueden cumplir con esta responsabilidad de una manera que esté profundamente informada por las enseñanzas de la Iglesia y que tenga en cuenta el nivel de madurez de sus hijos.
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Padre Shenan J. Boquet
Presidente de Vida Humana Internacional
Publicado originalmente en inglés el 15 de Julio del 2024 en: https://www.hli.org/2024/07/pornography-is-not-a-private-matter/
Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.
Anteriormente escribí sobre cómo la disponibilidad y el uso generalizados de la pornografía están provocando impactos enormemente destructivos no sólo en las personas adictas a la pornografía, sino en toda la sociedad. Resulta que este comportamiento sexual, el más “privado”, no lo es en lo más mínimo. Esto no debería sorprender a nadie. Si de repente miles de millones de seres humanos comenzaran a participar de forma privada en una determinada actividad, esperaríamos que esto condujera a ciertos cambios en la sociedad en general. Esto sería cierto, incluso si la actividad no fuera en absoluto controvertida.
Si, por ejemplo, miles de millones de seres humanos decidieran de repente pasar horas cada semana leyendo en privado a Shakespeare, esperaríamos que hubiera todo tipo de repercusiones públicas, incluso si la lectura real sólo tuviera lugar en la privacidad de sus hogares. El mero acto de pensar en un tema determinado (por ejemplo, Shakespeare) inevitablemente provoca que los intereses de las personas cambien. Esto, a su vez, hace que sus comportamientos cambien, lo que los lleva a comenzar a emplear su tiempo y su dinero de diferentes maneras.
En un caso tan improbable, los teatros que presentan obras de Shakespeare probablemente comenzarían a agotarse inmediatamente y habría que construir más teatros. Más personas necesitarían formarse para convertirse en actores de Shakespeare, y los mejores de esos actores de repente se volverían tremendamente famosos. Más personas podrían decidir especializarse en literatura inglesa, con el resultado de que las universidades tendrían que ampliar sus departamentos de inglés. La vida social también sería diferente. Las conversaciones sobre las obras de Shakespeare se volverían habituales en el trabajo y en las fiestas. El vocabulario de las personas se alteraría y ampliaría, y a menudo ilustrarían los puntos que plantean con referencia a algún personaje o argumento de una obra de Shakespeare. La gente empezaría a buscar parejas románticas que compartieran su pasión por Shakespeare, etc., etc.
Es fácil imaginar consecuencias mucho más divertidas, pero también muy reales, de una sociedad “privada” enganchada a Shakespeare.
“El pecado nos vuelve insensatos”
La obviedad de esto es lo que hace aún más irritante que tanta gente trate algo tan potente como el consumo de pornografía como algo esencialmente libre de consecuencias, como un asunto privado. Para cualquiera que tenga un ápice de sentido común, está claro que la pornografía aprovecha y altera una de las fuerzas más poderosas del planeta, es decir, la sexualidad humana.
Por un lado, es extraño, más allá de las palabras, que tanta gente parezca haber aceptado la idea de que una persona puede pasar horas “en privado” fantaseando con imágenes y videos que invocan sentimientos increíblemente poderosos y pensar que esta fantasía “privada” no causará al menos algún impacto en sus vidas y en las vidas de los demás. Por otro lado, no sorprende en lo más mínimo. Hay un viejo dicho que dice: “El pecado te vuelve insensato”. Otra forma de decir lo mismo es que “el pecado oscurece el intelecto”.
Ésta es la frase preferida por filósofos y teólogos como Santo Tomás de Aquino. San Pablo advierte de lo mismo en la Segunda Carta a Timoteo, cuando escribe: “Porque llegará el tiempo en que los hombres no tolerarán la sana doctrina, sino que, siguiendo sus propios deseos y su insaciable curiosidad, acumularán maestros y dejarán de escuchar la verdad y se desviarán hacia los mitos” (2 Timoteo 4:3).
Como se mencionó la semana pasada, las estadísticas son tales que, en cierto modo, es exacto decir que somos una sociedad de adictos a la pornografía. Como tal, un porcentaje significativo de personas tiene una razón muy personal para argumentar que la pornografía es inofensiva. En su desesperación por proteger su placer preferido, discutirán, e incluso llegarán a creer, cosas que nuestros antepasados casi universalmente entendían como ridículas. Esas cosas son, de hecho, ridículas.
La pérdida de la sabiduría colectiva
Este es el punto señalado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, anteriormente Pontificio Consejo para la Familia (y Pontificio Consejo para los Laicos), en los primeros párrafos de su documento sobre la educación para la castidad con la cual los padres deben formar a sus hijos, titulado “Sexualidad humana: Verdad y significado”, se afirma lo siguiente: “En el pasado, incluso cuando la familia no proporcionaba una educación sexual específica, la cultura general estaba impregnada de respeto hacia los valores fundamentales y, por tanto, servía para protegerlos y mantenerlos” (Nro. 1).
En otras palabras, incluso si una familia en particular o un grupo de padres no educaran explícitamente a sus hijos en principios morales en relación con la sexualidad, esto no era necesariamente el fin del mundo. Si bien podría haber sido mejor que los padres asumieran un papel más activo, casi todas las instituciones sociales educaban a sus hijos en esos principios morales. Uno de estos principios era, ciertamente, que cualquier tipo de interés obsesivo por la sexualidad, hasta el punto de pasar horas viendo imágenes de otras personas ejerciendo un comportamiento sexual, no sólo era evidencia de una mente y un carácter muy deformados, sino también extremadamente peligroso para el individuo y para la sociedad. En particular, se reconocía universalmente que incluso el riesgo de poner pornografía en manos de niños era un acto de indescriptible vileza.
Como tal, la sociedad tenía un gran interés en limitar la disponibilidad de materiales pornográficos, hasta el punto de criminalizar a quienes los producían y distribuían. Después de todo, la necesidad de proteger la inocencia de los niños, la santidad del matrimonio y el carácter moral de los ciudadanos de una sociedad era algo que interesaba a todos y era en gran medida una cuestión de interés público.
Ahora, sin embargo, nos encontramos con que incluso un número significativo de personas que se autodenominan “conservadoras” han sido tan engañadas por el consenso general de nuestra decadente sociedad, que defenderán el acceso fácil y sin barreras a tipos de prácticas despiadadas, violentas y de pornografía degradante que habrían horrorizado incluso a muchos pornógrafos hace una o dos generaciones. Y lo hacen en nombre de cosas como la “libertad de expresión” o la “Primera Enmienda”.
La responsabilidad de los padres
En las dos últimas columnas, he utilizado el tema de la pornografía como ilustración de un punto más amplio: en el tema de la sexualidad, nuestra sociedad está loca. Ciertas afirmaciones que ahora se dan por sentadas son, en realidad, mentiras grotescas: mentiras que nuestros antepasados habrían detectado inmediatamente como tales. Sin embargo, debido a que vivimos en una sociedad impregnada de una comprensión falsa de la sexualidad y de la persona humana, muchas personas ni siquiera piensan en cuestionar las falsas presuposiciones. El resultado es que, de innumerables maneras que son invisibles para nosotros, nuestra sociedad refuerza principios que no sólo son completamente ajenos a la cosmovisión cristiana, sino que continuamente nos alejan a nosotros y a nuestros hijos de la verdad y los acercan al pecado grave.
Como se explicó en el boletín pasado, la adicción a la pornografía ha arruinado por completo más vidas de las que cualquiera de nosotros imagina. Sin embargo, también es cierto que esta visión distorsionada de la sexualidad y de la persona humana hace mucho más difícil, de diversas formas invisibles pero siniestras, incluso para los cristianos comprometidos vivir matrimonios felices y santos, y para que sus hijos disfruten de una infancia normal e inocente que los prepara para vivir vidas felices y significativas y, en última instancia, para la vida eterna con Dios.
Como lo expresa el entonces llamado Consejo Pontificio para la Familia:
En la mayor parte de la sociedad, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, el declive de los modelos tradicionales ha dejado a los niños privados de una orientación coherente y positiva, mientras que los padres no están preparados para dar respuestas adecuadas. Este nuevo contexto se ve agravado por lo que observamos: un eclipse de la verdad sobre el hombre que, entre otras cosas, ejerce presión para reducir la sexualidad a algo banal. En este ámbito, la sociedad y los medios de comunicación proporcionan la mayor parte del tiempo información despersonalizada, lúdica y muchas veces pesimista. Además, esta información no tiene en cuenta las diferentes etapas de formación y desarrollo de niños y jóvenes, y está influenciada por un concepto individualista distorsionado de la libertad, en un ambiente carente de los valores básicos de la vida, el amor humano y la familia… En tal situación, muchos padres católicos recurren a la Iglesia para que asuma la tarea de ofrecer orientaciones y sugerencias para la educación de sus hijos, especialmente en la fase de la infancia y de la adolescencia” (Sexualidad humana: Verdad y significado, Nro. 1).
Para ayudar en esto, el Consejo produjo el documento Sexualidad humana: Verdad y significado. En un próximo artículo profundizaré en este documento y brindaré algunos de los aspectos más destacados que espero puedan ayudar a los padres a enfrentar los desafíos de este tiempo. (Por supuesto, no es necesario que espere a que resuma el documento. ¿Por qué no lo imprime usted mismo y lee un poco cada día durante los próximos días?)
Desafortunadamente, demasiados padres, incluidos padres que por lo demás son fieles, consideran que la tarea de la educación sexual y la formación para la castidad de sus hijos es demasiado difícil o complicada. A menudo, dejan la educación de sus hijos en esta materia a sus escuelas o a la cultura en general. Esto no siempre es intencional, sin embargo, a menudo simplemente es el fruto de la negligencia.
Estoy aquí para decirles a los padres que renunciar a sus obligaciones respecto de la educación de sus hijos no es una opción. Las fuerzas desplegadas contra los hogares cristianos son demasiado omnipresentes y poderosas para ignorarlas. La única opción para los padres fieles en una época tan enferma es educarse profundamente e involucrarse decididamente con sus hijos brindándoles un programa significativo de educación en la castidad que sea saludable y apropiada para su edad. Ésta es una tarea difícil. Pero es algo que los padres cristianos no pueden eludir.
Como deja claro el documento antes mencionado: “Al dar la vida, los padres cooperan con el poder creativo de Dios y reciben el don de una nueva responsabilidad: no sólo alimentar a sus hijos y satisfacer sus necesidades materiales y culturales, sino sobre todo transmitir a sus hijos la verdad vivida de la fe y educarlos en el amor a Dios y al prójimo. Éste es el primer deber de los padres en el corazón de la ‘iglesia doméstica’ [que es la familia]” (Nro. 5).
Esto incluye el campo de la sexualidad humana.
En un próximo artículo, veremos más de cerca cómo los padres pueden cumplir con esta responsabilidad de una manera que esté profundamente informada por las enseñanzas de la Iglesia y que tenga en cuenta el nivel de madurez de sus hijos.
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