La Sierva del Señor (II)

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

www.vidahumana.org

(Véase el mensaje de Navidad del Padre Boquet al final del artículo.)

 

 

La virginidad perpetua de María

Cuando San Gabriel le dijo a María que iba a concebir a un hijo y que le pusiera el nombre de Jesús (= Yahveh salva), María le preguntó: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” En la Biblia la palabra “conocer” también tiene un significado más profundo que la simple adquisición de conocimientos. Se refiere a una relación profunda de amor entre las personas. Se refiere al conocimiento que Dios tiene de nosotros, al que nosotros estamos llamados a tener de Él, a la relación entre los miembros de una familia e incluso a la relación íntima sexual entre los esposos (ver Génesis 4:1).

 

Por lo tanto, María dijo a San Gabriel que ella no tenía relaciones sexuales con ningún hombre. La Iglesia, reflexionando sobre esta revelación bíblica y apoyándose en la Sagrada Tradición siempre ha enseñado, como dogma de fe, que María fue siempre virgen. Ella fue virgen antes, durante y después del parto de Jesús. Es más, al parir a Jesús su virginidad no solo no fue afectada para nada, sino que incluso quedó santificada y consagrada. Ver Catecismo 499. La Iglesia también nos aclara que los presuntos “hermanos” de Jesús que menciona, por ejemplo, Marcos 3:31-35, en realidad son parientes cercanos de él, como pudieron ser sus primos o primas. Ver Catecismo 500.

 

Pero, ¿qué tiene que ver la virginidad perpetua de María con su identidad como Sierva de Dios? Tiene todo que ver, porque su virginidad es un signo viviente y físico de su total entrega en cuerpo y alma a Dios. La Iglesia siempre ha celebrado la virginidad, y también el martirio, de tantos hombres y mujeres santos que nos dieron ejemplo de seguir a Cristo con sus vidas de total entrega a Dios.

 

San Juan Pablo II, en sus maravillosas catequesis sobre la teología del cuerpo, nos enseña que el estado final y definitivo de todos los salvados por Cristo en el Cielo será un estado virginal (véase la Catequesis no. 67). El Santo Padre se estaba refiriendo al hecho de que al contemplar a Dios cara a cara, todas las potencias corporales y espirituales del ser humano quedarán completamente centradas y entregadas a Dios. Su unidad cuerpo-alma quedará completamente consagrada a Dios, así como renovada, transformada y divinizada. 2 Pedro 1:4, nos enseña que nos convertiremos en “partícipes de la naturaleza divina”. Y 1 Juan 3:2 dice que “seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”. No nos convertiremos en dioses, no, sino que participaremos de su naturaleza divina y seremos semejantes (no iguales) a Dios.

 

María fue un signo viviente y anticipado en su propia persona y en su vida de este estado virginal, definitivo y glorioso del ser humano. Y al vivir así totalmente entregada a Dios, María pudo entregarse completa y virginalmente al servicio de Dios y de todos. No olvidemos que los dos mandamientos principales, plenamente unidos entre sí y que se implican mutuamente son amar a Dios y amar al prójimo. Jesús enseñó esto en Marcos 12:29-31. Y 1 Juan 4:20 nos dice: “Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a Quien no ve”. María demostró su amor a Dios más que nadie amando a todos, incluso a los enemigos de su Hijo.

 

 

María y la sombra del Espíritu Santo

 

San Gabriel respondió a la pregunta de María de cómo iba a concebir a Jesús diciendo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:35).

 

La palabra “sombra”, que también se puede interpretar como “nube”, es la misma que aparece en Éxodo 13:22. En ese pasaje, vemos cómo Dios guía a Su Pueblo a salir de la esclavitud en Egipto por medio de una nube durante el día y una columna de fuego durante la noche hasta que llegara a la Tierra o Patria Prometida. María colabora con Cristo más que ningún otro ser humano en guiar al Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, en medio de los peligros de esta vida hasta que lleguemos a la Patria Celestial, la patria definitiva. Y esta colaboración, evidentemente, también es parte de su ser la Sierva del Señor.

 

La “densa nube” también aparece en el Monte Sinaí, donde Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos para que Su Pueblo los obedeciera y viviera una vida santa. Ver Éxodo 19:6. María colabora con Cristo para que nosotros también obedezcamos los Diez Mandamientos además de las nuevas enseñanzas de Cristo, especialmente las Bienaventuranzas en Mateo 5:1-12. Jesús nos enseñó que él no vino a abolir los Diez Mandamientos, sino a darles pleno cumplimiento y perfeccionamiento (Mateo 5:17). María no tiene nada que añadir a lo que Cristo ha enseñado, ya que él es la Palabra perfecta, completa, definitiva e irrevocable de Dios. Cristo es la plenitud y completamiento de la Revelación. Por eso la Iglesia enseña que después de Cristo, ya Dios no tiene nada esencialmente nuevo que revelarnos (Catecismo 65-66). Y por eso también María, en su humildad, se limita a señalar a su Hijo y decirnos: “Hagan lo que él les diga” (Juan 2:5). María constantemente está realizando este servicio humilde y abnegado, porque ella es la Sierva del Señor.

 

La “columna de nube” también aparecía en la Tienda del Encuentro cada vez que Dios se hacía presente en ella para hablar con Moisés (Éxodo 33:9). El Pueblo de Israel era un pueblo nómada en camino a la Tierra Prometida. La Tienda del Encuentro servía como una especie de templo portátil. Dentro de ella estaba el Arca de la Alianza, una especie de altar portátil. Dentro del Arca estaban, entre otros objetos sagrados, las tablas con los Diez Mandamientos. Pero la función especial del Arca era ser el trono de Dios. María es la nueva Arca de la Alianza, porque en ella se albergó durante nueve meses el Hijo de Dios, plenitud de los Diez Mandamientos. Dios preparó a María desde toda la eternidad con especiales gracias para que ella fuese una morada inmaculada y digna de Su Hijo. María sirvió a Jesús antes de nacer con sumo cuidado, para que el Niño naciera saludable y listo para emprender su ministerio en el tiempo señalado. Pero María continúa albergando a Jesús en su Corazón Inmaculado y ofreciéndoselo a todos los que humildemente, como ella, lo quieran recibir en sus corazones. Este sublime servicio también demuestra que ella es la Sierva del Señor.

 

La nube también aparece en la Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor (Lucas 9:34-35). En esa ocasión la nube, que siempre significa la presencia de Dios y especialmente del Espíritu Santo, envolvió a los tres discípulos de más confianza que Jesús escogió – Pedro, Santiago y Juan – para mostrarles un anticipo de su Resurrección y así fortalecerles su fe ante su Pasión y Muerte que ya se acercaban (ver Catecismo 555). Desde esa nube se escuchó la voz del Padre que dijo: “Este es mi Hijo, mi elegido: escúchenlo”. Dios Padre les recuerda a los Apóstoles de Jesús que Su Hijo es Su Palabra perfecta y que, por lo tanto, deben escucharlo. Relacionando esta experiencia con María, vemos que se repite su servicio a nosotros al decirnos constantemente que hagamos lo que Jesús nos diga.

 

 

María, “la Madre de mi Señor”

 

El pasaje citado al comienzo de este artículo nos dice que una vez que María dijo sí al Arcángel San Gabriel: En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel (Lucas 1:39-40). María no se quedó embelesada tras la experiencia espiritual tan sublime que tuvo con la visita de San Gabriel. Su espíritu de servicio se activó enseguida y al enterarse por el mismo Arcángel que Santa Isabel llevaba seis meses de embarazo, partió con presura hacia la casa de su prima para ayudarla.

 

Hay que tener en cuenta que el tramo entre Nazaret, donde estaba María, y la aldea en las montañas de Judá, donde estaba Isabel, es de una distancia de por lo menos 100 kilómetros. María, posiblemente con una acompañante de su familia extendida, hizo el dificultoso viaje atravesando las montañas de Judá probablemente en una carreta tirada por burros. De cualquier manera fue un dificultoso y largo viaje (¿varios días o semanas?). Había caminos ya hechos, pero nada que ver con las carreteras con las que nos desplazamos fácilmente hoy en día en toda clase de vehículos de tecnología avanzada.

 

El servicio a los demás a veces no es fácil. Requiere un esfuerzo físico y espiritual que provienen de una sólida determinación motivada por el amor al prójimo. María demostró una vez más su incomparable espíritu de servicio abnegado, realista y práctico, así como una capacidad para enfrentar peligros e incomodidades. Lo de María fue una verdadera aventura de amor servicial. Una adolescente de 15 años de edad y embarazada se lanzó valientemente a la aventura de un largo y peligroso viaje para servir a la vida no nacida de Juan el Bautista y a su madre, una anciana que muy posiblemente estaba en cama debido a su avanzado embarazo y a su edad. Definitivamente que María es la Sierva del Señor de la Vida.

 

Cuando María entró en casa de Santa Isabel recibió con santa sorpresa la confirmación, por parte de su prima, de lo que San Gabriel le había dicho. Al llegar María, Juan el Bautista de unos seis meses de gestación saltó de alegría en el seno de Isabel al sentir la presencia de Jesús en el seno de María. Y ese hecho, junto a la presencia de María con Jesús dentro, hizo que el Espíritu Santo también llenara el corazón de Isabel. Y la prima de María, inspirada por el Espíritu proclamó con toda la certeza de su fe: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno (Lucas 1:43-44).

 

La palabra “Señor” aquí traduce la palabra griega “Kyrios”. Esa palabra se utiliza en la traducción de la Biblia Hebrea al griego unos 250 años AC para traducir la palabra hebrea “Adonai”. Esta palabra se utilizaba para referirse a Dios como el Señor de todo. De manera que Santa Isabel estaba diciendo que María es la Madre de Dios.

 

Al ser la Madre de Dios, María es también madre espiritual nuestra y de toda la Iglesia. Esto es así porque Jesús es nuestro hermano mayor, ya que nosotros somos hijos de Dios por el Bautismo (ver Catecismo 1265). Y San Pablo llamó a Jesús “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).

 

Cuando María estaba al pie de a la cruz junto a su Hijo, Jesús se la entregó a su discípulo amado, quien también estaba allí (Juan 19:26). Jesús dijo a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. El discípulo amado nos representa a todos. Por lo tanto María es también, en el orden de la gracia, Madre nuestra. La palabra “mujer” aquí es un título de honor, porque se refiere a la madre de todos los vivientes (ver Génesis 3:20 y Juan 2:4). Pero Jesús también le dijo al discípulo amado (San Juan): “Ahí tienes a tu madre” y “desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa” (versículo 27). María es nuestra madre y ¡qué madre tan buena no se ocupa de sus hijitos! Pero también nosotros debemos recibir a María en nuestra casa, es decir, en nuestros hogares y en nuestros corazones.

 

En resumen, María no solo fue a servir a su prima durante los últimos tres meses de su embarazo. También fue a llevarle al Niño Dios a ella, a San Juan Bautista y a su padre Zacarías (véase el versículo 40) y a todos nosotros. María es la Sierva del Señor porque siempre está llevando a Jesús a todos sus hijos. Ese es su servicio más grande.

 

 

Todas las generaciones bendecirán a María

 

Santa Isabel felicitó a María por su fe: ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! (versículo 45). María, al escuchar esta felicitación, con santa humildad y nunca olvidando su misión e identidad de Sierva del Señor, desplazó la atención de sí misma hacia Dios, cuyo favor había recibido, y pronunció el tan conocido cántico del Magnificat. Solo vamos a reproducir los primeros versículos:

Engrandece [o magnifica] mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada (Lucas 1:47-48).

 

María vuelve a reiterar su misión e identidad de Sierva de Dios. Y a continuación dice que “todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre” (Lucas 1:48-49).

 

Aquí hay dos puntos importantes que resaltar. El primero es que María predice que todas las generaciones la llamarán bienaventurada. Y hasta el día de hoy (y en el futuro también hasta el regreso de Cristo) esto se ha cumplido, especialmente con el rezo del Santo Rosario, que tantos católicos de tantos siglos y lugares han rezado y continúan rezando.

 

Recordemos que el Rosario consta de dos partes: la salutación y la petición. En la salutación repetimos una combinación del saludo de San Gabriel “Dios te salve [que significa “alégrate] María, llena eres de gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1:28) seguido del saludo de Santa Isabel: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1:42). Bendecida y bienaventurada es prácticamente lo mismo. La salutación del Rosario es profundamente bíblica y cumple la profecía de María acerca de sí misma gracias al poder de Dios.

 

Luego la Iglesia añadió la petición “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Esta adición fue el fruto de los ruegos del pueblo cristiano azotado por la peste bubónica que mató la tercera parte de la población de Europa en el siglo XIV, de 1346 a 1353. Pero evidentemente esta petición sirve para todos los tiempos y lugares. La petición también reafirma el dogma de que María es la Madre de Dios, como lo reconoció Santa Isabel y como ya hemos explicado.

 

Esta petición también reafirma el rol de María que, siendo la Sierva del Señor, siempre está atenta a nuestras necesidades espirituales y temporales. Ella intercede por nosotros ante su Hijo. Y su Hijo, el Intercesor por excelencia, siempre está intercediendo por nosotros ante el Padre. Véanse Romanos 8:34 y 1 Juan 2:1, que dice que Jesucristo es nuestro abogado ante el Padre. La intercesión de María, de los santos y de nosotros mismos por nuestros hermanos tiene su origen, fuerza y razón de ser gracias al Intercesor, que es Jesucristo. Y muestra la riqueza infinita de esa intercesión del Hijo de Dios dándonos una participación en ella. María es también abogada nuestra, como dice el cántico del Salve Regina, y ello es posible gracias a Cristo, quien es el Abogado ante el Padre.

 

No debemos desanimarnos y pensar que Cristo intercede por nosotros ante el Padre porque el Padre esté enojado con nosotros y Jesús tiene que “calmarlo”. Eso es un disparate grandísimo. Después de todo, fue el Padre Mismo quien envió a su Hijo a salvar al mundo debido al amor tan grande que el Padre tiene por el mundo (ver Juan  3:16). Lo mismo debemos pensar respecto de la intercesión de María ante su Hijo Jesús.

 

Pero el punto central de todo esto es que la profecía de María de que todas las generaciones la llamarán bienaventurada termina con María siendo la Sierva del Señor al estar siempre atenta a nuestras peticiones. Ella continúa sirviéndonos a imitación de su Hijo.

 

 

El esplendor de María

 

Apocalipsis 12:1 dice: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

 

Dios premió la humildad de su Sierva exaltándola y llevándola al Cielo, donde su cuerpo y su alma han sido glorificados y hechos similares al cuerpo y al alma gloriosos de Cristo (ver Filipenses 3:21). Cristo prometió que “el que se humilla, será exaltado” (Mateo 3:12). Y él mismo se humilló al lavarles los pies a sus discípulos, cosa reservada a los esclavos o sirvientes (ver Juan 13:4-5).

 

María también a imitación de su Hijo se humilló muchas veces para servir a su familia, parientes y otras personas. Ella misma dijo que Dios se había fijado en la humildad de Su sierva (Lucas 1:48). Por eso Dios la exaltó y se la llevó al Cielo en cuerpo y alma una vez que terminó su misión de servicio en la tierra. Es lo que proclama el dogma de la Asunción de la Virgen (ver Catecismo 966).

 

El esplendor de María se deriva del esplendor de Dios y de Jesús. El canto Zacarías, padre de San Juan Bautista, se refiere a Cristo cuando dice “por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1:78-79). Y el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, nos enseña que “La ciudad [la Jerusalén del Cielo] no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero” (Apocalipsis 21:23). El Cordero, por supuesto, es Cristo (ver Juan 1:36).

 

María es la primera, entre los siervos y discípulos de Jesús, en recibir el esplendor de su Hijo, que no es otra cosa que la manifestación de la gloria de Dios, como nos dice el pasaje que acabamos de citar.

 

Pero ese esplendor, en atención a los méritos de Cristo, es fruto de la santidad de María expresada en su constante amor y servicio a Dios y al prójimo. También nosotros brillaremos con el esplendor de Cristo, si lo imitamos a él y a su Madre, quien es al mismo tiempo, Madre nuestra y Sierva del Señor.

 

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Mensaje navideño del Padre Shenan Boquet, presidente de Vida Humana Internacional

 

Ángeles y mortales, Iglesia del cielo e Iglesia de la tierra, cantemos la gloria de Dios, la paz dada a los hombres; y mientras más se humilla el Hijo del Padre Eterno para traernos tan gran bien, más ardientemente debemos cantar a una sola voz: ¡Solo Tú eres el Santo! Solo Tú eres el Señor! ¡Solo Tú eres el Altísimo, Oh Jesucristo!

(Dom Prosper Guéranger, El Año Litúrgico, Día de Navidad)

 

¡Feliz Navidad, querida Familia de Vida Humana Internacional!

 

La Solemnidad de la Navidad nos invita a celebrar con gran gozo y maravilla el evento del nacimiento de Jesús, el Salvador profetizado y esperado desde antiguo. A través de los siglos, el cántico de los ángeles es una oración que se eleva desde los corazones de las multitudes que en la Navidad continúa dándole la bienvenida al Hijo de Dios.

 

“Regocijémonos”, dice San León Magno, porque “la tristeza no tiene lugar en el nacimiento de la Vida. El temor a la muerte ha sido eliminado; la Vida nos trae el gozo de la promesa de la felicidad eterna. A nadie le es negado este gozo; todos comparten el mismo motivo para regocijarse. Nuestro Señor, vencedor del pecado y la muerte, al no encontrar a nadie libre del pecado, vino para liberarnos a todos. Que los santos se regocijen al ver la palma de la victoria en sus manos. Que los pecadores se alegren al recibir la oferta del perdón. Que los paganos se animen al ser invitados a la Vida”.

 

¡La Navidad nos recuerda que Dios está con nosotros; la salvación ha llegado al pueblo de Dios y la esperanza ha sido restaurada!

 

En medio de un mundo a menudo sumido en la oscuridad, la confusión, el miedo y el engaño, damos testimonio de la Luz del mundo y nos convertimos en faros de esperanza, enraizada en Su verdad y en Su amor. Y juntos, marcamos la diferencia, “realizando la labor más importante de la tierra”.

 

En nombre de John Martin, nuestra Junta de Directores y nuestra familia global provida, ¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo! Que esta maravillosa temporada esté llena de nuevos recuerdos que atesorar. Vuestras intenciones serán encomendadas a Dios durante la Santa Misa el Día de Navidad y a través de esta Santa Temporada.

 

Padre Boquet

 

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