Matrimonio y amor verdaderos versus “amor” anticonceptivo

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente de Vida Humana Internacional

 

Publicado originalmente en inglés el 10 de marzo del 2025 en: https://www.hli.org/2025/03/marriage-and-contraception/

 

8 de abril de 2025

 

Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

 

No es raro preguntarse por qué la Iglesia Católica se preocupa por la anticoncepción. Además, como rara vez se predica o se habla sobre este tema, a menudo no está claro qué enseña exactamente la Iglesia y por qué. La sociedad moderna idolatra lo que percibe como libertad, especialmente en lo que respecta a la sexualidad humana. Algunos afirman que “el amor es amor”, queriendo decir con ello que cualquier relación de atracción mutua es “amor”. A menudo se considera que el amor se refiere a tener relaciones sexuales y que estas son principalmente una cuestión de “autoexpresión” o “auto realización”. Esto significa que uno puede amar a quien quiera y como quiera. Sin embargo, los defensores de esta visión nunca definen qué es el “amor” ni reconocen el daño que esta visión pueda causar.

 

Después de todo, no todo lo que alguien hace en nombre del “amor” es verdaderamente amoroso o beneficioso para los demás. En otras palabras, no se entiende que el amor genuino implica un compromiso inquebrantable de la voluntad de buscar el verdadero bien del otro, respetando su dignidad y la propia. Si uno cree que “el amor es amor”, cualquier acto es permisible, incluso cuando viola el bien que es relativo a las propias facultades sexuales. La responsabilidad, la moralidad y la dignidad que pertenecen a cualquier concepción cristiana de la sexualidad humana están ausentes. Este punto de vista conduce inevitablemente a la “mentalidad anticonceptiva”, es decir, la mentalidad de que uno puede tener relaciones sexuales sin consecuencias, pero debe estar libre de la “carga” de la procreación.

 

El resultado de alentar este tipo de relaciones sexuales conduce a la destrucción de cualquier idea sólida de matrimonio y vida familiar. La sexualidad humana se desvincula de la necesidad de la abnegación. La sexualidad queda así divorciada no sólo de la posible procreación, sino también del matrimonio mismo. Una vez que se acepta que la sexualidad humana se relaciona principalmente con la “autoexpresión” o la “auto realización”, lógicamente no hay necesidad de estar casado. La anticoncepción es lo que hace que esto sea plausible porque supuestamente elimina la “carga” de la procreación y de las enfermedades de trasmisión sexual.

 

Al rechazar la anticoncepción, la Iglesia deja claro que la elección de este mal tiene un significado intrínseco. La procreación es el principal fines del acto conjugal, el otro fin que está muy unido a éste es la expresión del amor verdadero o unión conyugal. Actuar contra la naturaleza de estos fines por medio de la anticoncepción es rechazar el orden del bien que ha sido inscrito por Dios en la naturaleza del acto conyugal.

 

En otras palabras, un matrimonio no puede definir razonablemente el acto conjugal puramente en términos del fin que tiene en vista: el buen fin de disfrutar de las relaciones sexuales sin correr el riesgo de concebir, porque cree que otras responsabilidades o circunstancias harían que fuera irresponsable para ellos concebir. El medio por el cual logran este fin es la anticoncepción, que siempre es inmoral. Su “incorrección” es que es una elección contraria a la vida y a su trasmisión.

 

Lejos de ser una lista interminable de “noes”, la enseñanza católica sobre la anticoncepción y el matrimonio es principalmente una afirmación de grandes bienes a los que la Iglesia proclama un rotundo “sí”. Su enseñanza se formula “a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna” (Papa San Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, Nro. 7).

 

Como se trata de la conducta humana y de los valores (o bienes) que las personas buscan obtener, como el matrimonio, el amor conyugal y la procreación, la Iglesia se preocupa de que estos sean valorados en sí mismos y que no se vean comprometidos. Además, la Iglesia no sólo tiene un interés particular en el bien de sus hijos e hijas, sino también en “el bienestar de la persona humana y de la sociedad humana y cristiana que están estrechamente vinculadas con el estado saludable de la vida conyugal y familiar” (Catecismo de la Iglesia Católica, Nro. 1603).

 

 

El bien de la vida conyugal

 

El matrimonio es una relación de alianza que dura toda la vida entre un hombre y una mujer. En esta unión exclusiva e indisoluble, los esposos enriquecen sus vidas mutuamente, de modo que su amor mutuo pueda dar origen a una nueva vida. A pesar de las muchas variaciones que ha sufrido el matrimonio a través de los siglos, no es “una institución puramente humana”, enseña la Iglesia Católica.

 

No es una creación del hombre, sino una institución de la naturaleza que ha sido divinamente ordenada por Dios: “La vocación al matrimonio está inscrita en la naturaleza misma del hombre y de la mujer tal como salieron de la mano del Creador” (Catecismo, Nro. 1603). El matrimonio es “la sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor” y el matrimonio entre los bautizados ha sido elevado por Cristo a la dignidad de sacramento (Humanae Vitae, Nro. 8).

 

El amor se opone por naturaleza al rechazo del bien del otro, así como del propio. Nuestros cuerpos no son algo que simplemente poseemos. Son parte intrínseca de lo que somos. Somos personas corpóreas, hombres o mujeres. Además, la sexualidad no es algo que tengamos, sino que, como mi cuerpo, es algo que soy, por lo tanto, hasta cierto punto puedo decir que yo soy mi cuerpo.

 

Y como la fertilidad es un elemento integral de la sexualidad, que da la capacidad de engendrar vida humana a través de una acción corporal, las relaciones sexuales también son un bien que debe valorarse. En otras palabras, un matrimonio que participa en una actividad sexual que frustra el fin procreativo del acto sexual y de la sexualidad humana está violando su propio bien y el bien del otro. Esto incluye el bien biológico, es decir, la fertilidad y la procreación.

 

Hoy en día, hay muchos intentos de redefinir el matrimonio, la sexualidad humana y cómo se engendran los hijos. En su Encíclica Casti Connubii, el Papa Pío XI habla de la libertad del hombre y la mujer para contraer matrimonio. Eligen casarse, lo cual es un acto de la voluntad. Sin embargo, esta libertad no implica que puedan cambiar o ignorar la naturaleza del matrimonio o redefinirlo. El Santo Padre dice:

 

Aunque cada matrimonio nace únicamente del libre consentimiento de cada uno de los cónyuges, esta libertad, sin embargo, se refiere únicamente a la cuestión de si las partes contrayentes realmente quieren contraer matrimonio o casarse con esta persona en particular; pero la naturaleza del matrimonio es completamente independiente de la libre voluntad del hombre, de modo que, una vez contraído el matrimonio, está sujeto a sus leyes divinamente establecidas y a sus propiedades esenciales (Nro. 6).

 

 

El Papa San Pablo VI, en Humanae Vitae, describe las “propiedades esenciales” del matrimonio, diciendo que “este amor es sobre todo plenamente humano es un amor que es total, es también fiel y exclusivo y este amor es fecundo” (Nro. 9). En otras palabras, siendo seres humanos, los cuerpos de los cónyuges son esenciales y lo que hacen con sus cuerpos es por tanto esencialmente relevante.

 

Como unión permanente, los cónyuges buscan el bien del otro en el contexto de la donación total, mutua y exclusiva. Y unidos en una sola carne, cada acto de amor conyugal debe estar abierto al don de la vida. Ello implica una unión profunda entre los cónyuges a través de su total y mutua auto donación y aceptación, con la posibilidad de concebir una nueva vida humana.

 

La inseparable conexión entre los fines unitivo y procreador del matrimonio y del acto conyugal son elementos esenciales. Esto significa que el amor sexual auténtico implica querer lo que es bueno para uno mismo y para el cónyuge. Los actos que rechazan el orden moral del bien humano establecido por Dios, como las relaciones sexuales anticonceptivas, son contrarios al amor auténtico que siempre debe expresarse en el acto conyugal.

 

El Papa San Juan Pablo II lo resume muy bien cuando dice:

 

Cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, actúan como árbitros del designio divino y manipulan y degradan la sexualidad humana y con ella a ellos mismos y al cónyuge alterando su valor de donación total. Así, al lenguaje innato que expresa la donación recíproca total de los esposos se superpone, mediante la contracepción, un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de la no donación total al otro. Esto conduce no sólo a un rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también a una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a donarse en la totalidad personal (Familiaris Consortio, Nro. 32).

 

Las relaciones sexuales anticonceptivas expresan un desprecio por el bien humano de la fertilidad en el auténtico amor conyugal, viéndolo como un obstáculo que hay que eliminar. Además, debemos considerar la relación de la pareja conyugal con el niño cuando falla la anticoncepción. Si se engendra un niño, seguramente habrá algún sentimiento de pesar o de lamentarse porque la razón por la que eligieron la anticoncepción fue para evitar una concepción. Los medios que eligieron les fallaron, lo que puede llevarlos a considerar el aborto. O, incluso si eligen la vida para su hijo, todavía puede haber algún sentimiento residual de decepción. Esta actitud va perfectamente de la mano con la “mentalidad anticonceptiva”.

 

 

La mentalidad anticonceptiva

 

En las sociedades de todo el mundo, la anticoncepción y su “mentalidad” se han convertido en algo normativo, simplemente una parte de la vida y de las relaciones conyugales. La anticoncepción es la intención directa de prevenir por medios de barrera, mecánicos o químicos la posible consecuencia natural procreadora de las relaciones sexuales: la concepción. El propósito, por lo tanto, es separar las relaciones sexuales de la procreación para que los miembros de la pareja puedan disfrutar de los placeres de las relaciones sexuales sin temor a que dicha actividad conduzca a la procreación de otro ser humano.

 

La aceptación de la anticoncepción y su “mentalidad” no se limita a un segmento de la sociedad. Escandalosamente, ciertos estudios recientes realizados en EEUU revelan que más del 90% de los católicos en este país informan que utilizan algún tipo de anticoncepción artificial para limitar o prevenir la procreación. Esta es una crisis de catequesis dentro de la Iglesia. No estamos haciendo lo suficiente para abordar el problema y formar a los fieles. Necesitamos una enseñanza que requiera una respuesta de los pastores de la Iglesia, de quienes preparan a las parejas de novios para el matrimonio, de los catequistas que trabajan con jóvenes católicos y de las escuelas y universidades católicas que enseñan la ética sexual católica.

 

Se establece una “mentalidad” cuando una persona (o sociedad) reacciona automáticamente a una situación sin pensar en las consecuencias a largo plazo y sin tener en cuenta los valores que están en juego en dicha situación. Se trata de una mentalidad generalizada que es consciente del beneficio inmediato, pero no considera las repercusiones futuras ni el daño que se causa en el momento presente. Esta “mentalidad” es muy difícil de corregir porque está protegida por suposiciones inconscientes y preservada por un comportamiento y un hábito constantes, lo que hace que sea muy difícil de resistir. Por ejemplo, consideremos la promiscuidad. Una persona se involucra en un comportamiento promiscuo porque busca placer, compañía y gratificación; sin embargo, hay poca o ninguna consideración de las consecuencias de tal comportamiento: enfermedad, daño emocional o embarazo.

 

La “mentalidad anticonceptiva” existe cuando las relaciones sexuales se separan de la procreación, se asume tal mentalidad como normativa y, al emplear la anticoncepción, la pareja se desvincula de toda responsabilidad por una concepción que podría tener lugar a partir de un fallo anticonceptivo. Implica que un matrimonio o una pareja que viven junta y en pecado no solo tiene los medios para separar las relaciones sexuales de la procreación, sino también el mal llamado “derecho” o la mal llamada “responsabilidad” de hacerlo. También es importante recordar que en el centro mismo de la “mentalidad anticonceptiva” está el miedo a algo que es perfectamente natural: un hijo.

 

Debido a la propaganda y al rechazo de los valores judeocristianos del matrimonio, la sexualidad humana y la vida familiar, muchas personas en nuestra sociedad, incluidos los católicos, tienen la actitud de que una nueva vida humana es a veces incómoda y una carga innecesaria, en lugar de un don sagrado de Dios. Esto es lo que el Papa San Juan Pablo II vio como una causa fundamental del aborto, y lo condenó. Cuando vemos cualquier vida humana como una carga molesta que debemos manejar, en lugar de un don sagrado confiado a nuestro cuidado, existe una peligrosa tentación de deshacernos de la “carga” por cualquier medio necesario.

 

No estamos condenando a las personas que hayan caído en la anticoncepción o el aborto. Pero sí les estamos advirtiendo del grave mal que se están causando a ellas mismas, a la Iglesia y a la sociedad, y, sobre todo, la ofensa tan grave que cometen contra Dios. Dios es todo amor y misericordia, pero exige el arrepentimiento sincero, la Confesión y el cambio de vida. La Iglesia también cuenta con ministerios de reconciliación y sanación postaborto. No debemos desesperar nunca de la infinita misericordia de Dios.

 

Como predijo el Padre Paul Marx, fundador de Vida Humana Internacional,

 

No existe un método anticonceptivo infalible y los estudios sociológicos han demostrado, casi sin excepción, que los programas intensivos de anticoncepción, al enfatizar la prevención de embarazos no deseados, también refuerzan la intención de no tener un hijo no deseado en ninguna circunstancia; es decir, hay una mayor probabilidad de que las mujeres que experimentan fallas en los métodos anticonceptivos recurran al aborto.

 

También deberíamos recordar las palabras proféticas del Papa San Pablo VI en Humanae vitae, quien habló de las consecuencias de la “mentalidad anticonceptiva”, advirtiendo específicamente a los hombres sobre las consecuencias de sus acciones diciendo:

 

Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada. (Nro. 17).

 

 

 

Para defender la vida ante el aborto hay que luchar contra la anticoncepción

 

Los heroicos esfuerzos de los grupos provida y a favor de la familia que luchan por poner fin a la violencia del aborto deben continuar, pero propongo que nuestros esfuerzos nunca alcanzarán el resultado deseado sin abordar también la “mentalidad anticonceptiva”. Aunque la “mentalidad anticonceptiva” es la raíz de la que surge el aborto, también es un síntoma de algo mucho más profundo. El objetivo deseado por los promotores de la “revolución sexual” era desvincular a las personas humanas de su dignidad inalienable y esclavizarlas a sus malas pasiones. Lamentablemente, esta agenda ha tenido un éxito tremendo: las actitudes y los comportamientos se han corrompido en gran medida.

 

Por su supuesto, cuando expliquemos a otros la maldad intrínseca y grave de la anticoncepción, incluyendo la que es abortiva, debemos hacerlo siempre con amor. Debemos anunciar la infinita misericordia de Dios hacia el pecador, con tal de que haya un sincero arrepentimiento y deseo de cambiar de vida.

 

Exponer la violencia del aborto es crucial, y debemos seguir trabajando para eliminar esta profunda cicatriz de nuestra nación y del mundo. Sin embargo, muchos tienen miedo de abordar la cuestión fundamental que sostiene a la industria del aborto: la anticoncepción y su mentalidad. Si realmente queremos poner fin permanente a la violencia del aborto y proteger la sacralidad de la vida humana, el matrimonio y la vida familiar, entonces debemos enfrentar este mal intrínseco que alimenta toda la máquina anti vida y recuperar el lenguaje que sustenta una comprensión auténtica de la vida, el matrimonio y la sexualidad humana.

 

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