Por qué el suicidio no es la respuesta

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente de Vida Humana Internacional

 

Publicado originalmente en inglés el 17 de junio del 2024 en: https://www.hli.org/2024/06/why-suicide-isnt-the-answer/

 

Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

“Cada uno es responsable de su vida ante Dios que se la ha dado. Es Dios quien sigue siendo el Maestro soberano de la vida. Estamos obligados a aceptar la vida con gratitud y preservarla para su honor y la salvación de nuestras almas. Somos mayordomos, no dueños, de la vida que Dios nos ha confiado. No nos corresponde a nosotros disponer de él”. –  Catecismo de la Iglesia Católica, Nro. 2280

Muchas naciones desarrolladas ya han legalizado, o están considerando, el suicidio asistido por médicos y la eutanasia. En algunos países, como Bélgica, Países Bajos y Canadá, los casos de suicidio asistido o eutanasia se han vuelto tan numerosos que el suicidio se ha normalizado como método de muerte. Muchos casos recientes, por ejemplo, sugieren que muchos médicos ofrecen habitualmente el suicidio como “tratamiento” a los pacientes. Ante esta rápida normalización del suicidio asistido por médicos, cabe recordar que hasta hace muy poco, la Iglesia católica prohibía a las personas que se suicidaban ritos funerarios e incluso entierros en un cementerio de la Iglesia. Sin embargo, luego se tuvo en cuenta el estado mental de la persona en el momento del suicidio.

Ello empezó a cambiar en los años 1980. Desde entonces, la Iglesia ha modificado su enfoque pastoral ante el suicidio. El derecho canónico ya no menciona específicamente el suicidio como impedimento para los ritos funerarios o el entierro en un cementerio de la Iglesia. Excepto en los casos mencionados en el canon 1184 §1, los sacerdotes pueden ofrecer ritos funerarios a quienes se suicidaron, y se han retirado las prohibiciones de entierro en los cementerios católicos.

Hay muchas razones para el cambio en el enfoque pastoral. Una de ellas es nuestra comprensión cada vez más detallada de las enfermedades mentales y su conexión con factores biológicos que pueden estar fuera del control del individuo. Además, existe un reconocimiento cada vez mayor de que el sufrimiento extremo, tanto mental como físico, puede nublar gravemente el juicio.

En otras palabras, existe cada vez más evidencia de que en muchos casos las personas que se suicidan pueden no tener el control total de sus facultades racionales. Como tal, su culpabilidad moral puede verse considerablemente disminuida. Como dice el Catecismo: “No debemos desesperar de la salvación eterna de las personas que se han quitado la vida. Por caminos que sólo él conoce, Dios puede brindar la oportunidad de un arrepentimiento saludable. La Iglesia ora por las personas que se han quitado la vida” (Nro. 2283).

Además de lo que sabemos sobre las enfermedades mentales, también hay casos de personas que sobrevivieron a intentos de suicidio y que han testificado que en los instantes previos a pensar que iban a morir, se llenaron de remordimiento por su decisión y quisieron dar marcha atrás a dicho intentto. Por tanto, sabemos que el arrepentimiento es enteramente posible en tales casos.

Además de reflexionar mejor sobre algunas de las realidades de lo que ahora sabemos sobre el suicidio, el enfoque pastoral actual de la Iglesia tiene la gran ventaja de acompañar espiritualmente a los amigos y familiares del difunto.

El suicidio de un ser querido es una de las cosas más difíciles por las que puede pasar cualquier persona. He experimentado esta realidad en mi propia familia inmediata. Y como sacerdote que ha ofrecido ritos funerarios a personas que se han suicidado, conozco de primera mano el profundo consuelo y la esperanza que los ritos de la Iglesia pueden ofrecer a una familia y a una comunidad de fe.

 

El suicidio es un mal grave

Sin embargo, la Iglesia sigue prohibiendo los funerales en casos de suicidio asistido por médicos y eutanasia.

Algunas personas podrían pensar que esto es incongruente con el enfoque más misericordioso de la Iglesia hacia el suicidio en general. Sin embargo, se trata de un grave malentendido. El hecho es que la Iglesia nunca ha alterado ni un ápice su enseñanza sobre el suicidio.

En los casos de suicidio asistido por médicos o eutanasia, la persona ha buscado el suicidio de forma proactiva, siguiendo un proceso prolongado y consciente que implica extensas consultas y numerosas oportunidades para repensar la decisión. En tales casos, es mucho, mucho más difícil argumentar que una persona eligió suicidarse por ignorancia o por pérdida del control de su libertad.

De hecho, siempre existía el riesgo de que un enfoque más misericordioso ante el suicidio pudiera desdibujar las líneas de las enseñanzas de la Iglesia sobre el tema. Este es especialmente el caso cuando ciertos pastores exageran el enfoque actual de la Iglesia y tergiversan lo que Ella enseña al respecto.

Esto es algo inaceptable. Si bien identifica el suicidio como un pecado mortal (una acción que una persona sabe que es grave pero que de todos modos comete voluntariamente), el Catecismo reconoce la menor culpabilidad de la persona en ciertas circunstancias y la esperanza de la misericordia de Dios.

Al mismo tiempo, la Iglesia sigue enseñando que el suicidio es un grave mal moral. Si se practica con pleno conocimiento y libertad, es objetivamente un pecado mortal que pone en peligro el destino eterno del alma.

No conocemos la mente de Dios cuando se trata del destino eterno de cualquier alma. En casos extraordinarios, después de un extenso proceso de investigación, la Iglesia sí declara santos a ciertos individuos. Sin embargo, ésta es la excepción extrema. La única respuesta apropiada en el caso de la muerte de cualquier persona, especialmente en las tensas circunstancias del suicidio, es una de esperanza y humilde resignación a la voluntad de Dios.

Si bien los sacerdotes u otras personas pueden estar motivados por el deseo positivo de ofrecer consuelo a los miembros de la familia cuando declaran con seguridad que una persona que se ha suicidado no es moralmente culpable por su forma de morir, existe un riesgo real de que esta compasión exagerada conduzca a confusión sobre la gravedad del acto de suicidio.

En un famoso pasaje de su obra maestra, Ortodoxia, G.K. Chesterton abordó el tema del suicidio. “El suicidio no sólo es pecado, es el pecado”, escribió Chesterton.

Es el mal último y absoluto, la negativa a interesarse por la existencia; la negativa a prestar juramento de fidelidad a la vida. El hombre que mata a un hombre, mata a un hombre. El hombre que se mata, mata a todos los hombres; en lo que a él respecta, aniquila el mundo.

Su acto es peor, simbólicamente considerado, que cualquier violación o atentado con dinamita. Porque destruye todos los edificios: insulta a todas las mujeres. Hay un significado en enterrar el suicidio. El crimen de este hombre es diferente de otros crímenes: hace que incluso los crímenes sean imposibles.

Estas palabras pueden sonar duras para los oídos contemporáneos. Sin embargo, es casi exactamente el mismo punto planteado en otro pasaje del Catecismo. “El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a preservar y perpetuar su vida”, afirma el párrafo 2281 del Catecismo. “Es gravemente contrario al justo amor a uno mismo. Ofende igualmente el amor al prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con la familia, la nación y otras sociedades humanas con las que seguimos teniendo obligaciones. El suicidio es contrario al amor al Dios vivo”.

La cuestión es que la vida es un don gratuito de Dios. La única respuesta apropiada a un regalo es valorarlo y atesorarlo. Sin embargo, al suicidarse, una persona arroja simbólicamente el regalo en el rostro mismo de Dios. Para Chesterton, este acto fue la máxima traición a la lealtad que todo ser humano debe a la existencia.

Al suicidarse, una persona no sólo desperdicia su propia vida, sino que también busca simbólicamente erradicar todo lo bueno que Dios le ha dado: su familia, sus amigos, su sociedad.

Considerado de manera absoluta, el suicidio es el acto supremo de egoísmo en el que una persona se vuelve completamente hacia sí misma.

 

Santa Teresa de Lisieux y el suicidio

La belleza de las enseñanzas de la Iglesia es cómo Ella logra equilibrar dos cosas en armonía, es decir, el amor y la verdad.

El hecho es que cualquiera que analice profundamente el tema del suicidio, suicidio asistido por médicos y eutanasia, encontrará historias que le romperán el corazón y provocarán una respuesta instintiva de profunda compasión. En este mundo caído nuestro, algunas personas experimentan sufrimientos de tal intensidad que no es difícil comprender cómo podrían verse tentados a quitarse la vida simplemente para poner fin a esos sufrimientos.

Uno piensa aquí en Santa Teresa de Lisieux, quien caviló sobre el tema del suicidio en los últimos días de su vida mientras sufría intensos sufrimientos físicos debido a una tuberculosis avanzada. “¡Qué gracia es tener fe!” le dijo a su hermana. “Si no tuviera fe, me habría suicidado sin dudarlo un instante”.

Estas son palabras asombrosas provenientes de uno de los más grandes santos de la historia de la Iglesia: una Doctora de la Iglesia.

Sin embargo, Santa Teresita repitió sentimientos similares unos días después. “Mira con atención”, le dijo a su hermana, la madre superiora de su convento, “cuando tengas personas presa de dolores violentos. No dejes cerca de ellos ningún medicamento que sea venenoso. Os aseguro que basta un segundo cuando se sufre intensamente para perder la razón. Entonces uno podría fácilmente envenenarse”.

Los seres queridos de las personas que se han suicidado deberían encontrar en estas palabras un inmenso consuelo. Si Santa Teresita, mujer de gran santidad que dedicó toda su vida a seguir la voluntad de Dios hasta desear intensamente el martirio, pudo descubrir que el sufrimiento físico podía destruir el control de su razón, sin duda lo mismo puede decirse de muchas personas que se han quitado la vida en un momento de desesperación o de sufrimiento repentino y abrumador.

De hecho, en tales casos hay esperanza.

 

La compasión de la fe y la claridad moral

Sin embargo, cabe señalar la exhortación de santa Teresita a su hermana: alejar la tentación de la persona que sufre. Trágicamente, muchas sociedades contemporáneas están haciendo precisamente lo contrario. Estamos ofreciendo proactivamente la muerte a nuestro pueblo que sufre. Sobre este tema, vale la pena citar otra declaración de Santa Teresita. Como testificó su hermana después de su muerte, en los últimos días de su vida, Santa Teresita comentó: “Si no tuviera fe, nunca podría soportar tal sufrimiento. Me sorprende que no haya más suicidios entre los ateos”.

Estas palabras ofrecen una visión profunda de la razón del rápido aumento del suicidio asistido y la eutanasia legalizados en nuestras sociedades ateas modernas. Los cristianos siempre han entendido que, incluso en medio de un gran sufrimiento, vale la pena vivir la vida. De hecho, seguimos al Cristo crucificado, cuya muerte ilustra más poderosamente que cualquier filosofía que el sufrimiento contiene poder redentor y un significado profundo. Hay pocas cosas más hermosas que una persona que abraza el sufrimiento con un sentimiento de resignación y de una fe profunda en el valor incluso de una vida plagada de sufrimiento. Esas almas brillan.

Sin embargo, si se elimina la esperanza y la perspectiva eterna que proporciona la fe, de repente el sufrimiento se convierte en una fuerza monstruosamente poderosa. Quien sufre y carece de fe sólo puede ver el sufrimiento. Para alguien así, el sufrimiento es toda la historia. El significado se oscurece y se pierde. El resultado es que la vida misma se vuelve puramente absurda.

No es de extrañar, entonces, que tanta gente ahora esté recurriendo al suicidio como “solución”. Hemos perdido la esperanza. Hemos perdido todo sentido de la dignidad intrínseca de la vida humana. Hemos perdido de vista la idea de que la vida es un regalo gratuito ofrecido por un Dios todo amoroso, y que incluso en medio del sufrimiento, vale la pena vivirla.

La Iglesia siempre ha enseñado que el esfuerzo por erradicar el sufrimiento físico es un gran bien moral. Es un gran bien que el tratamiento moderno del dolor y los cuidados paliativos se hayan vuelto tan sofisticados. Las muertes por muchas enfermedades se han vuelto mucho más dignas gracias a la atención sanitaria contemporánea.

Sin embargo, la profunda comprensión que brindan las palabras de Santa Teresita es que el manejo del dolor físico es insuficiente. Un aspecto clave de la atención adecuada a los que sufren y a los moribundos es el cuidado espiritual.

Aquí la Iglesia tiene un papel crucial que desempeñar. Si Ella se retractara de su enseñanza clara y de larga data sobre la gravedad moral del acto de suicidio, estaría haciendo un equivocado favor a aquellos que se sienten tentados al suicidio. A menudo, la tentación de suicidarse es momentánea y pasajera. Si se eliminan la fe y la claridad moral del panorama, muchas personas podrían simplemente ceder a esta tentación momentánea, llevando su vida a un final prematuro y dejando a sus seres queridos devastados.

Muchas personas han confesado que las dos cosas que les impidieron quitarse la vida fueron el miedo a ofender a Dios al suicidarse y el miedo a herir a sus seres queridos. Por lo tanto, la claridad moral extrema, incluso si es “dura” en la superficie, puede tener el impacto beneficioso de ayudar a la persona durante la tentación a ver las cosas con claridad y a aguantar hasta que pase el momento de la tentación.

En otras palabras, la Iglesia puede y debe seguir ofreciendo la saludable medicina de la verdad. Al mismo tiempo, sin embargo, debe ofrecer la atención pastoral de la compasión, visitar a los enfermos y moribundos y ofrecerles el don de los sacramentos y otras formas de consuelo espiritual.

Lo que Ella nunca podrá hacer es ajustar Sus enseñanzas para que sean más adaptables a los tiempos. El suicidio asistido y la eutanasia son males graves, punto. Nunca podremos participar en estos males. Nunca podremos apoyarlos.

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