Porqué nuestro mundo necesita las buenas nuevas del matrimonio

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente de Vida Humana Internacional.

 

Publicado originalmente en inglés el 19 de febrero de 2024 en: https://www.hli.org/2024/02/why-is-marriage-important/

 

Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

Hace unos días, el arzobispo Gabriele Giordano Caccia, observador permanente de la Misión de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, expresó su preocupación porque “la familia es cada vez más minimizada o incluso denigrada en los foros internacionales”.

 

El arzobispo Caccia se dirigió a la 62ª sesión de la Comisión de Desarrollo Social de las Naciones Unidas en Nueva York. Señaló que incluso la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU reconoce que “la familia es la unidad natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y el Estado”. Como tal, señaló, es “central para el desarrollo social”, y no algo “auxiliar” o incluso “dañino”, como han sugerido muchas personas en los tiempos modernos. El arzobispo citó al Papa Francisco, quien señaló en el medio Fratelli Tutti que la familia es “el primer lugar donde se viven y transmiten los valores del amor y la fraternidad, la unión y el compartir, la preocupación y el cuidado por los demás” (Nro. 114).

 

El arzobispo añadió: Para muchas personas en todo el mundo, la familia no es sólo la primera sino también la única forma de protección social, una comunidad de reciprocidad y cuidado. Los padres son los principales educadores de sus hijos. Las familias suelen ser los defensores más firmes de sus miembros, que de otro modo podrían ser ignorados o considerados una carga para la sociedad. Cada miembro de una familia da y recibe amor, cuidado y apoyo irremplazables. Por esta razón, las políticas sociales deben apoyar a la familia en su papel esencial para lograr la justicia y el desarrollo sociales.

 

 

El matrimonio mejora todos los aspectos de la sociedad

 

Como católicos sabemos que la familia tiene una misión muy noble. Ésta ha sido la enseñanza constante de la Iglesia desde sus primeros días. Esta misión puede verse desde dos ángulos: el ampliamente humano o el específicamente cristiano. Sin embargo, vista desde cualquier perspectiva, la familia emerge como portadora de un nivel de importancia, influencia y dignidad que no puede subestimarse.

 

Como dijo una vez el Papa Francisco: “El bienestar de la familia es decisivo para el futuro del mundo y el de la Iglesia” (Amoris Laetitia, Nro. 31). Por esta razón, añadió, como cristianos, difícilmente podemos dejar de defender el matrimonio simplemente para evitar contrarrestar las sensibilidades contemporáneas, o por el deseo de estar a la moda o por un sentimiento de impotencia ante los fallos humanos y morales” (Amoris Laetitia, Nro. 35).

 

O, como escribió el Papa San Juan Pablo II en su Carta a las Familias (Gratissimam sane) en 1994: “La familia siempre ha sido considerada como la expresión primera y básica de la naturaleza social del hombre”. Continuó señalando que la sociedad y los gobiernos tienen todos los incentivos para proteger el matrimonio y la familia, por considerarlos de su propio interés. Como él escribió:

 

La “soberanía” de la familia es esencial para el bien de la sociedad. Una nación verdaderamente soberana y espiritualmente vigorosa está siempre formada por familias fuertes y conscientes de su vocación y misión en la historia. La familia está en el centro de todos estos problemas y tareas. Relegarla a un papel subordinado o secundario, excluyéndola de la posición que le corresponde en la sociedad, sería infligir un grave daño al auténtico crecimiento de la sociedad en su conjunto.

 

En otras palabras, incluso aparte de cualquier consideración específicamente espiritual, existen innumerables buenas razones para que los gobiernos y las sociedades concentren sus energías en fomentar matrimonios saludables y familias fuertes.

 

 

La vida familiar es esencial para la misión de la Iglesia

 

Sin embargo, si se tienen en cuenta las enseñanzas bíblicas sobre el papel de la familia, desde el Génesis hasta la defensa sin componendas del matrimonio por parte de Cristo y la teología mística del matrimonio de San Pablo, se ve que la familia no es sólo el pilar de una sociedad fuerte y saludable, sino también el campo de formación de las almas y, por lo tanto, tiene un significado eterno, como esencial para la misión salvífica de la Iglesia.

 

Esto se resume en la noción de familia como “iglesia doméstica”, lenguaje que se remonta a los primeros días de la Iglesia. Hablando de esto, el Papa San Juan Pablo II explica en Gratissimam sane: “La familia misma es el gran misterio de Dios. Como ‘iglesia doméstica’, es la novia de Cristo. La Iglesia universal, y en ella cada Iglesia particular, se revela inmediatamente como esposa de Cristo en la “Iglesia doméstica” y en su experiencia del amor: amor conyugal, amor paterno y maternal, amor fraterno, amor de comunidad de personas y de generaciones” (Nro. 19).

 

En otra parte de Gratissimam sane, el Papa San Juan Pablo II incluye esta notable declaración de la importancia espiritual de la familia, escribiendo: “La familia está situada en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y todo lo que se opone al amor. A la familia se le confía la tarea de esforzarse, ante todo, por hacer surgir las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo Redentor del hombre» (Nro. 23).

 

¡Qué defensa de la familia tan asombrosamente poderosa!

 

 

El matrimonio aumenta la satisfacción personal

 

Una de las grandes satisfacciones de defender las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia es estar al tanto de las muchas formas en que esas enseñanzas han sido reivindicadas por la sociología y la psicología contemporáneas.

 

Como he señalado a menudo en el pasado, existe una enorme cantidad de investigaciones que muestran que los matrimonios y las familias fuertes producen toda una serie de bienes sociales incuestionables. Esto incluye todo, desde reducciones significativas en aspectos como la pobreza, la delincuencia, las enfermedades mentales y el gasto en asistencia social, hasta aumentos significativos en aspectos como el rendimiento académico, la movilidad económico-social y el éxito profesional de los niños.

 

Sin embargo, algo que encuentro especialmente interesante es cuán bien se desempeñan el matrimonio y la vida familiar incluso en los estrechos términos de las prioridades de la sociedad contemporánea.

 

Me explico.

 

Hay buenas razones para creer que la sociedad estadounidense contemporánea es la sociedad más individualista de la historia. Una consecuencia de esto es que rara vez evaluamos las cosas en términos del “bien común”, prefiriendo centrarnos en valores hiperindividualistas como la “realización personal”, la “autorrealización” o la “felicidad”, entendidos en términos superficiales. como sentimientos positivos.

 

Sin embargo, la amarga ironía de este enfoque contemporáneo en la autorrealización individualista por encima del bien común es cuán irremediablemente produce cualquier cosa menos felicidad.

 

Hace dos semanas, por ejemplo, mencioné un artículo publicado en el New York Times sobre una madre casada de dos hijos que vivía un estilo de vida “poliamoroso”, es decir, que buscaba relaciones sexuales con otros hombres, con el consentimiento de su esposo. Si bien la mujer afirmó que buscaba estas relaciones para encontrar la “autorrealización”, lo que se manifestó más claramente en el artículo fue su profunda infelicidad, inquietud y miseria.

 

Compare la confusión y el caos de su vida inestable y, a veces, grotescamente indecorosa, con la serenidad de una pareja casada desde hace mucho tiempo que ha cultivado consciente y cuidadosamente un amor profundo y duradero, arraigado en la fidelidad y la entrega mutua. Sí, los miembros de tal pareja deben haber elegido muchas veces negarse a sí mismos uno u otro deseo, poniendo sus propios deseos en el altar del bien mutuo de su matrimonio. Y, sin embargo, el fruto de esto no es amargura o infelicidad, sino más bien una especie de serenidad y satisfacción mucho más profunda y duradera que cualquier cosa que haya producido la revolución sexual.

 

En otras palabras, un matrimonio así no sólo es bueno para la sociedad y para los hijos de la pareja, sino que también es, sin duda, mucho más satisfactorio para ellos.

 

 

Un buen matrimonio mejora la felicidad en general

 

Recientemente, el investigador social Brad Wilcox publicó un libro titulado “Casarse: por qué los estadounidenses deben desafiar a las élites, forjar familias fuertes y salvar la civilización”. El título resume claramente el mensaje general del libro.

 

Sin embargo, como señala Wilcox, si bien hay muchas buenas razones sociales para apoyar el matrimonio, también es cierto que todas las investigaciones afirman claramente que el matrimonio es enormemente poderoso como productor de felicidad y realización personal.

 

Como escribe en el libro:

 

“La calidad matrimonial es, de lejos, el principal predictor que he encontrado de la satisfacción con la vida en Estados Unidos. Específicamente, las probabilidades de que hombres y mujeres digan que están muy felices con sus vidas son un asombroso 545 por ciento más altas para aquellos que están muy felizmente casados, en comparación con sus pares que no están casados o que no son muy felices en sus matrimonios”.

 

“Cuando se trata de predecir la felicidad general, un buen matrimonio es mucho más importante que cuánta educación recibes, cuánto dinero ganas, con qué frecuencia tienes relaciones sexuales y, sí, incluso qué tan satisfecho estás con tu trabajo”.

 

Quizás una de las ironías más reveladoras de todas es que la satisfacción personal producida por el matrimonio se extiende al área que nuestra sociedad adora por encima de todo: las relaciones sexuales. La “sabiduría” convencional de nuestra época es que la satisfacción sexual es una de las cosas más importantes de la vida y que la mejor manera de lograrla es ir tras la novedad sexual con muchos compañeros o compañeras diferentes. Y si alguna vez uno sienta cabeza con una sola pareja, una de las cosas más importantes que debe buscar es la “compatibilidad sexual”, que sólo puede saberse, según dicen ellos, si uno ha tenido relaciones sexuales con muchas personas.

 

Sin embargo, como señala Wilcox, todas las investigaciones señalan que, en promedio, las parejas casadas no sólo reportan relaciones sexuales más satisfactorias, sino que también tienden a tener relaciones sexuales con más frecuencia que sus contrapartes no casadas. Y así, mientras los profetas de la “liberación” sexual predican la promiscuidad, la infidelidad, el poliamor, la fornicación y el adulterio como caminos hacia la realización personal, y el matrimonio como inherentemente opresivo y anticuado, son aquellos que están casados los que son mucho más felices. Es probable que realmente logren incluso los objetivos que la “liberación” sexual promete y no logra cumplir.

 

 

La silenciosa sabiduría de la Iglesia toca nuestros deseos más profundos

 

Uno de los temas que a menudo hago hincapié en estas columnas es la sabiduría silenciosa, estable y a menudo oculta de las enseñanzas de la Iglesia. Decimos “silenciosa”, no porque la Iglesia no haya alzado su voz, sino porque, lamentablemente esa voz es ahogada mucha veces por la incesante y vociferante charlatanería de los medios de difusión, las redes sociales y los políticos corruptos. Y también ocurre que, tristemente, muchos católicos no se ocupan de leer y estudiar los documentos de la Iglesia sobre la familia ni de buscar la ayuda de sus pastores o de laicos preparados para ayudarles a comprenderlos más profundamente.

 

La historia de la sociedad secular durante los últimos dos siglos es una historia llena de ruido y furia. El mundo ha sido testigo de una serie de ideologías novedosas en constante evolución, todas las cuales proclaman ser “la respuesta” a los males de la humanidad: socialismo revolucionario, eugenesia, fascismo, comunismo, cientificismo, revolución sexual, LGBT+ y transhumanismo.

 

En medio de esta vorágine de ideas de moda y promesas mesiánicas, la Iglesia ha predicado silenciosamente los mismos mensajes, una y otra vez. Mientras la sociedad civil se ha visto perturbada por cambios rápidos y a menudo violentos, la Iglesia se ha negado a cambiar. Por esto, Ella ha sido continuamente atacada y acusada de obstaculizar el mal llamado “progreso”. Incluso algunos dentro de la Iglesia se han equivocadamente preocupado de que la Iglesia se esté quedando atrás y deba cambiar para “adaptarse a los tiempos”.

 

Y, sin embargo, lo que hemos visto una y otra vez es que la sabiduría de las enseñanzas de la Iglesia, que está informada por la sabiduría colectiva de muchos milenios de experiencia e inspirada por la voz tranquila y silenciosa del Espíritu Santo, penetra mucho más profundamente que las tendencias superficiales y llamativas del momento, señalando la verdadera naturaleza de la realidad y de los seres humanos.

 

Nuestros profetas modernos de la liberación sexual han proclamado que el matrimonio está muerto y es innecesario, una institución que ha dejado de ser útil para ser reemplazada por un modelo más nuevo y libre de “libertad sexual” que produciría una nueva y brillante era de “satisfacción personal y sexual”.

 

Contra esto, la Iglesia se ha mantenido firme proclamando que “el matrimonio y la familia son instituciones que deben ser promovidas y defendidas contra toda posible tergiversación de su verdadera naturaleza, ya que todo lo que les es perjudicial es perjudicial para la sociedad misma” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, Nro. 29).

 

Deberíamos maravillarnos y agradecer esta sólida sabiduría que, contrariamente a las quejas de los modernistas, no es “opresiva” ni “atrasada”. Es, más bien, la llave que abre las verdades ocultas de la naturaleza humana, creando las condiciones para el florecimiento de los seres humanos y la satisfacción de sus deseos más profundos. No debería sorprendernos, entonces, que la investigación científica imparcial afirme continuamente la sabiduría de las enseñanzas de la Iglesia y que la Iglesia se niegue con toda razón a “adaptarse a los tiempos”.

 

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