Recuperemos la paternidad: El papel insustituible de un padre

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Vida Humana Internacional

 

Publicado originalmente en inglés el 12 de junio de 2023 en: https://www.hli.org/2023/06/reclaiming-fatherhood-a-fathers-irreplaceable-role/

 

Publicado en español en el Boletín Electrónico de Vida Humana Internacional “Espíritu y Vida” el 16 de junio de 2023.

Vol. 07.

No. 27.

 

Y también en vidahumana.org en Temas/Cultura de la Vida/Principios fundamentales de la cultura de la vida.

 

 

“Hombres, no duden en participar en la batalla que se libra a su alrededor, la batalla que daña a nuestros hijos y familias, la batalla que distorsiona la dignidad de mujeres y hombres. Esta batalla a menudo está oculta, pero es real. Es principalmente espiritual, pero está matando progresivamente la cultura cristiana que aún queda en nuestra sociedad, e incluso en nuestros propios hogares”. ― Obispo Thomas Olmsted, Hacia la Brecha.

 

No necesito decirles que nuestra cultura está irremediablemente confundida acerca de todo lo que tiene que ver con el sexo masculino y femenino. Como mostró contundentemente el comentarista conservador Matt Walsh en su documental “¿Qué es una mujer?”, que se volvió viral en Twitter recientemente, hay un número creciente de personas que no pueden responder a una pregunta tan simple como “¿Qué es una mujer?” Pero no es solo la feminidad lo que nos confunde. Nuestra cultura está dividida por debates y mensajes que compiten entre sí sobre la naturaleza de la masculinidad “real” y la paternidad “real”.

 

Por un lado, vemos mensajes que sugieren que la masculinidad “real” se expresa en una androginia (tener, al mismo tiempo, características masculinas y femeninas) exagerada basada en la noción de que cualquier expresión de rasgos tradicionalmente “masculinos” es fundamentalmente “tóxica”. Por otro lado, uno encuentra mensajes que sugieren que un hombre “real” siempre debe verse y comportarse como el estereotipo de un héroe de acción: físicamente poderoso, emocionalmente atrofiado y en perpetua necesidad de dominar a los demás para demostrar su masculinidad. No sorprende que, dada nuestra confusión sobre la naturaleza de la masculinidad, también estemos irremediablemente confundidos sobre la paternidad. En ningún otro lugar se encuentran más pruebas de esto que en nuestro entretenimiento popular. ¿Cuántas películas o programas de televisión ha visto en los que el padre es retratado como el blanco de las bromas o como el villano? En el mejor de los casos, se muestra débil, ineficaz e indefenso: una vergüenza para sus hijos, que apenas pueden creer su incompetencia, y una decepción perpetua para su esposa, que debe disminuir continuamente sus ya bajas expectativas.

 

Sin embargo, en el peor de los casos, el padre es retratado como malévolo: alguien que daña a su esposa e hijos con su presencia autoritaria y sofocante y, a veces, con su violencia absoluta. Tal padre es una presencia helada en el hogar, que aplasta las personalidades de sus hijos e impone su voluntad sobre su esposa, sin importarle las necesidades o deseos de ella.

 

 

La parábola del padre misericordioso

 

Sí, es cierto que hay malos padres en el mundo, e inevitablemente (y comprensiblemente) nuestro entretenimiento retratará a algunos de esos malos padres. Sin embargo, a veces parece que nuestros creadores de cultura son incapaces de imaginar cómo sería un buen padre. No pueden imaginar una historia en la que el padre no sea la fuente del dolor o la discordia, sino la presencia que brinda el amor, la guía, la protección y el apoyo que anhelan su esposa e hijos. Para los cristianos, naturalmente nos volvemos hacia las Escrituras cuando estamos confundidos. Por un lado, es cierto que en la miríada de historias que se encuentran en las Escrituras encontramos algunas representaciones de padres defectuosos que lastiman a sus hijos o fallan de innumerables maneras. Estas son narraciones de advertencia que nos dan los autores bíblicos. Sin embargo, también encontraremos algunas de las representaciones más hermosas de la paternidad que se encuentran en cualquier literatura en cualquier lugar.

 

Creo que es justo decir que la más hermosa de todas las historias bíblicas, y la que más se necesita en nuestra cultura contemporánea, es la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Por supuesto, Jesús contó esta parábola para ilustrar el amor que Dios Padre tiene por nosotros. Sin embargo, en la medida en que Dios Padre es el emblema de la paternidad misma, todo padre puede y debe meditar frecuentemente sobre esta parábola. Todos conocemos los lineamientos básicos de este relato, por lo que no los repetiré aquí. Sin embargo, en una audiencia en 1999, el Papa San Juan Pablo II, al meditar sobre esta parábola, sugirió que, si bien la conocemos colmo la parábola del “hijo pródigo”, en realidad debería llamarse la parábola del “padre misericordioso”. Y esto porque es el padre, no el hijo, el verdadero protagonista de esta historia.

 

En esta parábola, “la actitud de Dios se presenta en términos verdaderamente abrumadores en comparación con los criterios y expectativas humanas”, dijo el Papa San Juan Pablo II. Visto a través de ojos puramente humanos, el hijo menor merecía ser castigado. Su comportamiento fue una violación indescriptible de las expectativas sociales y morales de la época, en la que se esperaba que los hijos vivieran en casa y trabajaran para su padre hasta que muriera, y luego recibieran su herencia.

 

“Dejar la casa del padre expresa claramente el significado del pecado como un acto de rebelión ingrata con sus consecuencias humanamente dolorosas”, señaló el Papa San Juan Pablo II. “La sensatez humana, expresada de alguna manera en la protesta del hermano mayor, habría recomendado un castigo severamente apropiado por la decisión del hijo menor antes de que pudiera reunirse completamente con la familia”.

 

Y, sin embargo, el padre echa todo esto a un lado, priorizando la compasión amorosa sobre el castigo legalista. “El mero legalismo es superado por el amor generoso y gratuito del padre”, dijo el Papa San Juan Pablo II, “que supera la justicia humana y llama a ambos hermanos a sentarse nuevamente a la mesa del padre”.

 

El Santo Padre concluyó su meditación:

 

El Padre misericordioso que abraza al hijo pródigo es el icono definitivo de Dios revelado por Cristo. Ante todo, es Padre. Es Dios Padre quien extiende sus brazos en bendición y perdón, siempre esperando, nunca obligando a ninguno de sus hijos. Sus manos sostienen, aprietan, dan fuerza y, al mismo tiempo, confortan, consuelan y acarician.

 

 

La paradoja de la fuerza

 

Como señalé anteriormente, nuestro mundo moderno ve a los hombres y padres con recelo. O se les presenta como irremediablemente débiles o, si son fuertes, es con una fuerza cruel: una fuerza expresada en el ejercicio de un poder egoísta sobre los miembros de la familia de un hombre. El “padre misericordioso” de la parábola no es débil. Es un hombre poderoso: un rico terrateniente. Su comportamiento a lo largo de la parábola sugiere un hombre que conoce su propia autoridad. Da órdenes a sus sirvientes y éstos le obedecen. Cuando su hijo mayor se queja, explica con confianza su punto de vista y le invita a ver las cosas como él, el padre, las ve.

 

Sin embargo, su fuerza no es una fuerza con la que él se impone a nadie. En esto, es fundamentalmente semejante a Cristo. De hecho, un mensaje central del ministerio de Cristo es que el poder que se expresa por medio de la dominación es, paradójicamente, un poder débil. La verdadera fuerza se encuentra en tener poder y en elegir usar ese poder solo al servicio de los demás. “Sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder”, dijo Cristo a sus discípulos. “Pero no será así entre vosotros. Antes bien, el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo. Así también el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:25-28).

 

Esta es la paradoja del verdadero poder, expresada tan memorablemente por San Pablo, cuando escribió: “Por lo tanto, estoy contento con las debilidades, los insultos, las penalidades, las persecuciones y las limitaciones, por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10).

 

En ninguna parte esta paradoja se expresa más poderosamente que en la imagen de Cristo en la cruz. Está Cristo, el Dios encarnado que aseguró a sus discípulos que podía mandar instantáneamente a doce legiones de ángeles para que vinieran en su ayuda (Mateo 26:55), colgado en una cruz, completamente sujeto al poder de los demás. Y, sin embargo, es este acto de autosacrificio, de aparente impotencia absoluta, el que resulta ser el mayor acto de poder jamás realizado en la historia de la humanidad. Es el acto perfecto de amor que lo cambia todo, que salva a todo el género humano.

 

Nuestra crisis de paternidad

 

Todos los signos apuntan a que estamos viviendo una crisis de paternidad. En los Estados Unidos, millones de niños viven sin un padre presente en el hogar. Trágicamente, la investigación muestra que los niños de hogares rotos tienen estadísticamente más probabilidades de divorciarse o tener hijos fuera del matrimonio, perpetuando así un ciclo de falta de padre.

 

Sin embargo, una de las cosas extrañas sobre el desprecio de nuestra cultura por la masculinidad y la paternidad es que existe una gran cantidad de evidencia científica irrefutable que muestra que la mera presencia de un padre en el hogar puede marcar la diferencia para sus hijos. Los niños que crecen en hogares desestructurados tienen muchas más probabilidades de sufrir pobreza, bajo rendimiento académico, embarazos fuera del matrimonio, abuso de sustancias, depresión, etc.

Y así, aun cuando nuestra cultura vilipendia a los hombres y padres como “tóxicos”, estamos recolectando cada vez más evidencia de la importancia crítica de su presencia.

 

Aunque, para ser justos, quizás nuestra amargura cultural se deba en parte a los fracasos de tantos padres. Uno no puede dejar de preguntarse, por ejemplo, cuánto de nuestra confusión sobre el sexo, es decir, lo que significa ser hombre o mujer, también se deriva de la prevalencia del divorcio y los hogares monoparentales. Muchos de nuestros niños ni siquiera han visto cómo podría ser una masculinidad o paternidad saludable. Su recuerdo principal de la paternidad puede ser que su padre simplemente se fue de casa un día y nunca regresó.

 

No es de extrañar que las creencias religiosas también estén cayendo. Si la Biblia nos enseña que Dios es nuestro Padre, y nuestra única experiencia de paternidad es una experiencia de abandono, entonces ¿para qué querríamos tener algo que ver con Dios? Si nos volvemos y dependemos de Dios nuestro padre, solo seremos decepcionados, como lo fuimos de nuestros padres terrenales.

 

 

Padres: sean fuertes, así como Cristo es fuerte

 

En medio de esta crisis, hay una enorme necesidad de que los hombres den un paso al frente y sanen las heridas de la falta de paternidad viviendo una paternidad modelada en la paternidad de Dios Padre.

 

Nuestra cultura continuará debatiendo interminablemente sobre la naturaleza de la masculinidad y la paternidad “reales”. Personalmente, no esperaría casi nada que valga la pena de la mayoría de esos debates, que a menudo son muy ideológicos y politizados.

 

En cambio, necesitamos hombres que vuelvan a las Escrituras y vuelvan a estar en contacto con la sencillez fundamental de la buena paternidad, del verdadero liderazgo, de la auténtica fuerza. Todo esto lo encontramos bellamente expresado en la parábola del padre misericordioso (hijo pródigo). Lo vemos, también, en las representaciones breves pero evocadoras de San José, el más silencioso de todos los héroes bíblicos, cuya fuerza no se transmite en grandes gestos o logros magníficos, sino más bien en una obediencia tranquila, humilde y constante a la voluntad de su Padre Celestial, y en una fidelidad inquebrantable en su amor a la Santísima Madre y a Cristo.

 

En mis viajes alrededor del mundo, he conocido a más familias de las que puedo recordar. Y a pesar de la innegable crisis de la paternidad, y contrariamente a los mensajes que se encuentran en nuestro entretenimiento popular, lo que he encontrado es que la mayoría de los padres son, de hecho, buenos padres. Aman a sus hijos. Son fieles a sus esposas. Se sacrifican en silencio todos los días para mantener a sus familias. Invierten su corazón y alma en el bienestar de sus hijos, regocijándose en sus éxitos y sintiendo sus luchas como propias.

 

Sin embargo, lo que distingue a muchos de ellos es que no llaman la atención sobre sí mismos. No celebran su heroísmo. Simplemente se despiertan todos los días y se entregan con espíritu de servicio a su esposa e hijos. Para muchos en el exterior, esto no parece una fuerza. Pero la esposa y los hijos de tal hombre saben la verdad. Tal padre puede ser tranquilo, amable, modesto y humilde, y sin embargo es un pilar en el hogar.

 

Es lo suficientemente sabio como para saber que la fuerza no se encuentra en el dominio, sino en el amor: el amor abnegado, generoso e incondicional del padre misericordioso. El padre que está tan centrado en algo más grande que él mismo, que es capaz de dar sin contar el costo, tiene la fuerza de Cristo: la fuerza para resistir las tentaciones del poder y, en cambio, abrazar el servicio como una forma de vida.

 

Este Día del Padre, contrarrestemos los mensajes tóxicos de nuestros medios y celebremos a hombres como éstos. La paternidad auténtica toma muchas formas, pero en su esencia debe haber un amor y una fidelidad como los de Cristo. Muchos de los problemas de nuestro mundo se resolverían si tan solo pudiéramos ayudar a nuestros jóvenes a ver y comprender la naturaleza de la verdadera paternidad, rompiendo el ciclo de la falta de padres y encontrando la profunda realización que proviene de la fuerza utilizada en el servicio a los demás.

 

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