Tenemos el deber de servir a la dignidad humana
Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Vida Humana Internacional
Publicado originalmente en inglés el 2 de diciembre del 2024 en: https://www.hli.org/2024/12/our-duty-to-serve-human-dignity/.
Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.
La eutanasia es una acción u omisión que, por sí misma o intencionalmente, causa la muerte con el fin de aliviar el sufrimiento. Las instituciones sanitarias católicas nunca pueden aprobar ni participar en la eutanasia o el suicidio asistido de ninguna manera. Los pacientes moribundos que solicitan la eutanasia deben recibir atención amorosa, apoyo psicológico y espiritual y remedios adecuados para el dolor y otros síntomas, de modo que puedan vivir con dignidad hasta el momento de la muerte natural.
– Obispos de EEUU: Directivas éticas y religiosas para la asistencia sanitaria católica, Nro. 60.
Por lo general, cuando el suicidio asistido se ha incluido en una iniciativa de votación estatal, es para legalizar la práctica. Pero este año de 2024, el 5 de noviembre, los habitantes del Estado de Virginia Occidental aprobaron la Enmienda 1. Esta enmienda estableció una prohibición constitucional de los suicidios asistidos en el estado, dejando en claro que “ninguna persona, médico o proveedor de atención médica en el estado de Virginia Occidental participará en la práctica del suicidio asistido, la eutanasia.”
El suicidio asistido ya era ilegal en Virginia Occidental. Pero la aprobación de la enmienda constitucional ahora hace que sea más difícil para los que promueven el crimen de la eutanasia o el suicidio asistido lanzar una iniciativa para legalizarlos. Si en el futuro los legisladores estatales quieren legalizar la eutanasia y el suicidio asistido, tendrán que pasar por el proceso de enmienda a la constitución estatal nuevamente, lo que requiere que dos tercios tanto de la Cámara de Representantes como del Senado de Virginia Occidental estén de acuerdo para presentarlo ante los votantes.
En pocas palabras, esta enmienda constitucional impide de manera eficaz que la legislación a favor de la eutanasia y el suicidio asistido llegue al estado, protegiendo el carácter sagrado de la vida humana.
Se trata de una victoria provida de la que muchos no se enteraron en los medios nacionales, porque va en contra de una narrativa anti-vida cada vez más extendida n esos medios. Virginia Occidental no solo rechazó la mentalidad de la eutanasia y el suicidio asistido, sino que también se convirtió en el primer estado en proteger de manera proactiva a todos sus ciudadanos de esta tendencia peligrosa y potencialmente mortal.
Falsa compasión
El Papa San Juan Pablo II lamentó que la eutanasia se estuviera extendiendo cada vez más, “disfrazada y subrepticiamente, o practicada abiertamente e incluso legalmente” (Evangelium Vitae, 17). El santo Papa dijo que los motivos principales de que esta práctica inmoral se haya difundido tanto fueron “por razones de una piedad equivocada ante el espectáculo del sufrimiento del paciente” y “a veces justificada [equivocadamente] por el motivo utilitarista de evitar costos que no traen nada a cambio y que [supuestamente] constituyen una carga para la sociedad”.
San Pablo nos recuerda que el primer requisito de la moral cristiana es que “el amor no hace mal al prójimo” (Romanos 13:10). Esto significa que un buen fin no justifica un medio malo (véase también Romanos 3:8). Además, siempre debemos reverenciar el bien humano, es decir, el valor incomparable de la vida humana, y negarnos en ninguna circunstancia a destruir o atacar voluntariamente ciertos bienes en aras de otros bienes. La eutanasia y el suicidio asistido violan esta comprensión, llamando bueno a lo que es en sí mismo intrínsecamente malo.
Según el Papa San Juan Pablo II, esta ideología antivida, que viola la dignidad humana, tiene como objetivo “eliminar a los niños malformados, a los discapacitados graves, a los inválidos, a los ancianos, especialmente cuando no son autosuficientes, y a los enfermos terminales” (Evangelium vitae, Nro. 64). En este marco, el Santo Papa continúa diciendo:
Crece la tentación de recurrir a la eutanasia, es decir, de apoderarse de la muerte y provocarla antes de tiempo, acabando “dulcemente” con la propia vida o con la de otros. Lo que podría parecer lógico y humano, visto más de cerca resulta insensato e inhumano.
Mientras que el amor al prójimo permite reconocer la dignidad de cada persona, ya sea en momentos de enfermedad, sufrimiento, vejez o muerte inminente, este marco referencial nos enseña que la dignidad intrínseca de la persona no disminuye en estas condiciones, sino que permanece constante. Por el contrario, la mentalidad utilitarista de la eutanasia y el suicidio asistido dan forma a una falsa “ética” que determina arbitrariamente quién debe vivir y quién debe morir. Incluso si uno está motivado por sentimientos de compasión o por un deseo de preservar la dignidad, estos actos eliminan a la persona, a la que siempre se debe servir y respetar.
Al servicio de la verdad
La definición más básica de verdad objetiva se resume mejor como la conformidad del intelecto con el objeto percibido en la realidad, es decir, la captación correcta de la realidad. En otras palabras, la verdad tiene que ver con la inteligibilidad del mundo y la capacidad humana de entenderlo y percibirlo realmente.
Sin embargo, muchos en nuestra cultura creen erróneamente que la verdad es relativa: “Tú tienes tu verdad y yo tengo la mía”. Pero eso no es verdad; es la esencia del relativismo. Cuando un objeto se percibe correctamente, entonces se dice que se conoce verdaderamente. Si un niño, por ejemplo, ve una paloma en el parque donde está jugando y le dice a su madre que ha visto una ardilla, la madre del niño corregirá a su hijo y le dirá: “No, eso es una paloma, no una ardilla”. El hecho de que el niño haya llamado ardilla al pájaro fue un juicio erróneo. No importa cuán convencido estuviera de lo que percibía o cómo se sentía al respecto, el niño no percibió el objeto correctamente, no identificó la verdad sobre lo que en realidad estaba ahí. [Además, la aseveración “Todo es relativo” no es una afirmación relativa, sino absoluta. Es, por tanto, una contradicción en sí misma.]
Cuando hablamos de seres humanos, entendemos una verdad fundamental: los seres humanos poseen un valor intrínseco y absoluto. Esa es una realidad objetiva, no relativa. “La persona humana es querida por Dios, tiene impresa en su mismo ser la imagen de Dios. Su dignidad no proviene del trabajo que realiza, sino de la persona que es” (San Juan Pablo II, Centesimus Annus, Nro. 11, 1991). Y porque estamos tratando con personas humanas, la dignidad inviolable de cada persona humana “debe ser respetada en todas las circunstancias, no porque esa dignidad sea algo que hayamos inventado o imaginado”, dice el Papa Francisco (Fratelli Tutti, n. 213).
Esta verdad moldea nuestra visión de la vida humana, respetando su carácter sagrado en todas las circunstancias. Por lo tanto, cada persona, sin excepción, debe ser tratada como un fin en sí misma y no como un medio para algo más. Esto se aplica igualmente a uno mismo. Además, significa que, en virtud simplemente de ser un ser humano, la persona humana tiene un valor inherente que no depende de nada ni de nadie más. Existimos, por lo tanto, tenemos valor. Y “nadie puede, en ninguna circunstancia, arrogarse el derecho de matar directamente a un ser humano inocente” (Donum Vitae, Nro. 5).
Como seres creados a “imagen de Dios” (Genesis 1:26-28), somos, en cierto sentido significativo, “semejantes a Dios”. ¿Qué significa esto exactamente? Significa que, a diferencia del resto de la creación material, los seres humanos son seres conscientes y pensantes, dotados de la capacidad de libre elección y de almas espirituales inmortales capaces de unirse con Dios a través de la contemplación directa de Su esencia en la felicidad eterna en el Cielo.
Debemos aclarar enseguida que estas capacidades del ser humano de pensar y elegir son inherentes y no necesariamente capacidades que siempre están funcionando. Es decir, por razones de enfermedad, accidente o defecto congénito una persona puede carecer de la capacidad de poner en función el acto de razonar o elegir. Pero no por ello deja de ser persona o de tener menos valor como ser humano que los demás, porque estas capacidades son intrínsecas a su naturaleza humana. De hecho, cualquiera de nosotros, cuando estamos durmiendo o en un estado de inconsciencia, debido a la anestesia o por otras circunstancias, no dejamos de ser personas durante ese tiempo.
Creados ya con una chispa de lo divino, los seres humanos son verdaderamente capaces de ser “divinizados” al recibir la vida de Dios a través de la gracia. Esto no quiere decir que nos convirtamos en “dioses”, sino que Dios nos otorga una participación en Su naturaleza divina por medio de la gracia, como dice 2 Pedro 1:4.
La eutanasia es intrínsecamente mala
Vivimos en un mundo en el que muchos aceptan la falsa visión de que no existen actos intrínsecamente malos y consideran todas las opciones como verdaderas, aunque sean contradictorias. “Estamos construyendo una dictadura del relativismo”, dijo el cardenal Joseph Ratzinger en 2005, “que no reconoce nada como definitivo y cuyo fin último consiste únicamente en el propio ego y los propios deseos” (Discurso de Ratzinger, 2005).
Pero hay actos que nunca se deben elegir porque siempre son malos y siempre pecaminosos; son intrínsecamente malos. Estos actos son siempre y en todas partes y para todos y en cualquier situación, lugar o época pecaminosos y nunca aceptables, independientemente de la motivación o las circunstancias (por ejemplo, la anticoncepción, el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido).
Como nos recuerda el Papa San Juan Pablo II, “la razón atestigua que hay objetos del acto humano que, por su naturaleza, son ‘incapaces de ser ordenados’ a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona hecha a su imagen” (Veritatis Splendor, Nro. 80).
Según el Catecismo de la Iglesia Católica:
La moralidad de los actos humanos [es decir, libres] depende: del objeto elegido; del fin que se busca o la intención; y de las circunstancias de la acción. El objeto, la intención y las circunstancias constituyen las “fuentes” o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos
(Nro. 1750).
Los tres aspectos: el acto objetivo, la intención subjetiva y las circunstancias deben ser buenos para que el acto humano (el acto deliberado) sea moralmente bueno. [Aquí la intención subjetiva no debe confundirse con el subjetivismo, el cual conduce al relativismo, porque esa subjetividad se refiere a la interioridad de la persona que se ajusta a la realidad objetiva, y no a sentimientos u opiniones relativas y pasajeras.]
Por eso, no basta con considerar las consecuencias por sí solas. Éstas pertenecen a las circunstancias, las cuales no determinan la esencial moralidad de un acto. Es decir, no cambian un acto bueno en malo o un acto malo en bueno, sino que aumentan o disminuyen la bondad o maldad ya existentes de un acto humano. Por ejemplo, no es lo mismo visitar de prisa a un enfermo que pasar tiempo de calidad con él. Los dos son actos buenos, pero el segundo es mejor. No es lo mismo matar a una persona de un tiro en la cabeza que torturarla hasta que muera. Evidentemente ambos actos son asesinatos y por lo tanto son actos muy graves, pero el segundo es aún peor.
Es evidente que la eutanasia y el suicidio asistido no cumplen con estos criterios. Incluso si uno está motivado por sentimientos de compasión o por el deseo de “preservar” de algún modo la dignidad, no es correcto afirmar que el objeto moral en el caso de la eutanasia y el suicidio asistido es el alivio del sufrimiento, el fin próximo. Está en cambio ordenado a la privación del bien objetivo que es la vida humana.
Tales acciones son “intrínsecamente desordenadas” y nunca pueden ser elegidas, porque son malas por su propia naturaleza (inherentemente defectuosas), no están orientadas hacia el orden de los valores o de los bienes objetivos o de lo que tradicionalmente se conoce como el orden moral. Aunque el fin próximo es aliviar el sufrimiento, los medios para alcanzar este fin son intrínsecamente desordenados y no pueden ser elegidos. En esencia, lo que constituye un acto humano en intrínsecamente malo es la elección de un medio malo en sí mismo para presuntamente obtener un resultado bueno. De nuevo, nunca se debe elegir y hacer el mal para lograr un bien, por la sencilla razón de que nunca se debe hacer el mal, punto.
Para aclarar más aún la doctrina de la Iglesia Católica y de la ley natural acerca de la moralidad de los actos humanos, debemos definir el objeto de tales actos como aquello hacia lo cual el acto tiende o está intrínsecamente orientado. Si el acto en sí mismo está orientado hacia el orden de los valores o de los bienes objetivos, entonces decimos que el objeto de ese acto es bueno en sí mismo. Si, por el contrario, está intrínsecamente ordenado a los contravalores o a males objetivos, entonces decimos que el objeto de ese acto es intrínsecamente malo y la persona que lo lleva a cabo comete un acto intrínsecamente malo. Por ejemplo, el dar de comer a los pobres es un acto intrínsecamente bueno, porque el objeto de ese acto es alimentar al hambriento y ese objeto está intrínsecamente ordenado al orden de los valores o de los bienes objetivos, en este caso el gran bien físico de que el cuerpo de una persona sea alimentado. Pero si, por ejemplo, un matrimonio practica la anticoncepción realiza un acto intrínsecamente malo, porque el objeto de ese acto no se orienta por sí mismo al orden de los valores o bienes objetivos. En este caso ese objeto está intrínsecamente ordenado a los contravalores de la negación de la apertura a la transmisión de la vida y del amor conyugal verdadero. Decimos también que el objeto de ese acto es un objeto desordenado en el sentido moral de la palabra.
¿Qué es la verdadera compasión?
“La verdadera compasión”, dice el Papa San Juan Pablo II, “lleva a compartir el dolor del otro; no mata a la persona cuyo sufrimiento no podemos soportar” (Evangelium Vitae, Números 66 y 67). En lugar de servir a los débiles y vulnerables, asumiendo la responsabilidad personal de proteger y servir la vida humana, el acto de la eutanasia o suicidio asistido busca silenciar el sufrimiento y minimizar todos los inconvenientes.
El verdadero cuidado y compasión por los ancianos, los enfermos y los moribundos, que pronto estarán ante la presencia de Dios, significa respetar su dignidad intrínseca ayudándolos en esta fase decisiva de la vida. El Papa San Juan Pablo II enfatiza la necesidad de que reconozcamos en las “súplicas de los que sufren y de los moribundos” un llamado a “la compañía, la solidaridad, la empatía y el apoyo”.
La verdadera compasión escucha el grito de ayuda, “para seguir esperando cuando todas las esperanzas humanas fallan”. Pero lamentablemente, hay una tendencia creciente dentro de nuestra sociedad a no reconocer el valor de la vida humana, especialmente la vida de los más vulnerables. Si la compasión no tiene sus raíces en el respeto a la dignidad humana y no se combina con el deseo de abordar el sufrimiento y apoyar éticamente a quienes sufren, conduce a un ataque contra la vida.
La dignidad humana no es algo que podamos otorgar o quitar; debe protegerse con amor y solicitud. Seamos jóvenes o viejos, sanos o enfermos, conscientes o con discapacidad cognitiva, no perdemos la dignidad humana; es intrínseca a nuestro ser. La verdadera misericordia y compasión acompañan y defienden a quienes sufren y mueren, garantizando su cuidado adecuado y respetando su valor incomparable como personas. La falsa misericordia, por otro lado, es una “perversión de la misericordia”, ya que elimina mi deber de acompañar a un hermano o hermana. A través de la eutanasia y el suicidio asistido, uno simplemente “resuelve” la situación porque no desea soportar una “carga”. Sus acciones son un acto de falsa misericordia. Ya San Pablo nos enseñaba que al ayudarnos unos a otros a llevar nuestras cargas cumplimos la ley de Cristo, Gálatas 6:2.
El no reconocer la dignidad humana de cada persona y nuestra obligación de acompañarla y servirla abre la puerta a todo tipo de violencia e injusticia. Para contrarrestar esta falsa mentalidad, el Papa Francisco afirma:
Hay que acompañar a las personas hasta la muerte, pero no provocar la muerte ni facilitar el suicidio asistido. En efecto, la vida es un derecho, no la muerte. [La vida es un bien] que hay que acoger, no administrar. Y este principio ético vale para todos, no sólo para los cristianos o los creyentes.
El Santo Padre subraya que “la compasión del Evangelio es la que nos acompaña en los momentos de necesidad, esa compasión del Buen Samaritano, que ‘ve’, ‘tiene compasión’, se acerca y ofrece una ayuda concreta”. Y cuando las intervenciones médicas ya no son una opción o la vida se está acabando de manera natural, esto ‘no puede significar que los cuidados hayan terminado’, afirma el Dicasterio para la Doctrina de la Fe en su carta Samaritanus Bonus.
Quienes sufren una enfermedad terminal, así como los niños que nacen con una expectativa limitada de supervivencia, tienen derecho a ser acogidos, cuidados y rodeados de afecto. La Iglesia no tolera tratamientos “excesivamente gravosos” o demasiado agresivos; pero, no obstante, reafirma como enseñanza definitiva que la eutanasia es un crimen contra la vida humana.
La verdadera compasión alienta todos los esfuerzos razonables para lograr la recuperación del paciente. Al mismo tiempo, ayuda a trazar el límite cuando ningún tratamiento posterior servirá para este propósito. La eutanasia y el suicidio asistido no solo comprometen el respeto debido a las personas humanas, sino que también erosionan los métodos auténticos de cuidados paliativos, desincentivan el desarrollo de tratamientos alternativos y erosionan la confianza en la relación médico-paciente. La práctica también puede ser depredadora de las poblaciones vulnerables.
Nuestra respuesta es dar testimonio del valor supremo de la vida humana en las decisiones que afrontamos y en las acciones que realizamos para cuidar de nuestros seres queridos y de los necesitados. “No hay vida humana más sagrada que otra, como no hay vida humana cualitativamente más significativa que otra”, dice el Papa Francisco. “La credibilidad de un sistema de atención sanitaria no se mide sólo por la eficiencia, sino sobre todo por la atención y el amor que se da a la persona, cuya vida es siempre sagrada e inviolable” (20 de septiembre de 2013).
La gente buena de Virginia Occidental, aquellos que votaron para proteger aún más a los vulnerables de la violencia y la mentalidad de la eutanasia y el suicidio asistido, rechazando una falsa moralidad, han dado un ejemplo al resto de la nación y del mundo. Su acción no sólo expresa un sí profundo a la dignidad de la vida humana, sino que también desafía a la sociedad a buscar medios morales para servir a los que sufren y agonizan, y no a “eliminarnos”, eliminando así nuestra obligación de servir y acompañar a nuestros hermanos y hermanas.
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