Todo comienza en la familia

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Vida Humana Internacional.

 

Publicado originalmente en inglés el 11 de septiembre de 2023 en: https://www.hli.org/2023/09/it-all-begins-in-the-family/.

 

Publicado en español en el boletín electrónico “Espíritu y Vida” de Vida Humana Internacional el 15 de septiembre de 2023

Vol. 07.

No. 35.

 

Y en vidahumana.org en Temas/Matrimonio y familia.

 

Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

“A medida que va la familia, así va la nación y así va todo el mundo en el que vivimos”. El Papa San Juan Pablo II pronunció estas famosas palabras en una homilía de 1986, pronunciada en Perth, Australia. Esta frase profética es citada a menudo por activistas católicos a favor de la familia. Sin embargo, es sólo una frase de una homilía más larga, dedicada a una defensa firme y sin complejos de las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida y la familia.

Es una homilía que bien vale la pena releer hoy, mientras somos testigos de la destrucción causada por la disolución y degradación generalizadas del matrimonio y la familia.

 

La familia como “iglesia doméstica”

 

En esa homilía, el santo Papa recordó a su audiencia la gran dignidad de la familia y la profunda responsabilidad que tienen los esposos y las esposas al vivir las enseñanzas de la Iglesia llenas de riqueza sobre el matrimonio. La Iglesia, señaló, siempre se ha referido a la familia como la “iglesia doméstica”.

“El significado de esta idea cristiana tradicional”, explicó, “es que el hogar es la Iglesia en miniatura. La Iglesia es el sacramento del amor de Dios. Ella es comunión de fe y de vida. Ella es madre y maestra. Ella está al servicio de toda la familia humana en su avance hacia su destino último”.

Y añadió:

Del mismo modo la familia es una comunidad de vida y de amor. Educa y conduce a sus miembros a su plena madurez humana y sirve al bien de todos a lo largo del camino de la vida. La familia es la “primera y vital célula de la sociedad”. A su manera es imagen viva y representación histórica del misterio de la Iglesia. El futuro del mundo y de la Iglesia pasa, por tanto, por la familia.

¡Estas son palabras sublimes! Sin embargo, me parece que todas las pruebas han demostrado que el Santo Padre tenía razón.

Poco importa cuán buenas sean nuestras escuelas, cuán elaborados y bien financiados estén nuestros programas sociales gubernamentales, o incluso cuán ingeniosos y bien comercializados sean los programas de preparación matrimonial de la Iglesia, si los esposos y las esposas no abrazan el llamado a hacer de sus familias iglesias domésticas, caracterizadas por el amor, la fe y la comunión.

Sin matrimonios que vivan heroicamente sus vocaciones en la intimidad del hogar, es muy poco lo que la cultura en general puede hacer para reparar el daño. En muchos aspectos importantes, la fuerza de una sociedad y la fuerza de la Iglesia se basan en la fuerza de la célula más pequeña pero más fundamental de la sociedad: las familias en las que las personas reciben su educación más profunda y formativa.

 

Recuperar el fundamento moral del matrimonio

 

Como dijo el Papa San Juan Pablo II en aquella homilía de 1986, cuando se trata de la familia, “la sociedad necesita urgentemente ‘recuperar la conciencia de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana como tal’, es decir, ‘recuperar el sentido último de la vida y sus valores fundamentales’”.

Por un lado, señaló el Papa, la Iglesia hace todo lo posible para llegar con compasión a aquellas personas a las que les ha resultado difícil vivir de acuerdo con las verdades morales del matrimonio y la familia. Por otro lado, sin embargo, la Iglesia no puede ceder ante las demandas de quienes sostienen que debería abandonar sus enseñanzas o ideales para hacerlos más aceptables para nuestra época.

“La Iglesia”, explicó, “no puede decir que lo malo es bueno, ni puede llamar válido lo que no es válido. No puede dejar de proclamar la enseñanza de Cristo, incluso cuando esta enseñanza es difícil de aceptar. Sabe también que ha sido enviada por Dios a sanar, a reconciliar, a llamar a la conversión, a encontrar lo perdido. Por lo tanto, con gran amor y paciencia la Iglesia trata de ayudar a todos aquellos que experimentan dificultades para satisfacer las exigencias del amor conyugal cristiano y de la vida familiar”.

La razón por la que la Iglesia no puede abandonar Sus enseñanzas, sugirió, no es porque sea un capataz rígido que se resiste a los llamados de Sus hijos sufrientes. Es, más bien, que la Iglesia tiene la responsabilidad divina de mostrar a las personas el camino hacia la verdadera realización y felicidad, ¡incluso cuando inicialmente lo encuentren difícil o desagradable!

“La Iglesia es siempre la verdadera y fiel amiga de la persona humana en la peregrinación de la vida”, continuó el Papa San Juan Pablo II. “Ella sabe que al defender la ley moral contribuye al establecimiento de una civilización verdaderamente humana, y constantemente desafía a la gente a no abdicar de su responsabilidad personal con respecto a los imperativos éticos y morales”.

Al final, la verdadera caridad, la caridad de Cristo, “sólo puede realizarse en la verdad: en la verdad sobre la vida, el amor y la responsabilidad”, añadió. “La Iglesia tiene que anunciar a Cristo: Camino, Verdad y Vida; y al hacerlo tiene que enseñar los valores y principios que corresponden al llamado del hombre a la “novedad” de vida en Cristo”. Ese es el desafío de la virtud.

En otras palabras, la Iglesia debe siempre llamar a las personas a abrazar una vida de virtud. Rebajar el estándar sería alentar a personas que se encuentran en la mediocridad moral, o peor aún, en las que no logran desarrollar su máximo potencial humano.

Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: la virtud es “una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar buenas acciones, sino dar lo mejor de sí misma. La persona virtuosa tiende al bien con todas sus facultades sensoriales y espirituales; busca el bien y lo elige en acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa es llegar a ser como Dios” (n. 1803).

Por tanto, la virtud requiere mucho más que simplemente realizar buenas obras cuando es conveniente, fácil y beneficioso. Una persona virtuosa no actúa virtuosamente porque sea utilitaria, sino porque, en última instancia, es lo correcto. Después de todo, es fácil ser generoso, paciente y amable con los demás cuando las cosas van bien en nuestra vida. Pero ¿seremos generosos, pacientes y amables con la persona que nos frustra? ¿Seremos virtuosos cuando experimentemos estrés o nos sintamos abrumados en la vida?

Vivir virtuosamente en nuestros matrimonios, familias y sociedades requiere mucho más que buenas obras o actos de bondad ocasionales. El cónyuge o padre virtuoso es alguien con quien se puede contar para dar lo mejor de sí mismo de manea coherente, sin importar las circunstancias, a su cónyuge o a sus hijos. Esa virtud, aunque difícil, no es sólo la realización del potencial de la persona individual, sino que también es el fundamento de la paz, primero en la familia, luego en la comunidad en general y, en última instancia, en el mundo.

Ciertamente, vivir virtuosamente requiere mucho más que escuchar los mensajes nocivos del mundo, que alientan el vicio en nombre de la “autorrealización”. Y así es como encontramos matrimonios infectados de inmoralidad sexual e infidelidad, cónyuges que se abandonan al menor pretexto, y padres que rechazan el regalo de los hijos o prestan poca atención a los hijos que tienen, frustrados por el hecho de que sus hijos les exigen un amor de entrega total que los padres consideran amenazante para su autonomía o su felicidad.

Y así, nuestro mundo sigue el camino de la familia: superficial, fracturado, desgarrado por heridas mutuamente impuestas, hedonista y encerrado en sí mismo.

 

El mensaje constante de la Iglesia

En medio de la confusión generalizada sobre la naturaleza y la importancia del matrimonio y la sexualidad, que se ve a nuestro alrededor, la Iglesia se ha mantenido firme en su mensaje de esperanza para las familias: llamándolas y animándolas a convertirse en emblemas de la Iglesia misma.

“¡Cuán importante es el testimonio de los matrimonios en cuanto a la formación de conciencias sanas y la construcción de una civilización del amor!” dijo el Papa Benedicto XVI en una homilía en el Monte del Precipicio en Nazaret, en 2009. “[E]n la familia”, añadió, “cada persona, ya sea el niño más pequeño o el pariente mayor, es valorado por sí mismo, y no visto simplemente como un medio para algún otro fin”.

El Papa Benedicto XVI continuó sugiriendo que los niños necesitan los beneficios de una “ecología humana”. Es decir, necesitan ser criados en “un medio” donde “aprendan a amar y valorar a los demás, a ser honestos y respetuosos con todos, a practicar las virtudes de la misericordia y el perdón”.

Y haciéndose eco de la declaración profética del Papa San Juan Pablo II, señaló: “Es en la familia donde nacen y se nutren los que trabajan por la paz, los promotores del mañana de una cultura de la vida y el amor” (Día Mundial de la Paz, 2013).

Esto me recuerda las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la familia, que enfatizan el papel de los padres como “educadores primarios y principales”. “Los padres”, escribieron los Padres Conciliares,

 

“…Son quienes deben crear un ambiente familiar animado por el amor y el respeto a Dios y al hombre, en el que se favorezca la educación personal y social integral de los niños. De ahí que la familia sea la primera escuela de las virtudes sociales que toda sociedad necesita. Es particularmente en la familia cristiana, enriquecida por la gracia y el sacramento del matrimonio, donde se debe enseñar a los niños desde sus primeros años a conocer a Dios según la fe recibida en el bautismo, a adorarlo y a amarlo en su prójimo. También aquí encuentran su primera experiencia de una sociedad humana sana y de la Iglesia. Finalmente, es a través de la familia como se les conduce gradualmente a la compañía con sus semejantes y con el pueblo de Dios. Por tanto, que los padres reconozcan la inestimable importancia que tiene una familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del pueblo de Dios” (Gravissimum Educationis, Nro. 3).

 

Ante tales palabras, tal vez sea fácil que los padres se desanimen, conociendo su propia pecaminosidad y viendo sus faltas de amor hacia sus cónyuges y sus hijos. Y, sin embargo, como bien señaló el Papa San Juan Pablo II, tales palabras y enseñanzas no pretenden desanimar.

La Iglesia siempre acompaña y llama a los pecadores, reconociendo la realidad de nuestra naturaleza caída y defendiéndose del desánimo ofreciendo el poder sanador de los sacramentos, en los que podemos encontrar gracia y curación. Y, sin embargo, al mismo tiempo, Ella nos llama a elevarnos por encima de y rechazando nuestros pecados, instándonos a convertirnos en las mejores versiones de nosotros mismos.

Nuestro mundo necesita desesperadamente familias santa: familias que imiten la alegría, la paz, la comunión y el amor que caracterizaron la vida de la Sagrada Familia en Nazaret. De esas familias surgirán las personas generosas y amorosas que transformarán nuestra cultura en cualquier esfera a la que sean llamados. Cuando los niños se forman en un hogar donde se enseñan, enfatizan y viven las virtudes, se convierten en el tipo de adultos que la sociedad necesita para reconducir su camino de la oscuridad a la luz.

Insto a los esposos y esposas que lean esta columna a que se comprometan hoy a hacer de su familia una iglesia doméstica. Comience amando a su cónyuge con el tipo de amor abnegado que Cristo modeló para nosotros en Su muerte en la cruz. Oren juntos como pareja. Sean amables y tiernos con las faltas y fracasos de los demás. Encuentre formas nuevas y creativas de expresar su amor.

Crea paz en el corazón de tu hogar: una paz en la que tus hijos crecerán y prosperarán como discípulos de Cristo.

Fortalecidos por la experiencia diaria del amor en el hogar, vuestros hijos saldrán al mundo y traerán ese amor consigo a sus propias vocaciones y a sus propios centros de trabajo. Y así veremos la verdad de las palabras del Papa San Juan Pablo II, pero en su luz más positiva: cómo va la familia, así va el mundo.

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