Cuando en el 2005 el huracán Katrina asoló el sur de EEUU, los “expertos” pronosticaron que sería el inicio de huracanes devastadores que se darían en la región producto del “calentamiento global”. Cada día nuevas noticias aseguran que la Tierra, por culpa de la actividad humana, está llegando a su fin. Lo curioso es que Marte sufre calentamiento global, aunque no haya seres humanos. Groenlandia, ubicada en el Polo Norte, conquistada por los vikingos en los años 1200, por su exuberante verdor fue colonizada con el nombre de “Tierra verde”. Eso ocurrió en el período cálido medieval que duró desde el siglo X hasta comienzos del siglo XIV. Luego vino la pequeña Edad de Hielo, período frío que abarcó los próximos cuatro siglos, hasta mediados del siglo XIX. En el siglo XVII había icebergs en las islas Baleares, y el río Ebro en Zaragoza, España, se congelaba. El astrónomo Edward Walter Maunder, en 1893, se dio cuenta de que cuando se daban manchas en la superficie solar, había mucho calor, cuando no habían manchas, mucho frío. A ese fenómeno lo llamó “mínimo de Maunder”. Estas manchas cíclicas regulan el clima del sistema solar. Es un fenómeno natural, donde los seres humanos no tienen competencia.
¿Por qué culpar al hombre? A pesar de ser un fenómeno natural, avalado por científicos serios, el ecologismo culpa al hombre del “calentamiento global”. Esta es una ideología materialista que proclama la defensa de la naturaleza y, los ecologistas más radicales, dan prioridad al equilibrio del ecosistema sobre los intereses y necesidades del hombre, quien pasa a ser uno más en el hábitat. Si bien debemos luchar por cuidar el ambiente donde vivimos, debe ser buscando el bienestar del hombre, no su exterminio. Dicen que el aumento de las emisiones de CO2 es la prueba de la culpabilidad del hombre, pero científicos acreditados afirman lo contrario, que el CO2 sube producto de la alta temperatura que se da, naturalmente, por el cambio climático.
Vemos a ecologistas radicales pedir el control de la población para paliar el cambio climático, como el asesor principal en ciencia y tecnología del presidente Barack Obama, John P. Holdren, quien además es co-autor del libro Ecoscience, donde se aboga por implantar un “régimen planetario”, con “policía mundial” incluida, que ejecute medidas totalitarias para el control de la población: abortos forzados, programas de esterilización masiva utilizando los alimentos y el agua, implantes corporales obligatorios para impedir a parejas tener hijos; o el “experto” argentino Osvaldo Canziani, quien en la Segunda Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático, en Hong Kong, pidió abordar el tema del aumento de la población mundial como elemento clave para hacerle frente; la IPCC y Al Gore, ganadores del premio Nobel de la Paz por su trabajo sobre el calentamiento global, urgían controlar la población para minimizar los efectos del cambio climático. La IPCC, organismo más político que científico, cada día gana detractores, porque hoy la información está a la mano [1].
Pero existe también entre los especialistas posiciones encontradas. John Christy, director del Centro de Ciencias de la Tierra y miembro del equipo del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), está en una postura contraria cuando dice: “Yo no veo ni la catástrofe en ciernes ni la pistola humeante que señala a la actividad humana como culpable de la mayor parte del calentamiento que observamos. Siento vergüenza ajena cuando veo la presunción con que algunos describen la evolución prevista de las tendencias climáticas en los próximos cien años, sobre todo cuando considero lo difícil que es predecir con exactitud el comportamiento del clima en los próximos cinco días”.
Podemos concluir entonces que las teorías Malthusianas, aunque fracasadas, siguen vigentes. Ya sea por salud, economía o medio ambiente, siempre se llega a la misma conclusión: controlar la población mundial. ¿Para beneficiar a quién? ¿A un pequeño grupo de poderosos que considera que el mundo les pertenece? Considero que las energías deben estar dirigidas más bien a enfrentar sabiamente los problemas que el cambio climático puede acarrear.
Termino con las palabras de Benedicto XVI: “Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. (…) Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros” [2].
Notas:
[2]. Caritas in veritate No. 50.
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