Basándose en esta verdad, el Papa San La doctrina de la Iglesia en defensa de la vida humana ante el aborto incluye todos los casos en los que se pretenda realizar este acto homicida de manera directa:
“La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el primer momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida” [1].
Juan Pablo II expresó bellamente: “La vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad” [2].
En los casos en que el bebé venga con defectos congénitos, el aborto (llamado “eugenésico”) es signo de una verdadera falta de solidaridad humana y de una mentalidad irracional e eugenésica (búsqueda de una raza “superior”). A nadie en sus cabales se le ocurre matar a los niños incapacitados que ya han nacido. ¿Qué diferencia hay entre esos niños y los que todavía no han nacido?
Además, ¿quién puede determinar de antemano que esos niños no podrán ser felices? En realidad, buena parte de la felicidad futura de esas criaturas inocentes depende de quienes los rodean. La cruel frase de “niños no deseados” no revela nada malo acerca de esos niños, y sí mucho acerca de aquellos que no los desean. Se entiende que una madre que haya pasado por el drama de una violación o un incesto, o cuyo hijo venga con graves problemas congénitos, experimente al comienzo una repulsa o aversión psicológica hacia su criatura no nacida. Pero con la ayuda amorosa de otras personas puede y debe superar esa situación emocional. Pero lo que no se entiende es la fría actitud de los que se han dejado llevar por una ideología antivida, y propugnan ese inhumano lema de “niños no deseados”.
Tanto esos niños como sus padres necesitan el apoyo y la solidaridad de todos, y no el abandono en las fauces cobardes y egoístas del aborto. Una sociedad que mata a sus miembros más necesitados ha dejado de ser civilizada, y se ha convertido en una sociedad donde predomina la barbarie.
Los abortistas se aprovechan de la vulnerabilidad psicológica de las personas que sufren estos casos, especialmente la madre, para avanzar su agenda de muerte. A ellos no les importa en realidad el sufrimiento de estas personas, sino utilizar estos casos difíciles para lograr lo que de verdad quieren: la legalización del aborto a petición, es decir, en cualquier caso. Todo país, incluyendo EEUU, que ha comenzado por legalizar el aborto en ciertos casos, ha terminado por legalizarlo a petición o está en camino de hacerlo.
La verdadera postura provida es consecuente con el respeto absoluto debido a todo ser humano inocente. No discrimina por ningún motivo: estado de salud, circunstancia en la que fue concebido, lugar de residencia (fuera o dentro de la madre), etc. Por ello, la necesaria prohibición absoluta, por medio de la ley, de todo aborto directamente provocado, debe traducirse en una acogida incondicional de la vida, acogida que es parte del amor y la solidaridad incondicionales que todos nos debemos unos a otros.
Notas:
[1]. Catecismo, no. 2270.
[2]. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio sobre la familia cristiana en el mundo actual, 1981, no. 31.
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