Cómo hacer feliz (y santo) tu matrimonio con los valores del Evangelio (I)

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

www.vidahumana.org

 

Este artículo fue publicado en el Boletín “Espíritu y Vida” de Vida Humana Internacional, el

15 de julio de 2023.

Vol. 07.

No. 29.

 

Y también en vidahumana.org en Temas/Cultura de la Vida/Vida Espiritual/

 

En realidad este tema aplica a todos los cristianos, casados o no. Pero queremos aplicarlo de manera especial a los matrimonios cristianos.

 

Primero vamos a identificar esos valores. Luego vamos a explicar brevemente en qué consisten cada uno de ellos. Finalmente, vamos a sugerir cómo podemos, de forma práctica, hacer nuestros esos valores, para así aplicarlos a nuestras vidas.

 

 

¿Cuáles son los valores del Evangelio?

 

Los valores del Evangelio son muchos y el principal de ellos es el amor cristiano, el que tuvo Cristo por nosotros: un amor hasta el sacrificio y la muerte por nosotros. Los principales valores que describen ese amor se encuentran resumidos al comienzo del Sermón de la Montaña, el sermón más importante de Cristo, puesto que en él nos da la Nueva Ley Evangélica, la Nueva Ley del Amor. Este sermón se encuentra en Mateo 5-7 y comienza con las Bienaventuranzas en Mateo 5:1-12:

 

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

 

 

¿Qué son las bienaventuranzas?

 

La palabra “bienaventuranza” es sinónimo de “felicidad” o “dicha”. Por ejemplo, cuando Cristo dijo “bienaventurados los pobres de espíritu” quiso decir “felices o dichosos los pobres de espíritu”.

 

Además de ello, las bienaventuranzas son al mismo tiempo virtudes y promesas. En cuanto a virtudes, son hábitos buenos que nos inclinan y facilitan la realización de actos buenos que agradan a Dios y benefician al prójimo. En cuanto a promesas, son promesas que Jesús nos hizo de llevarnos al Cielo si ponemos en práctica esas virtudes. También Cristo nos promete un cierto grado de felicidad y armonía aquí en la tierra. Las bienaventuranzas nos enseñan a no sobrevalorar los bienes terrenos, sino a usarlos debidamente para que nos ayuden a alcanzar la vida eterna, la cual debe ser nuestra meta más importante y la que le da sentido a nuestra vida aquí en la Tierra.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona un resumen de qué son las bienaventuranzas:

 

1725 Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenándolas al Reino de los cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.

 

1726 Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios.

 

1727 La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como también lo es la gracia que conduce a ella.

 

1728 Las bienaventuranzas nos colocan ante opciones decisivas con respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a Dios sobre todas las cosas.

 

1729 La bienaventuranza del cielo determina los criterios de discernimiento en el uso de los bienes terrenos en conformidad a la Ley de Dios.

 

Pero lo más importante de todo es que, como también nos enseña el Catecismo,

 

1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad… iluminan las acciones y las actitudes [= virtudes] características de la vida cristiana… quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

 

Es decir, las bienaventuranzas son esas actitudes del corazón del mismo Cristo, constituyen su carácter moral y espiritual. Por ello Cristo quiere que las adquiramos en nuestro corazón, para que nos asemejemos a él. Jesús quiere que seamos como él, que nos dejemos transformar por él por medio de las bienaventuranzas, para que seamos criaturas nuevas y alcancemos la santidad: “Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación, pasó lo viejo, todo es nuevo (2 Corintios 5:17).

 

Yo quisiera aplicar esas virtudes a nuestros matrimonios para que sean santos y felices y llenos de paz. Las resumimos en las siguientes. Luego explicaremos brevemente qué significan cada una de ellas.

 

  • Los pobres de espíritu.

 

  • Los que lloran.

 

  • Los mansos.

 

  • Los que tienen hambre y sed de justicia.

 

  • Los misericordiosos.

 

  • Los limpios de corazón.

 

  • Los que trabajan por la paz.

 

  • Los perseguidos por causa de la justicia.

 

  • Los perseguidos por causa de Cristo.

 

 

¿Qué significa ser “pobre de espíritu”?

 

Primero que todo “pobre de espíritu” no significa ser de voluntad débil o tener poco ánimo. Eso está en contradicción con todo lo que Jesús nos enseñó, incluso con varias de las otras bienaventuranzas, por ejemplo, “los que tienen hambre y sed de justicia”.

 

Tampoco significa tener una baja autoestima o considerarse de poco valor. Eso también está en contradicción no solo con lo que Cristo nos enseñó, sino incluso con el Antiguo Testamento. En la mismísima primera página de la Biblia, el autor sagrado nos dice que hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1:27). Eso significa que Dios, que es Amor (ver 1 Juan 4:8), nos ha creado con la capacidad de amarlo a Él por encima de todo y al prójimo como a nosotros mismos (ver Marcos 12:28-31).

 

Ser pobre de espíritu significa reconocer que uno depende de Dios para todo. Jesús dijo a sus discípulos: “separados de mí no pueden hacer nada” (Juan 5:5). En otras palabras, significa ser humilde, reconocer que necesitamos la ayuda de Dios y, a veces, de los demás también, sobre todo para hacer el bien, para amar a Dios y al prójimo.

 

El humilde reconoce sus virtudes y talentos, y le da gracias a Dios y a los demás por su ayuda. El humilde siempre está dispuesto a aprender de Dios y los demás, por “pequeños” que sean, lo que es bueno. El humilde es una persona agradecida, que vive la gratitud como un estilo de vida y no solo como un sentimiento. El humilde también les ofrece a los demás su ayuda con sencillez de corazón. También reconoce sus pecados y limitaciones. Está dispuesto a arrepentirse de sus pecados y confesarse. Y también a buscar ayuda para vencer sus limitaciones.

 

El humilde no es arrogante, ni engreído, ni jactancioso. No se burla ni desprecia a los demás por ningún motivo. No se alegra por los pecados o errores de los demás. Al contrario, pide a Dios que ayude a esas personas a superarse y ofrece su ayuda, en caso de ser conveniente. No habla mal de nadie. No se cree mejor ni peor que los demás. Está dispuesto a servir a todos. No siente envidia por los talentos y los logros de los demás, especialmente cuando son mejores que los propios. Al contrario, se alegra y da gracias a Dios por ello, y felicita y anima a los demás cuando tiene la oportunidad. (Ver 1 Corintios 13:4-6.)

 

La persona humilde tiene un atractivo espiritual muy especial. La mayoría de la gente se siente a gusto ante una persona humilde. La persona humilde irradia una paz, una amabilidad y una sencillez verdaderamente auténticas que tienen el potencial de hacer que la convivencia con los demás a su alrededor sea más positiva, de crear un ambiente de paz y bondad en el hogar, el centro de trabajo, el lugar de estudios, el supermercado o la iglesia.

 

Finalmente, el pobre de espíritu no está apegado a las cosas terrenales. Las valora justamente y usa de ellas de tal modo que le sirvan en su camino hacia la vida eterna. Practica el desprendimiento y el desapego de los bienes materiales. Ello lo hace capaz de ser generoso con los demás, especialmente con los pobres y desvalidos.

 

Los esposos que practican la pobreza de espíritu y la humildad crean este ambiente positivo y de amor dentro de ellos mismos y entre sí, así como en su entorno en el hogar y con los hijos. Cuando llega el momento de la intimidad, llevan consigo, en sus almas y en sus cuerpos, estas características de la pobreza de espíritu y la humildad y hacen que su unión conyugal sea más amorosa y gozosa, lo cual a su vez los une más espiritualmente entre sí y con Dios.

 

Continuará.

 

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