Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Human Life International

 

18 de diciembre de 2017

En marzo de este año (2017) el nuevo zar LGBTI de la ONU, Vitit Muntarbhorn, fue entrevistado por un periódico argentino, llamado El Observador. A Muntarbhorn se le conoce como “experto independiente de la ONU para la protección ante la violencia y la discriminación basadas en la orientación sexual y la identidad de género”. En la entrevista, le preguntaron qué impresiones se llevaba de la Argentina que pudiera adelantar antes de su informe de 2018. El ideólogo respondió que “las leyes [de Argentina] son muy abiertas, pero en la mentalidad de las personas he visto grandes variaciones con respecto a la empatía hacia la población LGBTI. Por eso es tan importante empezar a trabajar con los jóvenes, cuánto más jóvenes mejor, con las políticas que amplifiquen la empatía con las poblaciones vulnerables como pueden ser las personas LGBTI” [1].

 

“Cuánto más jóvenes mejor”. Para los padres cristianos, estas palabras son escalofriantes. Sin embargo, no deben ser sorprendentes. Después de todo, no es difícil encontrar activistas LGBTI que admitan abiertamente que, para ganar esta batalla, necesitan influir en la mentalidad y el corazón de la próxima generación [2]. La educación es la clave. En ese mismo periódico argentino, Muntarbhorn lamentó que “hay una falta de progreso en la educación, las actividades en las escuelas secundarias e iniciativas que integren la diversidad sexual dentro del sistema educativo” [1].

 

En Canadá, el mal llamado “matrimonio” homosexual es ley en toda la nación desde 2005. Cada vez se hace más evidente y alarmante el gran alcance del impacto de esta re-definición del matrimonio. En ningún ámbito es esto más claro que en la educación y en el derecho de los padres como los primeros y principales educadores de sus hijos.

 

En 2010, un papá de Ontario, que se llama Dr. Steve Tourloukis, y quien es miembro de la Iglesia Ortodoxa Griega, pidió que la escuela donde van sus hijos le informara cuándo planeaba abordar temas relacionados con la homosexualidad en la clase. Durante esos días, Tourloukis iba a dejar a sus hijos en casa. La escuela se negó. Hacerlo sería imposible, le dijeron los administradores, porque los temas LGBTI estaban integrados en todo el plan de estudios. Entonces Tourloukis presentó un desafío legal, el cual ha estado circulando por todo el sistema jurídico durante años.

 

El 29 de noviembre (de 2017), el tribunal de Ontario negó la última apelación de Tourloukis. El tribunal dijo que este padre no había provisto ninguna “evidencia objetiva” de que la negativa de los funcionarios de la escuela de notificarle acerca de las clases problemáticas “estuviese obrando para socavar su capacidad de transmitir a sus hijos los preceptos de su religión, incluyendo la doctrina acerca de la sexualidad humana” [3].

 

Uno se pregunta qué clase de “evidencia objetiva” necesitaba este tribunal: ¿una declaración jurada de que los niños de Tourloukis habían apostatado de su fe cristiana? ¿La evidencia de que habían aceptado el estilo de vida homosexual o de que se habían convertido en activistas LGBTI?

 

En una preocupante afirmación, el magistrado del caso argumentó que “No es necesariamente contrario a la libertad religiosa de los padres el que sus hijos estén expuestos a ideas contrarias a las de sus progenitores”. En sí misma, esta afirmación es verdadera. En una sociedad pluralista los niños están inevitablemente expuestos a ideas contrarias a los valores de sus padres. Pero ello no necesariamente viola la libertad religiosa de los padres. Sin embargo, lo que sí necesariamente viola dicha libertad es negar a los padres su derecho a decidir dónde trazar los límites.

 

Después de todo, no estamos hablando de situaciones en las que los niños accidentalmente escuchan ideas problemáticas mientras cambian de canales en la TV, o de un miembro de la familia extendida durante una cena de Acción de Gracias, o cuando juegan en el parque con sus amigos. Incluso, los padres pueden prohibir a sus hijos ver ciertos programas o canales de TV, o ir a ver ciertas películas en el cine, o supervisar lo que ven en la Internet.

 

Pero aquí estamos hablando de los maestros de los niños, las otras principales autoridades en la vida de ellos. Una vez que la puerta del aula se cierra y comienza la clase, los padres no tienen ningún control sobre los dañinos disparates que repetida y sistemáticamente un docente LGBTI esté transmitiendo a sus hijos, especialmente en lo referente a materia sexual. Esas presentaciones sobre temas sexuales nunca están exentas de juicios de valor que directamente contradicen los valores morales y religiosos de los padres. Aún la astutamente llamada “educación libre de juicios valóricos” es ya un juicio de valor. Decir que da lo mismo el matrimonio entre un hombre y una mujer que el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, constituye una degradación del verdadero matrimonio y una causa de confusión moral para los niños. El uso de la falsa y perversa ideología del relativismo moral es ya una violación de los derechos paternos y de la integridad moral de los niños.

 

En septiembre de este año (2017), por medio de anuncios antes de que se votara a favor o en contra del “matrimonio” homosexual en Australia, el Dr. Tourloukis advirtió a los padres de ese país de las consecuencias que se seguirían si votaban “sí”. “Ustedes no pensarían que el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres tendría un efecto tan profundo en el sistema educativo, pero les aseguro que sí lo tiene”. Y continuó diciendo que en Canadá “comenzaron por cambiar el plan de estudios en las escuelas, dijeron que los temas relacionados con la homosexualidad y el ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo debían permear todo el plan de estudios, todas las asignaturas, todos los grados, y que a todos los estudiantes, incluyendo a mis hijos que son cristianos, se les exigiría celebrar la homosexualidad” [3]. Esto no es otra cosa que un ejemplo más de la dictadura del relativismo, sobre la cual advirtió el Papa Emérito Benedicto XVI.

 

La metodología subyacente a todo movimiento revolucionario del último siglo ha sido siempre la misma: separar a los niños de la influencia de sus padres. Y ello los revolucionarios ideologizados lo han logrado socavando la autoridad paterna y luego impregnando todo el plan de estudios con propaganda e ideologías revolucionarias.

 

Por ello es que la Iglesia Católica ha enfatizado tanto el derecho que Dios ha dado a los padres de ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Aun cuando los padres no sean perfectos, su cercanía e instinto de proteger a sus hijos tiene mucho más probabilidad de tener resultados positivos que entregar a sus hijos en las manos de ideólogos LGBTI que representan al Estado.

 

El Papa Pablo VI, autor de la profética Encíclica Humanae vitae, expresó esta verdad por medio de uno de los documentos del Concilio Vaticano II: “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son sus primeros y principales educadores” [4].

 

El Santo Padre también tenía muy claro el rol limitado que la sociedad civil y sus representantes deben desempeñar: “Tutelar los derechos y obligaciones de los padres y de todos los demás que intervienen en la educación y colaborar con ellos; conforme al principio del deber subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de otras sociedades, atendiendo los deseos de éstos y, además, creando escuelas e institutos propios, según lo exija el bien común” [4].

 

Los comentarios de Muntarbhorn, que citamos al comienzo de este artículo, deberían hacernos despertar ante la realidad de que hay personas que ocupan cargos de alto nivel y que ostentan mucho poder. Estos ideólogos están utilizando deliberadamente las escuelas y los ministerios de salud como vehículos para difundir entre nuestros hijos su propaganda anti-vida y anti-familia. Estas personas están bien financiadas, bien conectadas entre sí y diabólicamente determinadas a socavar nuestros valores.

 

Los ideólogos que destruyen la inocencia de los niños recibirán su merecido. La advertencia de Cristo hacia estas personas no podía ser más contundente: “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar” [5]. Por supuesto, con este poderoso símbolo, Jesús se estaba refiriendo al castigo eterno del Infierno para aquellos que inducen al pecado a niños y a otras personas vulnerables. No estaba incitando a nadie a cometer actos de violencia de ningún tipo contra pervertidores de menores.

 

Mientras tanto, nuestra misión es aceptar de corazón esta otra advertencia del Señor: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas” [6]. Si tan solo pudiéramos ver las almas que pudieran perderse debido a nuestra timidez e inacción ante la agenda de los revolucionarios sexuales, ¡cuánto más estaríamos dispuestos a arriesgar con tal de hacer frente a esta perversa agenda!

 

Que nadie me mal entienda. Todavía hay muchas escuelas y maestros buenos. Pero escasamente existen escuelas o juntas escolares donde los activistas LGBTI no estén haciendo algo para socavar los derechos de los padres. Recordemos cómo el gobierno de Obama intentó imponer la ideología del transgenerismo en todas las escuelas públicas de EEUU. Afortunadamente, el gobierno actual ha revocado esa decisión. Pero les aseguro que es sólo cuestión de tiempo antes que los ideólogos anti-vida y anti-familia intenten otra vez imponer este tipo de perversión

 

Nuestra labor es permanecer vigilantes, informarnos a nosotros mismos e involucrarnos en la escuela y educación de nuestros hijos. Debemos apoyar a los maestros buenos y a las escuelas buenas. Debemos estar dispuestos a defender nuestros derechos paternos con serenidad y caridad, pero también con firmeza y claridad.

 

Notas:

[1]. Dolores Curia, “La ONU está mirando,” El Observador, 17 de marzo de 2017. https://www.pagina12.com.ar/26128-el-observador. El énfasis es nuestro. Consultado el 15 de diciembre de 2017.

[2]. S. Bear Bergman, “I Have Come to Indoctrinate Your Children Into My LGBTQ Agenda (And I’m Not a Bit Sorry), Huffpost, 2 de febrero de 2016, https://www.huffingtonpost.com/s-bear-bergman/i-have-come-to-indoctrinate-your-children-lgtbq_b_6795152.html.

[3]. Lianne Laurence, “Christian father loses appeal to shield kids from LGBT agenda in public school,” LifeSiteNews.com, 24 de noviembre de 2017. https://www.lifesitenews.com/news/christian-father-loses-appeal-to-shield-kids-from-lgbt-agenda-in-public-sch.

[4]. Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimum educationis sobre la educación cristiana, no. 3, 1965. http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_gravissimum-educationis_sp.html.

[5]. Mateo 18:6.

[6]. Mateo 10:16.

 

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