Si esta objeción se limitara solamente a lo que aparenta ser, se trataría de un argumento muy tonto, superficial y supremamente ridículo. Sin embargo, en esta objeción se esconde un argumento contra el estatuto de ser humano del embrión que, aunque también falso, es más peligroso de lo que pensamos.

Lo que en realidad esta objeción está planteando es que, como el embrión no luce como un ser humano más desarrollado (bebé recién nacido, niño, adulto, etc.), no es un ser humano, porque en ese proceso de desarrollo, según este argumento, hay cambios en el ser mismo de ese ser hasta que se convierte en ser humano. Es decir, para los que promueven esta objeción, las etapas del desarrollo del embrión, al no “lucir éste como un ser humano”, indican saltos evolutivos en el estatuto biológico del ser que se está gestando.

 

Sin embargo, este argumento es totalmente falso desde el punto de vista biológico. Como ya hemos indicado, basándonos en los especialistas en embriología humana, las etapas del desarrollo del embrión humano no significan para nada aumentos en su calidad de ser hasta alcanzar el estatuto de ser humano, sino solamente etapas en las cuales crecen y se manifiestan cada vez más las características propias del ser humano.

 

En realidad la objeción no toma en cuenta que el desarrollo del ser humano, desde su concepción en adelante, es un desarrollo contínuo y homogéneo. Es decir, es un desarrollo en el que, desde su comienzo en la concepción, ya es un ser humano que simplemente crece y se desarrolla, pero cuyo crecimiento y desarrollo no añaden nada de humanidad a ese ser, porque ya la tiene, sino sólo tamaño y desarrollo de sus distintos órganos y partes.

 

¿Cómo podemos demostrar esto que acabamos de afirmar? Muy sencillamente. La respuesta está en lo que ocurre en la fertilización, que ya hemos señalado antes. Una vez completada la fertilización, el ser que resulta de ella, el cigoto, ya tiene los 46 cromosomas que lo distinguen como otro miembro de la raza humana [1].

 

Pero ello no es todo. Dijimos antes que había otros aspectos de capital importancia de la fertilización que íbamos a abordar cuando enfrentáramos las objeciones contra el carácter de ser humano del embrión. Pues bien, uno de esos otros aspectos es que, una vez completada la fertilización y precisamente porque el cigoto ya tiene los 46 cromosomas propios del ser humano, ese cigoto posee toda la información genética que determinan sus características corporales, no sólo como un miembro más de la especie humana, sino como un individuo único e irrepetible de ella. En efecto, ya habíamos dicho que en los cromosomas se encuentran los genes, los cuales a su vez portan los rasgos hereditarios propios de cada ser humano individual. Esos rasgos son aportados por los 23 cromosomas de la madre y los 23 del padre [1,2].

 

El cigoto, pues, tiene una configuración genética (el genotipo) única y distinta del padre y de la madre, que determina su sexo, su tipo de sangre, su tamaño, el color de la piel, etc., etc. Todo lo que ese ser humano es en ese momento y todo lo que luego, con su desarrollo, va a ir manifestando, está programado en esa primera célula, que llamamos cigoto y que es ya un ser humano. Sólo va a necesitar tiempo, alimentación y un ambiente adecuado para su crecimiento y desarrollo [1,2,3].

 

El caso del sexo del cigoto o embrión es particularmente significativo. El padre del embrión es el que determina el sexo de este último. Ello se debe a que de los 23 cromosomas que aporta el espermatozoide, 22 son autosomas (= los cromosomas que no son ni masculinos ni femeninos [4]) y 1 es un cromosoma masculino (llamado Y) o femenino (llamado X); mientras que de los 23 cromosomas que aporta el ovocito de la madre, 22 son autosomas y 1 es siempre X. De manera que al unirse los 23 pares de cromosomas en la fertilización, dando como resultado el total de 46, el cigoto tiene 22 pares de autosomas, y un par de cromosomas unidos compuestos de XX (niña) o de XY (niño) [5].

 

Hay, sin embargo, otro aspecto de esta misma objeción, que también debemos responder. Este otro aspecto podría presentarse de la siguiente manera: “Algunas etapas tempranas del desarrollo del embrión humano y del feto, como, por ejemplo, durante la formación de las ancestrales agallas o colas de los peces, demuestran que no es todavía un ser humano, sino sólo que está en proceso de llegar a serlo. Se trata simplemente de una ‘recapitulación’ de la evolución histórica de todas las especies” [6].

 

A este fantasioso “argumento” respondemos simplemente citando a O’Rahilly y a Müller, dos de las más destacadas autoridades, a nivel mundial, del campo de la embriología humana:

 

“La teoría que dice que las sucesivas etapas del desarrollo del individuo (ontogénesis) ‘recapitulan’ o corresponden a sucesivos ancestros adultos en la línea de una descendencia evolutiva (filogénesis), se hizo popular en el siglo XIX como la mal llamada ley biogenética. Esta teoría de la recapitulación, sin embargo, ha tenido una ‘lamentable influencia en el progreso de la embriología’ [aquí O’Rahilly y Müller están citando a de Beer, otro especialista en la materia] … Además, durante su desarrollo, un animal se aparta cada vez más de la forma de otros animales. De hecho, las primeras etapas del desarrollo de un animal no son como las etapas adultas de otras formas, sino que se parecen solamente a las primeras etapas de esos animales” [7].

 

En conclusión, podemos afirmar de forma inequívoca y categórica que el embrión humano o el feto en desarrollo no es un “pez” o una “rana”, sino un ser humano [8].

 

Notas: (para obtener todos los detalles de las fuentes que aparecen a continuación, por favor, consulte las notas de los artículos anteriores en esta misma sub-sección.)

[1]. B. Lewin, Genes III (New York: John Wiley and Sons, 1983), pp. 9-13; A. Emery, Elements of Medical Genetics (New York: Churchill Livingstone, 1983), pp. 19, 93. Fuente citada en Dianne N. Irving, M.A., Ph.D., “When Do Human Beings (Normally) Begin? ‘Scientific’ Myths and Scientific Facts”,  International Journal of Sociology and Social Policy, febrero de 1999, 19:3/4:22-47, http://isacco.emeraldinsight.com/vl=8997774/cl=38/nw=1/rpsv/cgi-bin/linker?ini=emerald&reqidx=/cw/mcb/0144333x/v19n3/s4/p22.

[2]. Cf. Dictionary of Medical Terms for the Nonmedical Person, 2nda edición, 1989, citado en Lejeune, p. 157. Cf. también Onyria Herrera McElroy, PhD, Lola L. Grabb, MA, Spanish-English, Englis-Spanish Medical Dictionary – Diccionario Médico Español-Inglés, Inglés-Español. Boston/Toronto/Londres: Little, Brown and Company, 1992, p. 309 y Taber’s Cyclopedic Medical Dictionary, F.A. Davis Company, M. Katherine Rice, Filadelfia, 16va edición, 1989, p. 726.

[3]. Cf. O’Rahilly y Müller, p. 55; Carlson, p. 407. Fuentes citadas en Irving.

[4]. Cf. Ibíd., págs. 171 y 355.

[5]. Cf. Carlson, p. 31. Fuente citada en Irving.

[6]. Irving. Véase el “mito 11”.

[7]. O’Rahilly y Müller, p. 32. Fuente citada en Irving.

[8]. Cf. Irving en su respuesta al “mito 11”.

 

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