El Misterio de la Anunciación y la causa provida

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

www.vidahumana.org

adolfo@vidahumana.org

 

El Misterio de la Anunciación es el primer misterio de los Misterios Gozosos del Santo Rosario. Se encuentra en Lucas 1:26-38,

 

26 Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. 28 Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo. 29 Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. 30 Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. 31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS. 32 Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; 33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. 34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. 35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. 36 Y he aquí tu parienta Isabel, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; 37 porque nada hay imposible para Dios. 38 Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.

 

El pasaje comienza diciendo en el versículo 26 que “Al sexto mes el ángel Gabriel…” El sexto mes se refiere al sexto mes de embarazo de Santa Isabel, prima de María, y quien llevaba en su seno a San Juan Bautista, el precursor de Cristo. En el versículo 36, el Arcángel San Gabriel le dice a María que Santa Isabel lleva seis meses de embarazo.

 

El versículo 27 nos dice que María era “una virgen que estaba desposada con un varón que se llamaba José”. Los desposorios de María con San José, según la costumbre judía, tenían dos partes. La primera parte era la celebración del compromiso. La segunda parte, que tenía lugar un tiempo después, consistía en que el esposo llevaba a su esposa a su casa. María y San José solo estaban comprometidos. No vivían juntos.

 

La importancia de este versículo 27 es que San José era “de la casa de David”. Esto significa que San José era descendiente del Rey David. Según el Antiguo Testamento, en 2 Samuel 7:11-16, Dios le aseguró a David que su descendencia quedaría establecida para siempre. Aunque San José no fue el padre biológico de Jesus, sí fue su padre legal. Por lo tanto, el linaje de David pasó de San José a Jesús.

 

La casa o linaje de David se refería a todo el Reino de Israel y representaba a las doce tribus de Israel[1]. Con el tiempo se estableció en Israel la esperanza de que del linaje de David vendría el nuevo Rey que establecería un nuevo y definitivo Reinado de Dios en Israel. Pero ese reinado no sería un reinado de tipo político o militar, sino un reinado de Dios en los corazones de los hombres. Consistiría en el señorío de Dios y de Sus mandamientos en el interior de cada persona que los aceptara. Ese señorío se manifestaría en una sociedad justa y llena del amor de Dios, y cuyo Rey es Jesucristo.

 

Por eso Cristo, cuando entró en Jerusalén el Domingo de Ramos, el pueblo le aclamó diciendo (ver Mateo 21:9):

 

Hosanna al Hijo de David!

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

¡Hosanna en las alturas!

 

Jesús, a pesar de que agradece gentilmente el sentir de Su pueblo, entra a la Ciudad Santa montado sobre un burrito. De esa manera indica simbólicamente que Su Reino es de amor, paz y humildad, no de guerras y conquistas bélicas. Esa entrada en un humilde asno fue predicha por el profeta Zacarías del Antiguo Testamento en Zacarías 9:9:

 

Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno.

 

No podemos dejar de observar que Zacarías utiliza el mismo saludo “Alégrate” que San Gabriel utilizó al saludar a María en Lucas 1:28, como veremos más adelante. Aquí hay un paralelo entre el Pueblo de Israel, representado por las frases “hija de Sión” e “hija de Jerusalén” y María misma. Sión es el monte donde está situada Jerusalén. Pero en todo caso podemos afirmar que María es esa nueva hija de Sión, la nueva hija de Jerusalén, en quien se cumplen las promesas del Antiguo Testamento acerca de la venida de Cristo al mundo.

 

De hecho, María se convertirá en el modelo más excelente del Nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia y en Madre de la Iglesia y del Universo. Pero esos temas los exploraremos con más detalles en el próximo artículo, en el cual abordaremos el Segundo Misterio Gozoso del Santo Rosario: la Visitación.

 

En el versículo 28 vemos que el Arcángel San Gabriel entra en la presencia de María y la saluda diciendo: “¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo”. Este saludo es conocido por todos los católicos que rezan el Santo Rosario, porque es, palabra por palabra, la primera parte de la salutación del Ave María: “¡Dios te salve María llena de gracia! El Señor está contigo”. (La palabra “ave” y “salve” vienen del latín y significan “¡Regocíjate!”.)

 

El Ave María está compuesto de dos partes, la salutación y la petición:

 

Salutación:

 

¡Dios te salve, María! Llena eres de gracia, el Señor está contigo (Lucas 1:28).

Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre: Jesús (Lucas 1:42).

 

Petición:

 

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. ¡Amén!

 

Esta petición fue añadida después por la Tradición de la Iglesia.

 

La palabra “salve” (o “ave”) es traducción de la palabra griega chaire, que significa: “¡Regocíjate! o “¡Alégrate!”.

 

(Tengamos en cuenta que el Nuevo Testamento se escribió en griego y el Antiguo, en hebreo.)

 

La frase “llena de gracia” es de suma importancia. Revela que María estaba totalmente sin pecado alguno: ya sea original o personal. De hecho, el equivalente en griego de “llena de gracia” kecharitomene indica que María ha sido y continúa siendo llena de la gracia de Dios. Este estado de gracia corresponde totalmente a la condición de ser la Madre de Dios. (Este dogma de la maternidad divina de María lo examinaremos en el próximo artículo, cuando tratemos el Segundo Misterio Gozoso: la Visitación.)

 

La palabra kecharitomene también nos conduce al dogma mariano de la Inmaculada Concepción, cuya Fiesta celebramos todos los 8 de diciembre. Este dogma nos enseña que María fue concebida en la plenitud de la gracia sin mancha alguna del pecado original, gracias a los méritos de su Hijo Jesucristo. Esta verdad fue reconocida poco a poco por la Iglesia durante muchos siglos hasta culminar, en 1854, en la declaración infalible del Beato Papa Pío IX, titulada Ineffabilis Deus, que se encuentra en el Catecismo, no. 491:

 

La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano.

 

Observemos que María fue salvada del pecado original gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. María, al igual que todo ser humano, necesitaba un Salvador. Pero en su caso, la salvación de Jesús obró de un modo muy especial.

 

En todos las demás personas humanas, la salvación que Cristo nos ganó tiene lugar después de haber contraído el pecado original en el momento de nuestra concepción. En el caso especialísimo de María, esa redención de Cristo obró en el momento mismo de su concepción, librándola del pecado original.

 

Esa salvación del pecado original (y de todos los pecados personales, en el caso de las personas con uso de razón) es actualizada en la Iglesia, es decir, hecha presente en el tiempo y el espacio, por medio del Sacramento del Bautismo. Este sacramento borra la culpa del pecado original y nos otorga la gracia santificante o habitual, que es una participación en la vida misma de Dios. Ver Catecismo, nos. 1263 y 1266, 1997 y 2000.

 

El hecho de que Jesús es el Salvador de María, es expresado por ella misma en su canto de alabanza a Dios, conocido como el Magnificat, en Lucas 1:46-47: Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador.

 

Algunos podrían objetar a esta manera en que Jesús redimió a María. Dicen que la pasión, muerte y resurrección de Jesús tuvo lugar después de que María fuese concebida. Pero esta objeción ignora el hecho de que Dios todo lo puede y de que Él es Señor del tiempo. En el caso de María, la redención de Cristo actuó hacia atrás en el tiempo. Tengamos en cuenta que la redención de Cristo también actuó hacia atrás en el tiempo en el caso de las personas justas del Antiguo Testamento: como los patriarcas y los profetas.

 

El mismo Jesús lo afirmó en Lucas 13:28, cuando les llamó la atención a aquellos judíos contemporáneos suyos que no lo estaban reconociendo como su Dios y Salvador:

 

Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios.

 

Veamos también el Catecismo, no. 633, el cual, basándose en la Biblia, nos enseña que, después de su muerte en la cruz y antes de su resurrección, Jesús descendió al lugar de los muertos (Sheol, en hebreo), para rescatar a los justos, tanto judíos como no judíos, que permanecían allí esperando al Salvador prometido por los profetas.

 

El versículo 29 nos dice que María, al escuchar el saludo del Arcángel San Gabriel “se turbó por sus palabras y pensaba qué salutación sería esta”. Este temor de María demuestra que ella no era una “supermujer”, como hoy en día los medios quieren pintar a las mujeres en una insensata “guerra de los sexos”, en vez de buscar la unidad y la solidaridad. María era una mujer sencilla y humilde que no tenía ni idea de que Dios la había escogido para tan sublime vocación de ser la Madre de Dios.

 

Su actitud contrasta totalmente con la de Eva, la primera mujer. El diablo, simbolizado por la serpiente, le mintió a Eva diciéndole que si ella y su esposo Adán comían del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (ver Génesis 2:17) no iban a morir, como Dios les había alertado, sino que “serían como dioses” (ver 3:5). Eva cayó en la tentación y comió del fruto del árbol prohibido creyendo que iba a adquirir más sabiduría que Dios y le dio de comer también a su esposo Adán. Desde ese pecado original, ellos y todos sus descendientes (incluyéndonos a nosotros), menos María y Cristo, sufrirían las terribles consecuencias del pecado que ya conocemos.

 

Pero María se mantuvo firme en su humildad. Como resultado, se abrió al plan de Dios y lo abrazó totalmente. Por eso, el Catecismo, no. 511 nos enseña que María por su obediencia se convirtió en la nueva Eva y en la madre de todos los vivientes (Eva = Madre de los vivientes, ver Génesis 3:20.)

 

En los versículos 30 y 31, el Arcángel San Gabriel le dice a María que no tema, que ha hallado gracia ante Dios. Luego añade: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS”. La palabra “Jesús”, significa en hebreo “El Señor (Yahveh) salva”. Este nombre enfatiza la identidad y la misión de Jesús. Él es Dios que viene a salvar a la humanidad.

 

El versículo 32 hace explícito lo que de verdad significa el nombre de Jesús: Él será “Hijo del Altísimo”, lo cual significa claramente que Jesús es Hijo de Dios (el Altísimo) y es Dios mismo.

 

El versículo 33 amplía el concepto del Reino de Dios que Jesús vino a establecer y lo conecta con su descendencia de David. San Gabriel continuó diciendo:

 

El Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

 

(Al patriarca Jacob, Dios le cambió el nombre y le puso “Israel”, que significa “fuerza de Dios”. Ver Génesis 32:28. Por eso los nombres “Jacob” e “Israel” se pueden usar intercambiablemente.)

 

El hecho de que es un reino eterno, “que no tendrá fin”, apunta a la naturaleza sobrenatural de dicho Reino. Este Reino, prefigurado en el reinado de David sobre el Pueblo de Israel y de Judá (ver 1 Samuel 5:4-5), comenzó aquí en la tierra con la venida de Jesús y continúa como una semilla en la Iglesia Católica. En el número 669, el Catecismo nos enseña:

 

La Iglesia, o el Reino de Cristo presente ya en misterio, constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra.

 

Este Reino de Cristo que ha comenzado en germen aquí en la tierra por medio de la Iglesia alcanzará su plenitud en el Cielo. El Libro del Apocalipsis (= Revelación, en griego), 22:3-5 nos ofrece un anticipo de la vida eterna en el Cielo y de la realización plena del Reino de Dios:

 

El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente… el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos”.

 

Evidentemente el Cordero se refiere a Jesucristo. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como dice Juan 1:29. Y la ciudad es la Nueva Jerusalén Celestial, como dice el mismo Apocalipsis, 21:1-2.

 

En el versículo 34, María le hace una pregunta muy normal al Arcángel San Gabriel, pregunta que no contradice para nada su gran fe en Dios ni su estado virginal: “¿Cómo será esto? Pues no conozco varón”.

 

La palabra “conocer” en la Biblia tiene un significado muy profundo. No se limita a la adquisición de información, sino que incluye una comunión interpersonal profunda. Esta comunión interpersonal puede darse entre padres e hijos, entre amigos, incluso entre Dios y la persona que está entregada a Él – Dios nos conoce y nosotros conocemos a Dios.

 

En el caso de los esposos se puede referir también al acto conyugal, en el cual marido y mujer se entregan mutua y profundamente en cuerpo y alma. La Biblia es muy clara en esto. Por ejemplo, Génesis 4:1 dice: “Conoció el hombre (Adán) a Eva, su esposa, que concibió y dio a luz a Caín”.

 

La Iglesia siempre ha enseñado que María concibió y dio a luz a Jesús virginalmente por obra del Espíritu Santo, como dirá el siguiente versículo no. 35. La Iglesia también ha enseñado que María, lejos de perder su virginidad al dar a luz a Jesús, ésta quedó consagrada por Él. El Catecismo, no. 499 nos enseña que:

 

En efecto, el nacimiento de Cristo lejos de disminuir consagró la integridad virginal de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la “Aeiparthenos”, que en griego significa “la siempre-virgen”.

 

De hecho, al concebir María a Jesús virginalmente, sin participación de ningún hombre sino por el poder del Espíritu Santo, hace que Jesús sea, como dice el mismo Arcángel San Gabriel, en el versículo 35, Hijo de Dios y Dios mismo,

 

Hay cristianos de otras comunidades de fe que alegan que la Virgen tuvo otros hijos y por tanto no permaneció siempre virgen. Pero en el no. 500, el Catecismo aclara que los “hermanos” de Jesús en realidad eran primos u otros parientes, siguiendo una costumbre muy antigua del Antiguo Testamento, en la que primos o sobrinos eran llamados “hermanos”. Por ejemplo, en Génesis 13:8, Abraham le dice a Lot: “No haya riñas entre nosotros…, pues somos hermanos”. Pero luego en Génesis 14:12 el escritor sagrado nos dice que unos enemigos de Abraham “apresaron también a Lot, el sobrino de Abraham”.

 

La virginidad perpetua de María que la Iglesia enseña no tiene nada que ver con una visión negativa de la sexualidad humana. Es más bien un signo de su fe que nunca fue adulterada por ninguna duda y su entrega total a Dios (ver Catecismo, no. 506).

 

También, según la teología del cuerpo de San Juan Pablo II, la virginidad perpetua de María es un signo anticipado del futuro y definitivo estado virginal de la persona humana en el Cielo, cuyo cuerpo y alma han sido glorificados por Dios, similar a la gloria corporal y espiritual de Cristo. Ver Catecismo, nos. 1016 y 1017. Ver también la Catequesis no. 69 “Los hijos de la resurrección”, del Papa San Juan Pablo II, la cual podemos resumir con nuestras palabras por medio de las siguientes afirmaciones:

 

Al contemplar a Dios “cara a cara” surgirá en la persona humana un amor de tal profundidad y fuerza en Dios Mismo, que absorberá completamente las energías de su alma y de su cuerpo, sin afectar para nada la individualidad (no individualismo) de cada persona, sino perfeccionándola. De hecho, ese es el estado de perfección de la persona humana, para el cual, la persona en la tierra se preparó ya sea por medio del Sacramento del Matrimonio, signo y mediación de esa unión con Dios, ya sea a través de la virginidad o celibato por el Reino de Dios, signo directo, sin mediación, y por tanto superior, de esa unión con Dios.

 

Este estado virginal significa a su vez la perfecta unión de Cristo con su Esposa la Iglesia. El matrimonio sacramental en la tierra es signo visible y eficaz de esa perfecta unión entre Cristo y Su Iglesia en el Cielo. (Ver Catecismo, no. 1661). María, siempre Virgen, es el prototipo perfecto de la Iglesia, ya que ella se consagró completamente a Dios en cuerpo y alma virginales. (Ver el Catecismo, no. 967.)

 

El alma de María también fue siempre virginal, ya que su corazón siempre fue y es totalmente puro. De hecho, ella misma nos ha enseñado que su corazón es inmaculado (= sin mancha alguna de pecado) y que al final de los tiempos su Corazón Inmaculado triunfará gracias al triunfo definitivo del Sagrado Corazón de Jesús. Jesús y María también estarán acompañados por San José y su castísimo corazón, ya que ellos tres siguen siendo y seguirán siendo eternamente la Sagrada Familia, modelo de toda familia en la tierra y en el Cielo e ícono (imagen viviente) de la Santísima Trinidad.

 

El versículo 35 es el más importante de este pasaje, expresa la doctrina central de este fragmento bíblico: la Encarnación. A la pregunta de María sobre cómo ella iba a concebir un hijo ya que era virgen, San Gabriel le respondió:

 

El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

 

Observemos cómo el Arcángel le está revelando a María la Santísima Trinidad por primera vez en la historia de la salvación, que narra la Biblia. La persona más fiel del Pueblo de Dios y, de hecho, su modelo por excelencia, es la primera en recibir la revelación más profunda del misterio insondable de Dios. El mensajero celestial primero presenta al Espíritu Santo, luego al Altísimo

(el Padre) y luego al Hijo de Dios.

 

Es importante observar que el misterio de la Santísima Trinidad comienza a ser explícitamente revelado en la Biblia en el mismo momento en que Dios le revela a María, por medio del Arcángel San Gabriel, el misterio de la Encarnación. La experiencia de María, en cuanto a la Encarnación, no es simplemente espiritual, es física también. Ella concibe en su seno al Hijo de Dios hecho hombre.

 

Estos dos misterios, la Santísima Trinidad en un solo Dios y la Encarnación, distinguen a la religión cristiana de cualquier otra religión en el mundo. Y es muy hermoso darse cuenta de que la persona, en toda la historia de la humanidad – pasada, presente y futuro – que recibió directa y explícitamente la revelación de estos dos misterios no fue ningún sabio, filósofo, profeta, sacerdote o rey, sino una sencilla adolescente judía, cuyo amor y humildad no serán superadas por nadie, excepto su Hijo Jesucristo. No en balde Jesús, durante su ministerio público, dirá lleno de alegría:

 

En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, o Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Lucas 10:21-22).

 

No hay duda de que María encabeza la lista de los pequeños (los humildes), es decir, de aquellos que, al no enorgullecerse de lo que saben, sino que se sienten necesitados de Dios, están abiertos a lo que el Señor les quiera revelar o pedir.

 

San Gabriel le explica a María cómo va a ser la concepción de Jesús: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra… La frase “te cubrirá con su sombra” (que también se puede traducir como “nube”), y que en griego se dice episkiasei, es la misma palabra o frase que se utiliza en la antigua traducción griega del hebreo original del Antiguo Testamento en Éxodo 40:34-35:

 

La Nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria de Yahveh llenó la Morada. Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella y la gloria de Yahveh llenaba la Morada.

 

El contexto histórico de este pasaje es el siguiente. Los israelitas dirigidos por Moisés, a quien Dios había escogido, estaban en camino hacia la Tierra Prometida después de huir del Faraón de Egipto. Mientras tanto, en el desierto, los israelitas vivían en tiendas de campaña, no tenían un templo donde Dios hiciera Su morada. La Tienda (de campaña) del Encuentro, donde se encontraba el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas con los Diez Mandamientos, era la morada nómada de Dios junto a Su Pueblo en el desierto. Cada vez que Dios se hacía visiblemente presente en la Tienda del Encuentro lo hacía por medio de una Nube que también expresaba la gloria de Yahveh.

 

Es muy hermoso darse cuenta de la conexión directa que tiene el hecho de que Yahveh vivió junto a Su Pueblo en una Tienda del Encuentro con la breve pero muy profunda descripción que hace San Juan Evangelista de cómo Jesús se hizo hombre: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Esa traducción, que sigue siendo correcta, es superada, sin embargo, por el griego original, que traducido literalmente expresa: “Y la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros”. Así como Yahveh estuvo junto a Su Pueblo en las condiciones más difíciles, así Jesús está con Su Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, en las situaciones más difíciles, sin abandonarla nunca (ver Mateo 16:18).

 

Nuestro Dios viven “en una tienda” junto a “nuestras tiendas” ya que, junto a Él, vamos de camino hacia la Tierra Prometida, el Cielo, ya que nuestra morada definitiva y permanente no está aquí en este mundo, como dice Hebreos 13:14.

 

Esa misma presencia de Dios-Espíritu Santo tuvo lugar en el seno de María, en el cual, por obra de ese mismo Espíritu, María concibió al Hijo de Dios. María es la Nueva Tienda del Encuentro y la Nueva Arca de la Alianza. En ella se encuentra Dios Hijo, la Palabra eterna de Dios (ver Juan 1:1). El Hijo es la sabiduría personificada de Dios (ver 1 Corintios 1:24), la cual tuvo su mejor expresión en el Antiguo Testamento por medio de los Diez Mandamientos, también llamados Las Diez Palabras en Éxodo 20:1: “Dios pronunció estas palabras…” Y luego siguen los Diez Mandamientos.

 

Pero Jesús no vino a abolir los Diez Mandamientos: Él mismo, en Su propia Persona y en Su actuar, es la perfección de los Diez Mandamientos. Por eso dijo: “No piensen que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5:17). Y gracias al “sí” de María, ese cumplimiento se dio en plenitud en la Persona del Hijo de Dios sobre la tierra.

 

El término episkiasei también aparece en la Transfiguración de Jesús ante Pedro, Santiago y Juan en la cima de un monte. De pronto una Nube o Sombra cubrió a estos tres discípulos de Cristo. De ella surgió la voz del Padre diciendo: “Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo” (Lucas 9:35).

 

La doctrina central de este versículo 35 es la Encarnación. El Catecismo, no. 483, nos enseña que:

 

La Encarnación es el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.

 

La palabra “Verbo” viene del latín y significa “Palabra”. Todos sabemos que los verbos son palabras que se refieren a acciones. La Iglesia utiliza este término para enfatizar que la Palabra de Dios, que es Jesucristo mismo, es una realidad dinámica y penetrante, que actúa en el corazón del hombre. Ver Hebreos 4:12.

 

Expliquemos un poco este dogma tan central de nuestra fe cristiana. El Espíritu Santo, por voluntad del Padre y por la respuesta obediente del Hijo (ver Hebreos 10:5-7), obró de tal manera que, tomando carne de María, creó la humanidad corporal de Jesús. En ese mismo momento de la concepción virginal de Jesús, Dios infundió en ese cuerpo un alma humana inmortal.

 

La Encarnación es pues el misterio en el cual la Palabra Eterna de Dios, el Hijo Eterno de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió una naturaleza humana: un cuerpo y un alma humanos. Ese cuerpo humano y ese alma humana unidos completamente entre sí dan lugar al hombre Jesucristo, y la sede o sujeto de ese ser humano es la Divina Persona del Hijo de Dios.

 

Por ello, Jesucristo es, al mismo tiempo, completamente Dios y completamente hombre. Jesucristo es una Persona Divina que ha asumido una naturaleza humana. Ese asumir una naturaleza humana es la Encarnación. Jesucristo es una sola persona (Divina) con dos naturalezas: una divina (el Hijo de Dios) y otra humana (por obra del Espíritu Santo en el seno de María). Estas dos naturalezas no están confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios (ver Catecismo, no. 481 y también los nos. 479, 480, 482 y 483).

 

La concepción de Jesús en el seno virginal de María había sido predicha por el Profeta Isaías en Isaías 7:14:

 

El Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel [que significa “Dios con nosotros”].

 

Jesucristo es el cumplimiento a plenitud de este nombre de “Dios con nosotros”, pues Él, en Su propia Persona, une la humanidad con la divinidad.

 

Desde el comienzo de la Iglesia surgieron muchas herejías contra este dogma de la Encarnación. Los primeros herejes (como, por ejemplo, los gnósticos) negaban la humanidad de Jesús o que el Hijo de Dios se había hecho hombre. Por eso San Juan Evangelista tuvo que poner en guardia a sus feligreses, cuando severamente advirtió en 1 Juan 4:2-3:

 

En esto reconocerán al Espíritu de Dios: todo espíritu (humano o alma) que confiesa a Jesucristo, venido en carne mortal, es de Dios; todo espíritu (humano) que no confiesa a Jesús, no es de Dios, ese tal es del Anticristo.

 

Luego, surgieron herejías contra la divinidad de Cristo (como la del obispo Ario). Por eso la Iglesia, en el Concilio de Nicea (en el año 325), condenó esta herejía y formuló de manera muy precisa lo que todos los fieles ya creían: que Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Esa fórmula precisa junto a otras verdades básicas de nuestra fe, la Iglesia las resumió en el Credo de Nicea, que es el mismo Credo que confesamos todos los domingos en Misa.

 

Luego surgieron otras herejías que negaban la unidad sin confusión de las dos naturalezas en la Persona Divina del Hijo de Dios. Estos herejes, como Nestorio, llegaron a creer el disparate de que las dos naturalezas de Cristo estaban una “junto a la otra”, pero negaban su unidad en la Persona del Hijo de Dios. Es decir, creían erróneamente que ¡Jesucristo era dos personas, una humana y la otra divina! Este error los llevó a creer la falsedad de que María era solamente la Madre de Cristo, pero no de Dios.

 

Como el dogma de María Madre de Dios lo abordaremos cuando estudiemos el próximo Misterio Gozoso de la Visitación, nos detendremos aquí. Por el momento, referimos a nuestro querido lector al Catecismo, no. 466.

 

Este dogma de la Encarnación tiene una conexión directa con la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, pero sobre todo en el seno materno. En aquellos tiempos la ciencia todavía distaba mucho de descubrir que la vida del ser humano comienza en la unión del óvulo con el espermatozoide en la Trompa de Falopio. Pero sí sabían que la vida del ser humano en el vientre materno tiene un comienzo definitivo, al cual llamaron “concepción”.

 

El dogma de la Encarnación reafirma esa creencia porque, como dijo San Gabriel a María en el versículo 31: Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo. Las palabras del Arcángel denotan que la vida del hombre Jesús comenzó en su concepción en el seno de María y que de verdad era un hombre, un ser humano desde ese momento.

 

Es verdad que la defensa de la vida humana, especialmente la no nacida, no es un tema esencialmente religioso, sino moral y científico. Sin embargo, el aporte que nos da nuestra fe en las Sagradas Escrituras nos reafirma en nuestro compromiso a favor de la vida. La fe nos amplía el horizonte provida cuando constatamos que el Dios Eterno y Omnipotente, motivado por amor infinito hacia nosotros, se convirtió en uno de nosotros y que tuvo un comienzo frágil y diminuto, como el de todos nosotros. Podemos decir, con santo orgullo, ¡uno de nosotros es Dios!

 

Los versículos restantes, 36-38 no necesitan muchos comentarios. El embarazo de Santa Isabel de San Juan Bautista, el cual tiene una importancia capital, lo comentaremos en el Misterio de la Visitación.

 

Solo nos queda comentar con mucho cariño y admiración la respuesta de María a San Gabriel en el versículo 38 y último de este maravilloso pasaje:

 

Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.

 

María se considera a sí misma la sierva del Señor. La palabra “sierva” también se puede traducir como “esclava”. La entrega de María a la voluntad de Dios y a Dios mismo, así como su confianza en Él nacida de una humilde y poderosa fe y de un amor inquebrantable no tiene paralelos en la historia de la humanidad, con la excepción de Jesucristo.

 

María al considerarse a sí misma la “sierva del Señor” estaba conectándose directamente con la identidad que el propio Cristo asumió al considerarse así mismo como el “Siervo sufriente de Yahveh”. Esta identidad fue predicha 600 años antes por el Profeta Isaías. El libro de este profeta contiene cuatro cánticos acerca del Siervo de Yahveh: 42:1-9; 49:1-7; 50:4-11 y 52:13-53:12. Los cánticos tercero y cuarto, pero especialmente el último, predicen la pasión y muerte de Cristo, así como su poder redentor.

 

En el Nuevo Testamento también tenemos un cántico al Siervo Sufriente de Yahveh en el antiguo y hermoso himno cristiano que San Pablo inserta en su carta a los Filipenses en Filipenses 2:6-11:

 

el cual, siendo de condición divina, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

 

En este pasaje Jesús demuestra que su triple humillación, hacerse hombre siendo Dios, asumir la condición de siervo y morir en una cruz, dieron al traste con el reino de la soberbia y del querer ser como dioses (Génesis 3:5) que surgió del pecado original. Jesús vence la soberbia con su humildad, vence el apego a lo carnal con su pasión y vence la muerte resultado del pecado con su propia muerte y resurrección. Esta triple humillación que Jesús asumió libremente lo conducen al triunfo definitivo sobre el pecado y a la identidad de Señor, el Dueño y Rey de todo.

 

La respuesta de María a San Gabriel se sitúa exactamente en esta línea del Siervo sufriente, humilde y redentor de Yahveh. María, al acompañar a su Hijo en su pasión y muerte (ver Juan 19:25-27) nos da ejemplo de cómo debe ser nuestra entrega como siervos de Dios.

 

Pero también nos llena de esperanza y alegría por el hecho de que ella experimentó y participó en la resurrección y la victoria de su Hijo y por todo ello se convirtió, al lado de su Hijo, en Reina del Universo. Ver Apocalipsis 12:1.

 

_________________________________________