El Misterio de la Navidad y la causa provida

 

Adolfo J. Castañeda, MA, STL

Director de Educación

Vida Humana Internacional

www.vidahumana.org

 

El Misterio de la Navidad o Nacimiento de Jesús es el tercer misterio de los Misterios Gozosos del Santo Rosario y se encuentra en Lucas 2:1-20:

 

Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.

 

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. 12 Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. 13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían:

 

14 ¡Gloria a Dios en las alturas,

Y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace!

 

15 Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. 16 Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. 18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. 19 Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.

 

El versículo 1 nos dice que el Emperador Romano, Augusto César, mandó a hacer un censo de todos los territorios del Imperio Romano. Este hecho histórico señala las circunstancias que hicieron posible que Jesús naciera en Belén. Esto es importante porque, como dice el versículo 4, Belén era “la ciudad de David” y José tuvo que ir allí para el censo porque él era descendiente de David. Como explicamos en el primer artículo sobre el Misterio de la Anunciación, aunque José no era el padre biológico de Jesús, sí era su padre legal y por tanto Jesús era descendiente del Rey David, como había predicho 2 Samuel 7:11-16.

 

Sin embargo, el punto más importante de este versículo es que Dios es el Señor de la historia. Augusto César no tenía ni idea de quién era Jesús ni de la importancia de que naciera en Belén ni mucho menos de que el hijo legal de un humilde carpintero de Judea venía a transformar la historia y el mundo. Pero Dios sí lo sabía y se valió de este acontecimiento histórico para llevar a cabo Sus planes.

 

El Catecismo, no. 314 expresa la fe de la Iglesia en este Señorío de Dios cuando afirma que

 

Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Corintios 13:12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat o descanso (ver Génesis 2:2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.

 

El Catecismo, nos. 321-323 nos explica qué es la providencia de Dios y cómo nosotros, los seres humanos, somos responsables de confiar en la providencia divina y de cooperar con ella:

 

La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor a todas las criaturas hasta su fin último. Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial (ver Mateo 6:26-34) y el apóstol san Pedro insiste: “Confiadle todas vuestras preocupaciones pues Él cuida de vosotros” (1 Pedro 5:7; ver Salmo 55:23). La providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede cooperar libremente en sus designios.

 

El versículo 2 nos dice con precisión histórica cuándo tuvo lugar el censo del Emperador Romano según las costumbres de la época sobre cómo indicar los acontecimientos importantes. Es evidente que todavía no se había organizado el conteo de los años históricos como lo conocemos hoy en día por la sencilla razón de que eso surgió después de que Cristo viniera al mundo. Los historiadores antiguos recurrían a los dirigentes políticos importantes más cercanos al lugar donde ellos vivían y donde tenían lugar los acontecimientos, como en este caso Cirino gobernador de Siria, para situar los eventos históricos en el tiempo.

 

La importancia que la Biblia le da a esta precisión histórica es para mostrar que la venida de Cristo al mundo tuvo lugar en un momento histórico concreto. Nuestro Señor vino a la tierra en un lugar preciso y en un momento preciso. Esta verdad resalta la humanidad de Jesús y la cercanía de Dios a nosotros, pues es evidente que todo ser humano nace en un lugar concreto y en un momento concreto de la historia. Nuestra religión católica no es solamente una realidad trascendente o sobrenatural, sino que es, al mismo tiempo, una realidad histórica concreta. De lo contrario, nuestra fe sería algo desencarnado de nuestra realidad, un misterio sin ningún acceso posible. Pero, como ya sabemos, Cristo mismo mostró su divinidad a través de su humanidad.

 

Los versículos del 3 al 5 nos dicen lo que ya hemos comentado: que José y María fueron a Belén para participar del censo. Es interesante observar que el texto bíblico dice que “José subió de Galilea… a Judea”, a pesar de que Galilea estaba al norte de Palestina y Judea al sur. Eso demuestra que Judea era la región más importante porque en ella se encontraba Jerusalén, la capital y donde se encontraba el Templo, a donde concurrían los judíos devotos.

 

El otro punto importante es que la palabra “Belén” significa “casa del pan”. Podemos considerar este significado como un anticipo de que Jesús se declararía el “Pan de Vida” en su sermón sobre la Eucaristía en el capítulo 6 del Evangelio según San Juan.

 

Por último, el nacimiento de Jesús en Belén había sido predicho por el profeta Miqueas en Miqueas 5:1:

 

En cuanto a ti, Belén Efratá (= fecunda), la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser el gobernador de Israel.

 

En Mateo 2:3-6, Herodes, rey de Judea durante el tiempo del nacimiento de Jesús, consultó a los líderes religiosos sobre dónde debía nacer el Mesías y ellos citaron esta predicción de Miqueas, para señalar que Belén era la ciudad donde nacería el rey de los judíos.

 

Los versículos 6 y 7 nos dicen que a María se le cumplió el tiempo del parto y que “dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.

 

La palabra “primogénito” en este contexto bíblico no indica que María tendría después más hijos hermanos de Jesús. Este tema de los “hermanos” de Jesús ya lo abordamos en el primer artículo de esta serie sobre el Misterio de la Anunciación. En ese contexto también tratamos el tema de la virginidad perpetua de María. La palabra “primogénito” aquí resalta la dignidad y los derechos del niño: la herencia y el status social.

 

En realidad, como dirá San Pablo, Jesús sí es el Primogénito “entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Se refiere al hecho de que al ser bautizados Dios nos hace hijos adoptivos Suyos y, por lo tanto hermanos de Jesús por la gracia de Dios. El Catecismo, no. 1279 nos enseña que

 

El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. 

 

Cristo es el Hijo Único de Dios por naturaleza. Es decir, Él posee la misma naturaleza divina del Padre (y del Espíritu Santo). Nosotros somos hijo adoptivos del Padre por el Bautismo porque Dios nos da una participación en Su naturaleza divina. Sin embargo, el ser hijos de Dios no es algo simplemente legal o de nombre nada más, sino que realmente la gracia de Dios, que es la vida divina, habita en nuestras almas, de la cual nuestro cuerpo es templo. Aquí.

 

Hebreos 2:11-12 nos dice que Cristo no se avergüenza de llamarlos hermanos cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos.

 

En Colosenses 1:15 y 18, San Pablo nos enseña que Cristo es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación… Él es también cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, es decir, el primero en resucitar.

 

El fragmento que dice que María lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre significa que Jesús nació en un humilde establo, en una familia pobre (Catecismo no. 525). Por medio de esta manera de venir al mundo, Jesús nos da ejemplo de humildad, de austeridad, desprendimiento y generosidad hacia todos nosotros. En 2 Corintios 8:9, San Pablo nos dice: Pues conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico, por ustedes se hizo pobre a fin de enriquecerlos con su pobreza.

 

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