El poder de la oración: Una resolución para el año nuevo

 

Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional.

 

Publicado originalmente en inglés el 1 de enero del 2024 en: https://www.hli.org/2024/01/prayer-new-years/

 

Vida Humana Internacional agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

 

“Se necesita urgentemente una gran oración por la vida, una oración que se eleve en todo el mundo. Que a través de iniciativas especiales y en la oración diaria, surja una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida, de cada comunidad cristiana, de cada grupo y asociación, de cada familia y del corazón de cada creyente”.

─ Papa San Juan Pablo II, Evangelium Vitae. No. 100.

 

La Navidad es un recordatorio de la primacía de la oración en la vida del cristiano. Todo lo relacionado con la historia de la Navidad y la escena de Belén actúa como una llamada a la contemplación. No hay ruido ni bullicio en el establo. En cambio, vemos a José y María contemplando tranquilamente el rostro de Dios, en estado de paz y reposo.

 

Sentarse y contemplar el rostro de un niño no es algo evidentemente útil. No aumenta el PIB de la nación; no paga las cuentas; no lucha contra la injusticia ni mejora la pobreza; no produce nada; ni siquiera cubre las necesidades inmediatas del bebé.

 

Y, sin embargo, toda madre reconoce que este silencioso acto de agradecimiento es uno de los mejores usos posibles de su tiempo y desearía tener más tiempo para dedicarlo de esta manera. Mirar a su hijo llena su corazón de asombro y gratitud. Y de alguna manera inescrutable, sabe que es la única respuesta apropiada al milagro de una nueva vida humana.

 

Es en la contemplación llena de asombro de algo bueno donde la naturaleza humana encuentra su realización más profunda. No somos simplemente animales que vivimos, respiramos y actuamos; Somos seres espirituales, conocedores, hambrientos de la verdad y cuyo propósito más elevado se encuentra en la contemplación extática de lo bueno, lo verdadero, lo bello y, en última instancia, de Dios.

 

Ésta es, en gran medida, la razón por la que la Iglesia ha elevado a la Santísima Madre como modelo ideal del cristiano. María no “hizo” mucho. La obra de su vida consistió en el acto de amar a su Hijo, en ofrecer un “sí” sin reservas al amor que Él le ofrecía.

 

 

Año nuevo: un momento para mirar hacia adelante

 

Es conveniente, por tanto, que la Iglesia celebre la solemnidad de María, Madre de Dios, el primer día del nuevo año. Al hacerlo, la Iglesia eleva ante nuestros ojos el modelo principal que debemos tratar de imitar en el próximo año.

 

Es común comenzar un nuevo año formulando “resoluciones de año nuevo”. Este impulso es encomiable. Hay algo profundamente atractivo en la pizarra en blanco de un nuevo año. Parece fresco, inmaculado, lleno de promesas, como un lienzo en blanco. Mientras tanto, el año saliente parece cansado y desgastado, manchado por las muchas formas en que no hemos cumplido las resoluciones del año anterior. Por lo tanto, al comenzar un nuevo año, nos esforzamos por reunir la energía, el coraje y la convicción para convertirnos en la persona que siempre supimos que deberíamos ser, pero que aún no hemos encontrado la fuerza para ser. Y entonces, sigue adelante y formula tus resoluciones. Sin embargo, no olvidemos que ninguna resolución que hagamos es más importante que la resolución de renovar y profundizar nuestra vida espiritual, nuestra relación con Dios.

 

De hecho, todas las demás resoluciones que uno pueda tomar deberían, en un grado u otro, estar subordinadas (en el sentido de servir) a esta resolución primaria. Es bueno decidirse a comer sano en el nuevo año, perder el exceso de peso, hacer ejercicio con regularidad, moderar el uso de las redes sociales, levantarse temprano y, en general, adoptar una vida más ordenada y disciplinada. Es bueno prometer leer buenos libros, donar más dinero a buenas causas y pasar más tiempo con amigos y familiares. Sin embargo, todas estas cosas, en última instancia, encuentran su valor en la medida en que sirven al único objetivo que importa: desarrollar una relación íntima con nuestro Padre Celestial. Es bueno mantener un horario de sueño disciplinado, para poder reservar tiempo para la oración por la mañana. Es bueno comer sano, para que puedas tener claridad mental y energía para orar bien. Es bueno pasar menos tiempo en las redes sociales, para tener más tiempo para la oración y la contemplación: sobre todo la oración continua, ininterrumpida, “incesante” que San Pablo recomienda en 1 Tesalonicenses 5, 16-18, es decir, el estado habitual de dedicar todo lo que se hace, cada pensamiento que se tiene, al amoroso servicio de Dios.

 

Al final, el fin último de la vida humana es pasar una eternidad en la contemplación amorosa de Dios. Ese es el fin para el cual hemos sido creados; ese es el fin hacia el que deben dirigirse todos nuestros pensamientos y acciones. Toda esta vida, por lo tanto, no es más que una preparación para ese estado del ser, un estado que podemos comenzar, incluso ahora, a disfrutar y vivir.

 

 

La importancia de la oración

 

Sin embargo, no es sólo que estemos hechos para la oración. También es cierto que la oración es poderosa.

 

Quienes formamos parte de los movimientos provida y familia deseamos, con razón, hacer del mundo un lugar mejor. Deseamos marcar la diferencia. Deseamos enfrentarnos valientemente a las fuerzas del mal, detener sus incursiones en nuestra cultura, proteger las vidas y las almas que amenazan. Deseamos cambiar las leyes y las instituciones culturales para que reflejen mejor los principios de la Cultura de la Vida.

 

Sin embargo, como escribió el Papa San Juan Pablo II en Evangelium Vitae, es en la oración donde encontramos la fuerza para hacer todo lo anterior.

 

El mismo Jesús nos ha mostrado con su ejemplo que la oración y el ayuno son las primeras y más eficaces armas contra las fuerzas del mal (cf. Mt 4,1-11). Como enseñó a sus discípulos, algunos demonios no pueden ser expulsados sino de esta manera (cf. Mc 9,29). Descubramos, pues, de nuevo la humildad y el coraje de orar y ayunar para que el poder de lo alto derribe los muros de la mentira y el engaño: los muros que ocultan a la vista de tantos de nuestros hermanos y hermanas la maldad de las prácticas y leyes hostiles a la vida. Que este mismo poder vuelva sus corazones hacia resoluciones y metas inspiradas por la civilización de la vida y el amor. (No. 100).

 

Como insinué la semana pasada, en la gran batalla para crear una Cultura de la Vida y oponernos a las maquinaciones de la cultura de la muerte, es fácil (¡demasiado fácil!) priorizar la acción sobre la oración. Este es un error sutil, pero fatal.

 

No es raro encontrar activistas que se “agotan”, porque han caído presa de la tentación de pensar que su acción es tan valiosa que nunca podrían permitirse el lujo de ceder: buscar la soledad y el refrigerio de la oración tranquila y contemplativa. En muchos casos la elección no es tan explícita: más bien, es simplemente que los activistas provida han permitido que la avalancha de acciones y acontecimientos se los lleven.

 

Irónicamente, a menudo es más fácil simplemente seguir trabajando, haciendo la siguiente tarea de la lista, organizando la próxima conferencia o recaudación de fondos o protesta, que escapar de la inundación y refugiarse en la oración. Este es siempre un resultado trágico. En los casos más trágicos, a veces vemos a estos activistas caer en los mismos males a los que aparentemente dedicaron su vida a combatir: infidelidad, divorcio, adicción, etc.

 

Sin embargo, priorizar la oración es poner las cosas en la perspectiva correcta. Es reconocer, sobre todo, que no somos más que servidores inútiles, y que en la medida en que cualquiera de nuestras acciones bien intencionadas produzca algún fruto digno de tener, es porque Dios ha elegido utilizarnos como sus humildes instrumentos.

 

Ésta es la convicción fundamental tan bien encarnada en la vida de la Madre Teresa. Por muchas personas moribundas y hambrientas que hubiera a las puertas de sus conventos, la Madre Teresa dedicaba horas cada día a la oración silenciosa ante el Santísimo Sacramento. Para los ojos utilitarios, ese tiempo era tiempo “desperdiciado”. Pero la Madre Teresa sabía que esa oración contemplativa era el fundamento de toda buena obra realizada por ella y su orden.

 

Sin beber de la fuente de toda caridad, la Madre Teresa sabía que sus propios recursos internos se agotarían rápidamente. Como escribe el cardenal Robert Sarah en su obra “Se hace tarde y anochece”: “La Madre Teresa afirmó que, sin la presencia intensa y ardiente de Dios en nuestros corazones, sin una vida de intimidad profunda e intensa con Jesús, somos demasiado pobres para cuidar de los pobres.”

 

Por esta razón, el buen Cardenal lanza esta advertencia: “Multiplicar los esfuerzos humanos, creyendo que los métodos y las estrategias tienen alguna eficacia en sí mismos, será siempre una pérdida de tiempo. Sólo Cristo puede dar su vida a las almas; lo da en la medida en que él mismo vive en nosotros y se ha apoderado de nosotros por completo. El valor apostólico de un apóstol se mide únicamente por su santidad y por la intensidad de su vida de oración”.

 

 

Contemplar a la Sagrada Familia

 

Y así, durante esta temporada navideña, y en particular en esta gran Solemnidad de María, la Madre de Dios, busquen en María y la Sagrada Familia la inspiración sobre qué hacer de manera diferente en el próximo año.

 

¿Quieres luchar por la Cultura de la Vida? ¿Quieres oponerte a los males que se han infiltrado en la Iglesia? ¿Quieres oponerte a las maquinaciones de los activistas antivida y antifamilia? ¿Deseas convertirte en un mejor apóstol de Cristo? Comienza con la oración. Termina con la oración.

 

Especialmente si eres padre o madre, haz todo lo que puedas para inculcar un espíritu de oración en tu hogar, buscando el modelo en la Sagrada Familia. Este es el consejo del Papa San Juan Pablo II en Evangelium Vitae:

 

La familia celebra el Evangelio de la vida con la oración cotidiana, individual y familiar: con ella alaba y da gracias al Señor por el don de la vida e implora luz y fuerza para afrontar los momentos de dificultad y de sufrimiento, sin perder nunca la esperanza. Pero la celebración que da significado a cualquier otra forma de oración y de culto es la que se expresa en la vida cotidiana de la familia, si es una vida hecha de amor y entrega. (No. 93).

 

Que nuestros hogares sean lugares de intimidad con Cristo, desde donde el amor de Cristo se difunda por el mundo. Así se cambian las culturas. Así es como finalmente triunfará la Cultura de la Vida.

 

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