Padre Shenan Boquet

Presidente

Human Life International

En base a los hallazgos de una encuesta reciente de Gallup publicada el 30 de mayo, podemos afirmar que los estadounidenses están aceptando más que antes una serie de actividades intrínsecamente malas. Encabezando la lista de Gallup de 19 temas, estaba la anticoncepción, aceptada por el 90% de los encuestados, seguida por el divorcio (69%) y las relaciones sexuales prematrimoniales (66%). Otros temas que formaron parte de los 10 primeros fueron la investigación en células madres embrionarias (aceptada por el 65%), las uniones entre personas del mismo sexo (58%), la eutanasia (52%) y el aborto (42%).

Estas cifras no debieran sorprendernos. Después de todo, durante las últimas décadas, los estadounidenses han estado rechazando la moral judeo-cristiana en favor del relativismo secular. Durante la así llamada “revolución sexual” de finales de los años 60, la gente separó la sexualidad de la persona – cuerpo y alma – y el cuerpo humano llegó a ser considerado un instrumento que uno podía manipular a su antojo y aun explotar por placer.

Desde luego, el fenómeno data más de algunas décadas. Como pasa a menudo, lo que parece ser una súbita explosión es en realidad el lógico resultado de cientos de años de creciente confusión acerca de quiénes somos como personas.

René Descartes (1596-1650) fue un matemático y filósofo francés, a quien muchos acreditan el lanzamiento de lo que luego se conoció, un tanto irónicamente, como la “Época de la Ilustración”. Entre las “contribuciones” filosóficas que Descartes hizo al pensamiento occidental, estuvo el colocar a la mente y al cuerpo en mutuo antagonismo. Ello eventualmente condujo a la idea de que el cuerpo humano podía ser considerado simplemente como un objeto que la persona podía manipular según sus deseos. Dicho simplemente, usted es su mente y usted tiene un cuerpo. Ello contradice la doctrina tradicional cristiana de que somos al mismo tiempo cuerpo y alma. En esto, Descartes siguió a Francis Bacon (1561-1626), quien creía que la meta del conocimiento humano debería ser el tener éxito en lograr el dominio, no la administración, de la naturaleza.

Es muy significativo que hoy esta teoría no le parezca controversial a mucha gente. Es más difícil aún darse cuenta de cuán radical ha sido este cambio de pensamiento. Pero, permítaseme expresarlo de esta manera: en vez de empezar con la idea de que podemos captar la realidad a través de nuestros sentidos y luego analizarla o interpretarla con nuestro intelecto; ahora tenemos la idea de que comenzamos con nuestro intelecto (o nuestra mente), como base del conocimiento, y luego, de manera subjetiva, interpretamos la realidad.

Todavía se están escribiendo libros acerca de lo que en filosofía se ha llegado a conocer como el dualismo cuerpo-mente. Esta visión dualista ha sido rechazada por la Iglesia. Sin embargo, esta visión ha sido asumida por la mayoría de las personas hoy en día. Y ello ha ocurrido, a pesar de que la mayoría de la gente no se da cuenta de cómo ese erróneo concepto le da forma aún a las suposiciones más fundamentales acerca de la realidad y de las personas.

Bien, ya es suficiente con la filosofía. Observemos ahora cómo todo esto afecta nuestra vida hoy en relación con nuestro cuerpo y nuestras relaciones interpersonales, cuyos resultados nos están lazando gritos desde la encuesta de Gallup.

La mentalidad anticonceptiva, que la Iglesia Católica ha sabido identificar de manera tan certera, es un ejemplo perfecto de lo que ocurre cuando aceptamos este dualismo entre el alma y el cuerpo. Observemos cómo los promotores de la anticoncepción prometen un control libre de consecuencias sobre nuestra vida, si simplemente controlamos nuestra fertilidad con fármacos y artefactos. Obtendremos, dicen ellos, todo el placer posible y ninguna de las inconveniencias de la fertilidad. La idea que estos propagandistas nos transmiten es “yo no soy mi cuerpo, no exactamente”, sino que “mi cuerpo es un objeto que puedo manipular por cualquier motivo que quiera”. De manera que “las relaciones sexuales son simplemente para mi placer, quizás también para el de alguien más; no se trata necesariamente de darme a mismo a mi cónyuge, a quien amo, con la posibilidad de traer al mundo una nueva vida como resultado de esa mutua auto-donación”.

Como consecuencia de esta visión dualista, las relaciones sexuales se convierten en una función corporal desprovista de sentido y razón. Se rechaza la verdad de que soy una unidad sustancial, no accidental, de cuerpo y alma. Y con ese rechazo, producto del desconocimiento, se sigue un desconocimiento de igual medida acerca de la naturaleza de la sexualidad humana, como una unidad de nuestros dones humanos fundamentales de la fecundidad y de la unión entre los esposos.

Es por ello que el mundo se enojó tanto con la Encíclica Humanae vitae, la cual hizo su aparición en medio de la revolución sexual. En este documento sobre la transmisión de la vida humana, del Papa Pablo VI, quien pronto será beatificado, la Iglesia reafirma con toda claridad la inseparable conexión entre los significados unitivo y procreador del acto conyugal. El usar la anticoncepción y el aceptar la mentalidad que ella trae consigo es actuar de manera contraria al propósito que Dios ha inscrito en el amor conyugal entre un hombre y una mujer. Esta contrariedad distorsiona también otras relaciones humanas, exactamente como lo predijo el Santo Padre (véase el número 17 de la Encíclica).

Muchos están convencidos de que la labor de Pablo VI en la Humanae vitae tuvo la profunda influencia del pensamiento del hombre que se convertiría en San Juan Pablo II. En su obra “Amor y responsabilidad”, el entonces Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, expuso las razones de por qué una correcta e integrada visión de la persona humana como una unidad sustancial de cuerpo y alma es necesaria para comprendernos a nosotros mismos, a los demás y todos entre sí, especialmente en relación con nuestra sexualidad: “En el orden del amor, un hombre puede permanecer fiel a la verdad de la persona humana solamente en la medida en que es fiel a la verdad de la naturaleza. Si le hace violencia a la naturaleza, también le hará violencia a la persona al convertirla en un objeto de su placer en vez de su amor”.

El ir contra nuestra verdadera naturaleza es fracturar nuestro sentido natural de responsabilidad hacia el otro. ¿Hay alguien que no se dé cuenta de que esto está pasando hoy en día?

Evidentemente, las ideas gravemente equivocadas tienen consecuencias graves. El Padre Paul Marx, el fundador de HLI, afirmó esta doctrina de la Iglesia en su autobiografía, la cual se fundó en su extensa experiencia fruto de sus viajes por todo el mundo: “Después de haber visitado y trabajado en 91 países, no he encontrado nación alguna en la cual la anticoncepción no haya llevado al aborto, a un aumento de la fornicación entre los jóvenes, al divorcio y a todos esos otros males que vemos hoy y que constituyen el desorden sexual actual.”

Y de verdad que es un enorme desorden, ¿no es cierto? La encuesta de Gallup debe servir como un llamado a despertar. Si tomamos en serio la necesidad de fortalecer la familia, la promoción del bienestar de los niños y el revertir el creciente número de matrimonios rotos en nuestra nación, el fin del aborto, el respeto de la dignidad de los ancianos y los enfermos, y la promoción de la pureza y la castidad, entonces seamos honestos acerca de dónde ha comenzado la desintegración moral: ésta ha comenzado con la anticoncepción.

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