Adolfo J. Castañeda

Director de Educación

Vida Humana Internacional

Una virtud muy especial que forma parte de la virtud de la templanza es la castidad.

 

Hay varios malentendidos con respecto a lo que significa la castidad. Muchas personas creen que castidad significa solamente abstinencia sexual o continencia. Otros piensan que la castidad es algo negativo o “pasado de moda”. Pero ello no es cierto.

 

La castidad es la virtud que nos hace capaces de colocar nuestra sexualidad al servicio del amor auténtico. La castidad hace que usemos correctamente nuestra sexualidad. Ese uso correcto se refiere al respeto y la promoción de los valores de la sexualidad, que por medio de la castidad somos capaces de proteger. Esos valores son el amor conyugal y la transmisión de la vida. Por consiguiente, la castidad es la virtud que nos hace capaces de colocar nuestra sexualidad al servicio del amor auténtico por medio de la salvaguarda de sus dos valores principales: el amor conyugal y la transmisión de la vida.

 

De ello se deriva que la castidad en el caso de los no casados se exprese en la abstinencia total (continencia). No se trata solamente de una continencia del cuerpo, sino también de la mente y del corazón, ya que la castidad comienza en la mente y el corazón (cf Mateo 5:28).

 

En el caso de los casados, la castidad se expresa de forma diferente. Algunas veces significará continencia. Pero, cuando los casados se unen en el acto conyugal, ese acto también será casto si respeta los dos valores inherentes a la sexualidad humana: el amor conyugal y la transmisión de la vida. Ello implica en la práctica que los casados deben unirse por amor y no para usar a su cónyuge como un objeto de placer. También significa que esa unión debe estar abierta a la vida. Ello a su vez implica que el uso antinatural del acto conyugal, de la anticoncepción, de la esterilización y del aborto queda total y absolutamente prohibido. Si los esposos tienen motivos graves para espaciar los nacimientos de sus hijos pueden recurrir a los métodos naturales de la planificación de la familia.

 

El placer es importante también en la relación sexual de los casados. Pero más importante aún son el amor conyugal y la apertura a la vida. De hecho, cuando el placer queda subordinado a estos dos valores, entonces es que de verdad los cónyuges disfrutan su sexualidad a plenitud y Dios se alegra con ellos en ese plan que Él mismo creó.

 

No debemos creer en la mentira de que la sexualidad es algo “sucio” o “malo”. Dios mismo la creó y puso en ella un placer muy intenso, precisamente para motivar a cosas tan sublimes como el amor conyugal y la transmisión de la vida. Hace ya varios siglos la Iglesia condenó tajantemente la herejía albigense o de los cátaros, que creía erróneamente que el cuerpo y todo lo relacionado con él era malo. La Iglesia condenó esa herejía por dañina y por negar que Dios lo creó “todo bueno” (Génesis 1).

 

De hecho, Dios creó el matrimonio para que fuera reflejo eficaz de Su amor hacia su Pueblo (la Iglesia) y viceversa. San Pablo nos dice, en Efesios 5:22-32, que el amor entre el esposo y la esposa debe reflejar y hacer presente (= eficaz) el amor entre Cristo y la Iglesia,  que es Su esposa. Por ello el matrimonio cristiano es un Sacramento, porque refleja y hace presente, por medio de los esposos, el amor entre Cristo y Su Iglesia.

 

Es por ello también que no debe existir el divorcio, el adulterio, la fornicación, la anticoncepción, la esterilización, el aborto, etc., ya que todos ellos van en contra de la significación de la unión Cristo-Iglesia. Cristo jamás se divorciaría de su Iglesia, ni la traicionaría (adulterio), ni le negaría la vida (la vida divina = la gracia), ni haría ninguna de las otras abominaciones. Por su parte la Iglesia está llamada a la misma fidelidad que Cristo tiene con ella.

 

La sexualidad humana dentro del matrimonio es pues, un ícono (= imagen) de la vida interior de Dios, de la Trinidad. Tal es la enseñanza del Papa Juan Pablo II en sus famosas catequesis sobre la “teología del cuerpo” y sobre el “significado esponsal” del cuerpo del hombre y de la mujer.

 

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