1) Es un amor plenamente humano. El amor conyugal no se reduce a sentimientos e impulsos sexuales, aunque los incluye también, sino que consiste principalmente en un acto libre de la voluntad de amar al cónyuge para toda la vida, que es lo que distingue a la persona humana de los animales. Si no fuese así, entonces el amor conyugal no tendría la estabilidad de durar para toda la vida, porque se fundaría en los sentimientos y en la atracción sexual, los cuales, aunque importantes, no tienen la durabilidad y la consistencia de una decisión libre y madura de amar, es decir, de desear hacer el bien al otro cónyuge durante toda la vida.

2) Es un amor total. Los esposos deben entregarse el uno al otro con todo su ser, “sin reservas indebidas ni cálculos egoístas”. No sólo eso, sino que cada uno de los esposos trata de darse al otro y no sólo de recibir del otro. Trata de enriquecer al otro con su propia persona, de convertirse en regalo para el otro.

3) Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Lo de fiel no necesita explicación. Lo de exclusivo no significa que los esposos no amen a más nadie, sino que reservan para ellos el amor conyugal y aman a los demás con un amor fraternal.

4) Es un amor fecundo. Es un amor que no se queda en sí mismo, sino que va más allá de sí mismo y que es capaz de engendrar la vida.“No se agota en la comunión de los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas.” El amor es por su propia naturaleza difusivo de sí mismo, es creador. Esta característica nos lleva al siguiente principio doctrinal: La paternidad responsable.

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