Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Human Life International

 

30 de junio de 2017

 

¿Por qué hay tantos católicos que tienen miedo a defender la doctrina moral de la Iglesia? Las verdades de dicha doctrina se fundan en la Palabra de Dios y han sido transmitidas y explicadas por el Magisterio de la Iglesia. El Magisterio de la Iglesia, como cuerpo docente, está compuesto por el Papa y los Obispos que están en comunión con él. Su doctrina debe estar siempre en línea de continuidad y coherencia con las enseñanzas perennes e incambiables de Cristo y Sus Apóstoles. Estas enseñanzas, y las verdades contenidas en ellas, se mantienen vivas en la predicación de la Iglesia a través de los tiempos y en los documentos emitidos por el Magisterio. Esas verdades son esenciales para vivir en la verdadera libertad y alcanzar la salvación eterna (véase Catecismo, nos. 84-87).

 

Tal parece que muchos católicos creen que la Iglesia es simplemente una agencia social con rituales. Pero la Iglesia no es eso. “La Iglesia es en este mundo el sacramento de salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y los hombres” (Catecismo, no. 780). “Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos” (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium (LG) sobre la Iglesia, no. 18).

 

La Iglesia existe en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Si bien sabemos que la Iglesia es una verdadera institución, a través de la fe también la reconocemos como la portadora de la vida divina. La Iglesia trasciende el tiempo y la historia, y guía a sus hijos en todas las épocas hacia la vida eterna, hasta que el Señor regrese.

 

Es necesario recordar esta verdad, especialmente cuando la doctrina de la Iglesia entra en conflicto con el espíritu de los tiempos. En la actualidad, muchos católicos no saben qué pensar ni qué decir debido a una formación deficiente o tan aguada “para no ofender”, que se vuelve incoherente.

 

“Los fieles, en la formación de su conciencia, deben prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. Pues por voluntad de Cristo la Iglesia Católica es la maestra de la verdad, y su misión consiste en anunciar y enseñar auténticamente la verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana” (Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae (DH) sobre la libertad religiosa, no. 14).

 

Como discípulos de Jesús, nos oponemos a la tóxica y perversa agenda de la “cultura” de la muerte. Estamos convencidos de que la respuesta a los interrogantes que nos plantea la existencia humana acerca de la verdad y la realidad se encuentran solamente en Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado, quien dijo: “Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz” (Juan 18:37) y “Mis ovejas escuchan mi voz; Yo las conozco y ellas me siguen” (Juan 10:27).

 

La Iglesia siempre ha enfatizado nuestra obligación de buscar la verdad y de adherirnos a ella una vez que la encontramos. “Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla” (DH 1).

 

Creemos en ciertas cosas porque son verdaderas, no simplemente porque alguien nos dijo que teníamos que creer en ellas. Tenemos que utilizar también nuestra razón, que Dios mismo nos ha dado. Toda persona con ojos para ver encontrará la evidencia de lo que ocurre a las personas y a las sociedades cuando se apartan de Dios y de Sus enseñanzas.

 

Para ilustrar este punto, quisiera referirme a un estudio publicado recientemente. El estudio concluyó que cuando el gobierno de Gran Bretaña retiró su financiamiento a la “educación” sexual que promueve los anticonceptivos, las tasas de embarazos en adolescentes disminuyeron. De hecho, según este estudio, esas tasas se encuentran actualmente en su nivel más bajo desde 1969 (véase: Catholic Herald, 1 de junio de 2017. http://www.catholicherald.co.uk/news/2017/06/01/study-teen-pregnancies-fall-after-cuts-to-birth-control-budgets/. El estudio referido se encuentra en http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0167629617304551.)

 

Ahora bien, las personas que se han tragado la ideología que propone el mundo probablemente considerarán que este resultado es contrario al “sentido común”. Esas personas probablemente creen que la manera de impedir los embarazos en adolescentes es a través de la “educación” sexual. Esa “educación” sexual dice a los adolescentes que no hagan caso a sus padres, sacerdotes o ministros religiosos, y que tengan relaciones sexuales siempre y cuando se “protejan” con píldoras y condones. Probablemente también, esas personas no se han dado cuenta de que son las mismas industrias que dicen a los jovencitos que se involucren en aquellas actividades que dan como resultado embarazos fuera del matrimonio y difunden enfermedades, las que luego venden  a esos mismos jovencitos la “solución” a esos problemas dándoles “educación” sexual, anticonceptivos, tratamiento para las infecciones de transmisión sexual (ITS) y abortos. Finalmente, esas personas han sido condicionadas para que se burlen de cualquiera que pregunte si de verdad esa “educación” sexual es la mejor manera de impedir los embarazos en adolescentes, la transmisión de ITS, los abortos y los corazones rotos que resultan de usar a otros o de ser usados por otros como objetos de placer sexual.

 

Pero si tú eres un católico que de verdad conoce la doctrina moral pertinente, no te vas a sorprender en lo más mínimo. Aunque no hayas leído Casti connubii, Humanae vitae ni los otros muchos documentos y pronunciamientos al respecto emitidos por el Magisterio, has recibido la verdad con amor de parte de sacerdotes, padres o maestros fieles a Cristo y a Su Iglesia. Has escuchado que las relaciones sexuales son un gran don de Dios reservado para el matrimonio entre un hombre y una mujer. Has escuchado que el matrimonio es el fundamento natural que Dios ha instituido para la familia, la cual, la historia ha demostrado fehacientemente que es el ambiente absolutamente más propicio para la crianza de los hijos. Ni siquiera tienes que ser católico para darte cuenta de esto. Pero si eres católico, tienes la especial responsabilidad de comunicar estas verdades a los demás.

 

¿Acaso nos hacen falta más evidencias para darnos cuenta de cuáles son las consecuencias naturales y lógicas que se siguen cuando las relaciones sexuales fuera del matrimonio se convierten en la “norma”?

 

Todo obispo, sacerdote, padre y madre de familia necesita reflexionar seriamente acerca de esto. No es suficiente con enojarse y quejarse de que nadie quiere escuchar. Eso no es otra cosa que racionalizar el miedo. Ese miedo es destructivo, tanto para los que tienen la responsabilidad de enseñar la verdad con amor y sin temor, como para los que, al no recibir ni aceptar la verdad, serán víctimas de las nefastas consecuencias que hemos descrito.

 

El Papa San Juan XXIII, en su Encíclica Ad Petri Cathedram, subrayó la causa y raíz de esta lucha, tanto a los sacerdotes como a los laicos: ignorancia y desprecio de la verdad:

 

“La causa y raíz de todos los males que, por decirlo así, envenenan a los individuos, a los pueblos y a las naciones, y perturban las mentes de muchos, es la ignorancia de la verdad. Y no sólo su ignorancia, sino a veces hasta el desprecio y la temeraria aversión a ella. De aquí proceden los errores de todo género que penetran como peste en lo profundo de las almas y se infiltran en las estructuras sociales, tergiversándolo todo; con peligro de los individuos y de la convivencia humana” (Primera parte, primer párrafo).

 

Como enseña el Catecismo, no. 851: “Del amor de Dios por todos los hombres, la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: ‘porque el amor de Cristo nos apremia’ (2 Corintios 5:14). En efecto, ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad’ (1 Timoteo 2:4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad”.

 

La Iglesia debe enseñar con autoridad lo que ella misma ha recibido. A menos que la Iglesia ejercite la autoridad que Dios le ha dado, es inevitable que surja la confusión. Por medio de su voz autorizada, la Iglesia debe silenciar el disenso y proporcionar claridad y corrección, en vez de ambigüedad e indiferencia.

 

Supongamos que hoy surja una controversia acerca de algún asunto doctrinal que la Iglesia ha definido con precisión, como, por ejemplo, que la anticoncepción es un acto intrínseca y gravemente malo. Supongamos que un persistente, ridículo y destructivo disenso contrario a esa doctrina sea considerado con seriedad aún en las más altas esferas de la Iglesia. ¿A quién le toca reafirmar la sana doctrina, la que distingue la verdad de lo que es falso? En ese caso, le toca a la autoridad competente de la Iglesia por medio del Papa y de los Obispos en unión con él (véase LG 25).

 

Entonces, ¿por qué tenemos miedo a nuestra propia doctrina? ¿Por qué escuchamos de ciertos líderes de la Iglesia declaraciones confusas y ambiguas acerca del matrimonio, la anticoncepción, la recepción de la Sagrada Comunión, la homosexualidad, la perversa ideología de “género”, la conciencia y la eutanasia? Según San Juan XXIII, el Papa cuya enseñanza muchos todavía manipulan contra la verdad incambiable de la doctrina católica, se trata de “errores de todo género que penetran como peste en lo profundo de las almas y se infiltran en las estructuras sociales, tergiversándolo todo; con peligro de los individuos y de la convivencia humana”.

 

El informe acerca de los embarazos en adolescentes, que citamos antes, es otra evidencia más de que la Iglesia tiene razón acerca de la naturaleza y el propósito de la sexualidad humana, el matrimonio y el mal de la anticoncepción. La Iglesia conoce estas verdades porque conoce a la persona humana y conoce a la persona humana porque conoce a Jesucristo. No podemos tener miedo a decir la verdad. Las consecuencias temporales – y especialmente las eternas – de no hacerlo son demasiado grandes.

 

“Y conocerán la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

 

_______________________________