Las fuentes fundamentales de la verdad que debe iluminar la labor provida están determinadas por la visión de la persona humana que se encuentra en la doctrina cristiana. La antropología cristiana (la visión cristiana de la persona humana) enseña que el ser humano tiene dos fuentes de conocimiento, especialmente en lo que concierne a Dios y a la moral. Estas fuentes son la fe y la razón [1].

 

Por medio de la fe, la persona cree y acepta la revelación que Dios hace de Sí mismo y de Su plan para nosotros [2]. Esa revelación se encuentra en la Sagrada Escritura, que contiene la Palabra de Dios escrita [3]; y en la Sagrada Tradición, que contiene la Palabra de Dios enseñada oralmente por Cristo y los Apóstoles, y que se mantiene viva en la historia por medio del Magisterio de la Iglesia [4], que está compuesto por el Papa y los obispos en comunión con él [5].

 

Sólo el Magisterio de la Iglesia tiene la interpretación auténtica de la Palabra de Dios [5]. Ello no implica que nadie tenga el derecho y el deber de leer y aplicar a su vida la Sagrada Escritura. Gracias a la guía del Magisterio todos sin excepción podemos y debemos hacerlo protegidos del error. No debemos creer que las opiniones teológicas, aunque vengan de líderes de la Iglesia, están al mismo nivel que la enseñanza definitiva del Magisterio.

 

Por medio de la razón, la persona humana se conoce a sí misma, el mundo que le rodea e incluso (aunque limitadamente) a Dios mismo. “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad” [6]. Por medio de la razón, la persona humana, aún sin la revelación de Dios, también puede conocer los principios básicos de la moral universal: “En efecto, cuando los gentiles [= los paganos], que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley. Como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza” [7].

 

No debe haber verdadera contradicción entre la fe y la razón, ya que Dios es el Autor de ambas y Dios no se contradice a Sí mismo, de otro modo dejaría de ser Dios. “Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” [8]. Ambas van de la mano: la fe ilumina la razón (expande sus horizontes) y la razón sirve de ayuda a la fe (para interpretar correctamente la Revelación).

 

De todo lo anterior se deduce que las fuentes fundamentales de la verdad para la labor provida son: (1) la fe: la Biblia y los documentos del Magisterio de la Iglesia; y (2) la razón: el uso sincero y recto de la razón (filosofía) y las ciencias humanas, sobre todo la biología humana, la medicina y las ciencias sociales.

 

Notas:

[1]. Véase: Catecismo de la Iglesia Católica, 1997, no. 36.

[2]. Véase: Ibíd., nos. 26, 50 y 51.

[3]. Véase: Ibíd., no. 76.

[4]. Véase: Ibíd., nos. 76-78.

[5]. Véase: Ibíd., no. 85.

[6]. Romanos 1:20.

[7]. Ibíd., 2:14-15.

[8]. 2 Timoteo 2:13.

 

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