Matrimonio versus pornografía: la batalla por el alma de nuestra cultura

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Vida Humana Internacional.

 

Publicado originalmente en inglés el 10 de Julio de 2023 en: https://www.hli.org/2023/07/a-case-for-marriage-a-great-good/.

 

Publicado en español en vidahumana.org en Temas/Cultura de la muerte/Pornografía. Y también en Temas/Matrimonio y familia/Artículos.

 

VHI agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.

 

“…en un momento de la historia en que la familia es objeto de numerosas fuerzas que buscan destruirla, o de alguna manera deformarla, y conscientes de que el bienestar de la sociedad y su bien están íntimamente ligados a la bien de la familia, la Iglesia percibe de manera más urgente y apremiante su misión de anunciar a todos los hombres el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena vitalidad y desarrollo humano y cristiano, y contribuyendo así a la renovación de la sociedad y el pueblo de Dios”. ― Papa San Juan Pablo II, Familiaris Consortio.

 

Mucho antes de que Cristo viniera a la tierra y predicara el Evangelio, los seres humanos entendieron que formar una relación de por vida con otra persona del sexo opuesto y formar una familia era una de las cosas más importantes, significativas y deseables que cualquier persona podía hacer. Aunque varían las formas en que varias sociedades protegieron el matrimonio, incluso muchas de las sociedades más decadentes, como Roma, entendieron que la unidad familiar compuesta por madre, padre e hijos era una parte esencial de una civilización en funcionamiento y debía ser privilegiada.

Sin embargo, cuando Cristo vino, elevó la institución del matrimonio a un plano aún más alto, instituyéndolo como un sacramento. En los escritos de san Pablo, la unión de un hombre y una mujer en matrimonio se convirtió en símbolo de algo tan elevado como la relación entre Cristo y su Iglesia (ver Efesios 5:21-33).

Y, sin embargo, a pesar de los innumerables e incuestionables bienes que derivan del matrimonio, tanto para el individuo como para la sociedad, nos encontramos ahora mismo en medio de una crisis del matrimonio. Como encontró un estudio reciente de Pew Research, extraordinariamente pocos jóvenes estadounidenses se molestan en casarse.

Según el estudio, en 2021 un 25% de los estadounidenses que habían cumplido los 40 años nunca se habían casado. Esto marca un aumento significativo con respecto a solo diez años antes, cuando solo el 20% de las personas de 40 años nunca se habían casado.

Sin embargo, la magnitud del cambio cultural se vuelve sorprendentemente clara cuando se comparan las tasas de matrimonio de 2021 con las de 1980. En ese año, solo el 6 % de las personas de 40 años nunca se habían casado. En otras palabras, la tasa de solteros de 40 años ha aumentado en casi un veinte por ciento en las últimas tres décadas. Mientras que, en el pasado, simplemente se esperaba que, salvo circunstancias inusuales, estarías casado a la edad de 40 años, ahora se está volviendo normal que los jóvenes estadounidenses nunca se casen.

Como señala Pew Research, el hecho de que alguien no esté casado a los 40 años no significa que nunca se casará. En las últimas décadas ha habido un movimiento constante hacia matrimonios cada vez más tardíos. Sin embargo, incluso si se tienen en cuenta los matrimonios retrasados, está claro que muchos estadounidenses no se casan. Y muchos de ellos parecen no tener intención alguna de hacerlo.

Además, la edad de 40 años es un momento decisivo, ya que para muchas mujeres la fertilidad cae abruptamente después de esa edad. Si no están casadas en ese momento, sus posibilidades de concebir naturalmente son extremadamente bajas. Dado que las mujeres casadas tienen muchas más probabilidades de tener hijos que las mujeres solteras o divorciadas, es probable que una gran parte de la caída de la tasa de natalidad en Estados Unidos se deba a la caída de las tasas de matrimonio. De hecho, eso es precisamente lo que argumenta el Instituto de Estudios de la Familia.

 

¿Por qué la gente no se casa?

La pregunta natural que se debe hacer frente ante esta enorme caída en el matrimonio es ¿por qué está sucediendo? Desafortunadamente, no es fácil encontrar respuestas confiables. Al igual que con otros fenómenos complejos, como la disminución de las tasas de natalidad, es probable que haya una serie de razones complejas e interrelacionadas. Una de las razones, sin duda, es el enorme aumento de la cohabitación como forma de vida estándar. Muchos estadounidenses, en lugar de casarse, entrarán en una serie de relaciones a medio plazo. Algunos de ellos pueden ser tan estables que son esencialmente equivalentes al matrimonio. Sin embargo, como señala Pew Research, el aumento en las tasas de cohabitación no se acerca a explicar el fenómeno, ya que solo el 22% de las personas que nunca se casaron cohabitaban en 2021.

Si bien esto puede parecer algo especulativo, mi propia sospecha es que el elefante gigante en la sala de estar (o al menos uno de ellos) es el aumento de la pornografía en Internet. En esto, me inclino a estar de acuerdo, al menos en parte, con Michael Warren Davis, quien argumentó en un artículo reciente un tanto deprimente que la pornografía “lo explica todo”. Más específicamente, argumenta que el uso generalizado de la pornografía es probablemente la fuente secreta de los estándares culturales que cambian rápidamente en nuestra cultura en materia de sexo y género. Debido a que tantas personas están enganchadas a la pornografía, y debido a que tanta pornografía representa una sexualidad transgresora, incluida la homosexualidad, el BDSM y el transgenerismo, muchas personas naturalmente han desarrollado un alto grado de “tolerancia” hacia estos comportamientos sexuales, a los que dedican tantas horas.

Si bien Davis no aborda la disminución de las tasas de matrimonio, no se necesita mucho para extender su argumento. Si bien el acceso generalizado a la transmisión de pornografía de alta definición puede no “explicar todo” sobre la disminución de las tasas de matrimonio, sospecho que explica mucho.

Los sociólogos a veces hablarán sobre el “mercado sexual”. Si bien la terminología es un tanto tosca y reduccionista, se refiere a algo muy real sobre la sociedad humana: es decir, que los seres humanos compiten en una especie de mercado por el “derecho” a entablar relaciones sexuales, en parte para cumplir con su deseo por satisfacer sus apetitos sexuales naturales.

Tradicionalmente, este “mercado” se ha centrado en la institución del matrimonio, con participantes “exitosos” en este mercado que contraen matrimonios exclusivos, estables y de por vida, en los que sus apetitos sexuales se satisfacen en última instancia de una manera saludable que los llama a mayores ideales, y asegura la salud y la estabilidad a largo plazo de la sociedad. Si bien desde el punto de vista católico casarse es mucho más que sexo, también es cierto que uno de los atractivos del matrimonio es la posibilidad de satisfacer los propios deseos sexuales de manera estable. Y es indudable que el deseo de tener una relación sexual es un poderoso factor de motivación que lleva a los hombres y mujeres jóvenes a buscar relaciones que con el tiempo puedan resultar en matrimonio.

Todo esto es parte del gran plan de Dios para los seres humanos, y de cómo asegurar el florecimiento de la especie humana. En sociedades saludables, la dirección de nuestros apetitos sexuales naturales en formas productivas asume formas ricas en significado. Piense sólo en todos los hermosos rituales que tradicionalmente fomentaban y rodeaban el cortejo: todas las diversas fiestas, cenas y bailes; las propuestas tímidas; los chaperones desconcertados, etc.

Además, todas las sociedades saludables han implementado varios métodos más o menos estrictos para incentivar a los ciudadanos a restringir la actividad sexual al matrimonio. Esto puede incluir una legislación formal que prohíba o limite el divorcio, o que recompense el matrimonio con varias exenciones fiscales, etc. Sin embargo, al menos tan poderosos son los diversos tabúes, en los que todos los mensajes culturales que reciben los jóvenes, ya sea de amigos o familiares o la industria del entretenimiento, refuerzan la idea de que cosas como la fornicación son vergonzosas e inaceptables.

Sin embargo, en Occidente, estos tabúes y la legislación comenzaron a desmoronarse a principios del siglo XX, cuando se relajaron las leyes que prohibían el divorcio y las representaciones de la sexualidad abierta se volvieron más frecuentes en el entretenimiento. Ese proceso se sobrealimentó en la década de 1960 con la revolución sexual, en la que se predicó desde los techos de las casas una inversión casi total de los valores sexuales. En el contexto de la revolución sexual, cosas como la fornicación y el divorcio se convirtieron en “valores positivos”, para ser elogiados como valientes y hermosos. El resultado de esta inversión de valores fue una reducción del “valor” del sexo. En la cultura del ligue que surgió después de los años 60, ya no era necesario esforzarse mucho para “ganar” en el mercado sexual. Todo lo que uno tenía que hacer era ir a un bar e invitar a alguien a unas copas. Si uno quisiera evitar incluso esa cantidad de problemas, era posible “cohabitar”: entrar en una relación sexual a largo plazo, pero sin tener que hacer ningún nivel de compromiso permanente ni hacer el esfuerzo necesario para mantener una relación permanente.

Entra en escena la pornografía.

No es necesario buscar muy lejos para encontrar ejemplos de hombres jóvenes que han decidido que todo el esfuerzo que implica buscar a una mujer real para una relación a largo plazo es simplemente “demasiado problema”. Es mucho más fácil vivir en el propio dormitorio, buscando un flujo infinitamente novedoso de parejas y comportamientos sexuales hiperestimulantes.

Y así, los contravalores de la revolución sexual alcanzan su culminación natural: con los jóvenes completamente aislados unos de otros, y el sexo reducido a una búsqueda sin disculpas de placer egoísta y completamente sin sentido.

 

La vocación del hombre es amar

Hay todo tipo de consecuencias no deseadas en un mercado sexual en el que el sexo se convierte en una “mercancía” barata y fácilmente disponible. Hemos hablado de esto a menudo en columnas anteriores. Estos incluyen cosas como un rápido aumento de las enfermedades de transmisión sexual, la aceptación de la mentalidad anticonceptiva, el embarazo no deseado, el aborto, la manipulación y el abuso generalizado de las mujeres (que suelen llevar la peor parte del sexo “barato”), la ruptura de las relaciones sanas entre los sexos y, sí, una reducción significativa en las tasas de nupcialidad. Sin embargo, existe otra forma, posiblemente mucho más profunda y simple, de considerar cómo la preponderancia de la pornografía, así como la aceptación generalizada de la cultura del ligue y la cohabitación, están reduciendo las tasas de matrimonio.

A los defensores de la pornografía les gusta argumentar que mirar pornografía es “simplemente” mirar pornografía. En otras palabras: no lo pienses demasiado. Es solo una forma de entretenimiento “inofensivo” que no tiene ningún significado particular ni para bien ni para mal. Esto, obviamente, es profundamente ingenuo. De hecho, es completamente idiota.

El hecho es que nada de lo que hacemos es “simplemente” algo sin sentido. Cada elección que hacemos tiene un impacto más o menos significativo en nuestras vidas. Las imágenes y el entretenimiento que usamos para llenar nuestra imaginación impactan la forma en que interactuamos con el mundo.

En su documento “Familiaris Consortio”, el Papa San Juan Pablo II señala que el hombre tiene una vocación increíblemente elevada: es decir, amar. Como él escribe:

Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión amorosa personal. Al crear el género humano a su imagen y mantenerlo continuamente en el ser, Dios inscribió en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y por tanto la capacidad y la responsabilidad, del amor y de la comunión. El amor es, pues, la vocación fundamental e innata de todo ser humano (Nro. 11).

Es cierto que esta vocación al amor se puede expresar de mil maneras. Para los católicos, en particular, están las bellas opciones de la vida consagrada o sacerdotal, en las que la persona renuncia a expresar su sexualidad, para entrar más profundamente en comunión con los demás seres humanos, y en definitiva con Dios.

Sin embargo, la forma normativa para que la mayoría de los seres humanos vivan esta vocación de amor es entrar en unión con una persona del sexo opuesto en el matrimonio. En el matrimonio, una persona aprende a trascender sus propios deseos y a poner el bien de su cónyuge antes que el suyo propio, prometiendo amar a su cónyuge con un amor que es tan firme, abnegado y entregado, que ninguna circunstancia de la vida puede interrumpirlo o dañarlo: en otras palabras, un amor que es un emblema del amor incesante y abnegado de Dios por nosotros.

Sin embargo, si se inunda una sociedad con un tsunami de veneno espiritual en forma de pornografía, siempre disponible y en streaming, las consecuencias serán enormes e impredecibles. La expectativa que enmarca nuestra sociedad ya no es que la gente aprenda a dirigir sus apetitos sexuales, a menudo rotos, hacia un ideal más trascendente mediante el largo entrenamiento del matrimonio.

Sin embargo, si damos un paso atrás, podemos ver que esta avalancha de pornografía es simplemente la culminación natural de un proceso que comenzó con el alejamiento de una visión de la dignidad humana que estaba enraizada en la búsqueda del ideal de entrega, de amor abnegado y auto trascendente. El divorcio express, la cohabitación y la cultura del enganche prepararon el terreno para una sociedad en la que un gran número de personas no vean nada malo en expresar la propia sexualidad únicamente en la búsqueda del placer egoísta. Esto no solo ya no se ve a menudo como algo negativo, sino que también se proclama desde los tejados como algo perfectamente “normal” y, de hecho, “saludable”: un medio de “autoexpresión” y autodescubrimiento.

 

La extraordinaria vocación al matrimonio

La Iglesia, sin embargo, con toda su sabiduría, ha reconocido que el valor y el propósito de la vida humana deben medirse no por aquellos aspectos que los seres humanos tienen en común con otros animales, y que fueron quebrantados por el Pecado Original, sino por aquellos aspectos que nos hacen semejantes a Dios: es decir, aquellos aspectos que forman parte de la “imagen y semejanza” de Dios.

Por un lado, existen evidentes similitudes biológicas entre la sexualidad humana y animal. Pero, por otro lado, nuestra naturaleza racional dada por Dios, que está orientada hacia la unión con Dios, ha elevado nuestra sexualidad muy por encima de la de los animales. La unión de un hombre y una mujer ya no es expresión de una función puramente biológica, sino de la unión de las almas en una especie de amor en el que se deja atrás el yo egoísta, ¡y el otro se vuelve como otro yo! Y a través de la expresión de esta unión, nacen almas inmortales completamente nuevas, unidas desde la concepción en un vínculo natural de amor con sus padres, fruto de su amor abnegado.

Qué maravillosa y extraordinaria vocación es el matrimonio, cuando se vive bien. Sin embargo, en lugar de anhelar y buscar esta hermosa visión del florecimiento humano, parece que tantos jóvenes estadounidenses (como estamos viendo en otros países también) han caído en las mentiras de nuestra era hedonista. Volviéndose sobre sí mismos y buscando una comprensión del significado completamente reducida, incluso degradada de la sexualidad humana, se han satisfecho con contemplar las sombras en un estado de soledad, cuando Dios los está llamando a la luz de la realidad.

El matrimonio requiere un gran esfuerzo. Requiere sacrificio y una continua renovación de sí mismo a través de una imitación del amor que Dios tiene por nosotros. Pero eso no es negativo. Todo lo contrario: así es como la mayoría de los seres humanos están llamados a ser más plenamente ellos mismos, más plenamente vivos. Como escribió el Papa San Juan Pablo II en Familiaris Consortio, “Como espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en un cuerpo y un cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado a amar en su totalidad unificada. El amor incluye el cuerpo humano, y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual” (Nro. 11).

En un matrimonio, un hombre y una mujer aprenden a amar como esta totalidad unificada. En cambio, la pornografía, el divorcio, la cohabitación y la cultura del ligue eliminan mucho de la escena. Como alguien dijo una vez, no es que la pornografía muestre demasiado, es que muestra muy poco. Elimina a la persona humana del cuadro, reduciéndola a un cuerpo para ser consumido.

Será necesario que los jóvenes despierten del estupor en el que nuestra sociedad los ha colocado para darse cuenta de que están llamados a mucho más. Oremos para que los jóvenes redescubran el gran bien del matrimonio y den un paso valiente en la búsqueda de un amor que los saque de sí mismos y los lleve hacia Dios.

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