Esta objeción intenta fundarse en la clásica definición filosófica de la persona humana como “una sustancia individual de naturaleza racional” [1]. Esta definición ha influido mucho en el pensamiento occidental, desde por lo menos la Edad Media hasta nuestro días [2].
Sin embargo, aunque la definición en sí misma es correcta (aunque limitada), los que intentan utilizarla para descartar la naturaleza de ser humano del embrión hasta la aparición del cerebro funcional, se equivocan rotundamente. Y dicha equivocación se da tanto a nivel biológico como filosófico.
A nivel biológico, tenemos que constatar, como dice Serra, que en el desarrollo del embrión humano “se da una intensísima vida de relación entre células, tejidos y órganos, mantenida por un continuo, intenso, ordenado y coordinado aumento de células nerviosas [ya] entre la cuarta y sexta semana, cuando aparece el tubo neural, se forman las vesículas cerebrales, empienzan a organizarse los nervios cerebrales y se dan las primeras manifestaciones morfológicas de la corteza cerebral” [3]. Es decir, en primer lugar, las bases del sistema nervioso y del cerebro se empiezan a establecer ya desde mucho antes que la octava semana, como nos acaba de señalar Serra.
Pero dejemos que el científico italiano nos siga ilustrando sobre esta fase del maravilloso desarrollo del embrión humano: “Nos encontramos [en la octava semana] no ante una fase terminal de un proceso dinámico vital donde se inicia la desintegración del individuo. Al contrario, estamos en presencia de un proceso unitario y unificante de todas las partes que van apareciendo paulatinamente: es el sujeto humano en desarrollo que, por la ley ontogenética, exige una diferenciación gradual, y por tanto también la gradual formación de las estructuras cerebrales. Es una gradualidad que no supone saltos cualitativos, sino sólo crecimiento de expresión de las potencialidades ya inscritas en el cigoto” [4].
Lo que Serra está diciendo, y que en realidad ya hemos dicho al responder a la objeción anterior, es que en el cigoto ya está contenido de forma programática, es decir, en su genotipo o composición genética, todo lo que ese ser humano es e irá desarrollando y manifestando con el tiempo, incluyendo la aparición gradual del cerebro. Cuando Serra habla de la “ley ontogenética”, se está refiriendo a lo que dice un poquito después, cuando afirma que el desarrollo del embrión se caracteriza por una “gradualidad que no supone saltos cualitativos, sino sólo crecimiento de expresión de las potencialidades ya inscritas en el cigoto”. Ello quiere decir que el embrión humano se va desarrollando sin que cambie o aumente su ser hasta convertirse en ser humano, sino que, dentro de ese desarrollo, sigue siendo lo que ya es desde su etapa de cigoto: un ser humano. De manera que “ontogénesis” simplemente significa el desarrollo de un ser sin cambios en cuanto a su estatuto de ser lo que ya es.
Esta última constatación, que proviene del dato biológico, sirve también para responder al segundo aspecto de la objeción: el aspecto filosófico. Simplemente queremos señalar que la naturaleza racional del embrión humano ya está presente en el cigoto, por cuanto en él ya está programada la aparición de su cerebro, que es el órgano que nos hace capaces, a los seres humanos, de la actividad racional.
En esto último, hay que señalar algo muy importante. La definición clásica de persona humana, en la cual intenta falsamente basarse la objeción que estamos refutando, no habla de una actividad racional, sino de una naturaleza racional. Es decir, el ser de la persona humana tiene la capacitad inherente para desempeñar la función racional. Pero esa capacidad puede estar temporal o permanentemente impedida, por factores como el propio crecimiento, la enfermedad, la vejez o las lesiones causadas por accidentes. De otro modo, caeríamos en el peligroso y absurdo argumento de decir que tampoco los recién nacidos, los niños muy pequeños, las personas con limitaciones mentales, las personas en estado comatoso, los enfermos de Alzheimer y los ancianos en estado de senilidad, no son personas o seres humanos, es decir, miembros de la especie humana, porque no pueden desempeñar una actividad racional. Incluso, ¡tendríamos que negarle el estatuto de ser humano a las personas cuando están durmiendo!
Hay algunos que hasta llegan a decir el sin sentido de que el embrión es un ser humano, pero no una persona humana. A esos tales podemos reponderles con la siguiente pregunta: ¿Acaso puede haber una ser humano, es decir, un miembro de la especie humana, que no sea una persona? ¿Y quiénes van a determinar, de todos los seres humanos que existen, quiénes son personas y quiénes no? Esa es una postura, además de falaz, muy peligrosa y egoísta, que sirve (y de hecho, ha servido), para justificar toda clase de atropellos contra los derechos humanos.
Notas:
[1]. La definición es del filósofo romano Boecio, quien vivió del año 480 al 520 DC. La definición está citada en Arthur Hyman y James J. Walsh, editores, Philosophy in the Middle Ages, Indianapolis (EEUU): Hackett Publishing Company, 1978, p. 115.
[2]. Ibíd., p. 114.
[3]. A. Serra, “Comincia un essere umano”, en Il Dono della vita, obra a cargo de Elio Sgreccia, editor, Milán: Vita e pensiero, 1987, págs. 103-104. Fuente citada en Monge, págs. 147-148. El énfasis es nuestro.
[4]. Ibíd.
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