Este tema es importante por las siguientes razones:
(1) La anticoncepción es uno de los principales ataques contra el matrimonio y la castidad conyugal [1]. La anticoncepción tiene muchos efectos nocivos, pero el peor de ellos es el efecto que tiene en la mentalidad de los usuarios, sobre todo dentro del matrimonio, ya que éste es el fundamento de la familia y ésta es, a su vez, la base de la sociedad y el santuario de la vida [2].
Se trata de un pernicioso efecto espiritual y moral. La “cultura” de la muerte es el resultado del mal uso de la sexualidad humana. Uno de los factores que más ha contribuido a ese mal uso es la anticoncepción. La cultura de la vida es el fruto de la castidad. La castidad es la virtud que nos capacita para vivir correctamente nuestra sexualidad, según nuestro estado de vida, casados o no. Por lo tanto, no se puede edificar la cultura de la vida, si no se cultiva la castidad. Y no se puede cultivar esta virtud, si no se combate la anticoncepción, que es uno de sus más acérrimos enemigos.
(2) La mentalidad anticonceptiva engendra la mentalidad abortista. Otro terrible efecto de la anticoncepción es que precisamente la mentalidad anticonceptiva engendra una mentalidad abortista [3]. Además de ello, los anticonceptivos que más se usan hoy en día, como la píldora y los dispositivos intrauterinos, son abortivos, al menos parte del tiempo.
(3) Daño en la salud femenina. Finalmente, todos los anticonceptivos, de una forma u otra, son dañinos para la salud, sobre todo de la mujer, quien es la que los usa la mayor parte de las veces.
El estudio de este tema nos motivará a profundizar en el maravilloso don de la sexualidad humana y el matrimonio que Dios nos ha dado. Al conocer más acerca de los daños que hace la anticoncepción, podremos apreciar más la castidad en todas sus dimensiones positivas. Aprenderemos que para establecer la cultura de la vida, hay que establecer primero una cultura de la castidad.
Notas:
[1]. Véase Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2370.
[2]. Véase El Evangelio de la vida, no. 6.
[3]. Véase ibíd., no. 13.
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