El Magisterio ha ido progresivamente indicando las razones de su enseñanza sobre la esterilización. Primero basó su condenación de la esterilización directa en la ley natural.

El Papa Pío XI desarrolló este argumento en su Encíclica sobre el matrimonio cristiano, Casti connubii, publicada el 31 de diciembre de 1930. En este documento el Pontífice enseñó que el hombre tiene un dominio limitado sobre los miembros de su cuerpo. En este ámbito del dominio limitado es que se sitúa la legítima aplicación del principio de la totalidad, principio que después fue tratado muchas veces por el Papa Pío XII.

Según este principio, el hombre puede disponer de los miembros de su cuerpo en la medida en que lo requiera el bien de toda su persona, es decir, para asegurar su propia vida o para evitar daños graves que de otra manera no se podrían eliminar. Por ejemplo, si una pierna padece de gangrena, hay que cortarla para salvar al resto del cuerpo. Es decir, se corta la pierna en bien de la totalidad del cuerpo.

Luego, el Magisterio desarrolló un argumento más personalista. El hombre es una unidad de cuerpo y alma. Teniendo en cuenta tanto la dimensión física como el fundamento espiritual de su dignidad, el Magisterio ha enseñado que la esterilización directa es una ofensa grave a la dignidad de la persona humana.

En esta línea, el Papa Pablo VI, en su Encíclica Humanae vitae, enfatiza, no sólo que la esterilización (y los métodos anticonceptivos) es una manipulación arbitraria del cuerpo humano, sino también un desorden moral intrínseco, ya que separa deliberadamente el aspecto procreativo del aspecto unitivo. Como el aspecto procreativo es un valor muy grande, entonces se sigue que su supresión y separación deliberada y directa del aspecto unitivo constituye un grave mal moral.

Luego, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1975, declaró que la esterilización directa (o anti procreadora) no se dirige al bien integral de la persona, correctamente entendido teniendo en cuenta el orden de las cosas y de los bienes, sino que daña su bien moral, que es el bien más importante. La razón de ello es que la esterilización le priva al acto sexual libremente elegido de un elemento esencial y de mucho valor: su aspecto procreador.

Fuente: José A. Guillamón, El problema moral de la esterilización (Madrid: Libros MC, 1988).

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