Brian Clowes, Ph.D.

Director de Investigación  y Capacitación Provida

Human Life International

Una mentalidad es un conjunto de creencias o suposiciones que dirigen e informan los aspectos morales de la vida de una persona. Especialmente en nuestra época, se puede fabricar y manipular, por medio de la propaganda, la mentalidad de poblaciones enteras, para que muchas personas vivan según esa mentalidad manipulada sin ni siquiera darse cuenta.

Un ejemplo de una mentalidad beneficiosa es aquella con la cual la gente vive con la actitud siempre presente de estar dispuesta a sacrificar la comodidad, las posesiones o aún la propia vida, para poder alcanzar una meta más elevada, como el bien de los demás o de la sociedad. De la misma manera, una “mentalidad de servicio” puede definir a una persona que habitualmente coloca las necesidades espirituales y temporales de los demás, especialmente de los menos afortunados, por encima de sus propios deseos. Estas dos encomiables mentalidades prevalecen a través de una civilización auténticamente cristiana.

Por otro lado, una mentalidad negativa o dañina es la actitud habitual que se funda en el error o en el egoísmo, y que luego puede desestimar verdades o realidades que entran en conflicto con la conducta a la cual la persona se ha acostumbrado, muchas veces sin reflexión alguna. Las mentalidades dañinas conducen a comportamientos peligrosos y desordenados. En tales casos, no se toman en cuenta las consecuencias a largo plazo – aun cuando a la persona se le ha puesto sobre aviso respecto de las mismas – ya que a esa persona le interesan sola y principalmente la satisfacción de sus necesidades o la solución de sus problemas a corto plazo.

En la actualidad, se han fabricado mentalidades dañinas a gran escala y sin precedentes. Se continúa difundiendo estas mentalidades de manera deliberada, en todos los niveles de la sociedad, y con consecuencias catastróficas. Ello es particularmente cierto respecto de las mentiras de la “cultura de la muerte” (como la llamó el Santo Papa Juan Pablo II), la cual recibe un enorme financiamiento. La malévola propaganda de esta “cultura” se encuentra hoy difundida en prácticamente todos los países del mundo. Debido a los numerosos métodos de comunicación en masa, muchas personas se han saturado tanto de falsedades y medias verdades que han llegado a producir en ellas mismas actitudes y mentalidades muy dañinas.

Un ejemplo importante de una mentalidad errónea y peligrosa que se ha difundido mucho y que está gravemente socavando y de-construyendo la sociedad contemporánea es la “mentalidad anticonceptiva”.

Una de las características que identifican a cualquier mal moral es su capacidad para difundirse sin esfuerzo, como un balde de aceite de motor sucio arrojado en un lago de agua limpia. Debido a nuestra naturaleza herida por el pecado, debemos continuamente estar en guardia y luchar contra las seducciones del mundo que apelan a nuestras tendencias pecaminosas, so pena de que caigamos fácilmente en ellas sin ni siquiera darnos cuenta de nuestro lento descenso en el error y la corrupción. Esta vigilancia también implica que estemos conscientes de los errores y los males que nos rodean.

La “mentalidad anticonceptiva” ha sido taladrada cada vez más en las mentes y corazones de la gente en todas partes. De hecho, el mundo entero está nadando en un océano de propaganda anticonceptiva: en revistas y periódicos, en la televisión, en las películas, en la radio, en las vallas publicitarias, y en las escuelas. Las clases de “educación” sexual de las escuelas públicas usualmente tratan en detalle todos los métodos anticonceptivos. El mensaje que insidiosa e inexorablemente se nos adoctrina para que lo aceptemos es la siguiente y enorme mentira: “La anticoncepción es una parte integral e importante del moderno estilo de vida. Todo el mundo  practica la anticoncepción y tienes la obligación de practicarla si eres una persona responsable”.

La anticoncepción y la mentalidad que la acepta son absolutamente esenciales para sostener la “cultura de la muerte”. Esta “cultura” está socavando la civilización cristiana, particularmente a través de la corrupción de la moral sexual y la destrucción de la tradicional célula familiar. A medida que la aceptación de la anticoncepción se ha universalizado, ha surgido una correspondiente y terrible espiral hacia abajo.

En los países donde la anticoncepción es común, las generaciones han crecido conscientes de que sus padres utilizan anticonceptivos. Desafortunadamente, los padres que practican la anticoncepción tienden a tener adolescentes que no son castos, como el Padre Paul Marx, fundador de Human Life International, solía señalar. La desintegración de los valores morales en todos los niveles ha sido insólita, especialmente desde el lanzamiento de la “Píldora” en el mundo en la década de los 60.

La mentalidad anticonceptiva ha envenado profundamente la vida familiar y la Iglesia por medio de disidentes que han hecho mucho ruido y de los ignorantes. Si la gente joven sabe que sus padres han separado el acto sexual de la procreación (que es lo que la anticoncepción hace), ¿por qué no pueden ellos hacer lo mismo? Si los fieles casi nunca escuchan (si es que alguna vez escuchan) a sus sacerdotes decir que el uso de la anticoncepción es gravemente pecaminoso y físicamente peligroso, ¿cómo entonces van a conocer la luz de la verdad?

En medio de este ambiente de error casi universal, y de propaganda por todos lados, nuestros hijos crecen y se hacen adultos moldeados cada vez más por la falsa mentalidad de que el uso de anticonceptivos significa “ser responsables”. La tendencia que se ha desarrollado es una en la cual las parejas de casados (o, en muchos casos, de no casados) se han acostumbrado a la anticoncepción, y hasta la ven como una parte integral de sus “estilos de vida” – el cual siempre será irresponsable y egoísta, mientras sigan practicándola. Desafortunadamente, la mayoría de las parejas “modernas” del mundo occidental no abandonarían la anticoncepción por la regulación natural de la fertilidad (RNF), como tampoco abandonarían sus automóviles por bicicletas, a pesar de que la RNF es más saludable tanto para las personas como para la sociedad.

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