Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Human Life International

 

Primero fue Charlie Gard y ahora es Alfie Evans. Alfie Evans ha muerto. Gracias a Dios, antes de morir, Alfie fue bautizado en la fe de la Iglesia Católica. Por ello, tenemos la plena confianza de que en estos momentos goza de la presencia de su Padre Celestial.

 

Ya no tenemos que orar por él, sino por sus padres, Tom y Kate, y el resto de su familia. También oramos por los millones de personas que fueron tocadas por la vida de este niño y que ahora lloran su muerte. También oramos por los líderes espirituales y legislativos que ahora tienen que decidir cómo van a responder a la controversia global que el caso Alfie ha generado. Una respuesta podría ser una “Ley Alfie” que exigiera al Estado dejar la responsabilidad de la atención primaria de los niños a sus padres.

 

El caso Alfie fue extraordinario desde muchas perspectivas, no siendo la de menor importancia la enorme muestra de simpatía de gran parte del mundo hacia el niño y sus padres. Muchos se sintieron conmovidos por las entrevistas que los padres de Alfie concedieron a los medios en las cuales suplicaban por la vida de su hijo, así como por el valor que mostraron manteniéndose firmes ante el poder totalitario del Estado británico intentando lograr lo que su amor paternal les movía a hacer.

 

Sin embargo, al final, el Estado ganó y Alfie murió. Y ahora que la fuerza de las emociones que desató la batalla legal para salvar a Alfie cede el paso al dolor del duelo, es el momento de preguntarse: ¿Qué hemos aprendido de este caso? ¿Qué se puede hacer para asegurar que otro caso similar no vuelva a ocurrir?

 

Vale la pena recordar que hace menos de un año tuvo lugar el caso Charlie Gard [1]. Este caso hizo que el mundo entero centrara su atención en el Reino Unido. Los detalles de ambos casos son sorprendentemente similares: Dos niños pequeños diagnosticados con enfermedades incurables y mortales, pero cuyos padres estaban en desacuerdo con los médicos en cuanto a los pasos inmediatos que había que dar. En el caso de Charlie, sus padres querían llevar a su hijo a EEUU para someterlo a un tratamiento experimental. Sin embargo, el hospital se lo prohibió aduciendo el argumento de que dicho tratamiento no respondía a los “mejores intereses” del niño. En el caso de Alfie, sus padres querían que el niño continuara conectado al respirador. Pero el hospital argumentó (usando las palabras textuales de un magistrado) que “el mantener vivo a Alfie no respondía a los mejores intereses del niño”.

 

La crucial similitud entre ambos casos es que en cada uno de ellos la decisión final, en cuanto a lo que constituía el “mejor interés” de los menores, fue colocada por parte de los magistrados en manos de los hospitales y no de los padres.

 

Al dar la bienvenida a los padres de Charlie Gard a la Casa Blanca en diciembre de 2017, el vicepresidente Mike Pence expresó por medio de un “tweet”: “El amor y la devoción paternales que han demostrado a su hijo son dignos de admiración y constituyen un recordatorio de lo valiosa que es toda vida humana”.

 

En ambos casos, los que apoyaron a los hospitales y al Estado británico tendían a centrar la atención en los asuntos médicos pertinentes. Desde el punto de vista médico, ambos casos eran muy complejos, ya que los niños sufrían de enfermedades muy raras y, en uno de ellos, carente de diagnóstico. Por consiguiente, el ciudadano de a pie no era capaz de comprenderlos. De manera que el argumento de los que apoyaron a los hospitales y al Estado se resumía en: “Confiemos en los expertos”. O, para ser más precisos: “Confiemos en estos expertos”, ya que ni siquiera los expertos estaban siempre de acuerdo con los detalles médicos que rodeaban ambos casos.

 

Por otro lado, los que apoyaban a Charlie y a Alfie tendían a no centrarse en las complejidades médicas de ambos casos y, en vez de ello, en los derechos de sus padres. Estoy convencido de que estos últimos tenían toda la razón. El reconocimiento de los derechos paternos es el asunto definitivo en ambos casos y de forma dramática los simplifica. Además de ello, ayuda a clarificar la gran importancia de los valores que están en juego.

 

Nota:

[1]. Ver https://www.hli.org/2017/07/case-charlie-gard/.

 

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