Monseñor Michel Schooyans

Desde hace algunos años, el sentido de las palabras “mundialización” y “globalización” se ha hecho un poco más preciso. Por “mundialización” se entiende ahora la tendencia que lleva a la organización de un único gobierno mundial. El acento se coloca sobre la dimensión política de la unificación del mundo. En su forma actual, tal tendencia fue desarrollada por diversas corrientes estudiadas por los internacionalistas [1].

Al mismo tiempo en que el término “mundialización” adquiere una connotación esencialmente política, la palabra “globalización” adquiere una connotación fundamentalmente económica. La multiplicación de los intercambios y la mejora de las comunicaciones internacionales estimulan a hablar de una integración de los agentes económicos a nivel mundial. Las diversas actividades económicas serían divididas entre los diferentes Estados o regiones. El trabajo sería dividido: a unos les corresponderían, por ejemplo, las tareas de extracción, a otros, aquellas de transformación. Finalmente, en la cúspide del sistema de toma de decisiones, se encontrarían aquellos avocados a las tareas de producción tecnológica y de coordinación mundial. Dicha visión de la globalización es francamente liberal. Sin embargo, con una cierta reserva aunque sean preconizadas de manera amplia la libre circulación de bienes y capitales, lo mismo no se da con respecto a la libre circulación de personas [2].

En los documentos recientes de la ONU, el tema de la globalización surge con más frecuencia que el de la mundialización, no obstante ambos conceptos no son contradictorios ni compiten entre sí. La ONU incorpora las concepciones corrientes que acabamos de mencionar. Sin embargo, aprovecha la percepción favorable a la actual concepción de la globalización para someter esa palabra a una alteración semántica. La globalización es reinterpretada a la luz de una nueva visión del mundo y del lugar del hombre en el mundo. Esta nueva visión se denomina “holismo”. Esta palabra, de origen griego, significa que el mundo constituye un todo, dotado de más realidad y más valor que las partes que lo componen. En ese todo, el surgimiento del hombre no es más que un avatar en la evolución de la materia. El destino inexorable del hombre es la muerte, desaparecer en la Madre-Tierra, de donde nació.

El gran todo, llamémoslo así para simplificar, la Madre-Tierra, o Gaia, trasciende por lo tanto al hombre. Éste debe doblarse a los imperativos de la ecología, a las conveniencias de la Naturaleza. La persona no solamente debe aceptar no destacarse más en el medio ambiente; sino que debe también aceptar no ser más el centro del mundo. Según dicha lectura, la ley “natural” no es más que aquella escrita en su inteligencia y en su corazón; es la ley implacable y violenta que la Naturaleza impone al hombre. La “biblia” ecológica presenta al hombre como un depredador, y como toda población de depredadores, la población humana debe, de acuerdo con esta concepción, ser contenida dentro de los límites de un desarrollo sustentable. La persona, por lo tanto, no sólo debe aceptar sacrificarse hoy a los imperativos de Madre-Gaia, sino que también debe aceptar sacrificarse a los imperativos de los tiempos venideros.

La ONU está en proceso de elaborar un documento muy importante sistematizando esa interpretación holística de la globalización. Se trata de la “Carta de la Tierra”, de la cual innumerables borradores ya fueron divulgados y cuya redacción se encuentra en fase final. Dicho documento sería invocado no sólo para superar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, sino también, según algunos, para reemplazar al propio Decálogo. Veamos, a título de ejemplo, algunos extractos de dicha Carta:

“Nos encontramos en un momento crítico de la historia de la Tierra, el momento de escoger su destino… Debemos unirnos para fundar una sociedad global durable, fundada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de la paz…

“La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo… El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común a todos los pueblos. La protección de la vitalidad, de la diversidad y de la belleza de la Tierra es un deber sagrado…

“Un aumento sin precedentes de la población humana sobrecargó los sistemas económicos y sociales…

“En consecuencia, nuestra opción es formar una sociedad global para cuidar de la Tierra y cuidarnos los unos a los otros o exponernos al riesgo de destruirnos a nosotros mismos y destruir la diversidad de vida…

“Precisamos con urgencia de una visión compartida respecto de los valores básicos que ofrezcan un fundamento ético a la comunidad mundial emergente…”

Para consolidar dicha visión holística del globalismo, deben ser aplanados algunos obstáculos y elaborados ciertos instrumentos. Las religiones en general, y en primer lugar la religión católica, figuran entre los obstáculos que se deben neutralizar. Fue con ese objetivo que se organizó, dentro del marco de las celebraciones del milenio en septiembre del 2000, la Cumbre de líderes espirituales y religiosos. Se busca lanzar la “Iniciativa unida de las religiones” que tiene entre sus objetivos velar por la salud de la Tierra y de todos los seres vivos. Fuertemente influenciado por la Nueva Era, dicho proyecto apunta a la creación de una nueva religión mundial única, lo que implicaría inmediatamente la prohibición a todas las otras religiones de hacer proselitismo. Según la ONU, la globalización no debe involucrar solamente las esferas de la política, de la economía, del derecho; debe involucrar el alma global.

Representando a la Santa Sede, el Cardenal Arinze no aceptó firmar el documento final, que colocaba a todas las religiones en un mismo pie de igualdad [3].

Entre los numerosos instrumentos elaborados por la ONU respecto de la globalización, merece ser mencionado aquí el “Pacto mundial”. Dicho “Global Contract», o “Pacto mundial”, sería una necesidad para regular los mercados mundiales, para ampliar el acceso a las tecnologías vitales, para distribuir la información y el saber, para divulgar los cuidados básicos en materia de salud, etc. Dicho pacto ya recibió numerosos apoyos, entre otros, de la Shell; de Ted Turner, propietario de la CNN; de Bill Gates e incluso de numerosos sindicatos internacionales.

Sin embargo, es en el plano político y jurídico que el proyecto de la ONU de la globalización se hace más inquietante. En la medida en que la ONU, influenciada por la Nueva Era, desarrolla una visión materialista, estrictamente evolucionista del hombre, desactiva la concepción realista que está subyacente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Los “nuevos derechos humanos”, según la ONU actual, surgirán a partir de procedimientos consensuales que pueden ser reactivados indefinidamente. No son más la expresión de una verdad inherente a la persona; son la expresión de la voluntad de aquellos que deciden. De aquí en adelante, mediante tal procedimiento, cualquier cosa podrá ser presentada como “nuevo derecho” de la persona: derecho a uniones sexuales diversas, al repudio, a hogares monoparentales, a la eutanasia, mientras se aguarda el infanticidio, ya practicado, la eliminación de deficientes físicos, los programas eugenésicos, etc. Es por dicha razón que en las asambleas internacionales organizadas por la ONU, los funcionarios de esta organización se empeñan en llegar al consenso. De hecho, una vez adquirido, el consenso es invocado para hacer que se adopten convenciones internacionales que adquieren fuerza de ley en los Estados que las ratifican.

Al controlar el derecho – colocándose, de manera definitiva, como la única fuente del derecho y pudiendo a todo momento verificar si ese derecho es respetado por las instancias ejecutivas – la ONU entroniza un sistema de pensamiento único. Se constituye entonces un tribunal a la medida de su sed de poder. De esta manera, los crímenes contra los “nuevos derechos” del hombre podrían ser juzgados por la Corte Penal Internacional, fundada en Roma en 1998. Por ejemplo, en el caso en que el aborto no fuera legalizado en un determinado Estado, este último podría ser excluido de la “sociedad global”; en el caso en que un grupo religioso se opusiese a la actividad homosexual o a la eutanasia, dicho grupo podría ser condenado por la Corte Penal Internacional por atentar contra los “nuevos derechos humanos”.

La Iglesia no puede dejar de oponerse a dicha globalización, que implica una concentración de poder que exhala totalitarismo. Delante de una “globalización” imposible, que la ONU se esmera en imponer alegando un “consenso” siempre precario, la Iglesia debe aparecer, semejante a Cristo, como señal de división [4]. No puede endosar ni una “unidad” ni una “universalidad” que estuvieran por encima de las voluntades subjetivas de los individuos o impuestas por alguna instancia pública o privada. Frente al surgimiento de un nuevo Leviatán, no podemos permanecer callados ni inactivos ni indiferentes.

Monseñor Michel Schooyans es profesor emérito de la Universidad de Lovaina, miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, consultor del Pontificio Consejo Justicia y Paz y del Pontificio Consejo para la Familia.

Datos sobre la versión completa de este artículo: traducción: Doctora Beatriz de Gobbi, publicado por: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana

[http//www.imdosoc.org]

, fuente original: Pro-Vida [pro-vida@fibertel.com.ar], 28 de julio, 2010.

Nota de VHI: Para conocer más acerca de la ONU, visite: http://www.vidahumana.org/vidafam/onu/onu_index.html.

Notas:

[1]. Ver a ese propósito, HARDT Michael y NEGRI Antonio, Empire , Cambridge, Massachussets, Harvard University Press, 2000.

[2]. Entre los primeros teóricos modernos de esa concepción, podemos mencionar Francisco de Vitoria (con su interpretación del destino universal de los bienes) y Hugo Grotius (con su doctrina de la libertad de navegación).

[3]. Fue en esa ocasión que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó su declaración Dominus Iesus.

[4]. Cfr. Lc 2, 33s; 12, 51–53; 21, 12–19; Mt 10, 34–36; 23; 31s; Jn 1, 6; 1 Jn 3, 22–4, 6.