Redescubramos la visión cristiana de la sexualidad y del matrimonio

 

Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Human Life International

 

Publicado originalmente en inglés el 18 de Abril del 2022 en: https://www.hli.org/2022/04/rediscovering-a-christian-vision-of-sex-and-marriage/

 

Publicado en español en el Boletín Electrónico “Espíritu y Vida” de Vida Humana Internacional.

Vol. 6.

No. 18.

27 de abril de 2022.

 

 

“El amor es paciente, el amor es amable. No tiene envidia, no se jacta, no es orgulloso. No deshonra a los demás, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no lleva registro de los errores. El amor no se deleita en el mal sino que se regocija con la verdad. Siempre excusa, siempre confía, siempre espera, siempre persevera”. ─ 1 Corintios 13:4-7

 

Hace unos días The Washington Post publicó un notable ensayo en el cual la autora Christine Emba pedía que se desarrollase una “nueva ética sexual”. Como argumentó Emba, en lugar de la ética sexual moderna que juzga los encuentros sexuales basándose únicamente en un “consentimiento” pasajero, lo que necesitamos es una nueva ética que defienda cosas como las relaciones sexuales dentro de un contexto de “saber escuchar”, “ser servicial” y “tener responsabilidad mutua”.

 

El ensayo de Emba me recordó una historia que G.K. Chesterton relata en la introducción a su brillante defensa del cristianismo, es decir la ortodoxia.

 

La imaginativa historia de Chesterton trata sobre un aventurero que parte de las costas de Inglaterra con la esperanza de descubrir nuevas tierras. Sin embargo, mientras navega se pierde irremediablemente. Finalmente, explora la costa de Inglaterra, pero cree erróneamente que se encuentra en una isla desconocida en los mares del sur. El audaz aventurero aterriza en la costa y planta una bandera, reclamando lo que él cree que es una nueva isla para Inglaterra, pero que en realidad ya es Inglaterra.

 

Chesterton cuenta esta historia como una alegoría de su propia relación con el cristianismo. Como joven agnóstico, rechazó su educación cristiana y se dispuso a desarrollar una filosofía nueva y audaz que proporcionaría respuestas a sus preguntas más importantes. Al final, sin embargo, se dio cuenta de que simplemente había redescubierto el cristianismo. Como dijo en una frase famosa: “Traté de fundar una herejía propia; y cuando le hube dado los últimos toques, descubrí que era realmente la ortodoxia.”

 

Aunque ella no lo sepa, Emba está en un viaje como el de Chesterton. Ella cree que es una aventurera audaz al desechar la “ortodoxia” actual que basa la ética sexual puramente en una noción superficial del “consentimiento” y al abogar por algo tan “radical” y “subversivo” como la entrega mutua.

 

Pero, por supuesto, esta “novedad radical” es simplemente lo que la civilización cristiana ha enseñado durante más de 2000 años.

 

Las relaciones sexuales casuales son una receta para el desastre

 

Sin embargo, lo que el ensayo de Emba deja muy claro es cuán urgentemente nuestra cultura necesita redescubrir esta antigua ética sexual. Sus descripciones de la escena moderna de las “citas” son sombrías más allá de las palabras. Mi corazón se quiebra al leer acerca de hombres y mujeres jóvenes que ella describe que nunca han conocido nada mejor. Emba describe las experiencias de una muchacha de veinticinco años a quien llamaremos por medio del nombre ficticio de “Rachel”. Aunque Rachel le dice a Emba que nunca se ha visto obligada a hacer nada que no quisiera hacer, ella, sin embargo, “recibió una lista de encuentros infelices con posibles parejas románticas: relaciones sexuales consentidas por un sentido equivocado de cortesía, actos extremos solicitados y ocasionalmente permitidos, insultos degradantes a medida que se desarrollaban las cosas, y arrepentimientos posteriores”.

 

Rachel no es un caso inusual. A pesar de haber tenido el concepto de “consentimiento” en sus cabezas desde que eran niños, muchos de los jóvenes con los que habló Emba admitieron que habían tenido encuentros sexuales problemáticos que, en el mejor de los casos, los habían dejado con una sensación de vacío y, en el peor, gravemente degradados o asustados.

 

Una mujer de 30 años, llamada Kaitlin, le dijo a Emba que ha estado saliendo con un hombre que le gusta. “Pero”, agregó, “él me ahoga durante las relaciones sexuales”. Kaitlin luego le pregunta a Emba: “Quiero decir, ¿Qué piensas? ¿Está bien?”

 

Hay tanto error en esa última oración que es difícil saber por dónde empezar. Como Emba señala acertadamente, aquí hay un caso en el que el “consentimiento” salió terriblemente mal. Técnicamente, esta mujer ha “consentido” con el comportamiento violento de su novio. Al menos, ella no se ha pronunciado en contra. Y, sin embargo, no hay duda de que Kaitlin está siendo abusada. Sin embargo, ha estado tan condicionada por la cultura del “consentimiento” casual que ni siquiera puede formular por qué se siente incómoda o por qué desea algo más que un encuentro sexual.

 

La cultura del “consentimiento casual” aumenta las relaciones sexuales violentas

 

Trágicamente, la historia de Kaitlin está lejos de ser infrecuente. En 2019, The Atlantic publicó una historia con el titular nauseabundo: “El alarmante aumento de la asfixia durante las relaciones sexuales”. El título señala que “una cuarta parte de las mujeres en los Estados Unidos informan sentirse asustadas durante las relaciones sexuales”.

 

En un estudio que involucró a 347 participantes, 23 dijeron que sus compañeros habían tratado de asfixiarlas “inesperadamente” durante las relaciones sexuales. Las mujeres también informaron que hubo un aumento de una variedad de otros comportamientos sexuales violentos, muchos de los cuales son demasiado perturbadores y gráficos para describirlos aquí.

 

Estos comportamientos se han generalizado y normalizado debido al ascenso meteórico de la pornografía, a menudo, violenta. Las estadísticas muestran que una abrumadora mayoría de hombres (y un porcentaje cada vez mayor de mujeres) miran grandes cantidades de pornografía que rutinariamente describen la asfixia y otros actos violentos como deseables. El resultado predecible es que algunos de estos espectadores están siendo condicionados a desear estas cosas para sí mismos y están poniendo en práctica estos comportamientos en la vida real.

 

El resultado más perturbador, sin embargo, es que aquellos que no quieren hacer estas cosas, y simplemente buscan amor y romance, se sienten presionados a “dar su consentimiento”, porque, después de todo, “todo el mundo lo está haciendo” y “no es la gran cosa [como para preocuparse].” Como escribe Emba: “la presión para decir ‘sí’ se siente más como una presión para no decir ‘no’, para estar a la altura del estereotipo de ‘mujeriego insensible’ que los bajos estándares de la cultura del consentimiento todavía parecen permitir”.

 

Como señala Emba, algunas personas, reconociendo los problemas que ha producido la ética del “consentimiento” casual, han argumentado que el consentimiento por sí solo no es suficiente. Los depredadores siempre presionarán y ampliarán los límites, obteniendo un “consentimiento” poco entusiasta que es suficiente para protegerlos de las consecuencias legales. Lo que se necesita es un consentimiento “manifiesto”. Además, obtener el consentimiento al comienzo de un encuentro sexual no es suficiente. Las personas deben obtener el consentimiento en cada paso del camino.

 

Pero esto no es más que un caso igual a mover sillas en el Titanic. No aborda el problema fundamental. Ignora el hecho de que “las relaciones sexuales casuales” son una contradicción en términos. No importa cuánto intentemos reescribir el significado del acto sexual, éste, sin embargo, tiene ciertos significados intrínsecos que no se pueden erradicar. Es un acto profundamente íntimo, un acto propio y exclusivo de los cónyuges (Catecismo de la Iglesia Católica, Nro. 2360). En el amor conyugal, los esposos se dicen el uno al otro: “Me entrego a ti, sin reservas, totalmente”. Es un dar y un recibir, ordenados siempre y en última instancia a la procreación y a la unión de los esposos.

 

Convertir las relaciones sexuales en un pasatiempo, en un juguete, en el que los participantes se salen con la suya en lo que pueden obtener “consentimiento”, es burlarse de ello. Y es, como muchos están aprendiendo, invitar a la desilusión, la angustia, el dolor y el abuso. Como dice Emba, “una confianza excesiva en el consentimiento como la única solución en realidad podría empeorar el malestar que siente tanta gente: si estás siguiendo las reglas y sigues sintiendo que todo es horrible, ¿qué se supone que debes concluir?”.

 

Redescubramos el amor auténtico

 

Emba describe cómo en un momento dado se topó con la definición de amor de Sto. Tomás de Aquino: “querer el bien del otro”.

 

“Desear el bien”, explica, “significa preocuparse lo suficiente por otra persona para considerar cómo sus acciones (y sus consecuencias) podrían afectarla, y luego elegir no actuar si el resultado fuera negativo. Es una preocupación mutua: pensar en alguien que no sea usted mismo y luego esforzarse para que su experiencia sea tan buena como usted espera que sea la suya”.

 

Emba se pregunta con nostalgia qué pasaría si construyéramos una nueva ética sexual basada en esta idea del amor.

 

Quizás lo más triste del ensayo de Emba es que la idea de construir una ética sexual como esta le parece una idea radical. Como deja en claro en su ensayo, el intento de la cultura occidental de redefinir las relaciones sexuales, el matrimonio y la familia ha dejado un rastro de devastación, confusión y angustia. Ha dejado a toda una generación de personas con una idea tan pobre de la sexualidad y el amor que ni siquiera pueden imaginar una cultura de citas en la que las personas estén realmente interesadas en velar por el bienestar de los demás, eligiendo en cambio actuar castamente, dirigiendo su propia sexualidad y sus facultades de manera correcta, racional, respetando la dignidad de la persona humana.

 

Una mayoría dentro de la cultura occidental no solo es insensible a una comprensión auténtica del amor y la naturaleza del matrimonio, sino que también es sorda a la verdad cuando se le habla de ella. Para la mayoría, el amor se define como felicidad. Y la felicidad se define como “aquello que hace que uno se sienta bien”. La gratificación instantánea es oro.

 

A las generaciones más jóvenes se les ha enseñado toda la vida que tienen la “libertad” de tener relaciones sexuales con quien quieran, cuando quieran. Ya no están “encadenados” por las antiguas reglas morales. Un acto sexual ya no es algo especial que reservamos para el matrimonio. Es un juguete que podemos utilizar para obtener placer y felicidad de acuerdo con nuestras propias normas.

 

Excepto que ahora la gente está aprendiendo que en el momento en que “desatas” las relaciones sexuales de las antiguas reglas morales esas relaciones se convierten en una bestia voraz que se vuelve contra ti. Como dice el Catecismo, “La lujuria es el deseo desordenado o el disfrute desordenado del placer sexual. El placer sexual es moralmente desordenado cuando se busca por sí mismo, aislado de sus fines procreadores y unitivos” (Nro. 2351).

 

Cuando Emba clama por un “nuevo” enfoque de las relaciones sexuales, lo que realmente está pidiendo, aunque no lo sabe, es una restauración del ideal cristiano del matrimonio. El placer sexual pertenece a una unión permanente y de por vida entre un hombre y una mujer, en la que cada miembro de la pareja está dispuesto a conocer y aceptar las consecuencias emocionales y físicas de las relaciones sexuales, incluida la nueva vida humana. Solo en una relación así la mujer puede sentirse segura y valorada por lo que es. Solo en tal unión se reta a un hombre a canalizar sus deseos sexuales de una manera que respete a su esposa (y a sí mismo) y lo haga un mejor hombre. Sólo en tal unión el acto sexual se vuelve dador de vida y amoroso.

 

El acto sexual no debe ser un mero encuentro de cuerpos, en el que los dueños de esos cuerpos obtengan todo el placer que puedan por todos los medios necesarios, siempre que obtengan el “consentimiento” del otro. Debe ser un encuentro entre un hombre y una mujer (acto propio y exclusivo de los cónyuges), que en lugar de estar enfocados en tomar, se empeñan en dar, que están expresando el tipo de amor descrito por San Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Un amor que es paciente, amable y generoso. Un amor que protege, confía, espera y persevera.

 

Esto es lo que buscan Emba y las otras mujeres a las que ella entrevistó. Es por eso por lo que sus corazones se sienten vacíos y por eso se sienten utilizadas como objetos de placer y no tratadas con amor, como personas.

 

Una enorme angustia y dolor ha invadido a las generaciones más jóvenes porque se tragaron la diabólica mentira de la revolución sexual: de las “relaciones sexuales sin consecuencias”. Esperemos que el ensayo de Emba inicie una conversación nueva y honesta sobre el amor y la sexualidad, fomentando un retorno radical a la antigua sabiduría.

 

VHI agradece a José A. Zunino la traducción de este artículo.