“La persona es el recurso más grande de la humanidad”.

Hay dos eventos muy importantes, organizados por el Vaticano, que tendrán lugar próximamente y a los cuales debemos prestar mucha atención: uno, de la Pontificia Academia para la Vida (PAV), del 5 al 7 de octubre, y el otro, de la Pontificia Academia para las Ciencias (PAC), del 2 al 4 de noviembre.

Esta será la primera vez que la PAV se reúne desde que el Papa Francisco inauguró sus nuevos estatutos en octubre de 2016 y designó una nueva lista de miembros. Mientras tanto, en su segunda reunión del presente año, la PAC una vez más centrará su atención en los controversiales temas del control demográfico y el cambio climático. El título del encuentro es “La salud de los pueblos, la salud del planeta y nuestra responsabilidad: Cambio climático, contaminación del aire y salud”.

Muchos de ustedes saben que hay líderes provida y defensores de la familia que tienen una creciente preocupación acerca de una aparente falta de enfoque, por parte de estas dos academias, en los ataques más directos contra la vida humana y la familia por parte de gobiernos antivida, instituciones académicas, la ONU y sus organismos, otras organizaciones no gubernamentales (ONGs) y corporaciones internacionales.

En otras palabras, si bien hay temas de gran importancia que afectan la vida humana y la familia y que exigen diálogo – como el clima, la contaminación, la corrupción gubernamental, la inmigración, la guerra, la paz, el cuidado de la salud, etc. – no puede haber un auténtico progreso en ninguno de estos asuntos hasta que reconozcamos la necesidad de proteger el derecho a la vida de todo ser humano, nacido o por nacer. Todos los demás temas giran en torno a esta verdad fundamental e incontrovertible. Y está claro que el derecho a la vida debe ser, sin vacilaciones de ningún tipo, el punto de partida de cualquier coloquio dentro de la Iglesia.

Santa Madre Teresa de Calcuta, que denunció el abominable ataque contra la dignidad de toda persona humana, especialmente los marginados, los pobres, los enfermos, los vulnerables y los abandonados, comprendió a plenitud las consecuencias que se derivan de tratar la vida humana con indiferencia:

No debemos sorprendernos cuando nos enteramos de asesinatos, matanzas, guerras y odios. Si una madre puede matar hasta a su propio hijo, lo que queda para el resto de la humanidad es que nos matemos unos a otros.

Sin embargo, a medida que enfrentamos a los mercaderes de la muerte y su campaña “religiosa” contra la vida y la familia, algunos católicos y activistas provida sienten desasosiego ante la aparente falta de liderazgo por parte de ciertos miembros de la Iglesia. Hay líderes dentro de la Iglesia que no están alzando su voz sin componendas a favor de la doctrina católica sobre la vida y la familia. Ello es totalmente cierto en relación con la manera en que la PAC ha abordado las preguntas en torno al control demográfico. Incluso, recientemente la PAC ha llegado a invitar a conocidos promotores del control demográfico, como Paul Ehrlich, para que dirijan la palabra a los participantes de congresos que este dicasterio ha organizado, casi sin que ninguna voz auténticamente católica contrarrestara sus ideologías y sus agendas.

A menudo escuchamos a los falsos profetas del control demográfico decir que “la población mundial se está duplicando cada 35 años” y que “cada año tenemos que alimentar a 90 millones de nuevas bocas”. En realidad, la tasa de aumento de la población mundial ha estado disminuyendo abruptamente desde 1970, cuando ésta era de 2.05% por año, a la tasa actual de 1.09%.

Según la Red de Información sobre la Población de la ONU, si las tasas actuales de crecimiento demográfico se mantienen constantes, la población mundial dejará de aumentar entre 2050 y 2075. En ese momento, la población mundial comenzará a disminuir rápidamente. Para los fatalistas de la población ello es una buena noticia. Sin embargo, ya estamos experimentando las consecuencias negativas de una población declinante. Por ejemplo, Europa está perdiendo más de un millón de habitantes por año, y perderá la mitad de su población para el año 2100. La aterradora situación política y económica de Grecia, nos ofrece un ejemplo más concreto aun de las ramificaciones de este invierno demográfico.

A los “profetas” de mal agüero de la falsa “sobrepoblación” y a los mercaderes de la muerte les encanta llamar la atención acerca de zonas urbanas sobrepobladas, como Manila, Ciudad de México, Nueva Deli y Nairobi. Pero nunca ponen al descubierto la verdadera razón de esa migración de personas del campo a la ciudad.

Quieren hacernos creer y aceptar, y en particular a la Iglesia, que la “sobrepoblación” es la plaga más grande de la humanidad. No se deje embaucar. La “sobrepoblación” no es lo que amenaza a la humanidad, sino algo mucho más siniestro: la mala distribución de la población. Esta mala distribución de la población ha sido facilitada por la corrupción política y gubernamental, las erróneas políticas nacionales e internacionales, la falta de un auténtico desarrollo social y económico, los conflictos armados, etc. – en otras palabras, el pecado.

Todos estos problemas han causado que millones de personas huyan de sus hogares y países buscando lugares donde puedan encontrar seguridad y sostén para sus familias. Muchos se han visto obligados a dejar sus casas y sus familias en busca de oportunidades para simplemente sobrevivir. Consideremos, por ejemplo, las grandes poblaciones de inmigrantes a Macao, Taiwán y Dubái. ¿Qué atrae a decenas de miles de africanos, indios y filipinos hacia esas áreas? La necesidad de un empleo y de suplir las necesidades más básicas.

Esta migración a gran escala también ha afectado mucho a la familia. Debido a una prolongada separación de sus familias y estructuras de apoyo, hemos visto que entre estas personas está teniendo lugar un creciente aumento de la infidelidad, el divorcio, la promiscuidad (la fornicación), el aborto y la adicción a la pornografía. Tristemente, pocas personas en posiciones de liderazgo e influencia, incluso dentro de la Iglesia, están hablando acerca de esta realidad tan destructiva.

La agenda de los controladores de la población y su “solución” a los problemas de la humanidad es proporcionar más acceso a la anticoncepción y el aborto, especialmente con el objeto de disminuir las poblaciones crecientes del mundo en desarrollo. Sin embargo, sus planes y métodos no resuelven para nada la corrupción, la pobreza ni la mala distribución. No hacen nada para mejorar las auténticas metas y el potencial de una nación y su gente. Simplemente se dedican a hacer que las familias numerosas que son pobres sean familias pequeñas que siguen siendo pobres.

Emil Hagamu, de Dar es Salaam, capital de Tanzania, Director Regional del África Anglófona de Human Life International, lo expresa con mucha precisión:

Los africanos necesitan ayuda para la infraestructura. Necesitan buenas carreteras, buenos hospitales y medicinas, y buenas escuelas. No necesitan condones ni anticonceptivos ni abortos.

Desde 1996, EEUU y otros países ricos han gastado un total $150 mil millones en todo el mundo en programas anti-vida. En particular, en África, este colosal malgasto ha sido de más de $65 mil millones. Los únicos resultados de estos programas han sido la explotación, la violación de los derechos fundamentales y de los valores culturales de las personas y un asqueroso paternalismo.

La verdadera tarea que tenemos por delante es ayudar a los países en desarrollo a invertir en sus propios pueblos y territorios, así como fomentar leyes, políticas y aspectos culturales que reconozcan la dignidad de toda persona humana, proteger la propiedad y el emprendimiento privados, y priorizar las oportunidades educativas.

Así lo expresó San Juan Pablo II, cuando reiteró el rechazo del socialismo por parte de la Iglesia, en su Encíclica Centesimus Annus, no. 13:

El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar “suyo” y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana.

En la “cultura” anti-vida o de la muerte, cualquiera que sostenga esta postura verdadera sin componendas acerca de la dignidad de la vida humana y el deber de defenderla es inmediatamente etiquetado de “radical”, “mente cerrada”, “rígido” y otras sandeces por el estilo. De esa manera se le margina de cualquier diálogo o debate legítimo.

Pero tengo la esperanza que las dos agencias vaticanas que he mencionado al comienzo de este artículo darán un testimonio heroico y contra-cultural acerca de la verdad sobre la vida humana y la familia. Este es el deber de la Iglesia: defender la verdad, denunciar la injusticia y proteger a los indefensos. La Iglesia debe denunciar toda violencia contra la dignidad humana, comenzando con la denuncia del ataque contra el bebé por nacer.

Que estos dos dicasterios de la Iglesia, que tienen la potestad de marcar la diferencia en este debate, comiencen con este principio fundamental: cada persona humana ha sido creada a imagen de Dios y ha sido llamada por Él a participar en su potencia creadora para transformar el mundo y ha sido destinada a compartir con Él la vida eterna.

No puede haber un auténtico desarrollo de los pueblos, naciones y culturas mientras la vida humana y la familia sigan siendo amenazadas.

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