Otros promotores de la eutanasia también dicen que la razón por la cual nosotros nos oponemos a ella es porque nuestra religión, o Dios, nos lo prohíbe, pero que otras personas tienen otras creencias y que, entonces, para ellas la eutanasia no es mala.
Ello no es cierto, los que nos oponemos a la eutanasia lo hacemos tanto por la fe en Dios como también por argumentos humanos, los cuales se pueden defender sin apelar a la religión.
La razón fundamental de que nadie tiene el “derecho” a matarse o ayudar a otros a hacerlo es porque todos tenemos una dignidad, es decir, un valor intrínseco y absoluto, y los valores no se destruyen, se protegen y se aman. En realidad la base de la salud mental y del mismo amor es el valor de la persona. Si yo pierdo el sentido de mi propio valor o dignidad (la dignidad nunca se pierde), eso equivale a perder mi auto-estima y mi salud mental. Lo que yo necesito en ese caso es que me ayuden a recuperar ese sentido, esa autoconsciencia de mi propio valor como persona, no que me liquiden o que me “ayuden” a liquidarme.
Si la sociedad pierde el sentido o la conciencia del valor incondicional de la persona humana, perderá también la capacidad de amar incondicionalmente, ya que el amor y el valor son realidades correlativas, no se ama lo que no se percibe como un valor. ¿Qué será entonces de nuestra sociedad, de nuestras familias, de nuestros matrimonios? Si los esposos no se aman de esa manera, si los padres no aman a sus hijos de esa manera y viceversa, si los ciudadanos no se aman o al menos no se respetan de esa manera, ¿qué pasará con las generaciones posteriores, cómo crecerán nuestros hijos, qué clase de ser humano tendremos en el futuro? Una sociedad que no es capaz de servir auténticamente (eso es amar) a sus miembros más débiles ha perdido el sentido de su propia humanidad y de lo que significa ser civilizado. Se ha convertido en una sociedad caracterizada por la barbarie, una sociedad donde el hombre es el lobo del hombre. Es una sociedad donde se pisotea ese derecho y ese deseo que está sembrado en lo más profundo del corazón de toda persona, lo admita explícitamente o no, de que lo traten como persona y no como una cosa, que lo traten como un fin en sí misma y no como un medio para otro fin.
La mentalidad en pro de la eutanasia y del suicidio asistido lleva en sí misma el germen de la destrucción social y de lo que significa ser persona, por ello debe ser denunciada y refutada por todos los medios legítimos a nuestro alcance. Pero no sólo eso, debe ser también sustituida por una mentalidad a favor de la vida y del amor, por una mentalidad a favor de la protección de los más débiles y enfermos, por un progreso adecuado en el campo de la salud, por una mentalidad creadora de formas cada vez mejores de compasión y ternura y por un correspondiente léxico pro vida: “persona” no “vegetal”, “vida humana” no “vida sin sentido”, etc. En definitiva se trata de construir una civilización en pro de la persona y no en contra de ella.
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