La explosión de la “bomba demográfica”, que varias proyecciones de la ONU han anunciado y que P.R. Ehrlich y otros han llamado un “diluvio apocalíptico” o un “cáncer”, no ha ocurrido. Al contrario, la tasa de crecimiento demográfico está disminuyendo en todas partes. Las predicciones de los neo-maltusianos, que atemorizaron a muchos y que fueron usadas para justificar el financiamiento del control demográfico y el aborto alrededor del mundo, han demostrado ser falsas. La gran pregunta ahora más bien es si los muchos países que tienen tasas de crecimiento demográfico por debajo del nivel de reemplazo (2.1 hijos por mujer) va seguir disminuyendo y luego desaparecer. El desafío actual en la mayoría de los países no es el de un rápido crecimiento demográfico, sino el de una población envejeciente.

El envejecimiento demográfico es un “reto social” contemporáneo. Para cuantificar las consecuencias médicas, sociales, políticas y económicas de este desafío para las próximas décadas, debemos definir primero el concepto y su carácter inevitable e irreversible cuando la fecundidad continúa siendo muy baja.

Por un lado, tenemos el estado de una población en la cual el número de personas mayores de 65 años es alto y, por el otro, el proceso por medio del cual la proporción de las personas mayores aumenta frente al número de personas menores de 20 años de la población total. Los demógrafos utilizan tres indicadores: la proporción de personas mayores de 65 años respecto de la población total, el promedio de edad al momento de la muerte en la población total y la proporción de personas menores de 20 años respecto de la población total. De estos criterios, el primero es el que se usa con más frecuencia. Este criterio coloca su enfoque en el tope de la pirámide demográfica o en la proporción de personas mayores de 65 años respecto de la población total. Por otro lado, si queremos medir las consecuencias socio-económicas del envejecimiento demográfico y calcular el coeficiente del envejecimiento o de dependencia, debemos considerar los otros dos indicadores.

Una población envejeciente es sencillamente una población que se caracteriza por un continuo aumento del porcentaje de personas mayores de 65 años respecto de la población total, cuando la proporción de gente joven menores de 20 años disminuye y el promedio de edad de la población total aumenta. No se trata solamente del hecho de la disminución sostenida, significativa y continua de la fecundidad, sino también del aumento de la longevidad o promedio de expectativa de vida.

Si bien la tasa global de envejecimiento de la población mundial no tiene precedentes, no todos los países la enfrentan o la enfrentarán al mismo tiempo, debido a las diferentes intensidades de la transición demográfica, es decir, las diferentes tendencias de fecundidad y de mortalidad en distintos países.

China, Japón y los países europeos estarán entre las primeras naciones, seguidas poco después por EEUU y América Latina, en cuanto a enfrentar los colosales desafíos de poblaciones envejecientes. En 2050, por ejemplo, la proporción de personas mayores de 60 años de la población europea será del 32% en contraste con el 21% en 2005. Alemania e Italia, seguidos luego por los países de Europa Oriental, serán gravemente afectados. La población de Japón mayor de 65 años se habrá duplicado, convirtiendo a este país en el más viejo del mundo. Otras naciones del Asia, que habrán completado su transición demográfica, incluyendo Tailandia, Taiwán y Corea del Sur, serán las próximas. Para 2025, muchos de estos países duplicarán el sector de sus poblaciones mayor de 65 años. Para 2050, por ejemplo, Tailandia y 15 países que son islitas tendrán más ciudadanos de la tercera edad que gente joven. EEUU será el próximo en experimentar esta tendencia de manera inexorable, aunque actualmente, según el Instituto Nacional de EEUU para el Envejecimiento (NIA, por sus siglas en inglés), su tasa de envejecimiento es más lenta que las de Asia, y Europa, debido principalmente a una sólida inmigración.

En cualquier caso, el envejecimiento demográfico se convertirá en parte de la vida cotidiana, ya que la gente vivirá más tiempo. En Bélgica, por ejemplo, se espera que para más o menos 2050, las personas entre las edades de 60 a 99 años aumenten en un 45% y los mayores de 90 serán 33 veces más numerosas que en 1950”. Este envejecimiento, y sobre todo la falta de suficiente gente joven menor de 20 años, es un problema frecuente, con la excepción de la mayoría de los países africanos, donde el envejecimiento de la población es lento gracias a que la tasa de nacimientos todavía es alta y la estructura de la edad de la población todavía es joven. Si creemos en estas proyecciones, el envejecimiento demográfico se convertirá en un serio reto solamente a largo plazo en el África Subsahariana.

El envejecimiento demográfico es un desafío grande. Aun en el caso de que la fecundidad aumentase levemente en varios países que actualmente enfrentan el envejecimiento demográfico, la progresión de la proporción de gente mayor de 65 años continuaría aumentando gracias a la disminución de la mortalidad en edades más avanzadas, a la investigación médica en el campo de la geriatría y a los éxitos de la genética aplicada en cuanto a contrarrestar el envejecimiento biológico individual. Varios escritores académicos no dejan duda alguna sobre este fenómeno. Menciono los más prominentes, en particular “The Demographic Crash” (“La quiebra demográfica”) de Mons. Schooyans; “The Twilight of the West: Demography and Politics” (“El ocaso de Occidente: Demografía y política”), del demógrafo francés Jean-Claude Chesnais; así como los numerosos coloquios o congresos, artículos e informes gubernamentales sobre el envejecimiento, por ejemplo, los informes de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD, por sus siglas en inglés) y de la Eurostat sobre los retos del envejecimiento demográfico (1996); el trabajo de investigación (llamado “White Paper”) sobre este mismo tema que publicó el gobierno japonés en 2013; el volumen 5 de la revista Bioscience de noviembre a enero de 2001, que en su totalidad abordó este problema, etc. Todas estas publicaciones no solamente enfatizan el carácter inevitable del envejecimiento demográfico, sino también su impacto directo en las estructuras demográficas, la salud, el mundo laboral y las pensiones jubilatorias, la vivienda y el transporte, por no mencionar las consecuencias geopolíticas, económicas, culturales y religiosas – las cuales están vinculadas a la disminución demográfica que algunos países experimentarán para 2050. Vamos a limitarnos a un análisis del impacto en las estructuras demográficas, la salud, y el mundo laboral y las pensiones jubilatorias:

  • En cuanto a las estructuras demográficas, si el número de jóvenes es menor que el de ancianos y la fecundidad está por debajo del nivel de reemplazo (2.1 hijos por mujer en la mayoría de los casos), entonces los países enfrentarán la decisión de atraer inmigrantes o tener una población disminuida. Debido a ello, podemos entender las palabras del mercader Jean Bodin del siglo XVI: “No debemos temer nunca que haya demasiados ciudadanos, ya que los seres humanos constituyen la única riqueza verdadera y el único poder verdadero” (1576).
  • En cuanto a la salud, ya está aumentando rápidamente el número de personas que está perdiendo su autonomía y convirtiéndose en dependiente (del gobierno), y también el de personas que está sufriendo de enfermedades crónicas y degenerativas vinculadas a la edad avanzada (Alzheimer’s, Parkinson’s, etc.). Las proyecciones de la OECD desde 1998 fueron que para 2020 el 40% de las personas mayores de 65 años dependerá de algún tipo de atención médica, cuyo costo individual será muy elevado: aproximadamente de 1 a 1.5 veces más alto que el ingreso promedio. Como resultado de ello, surgirán preguntas desalentadoras en torno a los límites de dicha atención de un creciente número de personas muy ancianas, y física y psicológicamente frágiles.
  • En cuanto a la significativa disminución de la proporción de empleados (es decir, contribuyentes) a jubilados, ya no será posible financiar las pensiones de personas retiradas.

Para concluir, está claro que el peligro inminente para el futuro no es la “sobrepoblación”, sino más bien una escasez de “capital humano”. Por ello, es imperativo que los países occidentales no solamente se aparten de sus terriblemente bajas tasas de nacimientos, por haber permitido el aborto y haber promovido la homosexualidad, sino también que le pongan fin a la imposición del control demográfico en los países del África y en otros países que también tienen altas tasas de fecundidad.

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