Cuando leo las palabras de líderes proaborto como la psicóloga colombiana Florence Thomas, quien llama “tumores” a los bebés no nacidos y dice que ellos sólo son seres humanos si su madre los quiere, viene a la mente una pregunta perturbadora: ¿cuál es fundamentalmente la diferencia entre este tipo de perspectiva, con frecuencia expresado por los abortistas, y la definición clínica de “psicopatía”? Si bien la imagen estereotipada de un psicópata es la de un asesino en serie o la de un maniático peligroso encerrado en un asilo, los psicólogos nos dicen que tales personas representan solamente una pequeña minoría de los que caen bajo la categoría de “psicopatía”. En efecto, según los especialistas, nuestra sociedad contiene un número mayor de psicópatas que los que podemos suponer, y los psicópatas pueden inclusive ocupar en forma desproporcionada posiciones de importancia en negocios, en gobiernos y en otros campos importantes.

Si bien los psicópatas son capaces teóricamente de cometer asesinatos y otros actos de crueldad sin remordimiento alguno, la definición de lo que es un psicópata es mucho más amplia que la imagen evocada por la cultura popular. Según los profesionales de la salud mental, un psicópata es alguien que carece fundamentalmente de empatía humana, alguien que ve a los otros seres humanos como meros objetos que se pueden manipular. Las relaciones que entabla un psicópata son típicamente superficiales y fluidas, y con frecuencia son sexualmente promiscuas. El psicópata tiene una personalidad esencialmente egoísta e interesada, incapaz de trascender su propio sentido personal del yo para reconocer la dignidad de los otros.

Los psicólogos estiman que hasta un 4% de la población cae bajo la definición de “psicópata”, extendiéndose desde las manifestaciones más leves, que son incluidas en la amplia categoría de psicopatía o trastornos antisociales de la personalidad, hasta los casos más extremos de asesinos en serie. Son capaces a menudo de engañar a otros con una apariencia de sanidad y razonabilidad que oculta su naturaleza fundamentalmente depredadora.

La cifra del 4%, si es exacta, implica que EEUU incluye una población de más de 12 millones de psicópatas o sociópatas, y en todo el mundo la cifra llegaría a cientos de millones. Esta alarmante estadística plantea inevitablemente la pregunta: ¿es posible para los psicópatas agruparse en movimientos basados en sus inclinaciones comunes? La historia sugiere que esto puede ocurrir, y por cierto ocurre. El candidato clásico para un “movimiento psicópata” es el Partido Nacional socialista o Nazi, que llegó al poder en Alemania en los años 1930 a través de una serie de catástrofes económicas y de decisiones ineptas tomadas por el establishment político alemán. El mismo Adolf Hitler ha sido diagnosticado póstumamente con tendencias psicópatas, y muchos nazis dieron muestras del mismo tipo de síntomas. Más aún, aunque la mayoría de los nazis y de los alemanes que cooperaron con ellos probablemente no eran psicópatas, el movimiento en su conjunto pareció basarse en una mentalidad fundamentalmente psicópata, que dispuso de los seres humanos como simple forraje para alimentar las aspiraciones raciales del Estado alemán.

Las mismas tendencias se han encontrado en otros movimientos de masas que surgieron en el siglo pasado, especialmente en el marxismo, que dejó un número sin precedentes de decenas de millones de muertes por ejecución y hambre inducida, para alcanzar sus metas políticas. Una vez más, aunque es improbable que la mayoría de los marxistas sean clínicamente psicópatas, su movimiento ha producido reiteradamente regímenes que se comportaron precisamente en la forma que se esperaría de los pacientes más graves que padecen ese trastorno.

A la luz de la definición clínica de lo que es un psicópata y de las manifestaciones históricas de los movimientos “psicópatas”, es difícil evitar la comparación entre la psicopatía y la perspectiva que está abiertamente expresada por muchos líderes en el movimiento global proaborto.

Florence Thomas es solo un ejemplo de la problemática mentalidad que parece caracterizar a los líderes proaborto. Su comparación de su propio hijo no nacido con un “tumor”, es decir, un trozo de tejido enfermo, no sólo es anticientífica, además sugiere una mente que es reacia, o quizás es incapaz, de trascenderse e identificarse con la humanidad de otra persona. Su afirmación que un feto es solamente un ser humano si es deseado por sus padres es casi una caricatura del egocentrismo, al implicar que los deseos personales de un individuo confieren dignidad y derechos a otras personas. La conclusión de Thomas fluye inevitablemente de sus premisas, ella cree que las mujeres deberían tener la libertad de matar a sus hijos no nacidos por cualquier motivo, en orden a preservar su “libertad”.

Las ideas de Thomas se repiten a través de los movimientos antivida y antifamilia de nuestra época. Margaret Sanger, la fundadora del moderno movimiento de control de la natalidad, habló utilizando la escalofriante demagogia de la eugenesia cuando rechazaba a los hijos que “no son deseados” por sus padres, refiriéndose a ellos como “basura humana” en su libro publicado en 1920, “Women and the New Race” [Las mujeres y la nueva raza]. Consideraba a los hijos no deseados como si fueran de alguna manera un estorbo social. Solamente el hijo deseado es equivalente a un “capital social”, escribió Sanger, quien también preguntó “¿pueden los hijos de esas madres desafortunadas ser otra cosa que una carga para la sociedad –una carga que se refleja en innumerables gastos, crímenes y deterioro social general?” En otro capítulo declaró en forma infame que “lo más misericordioso que hace una familia grande a uno de sus miembros más pequeños es matarlo”.

Peter Singer, el famoso “especialista en bioética” de Princeton, aplica el mismo principio fundamental adoptado por Thomas, Sanger y otros, pero llega a una conclusión más explícita. Singer reconoce que los niños no nacidos son seres humanos, pero niega abiertamente que tengan derecho a la vida, a menos que sus padres los quieran. Más aún, Singer extiende su razonamiento también a los niños después de haber nacido, ofreciendo una aprobación moral del infanticidio. “La diferencia entre matar a niños discapacitados y normales no radica en un supuesto derecho a la vida que los últimos tienen y los primeros no, sino en otras consideraciones sobre lo que significa matar”, escribe Singer en la segunda edición de su libro “Practical Ethics” [Ética práctica]. “Más obvia es la diferencia que existe a menudo en las actitudes de los padres. El nacimiento de un hijo es en general un acontecimiento feliz para los padres… Por eso, una razón importante que explica por qué es normalmente terrible matar a un niño es el efecto que el matar tendrá sobre sus padres”. “Es diferente cuando el niño ha nacido con una grave discapacidad”, sigue diciendo Singer. “Las anormalidades de nacimiento varían, por supuesto. Algunas son triviales y tienen poco efecto sobre el niño o sus padres, pero otras convierten al acontecimiento normalmente alegre del nacimiento en una amenaza a la felicidad de sus padres y de los otros hijos que ellos puedan tener. Por un buen motivo, los padres pueden lamentar que un hijo discapacitado haya nacido alguna vez. En ese caso, el efecto que la muerte de un hijo tendrá sobre sus padres puede ser un motivo a favor de su muerte, más que algo contrario a ésta”.

La aprobación explícita de Singer del infanticidio no debería sorprender a los activistas provida, quienes son conscientes que por lo general a los niños que sobreviven a los abortos se los deja morir sin ayuda médica. Una indiferencia fundamental hacia la vida humana y la personalidad de los otros es endémica entre los pensadores proaborto, lo que debería llevar a los activistas provida a preguntarnos si estamos comprendiendo realmente a nuestros adversarios en este debate.

Al leer el reciente relato de Florence Thomas sobre su aborto, aflora a la superficie una personalidad trágicamente perturbada. Siendo una mujer brillante con mucho para ofrecer al mundo, sin embargo, se refirió alegremente a la relación sexual que tuvo con su novio como “amor”, cuando sólo pensaba en ello  como un acto físico de placer, sin ningún tipo de compromiso o dimensión espiritual. Por ello, descartó a su hijo no nacido como un “tumor”, y dijo que no ha sentido el más mínimo remordimiento por su decisión de matarlo.

Como reportero de noticias sobre la vida humana y la familia, me he acostumbrado demasiado a estar en contacto con esta mentalidad antivida, y mi respuesta ha cambiado a través de los años, desde el sentimiento de indignación al compromiso sereno y decidido de combatir y denunciar la “cultura” de la muerte y su perversa mentalidad. Sin embargo, cada vez más me encuentro experimentando otra respuesta cuando informo acerca de ello: una gran tristeza frente a personas que parecen haber extraviado algo fundamental en los niveles más profundos de su psiquis, algo que posiblemente nunca han conocido por experiencia. ¿Están sufriendo desesperadas y en silencio o no tienen ninguna conciencia de su pérdida? ¿Eligieron libremente este camino, o son víctimas de algo que escapa a su control? En definitiva, ¿hay algo que se pueda hacer por ellas, o están condenadas a desempeñar su triste papel en el imperio global de la muerte? No sé, y no lo puedo saber. Sólo puedo rezar por ellas, y ponerlas en las manos del Dios misericordioso.

Fuente: Notifam.net, 29 de noviembre de 2010, http://notifam.net/index.php/archives/1817/. Versión original en inglés en http://www.lifesitenews.com/news/the-pro-abortion-movement-and-the-psychopathic-mentality

__________________________________________