Hace décadas, en ciertos círculos católicos de EEUU surgió una peligrosa teoría moral que se llegó a llamar “el vestido sin costuras” (“the seamless garment”). Esta teoría proponía que todos los temas morales estaban interconectados y tenían el mismo nivel de importancia. De esa manera, por ejemplo, la lucha contra el aborto, la anticoncepción y la eutanasia estaba a la par con la lucha por un mejor sistema de inmigración o de salud y la protección del medio ambiente.
Recientemente esta teoría ha resurgido. Debido al peligro que constituye para la Iglesia y su doctrina moral, debemos una vez más desenmascarar sus errores.
Es verdad que todos los asuntos importantes de moral están interconectados. Ello se debe a que la moral tiene que ver con el bien integral de la persona humana y la persona humana es una unidad de cuerpo y alma, y, por ende, está integrada de varias dimensiones. Sin embargo, un primer error de esta teoría es el no tomar en cuenta que los distintos asuntos morales y los valores implicados en ellos constituyen una jerarquía, en la cual no todos dichos asuntos tienen el mismo nivel de importancia. Nadie podrá negar que la protección de la vida humana inocente sea el primer derecho a defender, ya que el mismo constituye la base y condición para la existencia de todos los demás valores y derechos humanos. En nuestra época el aborto (incluyendo la anticoncepción abortiva) y la eutanasia son los actos criminales que más vidas humanas inocentes destruyen, vidas que ni siquiera en muchos países tienen la protección de la ley ni tampoco el apoyo de los medios seculares de difusión.
Un segundo error de esta teoría es el no darse cuenta de que el aborto, la eutanasia y la anticoncepción son actos intrínseca y gravemente malos. Es decir, son actos que nunca deben realizarse por ningún motivo ni circunstancia. En cambio, la tarea de buscar y establecer el sistema de salud o educación más justo posible, es una noble actividad que admite diferentes maneras buenas de realizarse y, por consiguiente, cae bajo el juicio prudencial de todos los actores sociales. Puede existir un legítimo debate público, incluso entre católicos, acerca de cuál es la mejor manera de establecer un buen sistema de educación, de salud o de protección del medio ambiente. Pero no podemos poner en el mismo nivel las distintas maneras, todas ellas buenas, de llevar a cabo un buen fin con aquellos actos que son intrínseca y gravemente malos, actos que sólo admiten su más absoluta prohibición en todos los casos.
Esa falsa comparación conduce a un tercer error de índole práctico. Distrae la atención de la Iglesia precisamente de reconocer que ciertos actos son intrínseca y gravemente malos. Esa distracción, a su vez, neutraliza y paraliza a los católicos y a otras personas de buena voluntad y les impide luchar con eficacia contra esos males. De hecho, también puede inducir a estas personas al error respecto del carácter intrínsecamente perverso de actos como el aborto, la eutanasia y la anticoncepción.
La teoría del “vestido sin costuras” también distrae la atención de la gente de la responsabilidad personal ante el pecado y la culpabilidad moral correspondiente. Ello se debe a que esta teoría tiende a enfocar más la atención en el pecado colectivo que en el pecado personal. Bajo esta influencia, la Iglesia tiende a perder su voz profética que “clama en el desierto”. La Iglesia se convierte en simplemente otra organización no gubernamental (ONG) más, que lucha por una “justicia social” mal entendida y sin el anuncio del Evangelio de la buena noticia del amor de Dios y el llamado al arrepentimiento. “Jesús llegó a Galilea proclamando el evangelio de Dios…arrepentíos y creed en el evangelio (Marcos 1:14-15).
El relativismo moral que resulta de esta teoría del “vestido sin costuras” también favorece a los mercaderes de la muerte, es decir, los que promueven el aborto, la anticoncepción, el control demográfico, la ideología de “género” y otros males. Como sabemos, el relativismo moral se caracteriza precisamente, entre otras cosas, por borrar las diferencias y distinciones entre los distintos problemas morales. Es una ideología que proporciona a los mercaderes de la muerte las herramientas adecuadas para desplazar la atención de males abominables, como el aborto y la eutanasia en todas sus formas, hacia la lucha contra la pobreza, la degradación del medio ambiente, etc. En todo este proceso, los que promueven esta teoría sólo hablan de luchar contra el aborto y la desintegración del matrimonio de boca para afuera.
San Juan Pablo II identificó con claridad la contradicción inherente a esta ideología del “vestido sin costuras” cuando dijo: “Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona” (Christifideles laici, no. 38).
Tristemente, la mentalidad de esta falsa ideología ha mermado, durante décadas, la predicación valiente y sin componendas del Evangelio de la Vida desde el púlpito, las aulas de los colegios católicos y otras instancias pastorales. San Juan Pablo II enfrentó esta perniciosa mentalidad en numerosos documentos eclesiales, como Evangelium Vitae y Veritatis Splendor. Por ello, es perturbador ver cómo esta teoría del “vestido sin costuras” vuelve a surgir. En efecto, esta ideología tiende a adormecer las conciencias de los católicos en todo el mundo. A los sacerdotes les da miedo predicar el Evangelio de la Vida por la reacción en contra que recibirán si hablan en contra de la anticoncepción, el aborto, el homosexualismo o la eutanasia. En vez de ello, se dedican a predicar sobre temas menos controversiales o más populares, como la protección del medio ambiente, el cambio climático, etc.
Los proponentes de la ideología del “vestido sin costuras” descuidan a menudo la distinción crucial que existe entre los actos que son malos por su propia naturaleza (males intrínsecos) y los problemas sociales que son más complejos: la falta de un buen sistema educativo, económico o de sanidad, etc. Los actos intrínsecamente malos siempre son pecaminosos, si se llevan a cabo con conocimiento e intención; mientras que los problemas sociales de gran complejidad, si bien es verdad que no pocas veces constituyen graves amenazas a la dignidad humana, tienen una gran variedad de causas, entre las cuales el pecado desempeña solo una parte.
Gracias a Dios, tenemos a la Iglesia para guiarnos en estos temas tan complicados. Ella nos enseña, nos aconseja y forma nuestra conciencia y nuestra vida moral. La Iglesia enseña que el acto humano (el acto deliberado) tiene tres fuentes para evaluar su moralidad: el objeto del acto, es decir, lo que hacemos; el fin subjetivo que buscamos o la intención, es decir, el por qué lo hacemos; y la situación concreta o las circunstancias en medio de las cuales realizamos el acto. Para que un acto humano sea bueno desde el punto de vista moral, las tres fuentes deben ser buenas.
Al respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1756, nos enseña que “Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien”.
Los actos que son intrínsecamente malos son aquellos que fundamentalmente entran en conflicto directo con la ley moral. En otras palabras, su objeto moral es malo. No deben ser realizados bajo ninguna circunstancia ni por ningún motivo. Por consiguiente, es un pecado mortal el apoyar o promover deliberadamente cualquiera de ese tipo de actos. Por ello es que el Catecismo establece con toda claridad que un acto intrínsecamente malo no puede ser justificado, simplemente porque la persona quería lograr un buen fin o debido a las circunstancias que rodeaban a dicho acto.
El Papa San Juan Pablo II también se hizo eco de esta doctrina de siempre de la Iglesia, cuando en su maravillosa Encíclica Veritatis Splendor, no. 81 expresó: “Por esto, las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección”.
La Conferencia de Obispos Católicos de EEUU, en su Carta Pastoral La formación de las conciencias para una ciudadanía fiel, no. 92, también enseña con toda claridad que no todos los asuntos morales están al mismo nivel: “Nuestro enfoque no está dirigido a una afiliación partidista, ideológica o económica, ni siquiera a una competencia o capacidad para cumplir con ciertos deberes, por importante que éstos sean. En vez de ello, nuestro enfoque está dirigido a aquello que protege o amenaza la dignidad de toda persona humana…No todos los asuntos son iguales…Algunos de ellos implican actos intrínsecamente malos, que nunca pueden recibir aprobación. Otros asuntos conllevan la obligación de buscar el bien común”.
En el caso del aborto, el objeto moral es el ponerle fin deliberadamente a una vida humana inocente. Como tal, es un acto intrínseca y gravemente malo, que nunca está justificado. Los actos homosexuales y las uniones entre personas del mismo sexo también son actos intrínseca y gravemente malos debido a que su objeto es moralmente malo, a saber, la privación del acto conyugal, al cual le son intrínsecos los bienes o significados unitivo y procreador. Como estos bienes o valores son muy importantes, se sigue que el violarlos constituye un acto intrínseca y gravemente malo.
Tristemente, vivimos en un mundo en el cual, cada año, el aborto mata a millones y millones de bebés no nacidos, la eutanasia mata a miles de ancianos y otras personas vulnerables. Estas amenazas aumentan diariamente por parte de poderosas fuerzas que, de manera concertada, socavan la verdad acerca de la sexualidad humana y la familia. A la luz de esta situación, el rol de la Iglesia debe ser bien claro: predicar la verdad del Evangelio y la doctrina moral cristiana, sin importar el costo.
En vez de ello, vemos cómo un creciente número de líderes en la Iglesia dan mensajes confusos acerca de graves males morales, como la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la actividad homosexual y el “matrimonio” entre personas del mismo sexo. En vez de ayudar a formar la conciencia de sus fieles, minimizan estas atrocidades comparándolas con otros problemas sociales. Se niegan a identificar estos males de manera explícita por lo que fundamentalmente son: actos intrínseca y gravemente malos, actos que constituyen el peligro más grave que pueda haber para la salvación de las almas y el futuro de la humanidad.
La mentalidad del “vestido sin costuras” desvía nuestra atención de las vidas inocentes que sufren la muerte a causa de la violencia del aborto y la eutanasia, e intenta centrarla en instituciones y estructuras sociales, las cuales siempre son secundarias. Como muchas otras tácticas de la “cultura” de la muerte, la ideología del “vestido sin costuras” tiene el propósito de desviar la atención de sus males intrínsecos y diluir los esfuerzos provida haciendo que los mismos se vuelvan ineficaces. No debemos permitir que nos engañen.
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