1) ¿Qué es el relativismo moral?

El relativismo en general consiste en la ideología que dice que la verdad de todo conocimiento, sobre todo acerca de Dios y la moral, depende de las opiniones o circunstancias de las personas. En realidad, el relativismo, en cuanto al conocimiento de la realidad en general, deviene en agnosticismo. El agnosticismo es la negación o la puesta en duda de la capacidad del ser humano de conocer la verdad objetiva. Aquí nos vamos a limitar a analizar un poco el relativismo moral. Dejaremos de lado el relativismo filosófico y el relativismo religioso. El relativismo moral se define por los siguientes dos referentes esenciales:

 

(1) La “verdad” moral depende de cada individuo o situación. Es decir, cada individuo determina y decide lo que está bien o mal para él o ella en una situación determinada. Es decir, cada individuo o su conciencia se constituye en fuente de lo que está bien o de lo que está mal según cada situación. Es posible que el relativista utilice lo que aprenda de otros en cuanto a lo que debe hacer. Pero en última instancia él mismo es el que determina si lo que le han dicho es verdad para él o ella aquí y ahora. Es fácil ver que el relativismo se convierte en voluntarismo (“esto está bien o mal porque yo lo decido”) o en situacionismo (el individuo decide lo que hay que hacer o no hacer según cada situación).

 

(2) No existen principios morales objetivos, absolutos y universales. Como las opiniones y las circunstancias son cambiantes, ningún conocimiento o principio moral, según esta postura, es objetivo, absoluto o universal. Es decir, el relativismo postula que ningún conocimiento o principio moral es verdadero independientemente de las opiniones de las personas o de sus circunstancias, ni tampoco, por esa misma razón, es válido para todos en todo tiempo y lugar.

 

2) ¿Cuáles son las principales características del relativismo moral?

 

(1) Considerar que todas las opiniones “son iguales”. El relativismo moral le tiene un odio visceral a las jerarquías de las ideas y de los valores. El relativista no puede aceptar que unas ideas o unos valores sean superiores a otros, en el sentido de tener más probabilidad de ser ciertos que otros, o el que unas ideas sean definitivamente verdaderas y otras no. Si el relativista llegara a aceptar, por ejemplo, que la idea de que el aborto es malo para todo el mundo es la verdadera y que la idea contraria es falsa, dejaría de ser relativista.

 

(2) Confundir el respeto a la persona y su derecho a opinar con su opinión. Todos tenemos el deber de respetar a los demás y también su derecho a opinar. Pero no tenemos por qué respetar todas las opiniones o, dicho de un modo más adecuado y respetuoso, no tenemos por qué aceptar todas las opiniones, por el simple hecho de que no todas las opiniones son válidas. Incluso, hasta tenemos el deber, si las circunstancias lo permiten, de refutar las opiniones falsas y dañinas. Por ejemplo, si un hombre dice que él opina que no hay nada malo en que los maridos a veces les peguen a sus esposas, yo tengo el deber de respetar a ese individuo, pero al mismo tiempo tengo el deber de decirle que su opinión es absolutamente falsa, dañina y aberrante.

 

(3) El individualismo o subjetivismo. La razón por la cual el relativista tiene la confusión que acabamos de señalar arriba es porque en el fondo el relativismo es individualista o subjetivista por naturaleza. El individualismo o subjetivismo consiste en creer que lo que es verdad para mí no necesariamente lo es para ti y viceversa. Es decir, el subjetivismo pone el énfasis en el sujeto que opina y no en la realidad objetiva acerca de la cual se está opinando. Por ello es que el relativista  insiste con frecuencia en que “todo el mundo tiene el derecho a opinar”, que “hay que respetar la opinión de todo el mundo”, que “¿quién es usted para decir tal cosa?”, etc., etc.

 

(4) Enfatizar una presunta “sinceridad” o “autenticidad”. Es decir, lo que importa es la sinceridad subjetiva de la persona y no tanto su conducta. Si la persona cree sinceramente que hacer tal cosa está bien, entonces el hacerlo también lo está. Por ejemplo, para un relativista, si un joven cree que tener relaciones sexuales con su novia sin casarse con ella está bien porque la “ama mucho”, entonces está bien que fornique con ella. Ante este tipo de cosas el relativista no dice ni una palabra sobre el deber de buscar la verdad (que en definitiva es lo que significa ser sincero). Tampoco hace la distinción entre una presunta sinceridad subjetiva y la maldad intrínseca del acto que se está llevando a cabo, en este caso el acto de fornicación (recordemos que al relativista no le gustan las distinciones, para él todo es igual o todo está al mismo nivel).

 

3) ¿Cómo podemos refutar el relativismo?

 

(1) El relativismo se contradice a sí mismo. El principio de que todo es relativo no es relativo, sino absoluto. Es decir, es una pretensión velada de carácter absoluto.

 

(2) El relativismo, por su propio planteamiento, no merece ser tomado en serio. El relativismo moral plantea que no hay una verdad moral absoluta que sea válida para todos en todo momento y lugar. Si ello es así, entonces la propia “moral” relativista, en su conjunto, tampoco merece ser considerada como válida. La puedo desechar tranquilamente como algo tonto, inútil, ridículo y grotesco. El relativismo es una soberana insensatez, un insulto al intelecto humano y un ataque directo al sentido común (que hoy en día se está convirtiendo en el menos común de los sentidos).

 

Al rechazar el relativismo moral se impone una aclaración. La ética correcta, que es contraria al relativismo moral, no postula que todas las normas morales sean absolutas. Evidentemente hay algunas que no lo son. Por ejemplo, en general se debe devolver lo prestado a su dueño. Pero si al momento de devolverle, digamos, una herramienta afilada a su dueño, éste se encuentra mentalmente perturbado y violento, es lógico que no debo devolvérsela.

 

La  moral correcta sí plantea es que hay ciertos actos que son intrínseca y gravemente malos (malos en sí mismos) y que por ende nunca deben ser realizados, sin importar la intención (ni la opinión) ni la situación. Ejemplos de ello son el aborto, la eutanasia, la destrucción de embriones, la anticoncepción, la esterilización directa, el irrespeto al matrimonio hombre-mujer, etc., la violación, el incesto, el racismo, etc. Las normas morales que prohíben estos actos son normas absolutas, es decir, esas normas nunca se deben transgredir, porque protegen valores que son intrínsecos a la persona humana: la vida, el matrimonio, la familia, la sexualidad humana, el respeto a los demás, etc.

 

4) ¿Por qué el relativismo moral es tan grave y dañino?

 

Creemos firmemente que uno de los problemas de fondo del mundo contemporáneo es el relativismo moral. El mundo se está dividiendo rápidamente en dos campos: los que creen que todo es relativo y los que creen que no todo es relativo, sino que existen unos principios morales objetivos, universales y absolutos; es decir, principios que gozan de existencia propia y que son aplicables a todos los seres humanos en toda circunstancia y lugar.

 

Las categorías de “liberal” y “conservador” cada día son menos relevantes. En la práctica, las personas que se suscriben a una u otra clasificación lo hacen por motivos principalmente políticos, más que éticos. Y lo político, aunque es importante, no toca el fondo del problema, que es de índole moral, ya que la crisis actual es de valores y los valores son el fundamento de todo actuar humano.

 

El relativismo moral es tan grave y dañino porque a consecuencias de esta ideología los derechos de los más débiles e indefensos de la sociedad no son respetados. En una sociedad en la cual gran parte de las personas se subscriben –consciente o inconscientemente– al relativismo moral, las personas en desventaja corren el peligro de no ser respetadas. La razón de ello se encuentra en el propio postulado relativista. El relativismo moral postula, como ya hemos señalado, que no existen principios morales objetivos, absolutos y universales. En su lugar, el relativismo moral afirma que la ética es individual y subjetiva. Es decir, cada persona tiene sus propias convicciones morales, las cuales pueden diferir de las de los demás. Con esta manera de ver las cosas, y dado que el relativismo moral facilita el individualismo egoísta, se puede caer sin mayores dificultades en el abuso de los fuertes contra los débiles. Es decir, los que tienen voz, voto y poder les impondrán sus propias conveniencias o  “convicciones morales” (el término más adecuado aquí sería “derechos”) a los que carecen de estas ventajas.

 

El ejemplo más paradigmático de ello es el aborto. En no pocas sociedades “democráticas” de la actualidad, el aborto es considerado un “derecho”, incluso un “derecho” ilimitado. Los no nacidos no tienen ni voz ni voto, ni mucho menos poder para defenderse. (Otros tendrán que hablar por ellos y defenderlos.) Se da entonces la dictadura de los fuertes contra los débiles. Este es el tipo de falsa democracia a la que hemos llegado hoy en día, debido al relativismo moral. Se trata de “la dictadura del relativismo”.

 

5) ¿Por qué el relativismo moral está tan difundido hoy en día?

 

Para entender la extensión de la gravedad de esta ideología, hay que comprender su alcance y difusión en la cultura actual. Hay que darse cuenta de por qué el relativismo ha infectado, como una especie de virus amoral, a casi todas las esferas sociales. Son varias las causas de esta “epidemia”:

 

(1) El relativismo moral justifica y facilita el individualismo egoísta. El hedonismo es la búsqueda del placer como el fin más importante de la vida. Como el dejarse llevar por el egoísmo es más fácil que practicar el amor y el respeto a los demás, de ahí que esta ideología se encuentre tan difundida.

 

(2) La propaganda de los medios de comunicación. Se trata de una propaganda continua y mediática –subliminal muchas veces, explícita otras– del individualismo hedonista. Es por ello, entonces, que hoy nos encontramos en medio de una situación de rampante relativismo moral. Las películas, los programas, los artículos de opinión y los anuncios de TV, radio e Internet, constantemente están promoviendo lo placentero y conveniente como lo más importante en la vida.

 

(3) La manera en que el relativismo rechaza a los que creen en la moral verdadera. Para el relativista, los que proponen una moral objetiva padecen de autoritarismo y soberbia. Según el relativista, las personas que defienden principios morales objetivos y universales quieren imponerles a los demás su propia concepción ética de la realidad humana. Se trata, según el relativista, de la imposición antidemocrática de una moral “sectaria”. De ahí que las personas que defienden la vida y la familia sean tildadas de “retrógrados”, “conservadores”, “fundamentalistas”, “reprimidos”, “homofóbicos” y un montón de sandeces más. Como el relativista es incapaz de refutar la postura provida (de hecho, es irrefutable), entonces no le queda más remedio que recurrir al descrédito personal, a la difamación y a la imposición de etiquetas. En realidad, son los relativistas los que les están imponiendo su “ética” a los más indefensos.

 

6) ¿Cuál es la respuesta al relativismo moral?

 

La respuesta al relativismo moral y al daño tan inmenso que éste está causando, no puede ser otra que la realización de que la base de una auténtica democracia tiene que ser la moral objetiva y universal, de la cual formen parte ciertos principios absolutos. Si esa convicción cala en lo más profundo de todas las personas, o de al menos la mayoría de las personas, entonces los derechos de los desaventajados podrán ser respetados. El criterio rector de la gente ya no será la conveniencia individual, característica casi ineludible de la moral relativista, sino esos principios o valores morales objetivos y universales, en los cuales se fundan los auténticos derechos humanos fundamentales. El primero de todos los derechos, por ser base y condición de todos los demás, es el derecho a la vida.

 

En realidad, esos principios morales no deben ser objeto de votación por parte de la mayoría, sino que deben anteceder y hacer posible el sistema democrático de libre participación. Para seguir con nuestro ejemplo del respeto a la vida, no es la democracia la que debe determinar el derecho a la vida; es el derecho a la vida lo que hace posible la democracia. Para ponerlo de forma más sencilla: para votar hay que estar vivo primero, de lo contrario, el único derecho que le queda a uno es que lo entierren decentemente.

 

El derecho a la vida, los derechos de la familia y otros derechos fundamentales son la base y condición de la democracia –y de cualquier otro sistema civilizado que respete los auténticos derechos humanos y el bien común. La democracia que no esté fundada en principios morales que salvaguardan los derechos, incluyendo los de las minorías, no es una auténtica democracia, se ha convertido en un espejismo en medio del desierto del relativismo moral.

 

Por consiguiente, y contrariamente a lo que creen muchos, el sistema ético que le corresponde a la democracia no es el relativismo moral, sino la moral objetiva y universal o ley natural.

 

7) ¿Cómo debe la ley natural sustentar la democracia sin ser una imposición injusta?

 

Las últimas aseveraciones de la respuesta a la pregunta anterior hacen que surja el siguiente dilema. No podemos imponerle a la gente la moral objetiva y universal (= la ley natural). ¿Qué hacemos entonces?

Respondamos a esta pregunta aclarando tres cosas:

 

(1) Las sociedades democráticas ya imponen sus leyes a sus ciudadanos. Muchas de esas leyes no han sido objeto de votación, al menos no por muchos de los que en la actualidad viven en ellas. Las leyes que prohíben el asesinato, el robo, el conducir de forma contraria a los signos del tránsito y otras muchas, son leyes que deben ser obedecidas, so pena de incurrir en castigos. Sin embargo, ninguna persona decente se queja de estas imposiciones.

 

(2) No estamos hablando de imponer las normas de una religión particular. La segunda aclaración es que, cuando hablamos aquí de principios morales objetivos para toda la sociedad, no estamos incluyendo en ellos los mandamientos que obligan en conciencia a los miembros de una religión determinada. Por ejemplo, sería antidemocrático que el Estado les exigiera a todos los ciudadanos que vayan a Misa los domingos, so pena de ir a la cárcel. No se trata, pues, de imponerle una moral “sectaria” a los demás.

 

(3) Se trata de que todos aceptemos unos principios morales comunes a todos, que hacen posible la convivencia pacífica y con justicia para todos, incluyendo las minorías y los desaventajados. La defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural no es un principio exclusivo, por ejemplo, de los cristianos o de los judíos, es parte del patrimonio universal. Y ese principio es perfectamente defendible apelando a la ciencia y a la razón, que son el marco de referencia común a todos, creyentes y no creyentes.

 

(4) La motivación religiosa no invalida la postura moral de la persona religiosa. Muchas veces la persona provida es también una persona religiosa. Incluso, en muchos casos su fe es lo que la ha iluminado y la ha motivado a asumir sus convicciones morales provida. Pero ese hecho no debe invalidar ante sus interlocutores que no comparten esa fe, los argumentos racionales y científicos que utiliza para convencer a los demás de defender la vida y rechazar el aborto. En otras palabras, no se debe confundir el hecho de que una persona sea religiosa con la argumentación no religiosa que esa misma persona utiliza. De lo contrario, se estaría cayendo en una injusticia y en la falacia ad hominem, por medio de la cual se rechaza a la persona que argumenta, en vez de refutar su argumento.

 

En conclusión, ninguna sociedad democrática que se precie de ser justa puede funcionar como tal sin la aceptación de un conjunto de principios morales objetivos que salvaguarden los derechos de todos, incluyendo las minorías y los más débiles e indefensos, como los niños por nacer.

 

8) ¿Cómo hacer que todos lleguen a aceptar estos principios?

 

(1) No usar el argumento religioso como el argumento principal. Para convencer a todos de la verdad moral, no se puede recurrir al argumento religioso, al menos no como el método principal. No porque no sea válido en sí mismo, sino porque no todos lo comparten.

 

(2) Usar argumentos basados en la razón humana y en la ciencia. Hay que utilizar la argumentación que se basa en un marco común de referencia, el cual está constituido por la razón, la ciencia y la experiencia humana. El ejemplo del aborto sigue siendo esclarecedor. Yo no tengo que (ni debo) bombardear a mi interlocutor con pasajes bíblicos para convencerlo de respetar la vida y rechazar el aborto. Puedo y debo, para convencerlo, recurrir a los argumentos racionales acerca del valor intrínseco de cada vida humana y a los argumentos científicos acerca de la presencia de un ser humano en el útero de su madre desde el momento de la concepción, así como a los daños que el aborto le causa a la madre y al resto de la sociedad. Para ello puedo recurrir al uso de imágenes acerca del desarrollo intrauterino del ser humano. Si mi interlocutor me lo permite y la prudencia lo dicta, puedo recurrir también al uso de imágenes que muestren lo que el aborto le hace al ser humano no nacido.

 

(3) Siempre en un clima de humildad y respeto. Ahora bien, todo este proceso de argumentación debe ser realizado en un clima de diálogo y con humildad y respeto, sin condenar a las personas, sino el acto del aborto.

 

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