Nos hemos enterado de rumores muy preocupantes que han estado circulando en Roma acerca de una presunta comisión papal, cuya tarea es una “revisión histórica” de la Encíclica Humanae vitae, del Beato Papa Pablo VI. A pesar de las negativas respecto de la existencia de esta “comisión”, parece que un funcionario del Vaticano acaba de confirmar que es cierto que dicho grupo existe.

Por supuesto, no es de suyo preocupante que haya una comisión del Vaticano dedicada a estudiar una encíclica que, en este caso, cumplirá 50 años de haber sido publicada el próximo 25 de julio. Humanae vitae reiteró la doctrina de más de dos mil años de la Iglesia Católica en contra de la anticoncepción. Por ello, es uno de los documentos doctrinales más importantes de la Iglesia y, por ello también, uno de los más atacados, mal comprendidos y menos enseñados en toda la historia reciente de la Iglesia.

La respuesta negativa a la Humanae vitae es una de las grandes tragedias de la Iglesia en el siglo XX. El siglo pasado ha sido uno de los que más ha contribuido al dominio impuesto por la “cultura” de la muerte. En este contexto, sería muy bienvenido un estudio, bajo la dirección del Vaticano, que vigorosamente reafirmase la doctrina de la Humanae vitae y desarrollase una estrategia para enseñarla de la mejor manera posible a los fieles de todo el mundo.

Sin embargo, hay motivos para estar preocupados de que éste no sea el principal objetivo de esta comisión. No es un secreto que, desde su publicación, ha habido una campaña continua, concertada y a menudo exitosa por parte de muchos teólogos, de algunos miembros del clero de alto nivel y de algunos funcionarios del Vaticano de “reinterpretar” la Humanae vitae.

Este esfuerzo recibió su apoyo más dramático en la “Declaración de Winnipeg”, la respuesta oficial de los obispos canadienses en 1968 a la Humanae vitae. En esa declaración, la conferencia de obispos de ese país dio un guiño y un asentimiento oficiales a la anticoncepción. Los obispos declararon que si un matrimonio “intentaba sinceramente pero sin éxito llevar a cabo una conducta según las directrices de la Humanae vitae, entonces se les podía asegurar que quien quiera que honestamente eligiera una conducta que le pareciera correcta lo haría en buena conciencia”.

La Declaración de Winnipeg, la declaración disidente de mayor autoridad en la Iglesia en contra de la Humanae vitae, nunca ha sido retractada. A la luz de los rumores que nos llegan de Roma, muchos líderes provida naturalmente se sienten nerviosos acerca de qué tipos de hallazgos surgirán de esta nueva y sorprendentemente secreta comisión papal. Cualquier declaración que remotamente se parezca a la de Winnipeg y que provenga del Vaticano sería desastrosa para las almas, el matrimonio, las familias y los esfuerzos para establecer una cultura de la vida.

Por esta razón, no podría haber sido mejor momento para la reciente re-publicación de un discurso profético de San Juan Pablo II defendiendo la Humanae vitae ante sus muchos detractores. Les invito con urgencia a leer este discurso en su totalidad, que fue pronunciado en una conferencia sobre la “procreación responsable”.

San Juan Pablo II tuvo palabras muy severas para aquellos, incluyendo algunos “en la comunidad cristiana”, que se opondrían a la doctrina de la Humanae vitae. “Los que se colocan a sí mismos en abierto contraste con la ley de Dios, auténticamente enseñada por la Iglesia, conducen a los esposos por un camino equivocado”, alertó el Papa. “Lo que la Iglesia enseña acerca de la anticoncepción no es materia de libre discusión entre los teólogos”.

Respondiendo a los que argumentaban que seguir la doctrina de la Humanae vitae “no era factible” en algunos casos para ciertos esposos, San Juan Pablo II pidió que se realizara un mayor esfuerzo para apoyar a los matrimonios, una fe más grande en el poder de la gracia de Dios. Y añadió: “La gracia de Cristo da a los esposos la capacidad real de vivir la plenitud de la verdad de su amor conyugal. Como la Tradición de la Iglesia ha enseñado constantemente, Dios no nos manda lo imposible, sino que cada mandamiento también lleva en sí mismo la gracia que ayuda a la libertad humana a cumplirlo”.

El Papa sentía empatía con las luchas que sostenían los matrimonios para cumplir con las exigencias de esta doctrina. Pero no estaba dispuesto a darles una falsa compasión que fuese incompatible con la verdad y el amor auténtico. Reconocía que el cumplimiento de la ley moral a veces constituye un desafío. Pero la solución no es que los matrimonios se rindan ante la tentación ni tampoco que presten atención a la miríada de voces provenientes del mundo, sino al contrario, que crezcan ante este reto por medio del recurso a la “oración constante, al frecuente uso de los sacramentos y al ejercicio de la castidad conyugal”. Y concluyó diciendo: “Hoy, más que nunca, el hombre otra vez comienza a sentir la necesidad de la verdad y la recta razón en la experiencia diaria. Siempre estén listos para decir, sin ambigüedad, la verdad acerca del bien y del mal en relación con el hombre y la familia”.

En este discurso, el santo papa nos proporcionó un modelo para una doctrina pastoral auténticamente compasiva: una pastoral que expresa comprensión por las pruebas que sufren los cristianos, pero que al mismo tiempo se mantiene firme en la verdad, y que desafía a los matrimonios a ser santos; en vez de claudicar ante el mundo.

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