El 25 de marzo de 1994, el Pontificio Consejo para la Familia publicó el documento Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales, que contiene la enseñanza más reciente del Magisterio de la Iglesia Católica sobre el tema de la población.

El documento se divide en tres partes: la primera trata sobre la realidad demográfica contemporánea, la segunda sobre las actitudes equivocadas ante esta realidad y la tercera sobre la respuesta ética y pastoral de la Iglesia.

En la primera parte, el documento, basándose en los datos demográficos y científicos, refuta el mito de la “sobrepoblación”. El documento señala que, si bien la población mundial se ha duplicado en los últimos 50 años, este fenómeno no se debe a un aumento de la natalidad, sino a un aumento de la longevidad y a un descenso de la tasa de mortalidad materna e infantil, debido a mejores condiciones de salud y al progreso de la medicina. Esta “primera revolución demográfica”, ha sido, pues, un triunfo, y no una derrota, de la humanidad.

Al mismo tiempo, señala el documento, ha habido una “segunda revolución demográfica” que ha consistido en un descenso considerable de la tasa de natalidad (el promedio de hijos por mujer en edad fértil), sobre todo en los países desarrollados. Esto trae consigo un envejecimiento de la población y éste, a su vez, trae serias consecuencias socio-económicas, así como la tentación de recurrir al crimen de la eutanasia para eliminar las “cargas económicas” que representan los ancianos y los enfermos.

Los continentes en desarrollo, como África y América Latina, todavía tienen una natalidad más alta que los países desarrollados, pero al mismo tiempo tienen una densidad poblacional (número de habitantes por kilómetro cuadrado) mucho más baja. Por otro lado, su condición de menor desarrollo hace que para ellos la tasa mínima de reemplazo poblacional, estimada por los demógrafos en 2,2, tenga que ser más alta. Y como esos países también han sufrido un agresivo control demográfico y sus respectivas tasas de natalidad han descendido vertiginosamente, el “invierno demográfico” constituye también para ellos una amenaza para el futuro.

El documento termina la primera parte desmintiendo la falsa y simplista correlación entre disminución de la población y el crecimiento económico (la comparación entre los países desarrollados y el tercer mundo lo demuestra claramente). Y señala, como causas de la pobreza, la falta de explotación adecuada de los innumerables recursos de la tierra, la injusticia social, las malas gestiones políticas y económicas, y los conflictos sociales y bélicos. El documento también desmiente los mitos de la escasez de recursos y de que la población causa la degradación ambiental, cuando en realidad las causas son el uso de tecnología inadecuada y una explotación desmedida de la naturaleza.

En la segunda parte, el documento denuncia el control demográfico, sobre todo el perpetrado por países ricos y poderosas instituciones internacionales contra los países en desarrollo, no sin la colaboración de los gobiernos de éstos. La ayuda económica al tercer mundo se presenta muchas veces condicionada a la aceptación de programas de control demográfico.

En esta parte, la Iglesia también denuncia los inmorales métodos del control demográfico. Los principales son: el dispositivo intrauterino, las píldoras anticonceptivas, la esterilización, el aborto y el infanticidio. Todos ellos, con la excepción de la esterilización, son abortivos; y todos, sin excepción alguna causan daños físicos y psicológicos, sobre todo a la mujer, pero también al matrimonio y a la familia, base de la sociedad.

En la tercera parte, el documento propone los principios morales y de acción para detener el imperialismo demográfico y para verdaderamente resolver los problemas económicos y sociales que enfrenta el mundo. La Iglesia propone, entre otros principios de acción: la justicia social (a nivel nacional e internacional); la solidaridad para con los más necesitados; el fortalecimiento de los valores matrimoniales y familiares; la información correcta a los matrimonios acerca de los distintos métodos para planificar la familia (promoviendo sólo los que respetan la moral, es decir los efectivos, sanos y económicos métodos naturales ) y dejando la decisión del número de hijos a los propios cónyuges; la educación para el desarrollo. También propone el compartir tecnología adecuada para una sana y fructífera explotación de la naturaleza.

En realidad, cuando los países experimentan un desarrollo integral, sus tasas de natalidad tienden a nivelarse, sin necesidad de políticas dictatoriales y agresivas de control demográfico por medio de métodos dañinos, inmorales y que atentan contra la vida humana. No se resuelven los problemas económicos y sociales eliminando a los pobres, sino compartiendo con ellos lo que la tierra produce con largueza, así como capacitándolos, para que ellos mismos, en solidaridad con todos, puedan producir todo lo que necesitan para una vida digna del hombre.

Citas del Magisterio de la Iglesia sobre el control demográfico

“A decir verdad, en el plano mundial la relación entre el incremento demográfico, de una parte, y los medios de subsistencia, de otra, no parece, a lo menos por ahora e incluso en un futuro próximo, crear graves dificultades. Los argumentos que se hacen en esta materia son tan dudosos y controvertidos, que no permiten deducir conclusiones ciertas.

“Añádase a esto que Dios, en su bondad y sabiduría, ha otorgado a la naturaleza una capacidad casi inagotable de producción y ha enriquecido al hombre con una inteligencia tan penetrante, que le permite utilizar los instrumentos idóneos para poner todos los recursos naturales al servicio de las necesidades y del provecho de la vida. Por consiguiente, la solución clara de este problema no ha de buscarse fuera del orden moral establecido por Dios, violando la procreación de la propia vida humana, sino que, por el contrario, debe procurar el hombre, con toda clase de procedimientos técnicos y científicos, el conocimiento profundo y el dominio creciente de las  energías de la naturaleza. Los progresos hasta ahora realizados por la ciencia y por la técnica abren en este campo una esperanza casi ilimitada para el porvenir.

“[Pero] aun concediendo que estos hechos sean reales, declaramos, sin embargo, con absoluta claridad, que estos problemas deben plantearse y resolverse de modo que no recurra el hombre a métodos y procedimientos contrarios a su propia dignidad, como son los que enseñan sin pudor quienes profesan una concepción totalmente materialista del hombre y de la vida” (Papa Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et Magistra sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana, números 188, 189 y 191, 1961).

“Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en manos de Autoridades Públicas despreocupadas de las exigencias morales…¿Quién impediría a los Gobiernos favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las Autoridades Públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal” (Papa Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae sobre la transmisión de la vida humana, número 17, 1968).

“Por esto la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado. Al mismo tiempo, hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilización y aborto procurado” (Papa Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, número 30, 1981).

“No se trata sólo de amenazas procedentes del exterior, de las fuerzas de la naturaleza o de los ‘Caínes’ que asesinan a los ‘Abeles’; no, se trata de amenazas programadas de manera científica y sistemática. El Siglo XX será considerado una época de ataques masivos contra la vida… Los falsos profetas y los falsos maestros han logrado el mayor éxito posible… estamos en realidad ante una objetiva ‘conjura contra la vida‘, que ve implicadas incluso a Instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Finalmente, no se puede negar que los medios de comunicación social son con frecuencia cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de la vida” (Papa Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium vitae sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, número 17, 1995).

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