Respecto de la insondable misericordia de Dios ante el pecado y, en particular, ante el grave pecado del aborto, la Iglesia enseña que “No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. No hay nadie, tan perverso y tan culpable que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero. Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado” [1].

Por ello, las personas que han caído en este grave pecado no deben perder la esperanza, sino animarse y recurrir sin demora al Sacramento de la Confesión, el cual es imprescindible para obtener a raudales el perdón y la misericordia de Dios. El Señor les espera con los brazos abiertos al igual que al hijo pródigo [2].

Al respecto, Juan Pablo II tiene una bella reflexión, que es extensiva a todas las personas que, de una forma u otra, se han involucrado en un aborto: Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre” [3].

Bajo el subtema “La cultura de la vida ante el aborto”, abordaremos el tema de la atención pastoral y espiritual de la Iglesia a las mujeres que han abortado y a otras personas que se han involucrado en un aborto, por medio del Proyecto Raquel [4]. Para conocer más acerca del Proyecto Raquel en el mundo hispano, véase el subtema “La cultura de la vida ante el aborto”.

Muchas mujeres que han abortado se preguntan angustiosamente dónde están sus hijos abortados. Juan Pablo II dice en el fragmento apenas citado que “están en el Señor”. Para precisar más aún el sentido de estas palabras, recurramos a la doctrina sobre este punto, que abarca también los demás casos de los niños que mueren sin recibir el Bautismo: “En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven [cf. 1 Timoteo 2:4] y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: “Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis’ (Marcos 10:14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo” [5].

Notas:

[1]. Catecismo, no. 982.

[2]. Cf. Lucas 15:11-32.

[3]. El Evangelio de la Vida, no. 99.

[4]. Para obtener más información, visite también http://hopeafterabortion.com/. Hay versión en español.

[5]. Catecismo, no. 1261.