Ya señalamos que Margaret Sanger promovía el control de la natalidad, entre otros, por motivos eugenésicos [1]. Sanger quería que se desarrollara una píldora anticonceptiva. Durante la década de los 1950, Sanger persuadió y dio miles de dólares a George Pincus y a otros dos científicos para este propósito. Una vez que lograron desarrollarla, procedieron a experimentar el uso de la misma en cientos de mujeres puertorriqueñas, particularmente entre las que eran pobres, ocasionándoles graves efectos secundarios – lo mismo ocurrió en otros centenares de mujeres de EEUU [2].

Sin embargo, para 1960, luego de una intensa campaña propagandística en los medios y de un intenso cabildeo político por parte de Planned Parenthood [1] y sus aliados, la píldora anticonceptiva ya había recibido la aprobación de la Agencia del Gobierno de EEUU que regula la venta de Alimentos y Fármacos (FDA, por sus siglas en inglés) [2]. Luego, en 1965, el Tribunal Supremo de EEUU aprobó el uso de los anticonceptivos por medio del fallo Griswold v. Conneticut  [3]. Sanger había logrado su sueños de lograr un anticonceptivo de fácil uso, “inocuo” y eficaz, para avanzar su agenda eugenésica.

También hay que señalar la triste colaboración que un gran sector del propio cristianismo. En 1930, por primera vez en la historia, una organización cristiana, en este caso la Iglesia Anglicana, en su Conferencia de Lambeth, permitió el uso de anticonceptivos (el condón) en algunos casos para los matrimonios [4].

Esta nefasta decisión abrió la puerta a la aceptación de la anticoncepción por parte de otras confesiones cristianas. Aunque la Iglesia Católica se ha mantenido firme en su doctrina condenando la anticoncepción, desde la década de los 60 ha habido mucho disenso por parte de los teólogos. Ese disenso ha influido en el laicado, hasta el punto de que hoy más del 80% de los matrimonios católicos usan anticonceptivos [5].

La mentalidad anticonceptiva se ha regado como la pólvora por toda la sociedad occidental. Los malos frutos de esta venenosa planta se han manifestado, como salidos de una caja de Pandora, en la cultura judeocristiana, hasta transformarla en el nuevo paganismo que vemos hoy. Uno de esos malos frutos, de hecho el peor de todos, es el propio aborto [6].

Notas:

[1]. Véase el segundo artículo de esta misma sección “La IPPF y la ‘cultura’ de la muerte”.

[2]. Robert Marshall y Charles Donovan, Blessed Are the Barren. The Social Policy of Planned Parenthood. (San Francisco: Ignatius Press, 1991), págs. 211-214.

[3]. Ibíd., pág. 327.

[4]. The Facts of Life, capítulo 21, pág. 38.

[5]. Ibíd., págs. 45-46.

[6]. Véase el artículo: “El mito de que la anticoncepción impide el aborto” en la sección “Engaños del aborto legal” en el tema “Aborto”.

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